Los padecimientos de Jesús

Jeremías 20,7-9 | Salmo 62 | Romanos 12,1-2 | Mateo 16,21-27

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

El domingo pasado contemplamos la vertiente amable de la identidad de JESÚS, que es reconocido por los discípulos como el MESÍAS y el HIJO de DIOS. Es un conocimiento espiritual de máximo rango, que produce un alto grado de consolación espiritual. Ante aquella manifestación dada por una acción especial del ESPÍRITU SANTO, los discípulos no podían más que sentir alegría y verdadero entusiasmo espiritual. Pero la Verdad sobre el MESÍAS tenía su reverso y también era necesario hablar de ello y darlo a conocer al círculo de discípulos más próximo. No se puede ceder a la insistencia sobre el conocimiento de JESÚS de Nazaret. “ÉL nos da la estatura personal, que cada uno ha de adquirir para su plena realización. Lo que somos empieza en este mundo y se proyecta hacia lo infinito en el más allá en CRISTO. JESÚS de Nazaret es el Hijo del hombre, en el que todo hombre tiene su modelo y ejemplo con que identificarse. Las palabras dadas por JESÚS en el Evangelio no sólo formulan prescripciones o instrucciones, se convierten, por otra parte en palabras de transformación personal. JESÚS no es un modelo externo a imitar, sino una presencia interior transformante por medio de su palabra y la presencia del ESPÍRITU SANTO. JESÚS les dice a los discípulos, que “la carne y la sangre no pueden revelar nunca quién es ÉL, sino sólo el PADRE lo puede hacer” (Cf. Mt 16,17). Habrá bautizados, que nunca a lo largo de su vida se preocupen de indagar sobre la raíz de su Bautismo; y nos encontraremos con una minoría que considera la renovación del conocimiento de JESÚS de Nazaret como el eje de su vida. Aunque se mantenga el conocimiento de JESÚS de Nazaret como asignatura pendiente y nunca aprobada mientras estemos en este mundo, es necesario decir que esa búsqueda llena de sentido la vida. Los discípulos de JESÚS en aquellos momentos estaban dando pasos en el conocimiento del MAESTRO, y todavía les quedaban lecciones importantes por aprender. Una cita más conocida: “nadie puede decir que JESÚS es SEÑOR, si no es bajo la acción del ESPÍRITU SANTO” (Cf. 1Cor 12,3). Allí en Cesarea de Filipo, como un paréntesis en el camino del discipulado, el ESPÍRITU SANTO inspira una respuesta que ilumina los corazones y las conciencias. Paréntesis similares necesitarán los discípulos para completar su camino de conocimiento de JESÚS, incluso después de la Resurrección.

