La Ley Antigua fue cambiante en el trato dado por parte de los judíos pertenecientes al Pueblo elegido con respecto a los gentiles o extranjeros. La hospitalidad estaba dirigida hacia los propios de raza y religión, y era selectiva frente a los que no pertenecían por religión al Pueblo elegido, aunque se diga en el Levítico, “trata bien al forastero, pues forasteros fuisteis en Egipto” (Cf. Lv 19,34). En otros momentos las cosas cambiaron y las normas con los extranjeros se endurecieron. Así sucedió a la vuelta de la deportación a Babilonia, y las exigencias de la pureza de raza fueron drásticas, llegando a la disolución de los matrimonios mixtos de los que volvían a Palestina, o de los mismos que habían quedado en el territorio (Cf. Esd 9,12). El objetivo de esta medida tan dura y exigente era devolver al Pueblo elegido la pureza de raza, que, pensaban, exigía el pacto establecido con YAHVEH. La norma impregnada de carácter religioso puede alcanzar una gran firmeza, pues la persona actúa en el nombre de DIOS; o así considera que lo está realizando. La intransigencia religiosa llevó a san Pablo, en su etapa como observante del Judaísmo, a ser un convencido perseguidor, que actuaba según el dictamen de la interpretación realizada de las Escrituras. El Judaísmo nunca mostró una especial vertiente proselitista; y se mostró como una religión conservadora de sus tradiciones, cultos y Escrituras, sin otra pretensión de no ser contaminado por influencias extrañas. La expansión del Judaísmo se confiaba al crecimiento del propio Pueblo por vía de generación natural; de ahí que fuese tan importante la preservación de la familia y el número de hijos. La obligación principal de un judío era la de aumentar todo lo posible la prole y agrandar así el número de los pertenecientes al Pueblo elegido.
El designio universal
De forma clara la voluntad salvadora de DIOS sobre los hombres se reveló con el Cristianismo. La voluntad de DIOS para todas las personas era alcanzar una nueva dignidad de hijos de DIOS; y, por supuesto, la salvación (Cf. Ef 1,5). Esta universalidad de la salvación estaba apuntada en los profetas, pero la conciencia religiosa real era restrictiva con respecto a la apertura del Judaísmo para todos los hombres. Sin embargo, el Cristianismo mantiene desde los comienzos un alcance universal que obedece al mandato mismo de JESÚS: “id a todos los pueblos, bautizando en el nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO. Y enseñándoles a guardar todo lo que YO os he mandado” (Cf. Mt 28,19-20). El principio era claro y estaba bien definido en cualquiera de las expresiones dadas en el Nuevo Testamento: “DIOS nos ha creado a todos y su Salvación es para todos”. JESUCRISTO entregó su vida por todos los hombres (Cf. Rm 5,15-17).
Dos formas de pedagogía divina
La apertura del Cristianismo a la universalidad de la Salvación tuvo su proceso según nos relata el libro de los Hechos de los Apóstoles. Los dos protagonistas de este libro sagrado, que marca los inicios de la Iglesia, representan dos modos complementarios de transformación hacia la mentalidad específicamente cristiana. Hablamos de Pedro y Pablo, que mantienen un protagonismo especial. La semana pasada considerábamos la drástica conversión de Saulo de Tarso, que dará como resultado al apóstol de los gentiles, Pablo de Tarso. En este domingo, el libro sagrado relata algo del proceso interior que el apóstol Pedro, cabeza de la Iglesia, va a experimentar para abrirse sin reparos a la admisión de los gentiles a la comunión con la iglesia de JESUCRISTO. Para verlo con cierto detenimiento hay que recorrer todo el capítulo diez de los Hechos de los Apóstoles, y primeros versículos del capítulo once, pues en ellos a Pedro el cabeza de la iglesia le piden cuentas los de la comunidad de Jerusalén.
