El evangelio que escucharemos este domingo (Mc 6, 7-13), habla de la misión. El término misión viene del latín (missio) y significa envío. Tiene el mismo significado que la palabra apóstol que viene del griego. El misionero o el apóstol es un enviado. Así comprendemos mejor por qué al grupo de los Doce se les llama también apóstoles. Jesús los ha enviado o los ha hecho misioneros.
La Biblia nos enseña que Dios ha enviado a muchas personas. En general, se trataba de personas comunes, gente sencilla que no poseía algún rango especial, como es el caso de muchos profetas y personajes del Antiguo y Nuevo Testamento. En efecto, Jesús escogió al grupo de los Doce; algunos eran pescadores, personas simples y de origen humilde, gente pobre y poco instruida. Todo esto para significar al menos dos cosas: Lo primero es que Dios no hace distinciones y no se deja llevar por las apariencias ni las impresiones. Ciertamente Dios prefiere a los humildes y a los pobres. Lo segundo es que Dios construye con nuestras fragilidades, como decía san Pablo, “la fuerza de Dios se manifiesta en la debilidad” “ (2 Cor 12, 9).
¿Cómo envía Dios a sus misioneros o apóstoles? ¡Completamente desarmados! El evangelio dice “como ovejas en medio de lobos” Mt 10, 16, completamente desprovistos de medios y de recursos humanos. Esto tiene una razón fundamental. La fortaleza principal de un misionero es la Palabra de Dios. El apóstol es consciente de que ha sido enviado por parte de Dios y por el poder del Espíritu Santo. Ahí se funda la confianza de todo misionero. De ahí la instrucción que Jesús ofrece a sus discípulos en el evangelio de este domingo, de no llevar nada para el camino: ni pan, ni mochila, ni dinero, sino únicamente un bastón, sandalias y una sola túnica” (Mc 6,8) Por lo tanto el misionero debe confiar en la providencia de Dios, no poner su confianza en los medios humanos, sino en el poder del mensaje que debe anunciar.
Y cuál es el mensaje que anuncian los misioneros? Los profetas del Antiguo Testamento llamaban al pueblo de Dios a ser fieles a las promesas divinas y a observar las leyes de Dios; los apóstoles llaman a la conversión a Dios. Así empieza Jesús su misión: “conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1, 15). Hoy el evangelio señala que los apóstoles fueron a predicar la conversión Mc 6, 12. Los misioneros tienen además poderes extraordinarios, pero todo esto en función de la conversión. Convertirse, significa cambiar de mentalidad y como consecuencia de comportamiento, abandonar las sendas equivocadas del pecado para encaminarse sobre las vías del bien: en la práctica, significa regresar a Dios y a la observancia de sus leyes.
A los profetas y a los apóstoles espera casi siempre un destino común: la persecución, el rechazo, la crítica, la burla y hasta el odio. Esto tiene una razón muy simple porque el apóstol debe hablar en nombre de Dios y no buscar el interés o las ventajas personales El Mensaje de un misionero, porque se funda en el Evangelio, contrasta ciertamente con la mentalidad de este mundo. Al apóstol, muchas veces le toca denunciar el pecado y la iniquidad de los hombres; esta denuncia incomoda, fastidia a muchos y es exigente para todos. De cualquier manera, escuchen o no escuchen, se debe siempre hablar porque Dios quiere hacer llegar a todos su mensaje para llamarlos a la salvación y porque siempre hay quien está dispuesto a escucharlo y seguirlo.