En la mente del SEÑOR

“Por envidia de Satanás entró la muerte en el mundo” (Cf. Sb 2,24); y se puede añadir, que entraron también el dolor y el sufrimiento en el hombre de una forma tal que se alteraron los planes iniciales de DIOS. El resultado fue un estado de cosas del que DIOS toma parte para proceder a la Redención. Por la vía sacra del dolor, DIOS puede devolver a los hombres no sólo el estado de Justicia originaria, sino la elevación del hombre a los estados más altos de la Gracia en los Cielos. Para esta magna obra, DIOS necesita a una persona especial, y éste no puede ser otro que su propio HIJO, la Segunda Persona de la Santísima TRINIDAD que toma su condición humana de las entrañas de la VIRGEN MARÍA. La víctima ofrecida al PADRE por el rescate de todos los hombres es a la vez el SUMO SACERDOTE de la Nueva Alianza, JESUCRISTO. La carta a los Hebreos lo dice así: “este es el punto capital de lo que venimos diciendo, que tenemos un SUMO SACERDOTE tal, que se sentó a la derecha de la Majestad de DIOS en los Cielos; al servicio del Santuario y de la Tienda verdadera erigida por el SEÑOR, y no por un hombre” (Cf. Hb 8,1-2). La condición de ofrenda perfecta y perfecto SACERDOTE sólo se encuentran en la persona de JESUCRISTO, y la misma carta a los Hebreos recoge: “así es el SUMO SACERDOTE que nos convenía, Santo, inocente, incontaminado; apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los Cielos; que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos sacerdotes, luego por los del Pueblo; y este lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a SÍ mismo“ (Cf. Hb 7,26-27). Esta doctrina de la carta a los Hebreos necesitó varias décadas después de la Resurrección para expresarse en los términos anteriores. Lo que había realizado JESÚS de Nazaret con su Encarnación, vida, muerte y Resurrección no se aclaraba en dos palabras, y su repercusión sigue su curso aún ahora, en estos momentos. Pero la carta a los Hebreos pone la atención en el valor del dolor, el sufrimiento, el sacrificio y la entrega de JESUCRISTO por todos los hombres. Ninguna víctima animal sacrificada en el Templo pedía perdón o misericordia por los pecados de los que realizaban la ofrenda. Aquellas ofrendas eran totalmente insatisfactorias y tenían el valor de mantener una cierta conciencia de deuda ante DIOS para solicitar su perdón. La misma carta a los Hebreos recoge algunos versículos del Salmo treinta y nueve, que encierran esta verdad: ”los sacrificios y ofrendas no te han satisfecho; y TÚ, oh DIOS, me has preparado un cuerpo; y aquí estoy para hacer tu Voluntad” (Cf. Slm 39,7-9; Hb 10,5). El dolor por el dolor no arregla nada; lo que DIOS quiere es la entrega amorosa al cumplimiento de su Divina Voluntad. La entrega perfecta a la Voluntad del PADRE sólo la puede realizar el HIJO, y ¿el HIJO hecho hombre, también? Este era el gran reto que JESÚS de Nazaret tenía por delante: “amar a los hombres hasta el extremo” (Cf. Jn 13,1). El extremo del Amor de JESÚS por todos los hombres trascendió la traición, la maldad más refinada y la propia muerte. JESÚS de Nazaret, el Hijo del hombre, superó la frontera del dolor, el sufrimiento y la muerte, perdonando y pidiendo al PADRE su Divina Misericordia para todos los hombres. Como bien sabemos, la universalidad de la acción de DIOS no diluye la singularidad como otras religiones, sino que toda la Redención es para cada uno en particular: la Gracia, por tanto, se vuelve inagotable. Cada uno de los hombres podemos decir con el Salmista: “¿cómo pagaré al SEÑOR todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la  Salvación, invocando el Nombre del SEÑOR” (Cf. Slm 116,12-13). Nosotros damos pleno contenido a este versículo cuando nos acercamos a la EUCRISTÍA, pues verdaderamente alzamos en Acción de Gracias la Copa de la Salvación, que contiene a JESÚS con todo su cuerpo, sangre, alma y Divinidad. ÉL es la perfecta Acción de Gracias que los hombres damos al PADRE por todo el bien que nos ha hecho. El bien infinito del PADRE sólo puede ser agradecido por el préstamos que el mismo PADRE nos hace de su HIJO para que le agradezcamos todo el bien que nos ha hecho. JESÚS en la EUCARISTÍA es la Acción de Gracias para siempre, porque ahí está la Vida Eterna, la Vida para siempre.