Persecución y dispersión
En el libro de los Hechos consta que la Iglesia gozaba de paz, consolación en el ESPÍRITU y buena acogida por las gentes en general (Cf. Hch 4 o 9,31). Pero, al mismo tiempo aparecen los testimonios de los primeros mártires salidos de la Iglesia de Jerusalén: el diácono Esteban (Cf. Hch 7,56ss ); Santiago el de Zebedeo (Cf. Hch 12,2); y el martirio de Santiago el jefe de la Iglesia de Jerusalén, que no recoge el libro de los Hechos, pero es consignado por el historiador Flavio Josefo. Este último suceso se habría producido en el año sesenta y dos, por lo que algunos apuntan que este libro sagrado se habría escrito antes de esa fecha. Lo que ahora nos interesa es resaltar una vez más, que la vida cristiana nunca estuvo acomodada en una paz perpetua, sino que vivió las contrariedades de este mundo en lo individual y social. La Iglesia de Jerusalén se había constituido con rasgos de “espera mesiánica”: era la Iglesia que estaba en el lugar adecuado para recibir al SEÑOR en su vuelta, o Segunda Venida:”¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Cf Hch 1,6); le preguntan a JESÚS instantes antes de la Ascensión. La Resurrección había acontecido en Jerusalén, pues allí se produjo su muerte; la Ascensión o entronización a la “derecha del PADRE” también habían sido testigos en la Ciudad Santa; por deducción, la ansiada Segunda Venida se habría de manifestar en Jerusalén. La Iglesia se mantenía vigilante a la Segunda Venida en la que se produciría una restauración de dimensiones desconocidas. Pero los acontecimientos marcaban un destino desconcertante, que obligaba a una cierta clandestinidad; y, al mismo tiempo, a la marcha a otros lugares de los representante principales de la comunidad que pudieran verse perseguidos. Había que ponderar con mucho equilibrio el factor martirial con el mandato evangelizador. Si todos los testigos de la Resurrección eran martirizados, la Iglesia podía desaparecer; y quedaría sin cumplir el mandato del SEÑOR. El mundo conocido era susceptible de ser evangelizado en pocas décadas, pues estaba alrededor de la Cuenca Mediterránea.
Pedro en Joppe
Las autoridades religiosas judías ya tenían un buen conocimiento de quiénes marchaban a la cabeza de la nueva religión, que disputaba su espacio con el Judaísmo oficial. Pedro tiene que desaparecer por momentos del punto de mira inmediato de sus perseguidores y lo encontramos en misión por las localidades costeras. Por un tiempo fija su residencia en Joppe, en casa de Simón el curtidor (Cf. Hch 9,42). Un día de aquellos, Pedro sube a la azotea, a la hora secta, para hacer la oración, y cae en éxtasis, en el que contempla un amplio lienzo extendido que sostiene distintos cuadrúpedos, y escucha una voz que le ordena: Pedro, mata y come. En la misma visión Pedro replica: SEÑOR nunca ha entrado en mi boca nada impuro. La voz vuelve a hablar: No llames impuro a lo que YO he creado puro (Cf. Hch 10,12-15). Pedro entendería muy poco después el significado de aquella visión. Pedro no se daba cuenta todavía las veces que con el MAESTRO había entrado en casa de personas consideradas contaminadas y contaminantes espiritualmente hablando. Las comidas en casa de los publicanos eran un atentado grave contra la pureza ritual, que Pedro estaba declarando en aquellos momentos. La transformación que sigue a la conversión es un proceso largo en el que las modificaciones interiores no son fáciles. Todavía el apóstol Pedro iba tener que superar distintas pruebas para admitir a los gentiles dentro de las filas de la comunidad cristiana.
El centurión Cornelio
El gobernador de aquella región tenía la residencia fijada en Cesarea que estaba arquitectónicamente romanizada con construcciones y diseño de la ciudad al estilo romano. El destacamento militar estaba formado por unos seiscientos soldados con distintos centuriones o capitanes al frente. Entre estos últimos estaba Cornelio, del que empezamos a saber en este capítulo del libro de los Hechos de los Apóstoles. Parece ser que el centurión Cornelio había dado pasos en el acercamiento a la Fe y desligado de los dioses propios del Imperio. Esta circunstancia suponía un gran riesgo para él, pues los romanos unían el éxito de sus conquistas a la protección de sus dioses; por otra parte los cristianos pronto pasarían a la lista de los perseguidos no sólo por la atribución del incendio de Roma, sino por negarse estos al reconocimiento del emperador como divinidad. Cornelio y su familia empezaban a caminar por un terreno pantanoso en lo social y debían de proceder con cautela.