Tiempo profético de Jeremías

Israel vive los resultados del equilibrio de fuerzas entre las potencias de alrededor. Asiria había dominado la región durante dos siglos, y el imperio mesopotámico, con Nabuconodosor al frente, marcará su declive. Egipto perderá importancia, aunque intentará contrarrestar el empuje del  imperio mesopotámico. Después del reinado de Manases en Jerusalén sube al trono Josías en cuyo reinado se encuentra el Libro de la ley en el Templo de Jerusalén. Josías lleva a cabo una reforma religiosa que tiene un cierto éxito, pero su reforma concluye con el final de su reinado. Durante la reforma religiosa de Josías, Israel vuelve al monoteísmo y abandona los cultos idolátricos importados de las potencias de alrededor, en este caso de Egipto principalmente. El periodo profético de Jeremías es de unos cuarenta años (626-587), y coincide con los profetas Sofonías, Nahum Baruc y Ezequiel. Este último parece haber sido deportado a Babilonia en la primera remesa (597 a.C.), por lo que su ministerio se desarrolló entre los israelitas deportados. Jeremías permanece en Jerusalén y en contra de su parecer es obligado a marcharse a Egipto coincidiendo con la segunda deportación (587 a.C.). Jeremías es defensor del Yavismo, la religión de Israel, en línea deuteronómica, y se muestra muy apegado a los contenidos dados en el Deuteronomio. Su ministerio profético no es un camino fácil y considera que sólo una intervención extraordinaria de DIOS puede dar una salida conveniente al estado de cosas que él está denunciando. La Antigua Alianza no es suficiente para ordenar la vida social, moral y espiritual del Pueblo elegido, y YAHVEH tiene que manifestarse de modo nuevo: “días vienen en que YO pactaré con la Casa de Israel y con la Casa de Judá una Alianza nueva. Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré; y YO seré su DIOS, y ellos serán mi Pueblo. Ya no tendrán que adoctrinar más a su prójimo, el otro a su hermano: conoce al SEÑOR, pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande, cuando perdone todas sus culpas” (Cf. Jr 31,31-34). Vivimos en los tiempos de la Nueva Alianza y estas palabras siguen el curso de su cumplimiento. El profeta por la acción del ESPÍRITU SANTO se eleva muy por encima de las circunstancias históricas y profetiza para miles de años por delante, al tiempo que su Palabra va aplicándose en distintos grados según los tiempos. Por otra parte, nuestra mirada retrospectiva a la época del profeta evoca escenas y circunstancias que resultan parecidas a las que se dan en nuestros días. Jeremías es un profeta perseguido, que defiende los fundamentos no negociables del Yavismo frente a los poderes, que se sienten muy molestos por ser señalados por el profeta como falsos profetas e impostores.

Elección de Jeremías

Al preguntar JESÚS sobre lo que la gente pensaba de ÉL, los discípulos habían oído que les recordaba a Jeremías, o el mismo profeta había vuelto en una misión extraordinaria. De Jeremías, la Biblia aporta muchos datos, pues su obra se ve ampliada por la de su discípulo Baruc. El profeta es constituido porque una Palabra especial de DIOS lo bendice, recae sobre él y lo consagra: “antes de haberte formado YO en el seno materno, te conocía; y antes de que nacieses te tenía consagrado, profeta de las naciones te constituí” (Cf. Jr 1,5). Jeremías tenía una misión específica, que está asignada antes de su mismo nacimiento, por tanto es de orden eterno: “a los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó” (Cf. Rm 8,30). Para una misión es llamado Jeremías, que excede sus capacidades humanas: “mira SEÑOR, YAHVEH, que soy un muchacho y no sé expresarme” (Cf. Jr 1,6). Cualquier persona se siente abrumada por la responsabilidad que recae sobre él por ser elegido para una vocación especial, que se relaciona con las cosas de DIOS. Inmediatamente viene la certeza de la ayuda de DIOS para la misión, que de lo contrario se haría imposible de realizar: “alargó YAHVEH su mano y tocó mi boca; y me dijo YAHVEH: mira que he puesto mis palabras en tu boca, y te doy autoridad sobre las gentes y los reinos” (Cf. Jr 1,9). El profeta vive dependiente y subordinado a la Palabra de YAHVEH; y en esta condición reside el éxito de su misión. El profeta no se posee a sí mismo, sino que es poseído por la Palabra a la que sirve. La Palabra así enraizada en el profeta se vuelve poderosa y creadora de condiciones nuevas para sus oyentes y destinatarios. Los coetáneos de Jeremías querían oírlo aunque sus advertencias no les gustasen; e incluso lo persiguieran por su predicación. Pero todos sabían que su Palabra venía de un oráculo cierto; por tanto lo que Jeremías les decía era Palabra de YAHVEH. Jeremías no es un héroe, o un superhombre, y siente miedo, y el SEÑOR le dice: “no les tengas miedo, que aquí estoy YO para salvarte” (Cf. Jr 1,8). La fuerza, protección y seguridad del profeta residen en YAHVEH, y fuera de ÉL Jeremías no encontrará ayuda.

Lamentación de Jeremías

Como en el caso de Job, al profeta le es lícito declarar sus quejas dolidas a DIOS mismo. Jeremías no oculta su gran dolor y sensación de fracaso en su misión. La elección del profeta desde antes que apareciera en el seno materno se fue renovando y Jeremías manifiesta en su diálogo con el SEÑOR, que no siempre es un encuentro apacible: “me has seducido, SEÑOR, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido” (Cf. Jr 20,7). A YAHVEH le pertenecen de forma especial sus pobres y forma con ellos el “pequeño resto” para realizar su obra, que confunde a los poderosos de este mundo. Al pobre y desvalido, DIOS tiene el derecho de forzarlo y enderezar su camino. El que ostenta poseer recursos propios, de establecer un “perfecto control” sobre su vida, DIOS se mantiene a una prudente distancia para no violentar su libertad y autodeterminación. DIOS puede socorrer e incluso forzar a sus pobres con grandes limitaciones; pero se ve con las manos atadas ante aquellos que fueron dotados de grandes recursos personales. El profeta Jeremías declara haber sido seducido por la grandeza de DIOS, y fascinado por ella no se le avisó de los trabajos que habría de pasar en su misión profética. El profeta se queja y deja un sesgo de haber sido engañado, porque la seducción es una poderosa atracción, que no revela todo su trasfondo, pero se impone. Grandes santos han expresado de distintas formas un sentimiento abrumador ante la consagración y la misión recibida, al cabo de unos años de vida religiosa.

Burla al profeta

“Todos se remedaban, he sido la irrisión cotidiana; pues cada vez que hablo es para aclamar, “atropello”; o para gritar, Expolio”. (Cf. Jr 20,7b-8). Los ninivitas hicieron caso a la predicación de Jonás y se convirtieron (Cf. Jns 3,4ss); pero la suerte de la mayoría de los profetas no fue ese mismo resultado. Los ninivitas eran gentes extranjeras, que no pertenecían al Pueblo elegido. Jeremías vive su calvario personal frente al rechazo de los suyos. La reforma religiosa del rey Josías había durado lo mismo que su reinado, en el que se habían demolido todos los lugares idolátricos y se había recuperado la práctica de la Ley contenida en el libro encontrado en el muro del Templo, que era probablemente una versión del Deuteronomio. Con Yoyaquín puesto por Egipto como rey, y Sedecías puesto como rey por Nabuconodosor, la perversión de costumbres había vuelto a Israel, y el profeta Jeremías era la voz principal que declaraba todos los abusos existentes. La vida del profeta estuvo en serio peligro varias veces y sus palabras eran rebatidas por los funcionarios reales, que para nada buscaban el cumplimiento de la Ley de Moisés.

Decepción del profeta

“Yo me decía: no volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre, pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía” (Cf. Jr 20,9). La Verdad de DIOS se hizo carne del profeta, y a su pesar la va a transmitir. Jeremías no escucha y repite las palabras del SEÑOR como si de un aparato reproductor se tratase. La Palabra del SEÑOR lo había transformado y él mismo era como aquella “zarza ardiente que ardía y no se quemaba “Cf.  Ex 3,2). En este versículo está la razón o el contenido de la seducción que sufre el profeta. La Palabra misma muestra su Verdad, Bondad y Belleza; pero alguien la tiene que portar y servir. El profeta además de volverse o constituirse en portavoz de DIOS, carga con el peso expiatorio de la misma. Los corazones presentan muchas barreras y durezas para acoger la Palabra: son los obstáculos internos que necesitan de una poderosa fuerza expiatoria para eliminar tales impedimentos. De la misma forma que a Moisés le tocó en el desierto cargar con el comportamiento del Pueblo e interceder por él; también a Jeremías el SEÑOR lo lleva por noches oscuras para salvar del Pueblo todo lo que sea posible. La queja dolida de Jeremías anticipa el misterio del abandono expiatorio de JESÚS en la Cruz: “DIOS mío, DIOS mío, ¿por qué me has abandonado?” (Cf. Mc 15,34).