El Ángel se presenta ante Cornelio para decirle que sus oraciones y limosnas han sido aceptadas ante DIOS” (v.4). El Ángel le indica los pasos siguientes que ha de realizar para seguir avanzando en el camino cristiano. Tenemos en este capítulo diez un esquema del proceso catecumenal: oraciones, limosnas y penitencias, previas al Bautismo en el nombre de JESUCRISTO. La enseñanza de los Apóstoles cubre todas las etapas del camino que está simbolizado por la predicación de Pedro en casa de Cornelio como reunión en la Iglesia doméstica. Queda de relieve, no obstante, el gran valor de la oración y las obras de misericordia realizadas por Cornelio antes del Bautismo, que abrieron la puerta a la acción extraordinaria de DIOS en la manifestación de su Ángel. No es menos importante señalar la Fe de la familia de Cornelio y la de sus amigos más íntimos, que ofrece así una instantánea de la formación y expansión de la iglesia. Este es un modelo canónico para cualquier época. Cualquier método evangelizador, de forma especial en tiempos de crisis, debe volver la mirada al cuadro descrito en estos versículos. La intervención de los Ángeles, lejos de distraer la atención de lo importante, hace que reconozcamos a unos colaboradores dispuestos por el SEÑOR “para todos los que han de heredar la Salvación” (Cf. Hb 1,13). Era la hora nona, cuando el Ángel se presenta ante Cornelio: esta es la hora de la máxima Misericordia, que los evangelios señalan como el punto final de la crucifixión de JESÚS; y, por tanto, del largo y penoso sacrificio por todos los hombres del “CORDERO de DIOS que quita el pecado del mundo” (Cf. Jn 1,29). La reconciliación entre el Cielo y la tierra está sellada para siempre por la sangre de JESUCRISTO (Cf. Col 1,20); y los Ángeles siguen al acercarse a los hombres el mismo camino de descenso de su SEÑOR. La colaboración angélica en los comienzos de la expansión del Cristianismo no es una acción relegada a los inicios, sino que forma parte de las líneas de evangelización en la iglesia para todos los tiempos, y en especial para los momentos cruciales como los nuestros. Reducir a los Ángeles a un recurso mítico sin incidencia alguna en la vida cristiana es un disparate y una gran pérdida espiritual.
Dispuestos para escuchar
Todos los reunidos en Casa de Cornelio estaban dispuestos para escuchar lo que Pedro debía decirles de parte del SEÑOR (v.33).Pedro, a renglón seguido, predica un contenido doctrinal con las grandes líneas que en el futuro cualquier programa formativo debe recoger. Pedro afirma que “DIOS no hace acepción de personas, sino que acoge a todo el que en cualquier parte hace el bien” (v.33) Presupone esta verdad, que existe una bondad natural en el hombre capaz de aflorar en personas de cualquier época y lugar. Para los tiempos actuales de reserva y desconfianza de cualquier religión institucional, resulta una verdad que no podemos perder de vista; pues bien sabemos del proceder altruista de un buen número de personas que prescinden de cualquier apoyo religioso institucional para realizar acciones solidarias. Pero el camino de la humanidad pasa por la revelación al Pueblo de Israel, ya que “ÉL envió su Palabra a los hijos de Israel anunciándoles la Buena Nueva de JESUCRISTO, que es el SEÑOR de todos” (v.36). El Evangelio es un anuncio de trascendencia, que abre los corazones a la Esperanza en una vida eterna más allá del mundo presente. El evangelio no es un mero humanismo, aunque el humanismo cristiano perfeccione en gran medida las virtudes y los valores humanos; pero el horizonte del Cristianismo no se fija en los límites de este mundo. Da por hecho, Pedro, que su auditorio conoce algo de la predicación de JESÚS: “vosotros sabéis lo acontecido en toda Judea comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo” (v.37). Sin duda los reunidos en aquella casa habían participado de alguna de las reuniones multitudinarias que tuvieron lugar en vida de JESÚS. Pasando de incógnito los romanos querían estar informados de primera mano; y por este simple hecho los allí reunidos pudieron ser testigos directos de las palabras del propio JESÚS, pero ahora adquirían mucho más alcance, y Pedro estaba dispuesto para hacerles caer en la cuenta de la doctrina del GALILEO. Pedro los confirma en la Palabra y persona de JESÚS: “DIOS ungió a JESÚS con el ESPÍRITU SANTO, por tanto ÉL era el CRISTO, y pasó haciendo el bien que de ÉL se esperaba, curando a los enfermos y liberando a todos los oprimidos por el Diablo” (v.38). Pedro no tuvo que esforzarse mucho en demostrar lo que estaba diciendo, pues su exposición iba a tener un efecto de memorial, es decir, se iba a producir de nuevo entre los reunidos signos similares que habían visto realizar a JESÚS. Pedro y el resto de los Apóstoles dan razón acreditada de todos aquellos acontecimientos, que llegaron a su término con la muerte y Resurrección. Tras la muerte, JESÚS se les apareció y los Apóstoles son testigos (v.41-42). Pedro está en aquella reunión en calidad de “testigo y enviado”: testigo de haber entrado en una nueva comunión con el RESUCITADO y por haber sido enviado por ÉL a la misión evangelizadora. Todo hombre se encontrará con JESUCRISTO, JUEZ de vivos y muertos, pues sólo en “ÉL está el perdón de los pecados” (v.43). Por tanto, JESÚS se convierte en el JUEZ destinado a impartir el perdón, ya que su sacrificio obtuvo la Misericordia para todos los hombres que decidan acogerse a ella. El autor sagrado recoge, sin duda, un esquema o resumen de una predicación más amplia de Pedro en aquella casa, que para la antigua religión pesaba una prohibición; sin embargo en el nuevo orden cristiano, también aquellos paganos estaban llamados a la herencia de los santos.