Sufrimiento del CRISTO

Tenemos una vida por delante para aprender algo de las cosas de DIOS. Damos por supuestos aspectos, que no están diseñados de esa forma en los planes de DIOS. Para muchas personas religiosas rige una retribución por parte de DIOS que compensa siempre con el éxito al que obra bien; y hace caer desgracias sin cuento sobre el que es malvado. La propia experiencia bíblica matiza o desmiente los anteriores presupuestos tomados como verdades absolutas. En la vida real, la combinación de posibilidades ofrece una gran variedad: encontramos casos de personas buenas, que no tienen éxito, y su vida es una cadena de sinsabores; y por otro lado, vemos casos en los que el amoral o el inmoral obtiene todo tipo de beneficios sociales y parece que todo le sonríe. Todavía resulta más complicado explicar lo que antes apuntamos de la “expiación vicaria”; que atañe a las personas que sufren por otras para su salvación. Estas personas traen al presente de forma especial el sufrimiento de JESÚS, que muere en la Cruz por todos los hombres. Sabemos por los distintos testimonios evangélicos, que JESÚS impartió esta lección del sufrimiento vicario a sus discípulos en ocasiones diferentes.

Una enseñanza continuada

“Desde entonces comenzó JESÚS a manifestar a sus discípulos, que ÉL debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y los escribas; ser matado y resucitar al tercer día” (Cf. Mt 16,21). El éxito o la consolación espiritual la entendemos con gran facilidad, pero lo que toca al dolor y sufrimiento lo asumimos con cierta lentitud. Será porque en el fondo el dolor es un accidente en nuestra naturaleza humana; pero aún así no lo podemos arrinconar. La gracia espiritual de concebir a JESÚS como el CRISTO da como resultado una gran consolación interior; pero entrar en el campo del sufrimiento no reporta el mismo estado de ánimo. Sin embargo sabemos que nadie puede estar siempre en estado de satisfacción. Una buena educación a los niños comprende también que aprendan a renunciar, a un cierto nivel de frustración, porque no todo se puede poseer, y el niño debe tener al cabo del día un tiempo para el aburrimiento, pues no es humano vivir en una fiesta continua. Los discípulos de JESÚS tienen que considerar por anticipado el reverso de la manifestación del CRISTO en Jerusalén. En este lugar, el CRISTO debía ser reconocido y entronizado como el MESÍAS esperado, pero va a suceder todo lo contrario: lo van a excomulgar del Pueblo elegido y morirá fuera de las murallas de la Ciudad Santa. JESÚS va preparando los ánimos de los suyos frente al Sanedrín -los ancianos-, los sumos sacerdotes de los saduceos, y los escribas ligados al Templo que eran los intérpretes cualificados de la Escritura. Todos ellos bien confabulados iban a matarlo, pero ÉL resucitará al tercer día. Esto último lo escucharán venido de JESÚS, pero hasta que eso no suceda no serán capaces de verlo, como nos pasaría a cualquiera de nosotros.

En dos momentos JESÚS les dice a sus discípulos, que no hablen de ÉL: de su condición de CRISTO antes de la Resurrección, y con respecto a la Transfiguración. JESÚS no quiere ofrecer una comprensión parcial de su identidad. Aparecerá el RESUCITADO con las marcas o señales de la pasión, porque el verdadero JESÚS de Nazaret es hombres sufriente y es verdadero DIOS.

Pedro es amonestado

“Pedro, tomándolo a parte se puso a reprenderlo: lejos de ti, SEÑOR, de ningún modo te sucederá eso. Pero JESÚS, volviéndose dijo a Pedro: quítate de mi vistas, satanás. Escándalo eres para MÍ, porque tus pensamientos no son los de DIOS, sino los de los hombres” (v.22-23). Pedro actúa con la mejor intención y cortesía, pues se retira con JESÚS a una distancia para no ser escuchado por los compañeros. La lectura de las Escrituras antes de la Pascua no les permitía concebir al CRISTO descrito por JESÚS, calumniado, despreciado, martirizado y por fin matado; pues el CRISTO se entiende que tiene una especial protección por parte de DIOS, y todos aquellos males estaban reservados para los impíos o grandes pecadores. Los evangelios son muy sobrios a la hora de describir la Pasión comparados con las visiones narradas por María Valtorta o Catalina Emmerick.; aunque los propios evangelios son suficientemente explícitos para hacernos una idea de la extrema crueldad del martirio infringido a JESÚS. Por otra parte debiéramos también aproximarnos en nuestras meditaciones al sufrimiento de JESÚS durante el curso normal de su vida entre nosotros, y de modo especial en los años de vida pública. La predicación de JESÚS es recogida por unos pocos, hay curaciones y conversiones; se despierta en algunos la vocación al seguimiento y otros se hacen testigos suyos con los de su familia y poblado, como el endemoniado de Gerasa que fue liberado (Cf. Mc 5,5ss). Pero JESÚS tuvo que sufrir el rechazo desde el inicio y de forma creciente. Tenía que cumplir el mandato de subir a Jerusalén, y la Ciudad Santa debería acogerlo como el esperado y anunciado en la Escritura, pero fue todo lo contrario. JESÚS llora a la vista de Jerusalén (Cf. Lc 19,41-42), porque la Paz que ÉL trae no es recibida. La reprensión a Pedro, por parte de JESÚS viene de la entrega total que el HIJO debe realizar a favor de todos los hombres para completar la obra de la Redención. JESÚS sabe que la entrega de Amor por todos los hombres va a suponer el máximo sacrificio, sin que eso minimice en nada la responsabilidad humana. El pecado original estará muy lejos de la gravedad de este pecado, que dará muerte en la Cruz al HIJO de DIOS; pero DIOS nos responderá con su Divina Misericordia: “donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia” (Cf.  Rm 5,20). Desde el comienzo del ministerio el tentador había estado insinuando a JESÚS el camino fácil, para que utilizase los medios humanos relacionados con el poder. Ahora Pedro se hace portavoz de las vías alternativas a la entrega total por parte de JESÚS, y la reprensión es muy severa.

Seguimiento

“Dijo JESÚS: si alguno quiere venir en pos de MÍ, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por MÍ la encontrará” (v.24-25). Perder la vida por JESÚS supone adoptar el programa de vida que ÉL nos ha planteado. Las bienaventuranzas y el Sermón de la Montaña en su conjunto pueden ser en un principio una gran pérdida material, pero en el fondo renovaría las relaciones humanas con unos valores que traerían al acción del Reino de DIOS en este mundo. Deshacer redes de corrupción que enriquecen a un buen número de personas, puede no ser a atractivo, pero sería lo más beneficioso en un corto plazo de tiempo para todos. “Negarse a uno mismo” es cambiar los criterios de actuación personales y dictados por el mundo; y adoptar los planteamientos de JESÚS sobre las relaciones con DIOS y el prójimo. Tomar la Cruz cada día no es martirizarse a diario con las mil dificultades, sino vivir con paz y responsabilidad los problemas diarios, las limitaciones personales o los tránsitos por dificultades especiales en un momento dado. La gran Cruz de JESÚS que nos ha redimido tiene, por tanto, una traducción a escala particular: todos los cristianos seremos identificados por llevar la Cruz con JESÚS.