El ESPÍRITU SANTO confirma la predicación
Los signos, milagros y prodigios, que acompañaron a la predicación de JESÚS, continúan en el tiempo con las acciones carismáticas del ESPÍRITU SANTO. “Estaba Pedro hablando cuando el ESPÍRITU SANTO cayó sobre todos los que estaban escuchando la Palabra; pues comenzaron a hablar en lenguas y a glorificar a DIOS” (v.45-46). Asistimos a una predicación ungida con manifestación del poder que el ESPÍRITU SANTO confiere al Mensaje, acreditándolo como verdadero. Estos signos que presentan una vertiente expresiva y externa están indicando la profunda transformación interior que el ESPÍRITU SANTO realiza en las almas de los reunidos. La casa de Cornelio se había convertido en asamblea eclesial; o dicho de otra forma: en la Iglesia reunida en casa de Cornelio. Bueno, faltaba algo esencial, pero el ESPÍRITU SANTO se había manifestado, y Pedro lo había entendido: “”¿A caso se puede negar el agua del Bautismo a los que han recibido el ESPÍRITU SANTO como nosotros? Y mandó que fueran bautizados en el Nombre de JESUCRISTO” (v.47-42) Recordamos que Pedro iba acompañado de algunos cristianos procedentes de Joppe, y es muy probable que fuesen aquellos los que siguieran las indicaciones de Pedro, que se muestra en este versículo ordenando el Bautismo. La recepción del Bautismo confiere a la asamblea reunida el carácter de Iglesia reunida en el Nombre de JESUCRISTO. A Pedro le piden que se quede con ellos unos días (v.48), pues había que asimilar la gracia recibida. Pedro daba por inaugurada la entrada oficial de los gentiles en la Iglesia de JESUCRISTO, pues la casa de Cornelio se había transformado oficialmente en la primera de otras que habrían de sumarse muy pronto.
A Pedro le piden cuentas
Tendemos a imaginar como perfectas e idílicas las primeras comunidades cristianas. El libro de los Hechos de los Apóstoles con buen criterio relata lo grande y extraordinario, sin omitir las dificultades, tensiones y notables contrariedades vividas en el seno mismo de los grupos cristianos. A Pedro le piden cuentas con tono de reproche por lo sucedido en Cesarea, en casa de Cornelio. Con infinita paciencia, cosa desconocida en el Pedro de los evangelios, el apóstol da razón pormenorizada de lo sucedido, viendo aquellos censores que el ESPÍRTU SANTO se había manifestado confirmando las palabras y actuación de Pedro; entonces, se tranquilizaron por un tiempo (Cf. Hch 11,1-18). Volverán los inquisidores judaizantes a poner trabas y se celebrará con ese motivo el primer concilio de la Iglesia en Jerusalén; pero eso lo dejamos para otro momento.