Apegos y riquezas

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida, o qué puede dar el hombre a cambio de su vida? (v.26) El trabajo es necesario y las obras personales tienen su importancia incluso para el más allá: “ellos están en paz, pues sus obras los acompañan” (Cf. Ap 14,13). Las obras que contribuyen al desprendimiento y la solidaridad; las obras que transforman la actividad laboral en un acto de servicio; o las obras destinadas específicamente a la extensión del Reino de DIOS, contribuyen a la consecución de un mundo mejor. JESÚS llama la atención en distintos sitios a los que piensan que su lugar definitivo es este mundo y se dedican acumular riquezas, sin pensar en su destino eterno. La muerte llegará para todos y la puerta del “para siempre” se abrirá sin remedio. Esa eternidad de Vida, Belleza y Amor con DIOS se adquiere siguiendo a JESÚS y haciendo una opción fundamental por seguirlo. JESÚS en este versículo ofrece un razonamiento que obedece al sentido común más elemental: ¿puedes comprar la vida y asegurarla en este mundo para siempre? Las inquietudes y zozobras de este modo de vivir ¿trae cuenta eternizarlas, si eso fuera posible? ¿No es más racional el plan de DIOS que está dispuesto a tomar nuestras vidas en sus manos?.

En la Gloria del PADRE

“El Hijo del hombre ha de venir en la Gloria de su PADRE con sus Ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (v.27) La Gracia no excluye un modo especial de retribución, que tiene en cuenta las obras realizadas, sin que ellas por sí mismas tengan capacidad de salvar a nadie. Pero el hombre necesita de las acciones concretas, como es poseedor de un mundo interior. Las buenas intenciones son loables, pero en determinado momento tienen que expresarse en actos concretos como lo ejemplifica Santiago en su carta: “si alguno se contenta en oír la Palabra sin ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo, y en viéndose se olvida de cómo es” (Cf. St 1,24). Los Ángeles comunican gracias a los hombres destinadas a nuestra salvación, y en esa distribución de los dones de DIOS también se va produciendo un claro juicio que dispone a los partidarios de la causa del SEÑOR en el trabajo por el Reino de DIOS. En realidad desde la Encarnación del VERBO, estamos en “la plenitud de los tiempos”, que JESÚS hace público cuando inicia su predicación (Cf. Mc 1,15). Los tiempos se hacen plenos, porque la tierra empieza a ser ocupada por una plenitud de bienes espirituales y celestiales (Cf. Ef 1,3). DIOS está dispuesto a rendir al hombre mediante la Buena Noticia de su Amor Misericordioso. Existirá hasta el fin de la historia un resto suficiente que irá mejorando por la acción de la Gracia frente a la radicalización de las fuerzas hostiles contra la obra de DIOS.

San Pablo, carta a los Romanos 12,1-2

San Pablo distingue en sus escritos entre lo referente al cuerpo y el contenido que le aplica al término “carne”. Este último para san Pablo encierra un conjunto de tendencias negativas que mueven al hombre cuando no está asistido por la acción del  ESPÍRITU SANTO. En la carta a los Gálatas diferencia muy bien el Apóstol entre las obras de la carne y las que están movidas por el ESPÍRITU SANTO. Las obras de la carne son tales como fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, (Cf. Gal 5,19-20). Los listados que se ofrecen tanto de vicios como de virtudes no tratan de acotar de forma fija tales vicios o virtudes según el caso, sino que nos muestra un carácter orientativo de algunos elementos de perjudican o favorecen las relaciones personales con el prójimo. San Pablo, por otra parte, tiene una visión positiva del cuerpo, que utiliza tanto en la primera carta a los Corintios, como la carta a los Romanos (Cf. 1Cor 12,12; Rm 12,4-5) para dar una imagen de orden y unidad para el ser de la Iglesia. Los distintos elementos que constituyen el CRISTO total están dentro de una unidad orgánica que tiene a CRISTO por Cabeza (Cf. Col 1,18). Lo que se dibujaba como Pueblo de DIOS hacia la Tierra de Promisión, encuentra una imagen nueva en san Pablo bajo el prisma del cuerpo, que incluye numerosos miembros todos ellos interrelacionados, de modo que la función de uno depende del buen estado de los otros. La persona se santifica porque es corpóreo, o con una expresión impropia: tiene un cuerpo. El cuerpo no se tiene como un utensilio cualquiera, que lo apropio o desecho. El cuerpo nos constituye e identifica. Nadie nace en el cuerpo equivocado. El cuerpo nos identifica y su raíz genética es inamovible. En la doctrina de san Pablo nos podemos hacer virtuosos o viciosos en el propio cuerpo, porque la virtud o el vicio determinan la cualidad de la propia corporeidad. El VERBO eterno del PADRE necesitó un cuerpo para la Encarnación, y sin ese cuerpo no habría existido la Redención. El VERBO de DIOS se hizo uno de nosotros, fue DIOS-con-nosotros, porque asumió un cuerpo físico, que tomó de la humanidad de la VIRGEN MARÍA. Todas las imágenes, pinturas, tallas o esculturas cristianas tienen razón de ser porque un día el HIJO de DIOS tomó un cuerpo en las entrañas de la VIRGEN MARÍA. San Pablo lo dice con propiedad: “el HIJO de DIOS nació de MUJER, estando bajo la Ley para rescatar a todos los que estábamos bajo la ley” (Cf. Gal 4,4-5), para romper las cadenas de la ley Antigua, el HIJO de DIOS habría de nacer de la MUJER. El HIJO de DIOS no es ningún andrógino y no confunde en momento alguno el papel que le corresponde al Hijo del hombre y a la MUJER; y ambos roles se viven y desarrollan en corporeidades diferentes.

La exhortación

“Os exhorto, pues, hermanos a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a DIOS. Tal será vuestro culto espiritual” (v.1) Si queremos realizar un culto espiritual, no lo podemos hacer prescindiendo de la ofrenda de nuestro propio cuerpo físico. En otra parte nos dice san Pablo: “que todo vuestro cuerpo, alma y espíritu sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Salvador JESUCRISTO” (Cf. 1Tes 5,23). La concepción bíblica del hombre no es platónica, que divide al alma y el cuerpo como principios irreconciliables, haciendo del cuerpo una cárcel para el alma. El cuerpo es bueno, noble y santo, si las operaciones espirituales que realizamos con nuestra mente y voluntad son buenas, nobles y santas. Por tanto el cuerpo necesita al espíritu, tanto como el espíritu necesita del cuerpo para expresarse y manifestarse en un mundo multidimensional. En el régimen de la Antigua Alianza se ofrecen y sacrifican animales, pero en la Nueva Alianza la ofrenda que DIOS espera es la persona misma del cristiano cuya identidad es corpórea, y se ha de santificar en medio de muchos hermanos con las mismas condiciones. Los sacrificios antiguos son una imagen de los verdaderos sacrificios presentados por los cristianos, pues “DIOS no mira las apariencias, sino el corazón del hombre” (Cf. 1Sm 16,7).

Una mentalidad nueva

“No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de modo que podáis distinguir cuál es la volunta de DIOS, lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (v.2). En un solo versículo tenemos un programa de vida. La gran tentación: acomodarse al mundo. Si esto anterior ocurre, entonces se dará lo que dice JESÚS: “si la sal se vuelve sosa, ¿con que la salarán? No vale más que para ser pisada y tirada (Cf. Mt 5,13).La sal cuando pierde su virtud deja de ser sal. La Iglesia cuando se mundaniza pierde su fuerza profética y no sirve para nada, y la pisotearán y despreciarán. La mundanidad no perfecciona ni santifica; o dicho de otra forma: no acerca a DIOS. La reacción para no asumir los esquemas mentales del mundo está en realizar el esfuerzo de mantener la “recta razón”, los principios evangélicos, la tradición de la Iglesia y el Magisterio dado hasta el Catecismo de la Iglesia Católica, de mil novecientos noventa y tres. El principio de Verdad no está en el dictamen de la mayoría. El cristiano como la Iglesia en su conjunto tiene la tarea pendiente de buscar la voluntad de DIOS. Entramos, pues no sólo en el campo del discernimiento, sino de la adoración. Para saber lo que DIOS quiere  deberemos buscar con sinceridad su Voluntad.

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