Un AMOR eterno (Juan 15,9-17)
“Como el PADRE me amó, así os he amado YO. Permaneced en mi AMOR” (v.9) El AMOR no puede dejar de ser lo que es en momento alguno y por eso es eterno. En el mismo misterio de la TRINIDAD hemos de reconocer el AMOR del HIJO hacia cada uno de nosotros, que somos hijos de adopción (Cf. Ef 1,5), pues no lo somos por naturaleza. El mismo himno de Efesios declara que somos santificados y perfeccionados en el AMOR, que el HIJO nos profesa en el ESPÍRITU SANTO, desde toda la eternidad. La hondura de este misterio habla de nuestra dignidad, que sobrepasa la condición de cualquier otra criatura en este planeta. JESÚS con este versículo realiza una revelación y una declaración. Nos revela el secreto íntimo de su relación con el PADRE, que ÉL hace patente a quien quiere (Cf. Mt 11,27) y declara que está dispuesto a amarnos con un AMOR sin límites entregado para todos y cada uno con la única condición de “permanecer”. Nos convoca el SEÑOR para un nuevo modo de estar en este mundo. Vivimos en el mundo, pero el SEÑOR quiere que vivamos al margen de las zonas de influencia que el Maligno ejerce y convierte lo humano en mundanal. Por el contrario, la permanencia en el mismo AMOR eterno que JESÚS nos profesa es el principio de instauración del Reinado de DIOS en medio de nosotros. El éxito de la fraternidad cristiana representa el triunfo del Reinado de DIOS, por lo que los versículos siguientes adquieren todo interés e importancia.
La Voluntad del PADRE
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi AMOR; lo mismo que YO he guardado los mandamientos de mi PADRE, y permanezco en su AMOR” (v.10) Existe una diferencia radical entre los mandamientos del PADRE a JESÚS, y los que a nosotros nos conciernen. La ingente obra de la Redención es el mandato recibido por el HIJO, que se traduce para nosotros en la aceptación agradecida y confiada de ese inmerecido regalo, que incluye la vida eterna. Según JESÚS la obra que el PADRE quiere que hagamos es que creamos en ÉL, en JESÚS (Cf. Jn 6,40). Algo tan aparentemente sencillo se ha convertido desde el principio en una verdadera prueba de fuego para los hombres. Las distorsiones a cerca de la persona de JESÚS para creer en ÉL han sido una constante a lo largo de la historia, y el hombre busca cualquier disculpa para librarse del encuentro con su SALVADOR. Todos los mandamientos de JESÚS quedan resumidos en el AMOR fraterno, que propone como una consecuencia natural de la vida y permanencia en CRISTO.
La alegría de la comunión
“Os he dicho esto, para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea plena” (v.11). La nueva Paz mesiánica representa un estado de plenitud ya en este mundo, que por su naturaleza no tiene un carácter permanente en el tiempo, porque el alma humana no mantiene su salud espiritual en un estado de gratificación continua; incluso, si esta acción de felicidad proviene del ESPÍRITU. Todo en nosotros es limitado; y las disposiciones de vida en el estado presente pasan por momentos de consolación y otros de desolación. Pero, naturalmente, el discípulo necesita experimentar la alegría de la Pascua, el Shalom del RESUCITADO; la paz que el mundo no puede dar, porque pertenece a los tesoros de Gracia del SEÑOR. Mal nos irá a los cristianos si no admitimos que es necesario alegrarse con el SEÑOR y participar de la alegría de la Comunión de los Santos. Mucho nos tienen que enseñar en este sentido los grupos pentecostales tanto católicos como de otras iglesias cristianas. Es de una torpeza abismal el rechazo por parte de muchos clérigos de la alegría y efusividad de la oración de alabanza, que canaliza de la forma más bíblica la alegría del Pueblo de DIOS. Prescindir de esta gracia en los tiempos presentes es casi suicida, pues uno de los reproches a la Iglesia Católica es su frialdad, rigidez y falta de trasmisión de experiencias religiosas profundas. No se puede cantar que el SEÑOR resucitó con una melodía de funeral.
Plenitud del mandamiento levítico
“Amaos los unos a los otros, como YO os he amado” (v.12). La vida comunitaria debe ser un reflejo de la vida interna de la TRINIDAD, cuyas tres PERSONAS participan de una misma naturaleza en el AMOR. Algo así pidió JESÚS en la “Oración Sacerdotal” (Jn 17) en la Última Cena: “PADRE que todos sean uno, para que el mundo crea”. Al marcar con un solo rasgo el AMOR de JESÚS, de forma inmediata decimos que el AMOR fraterno ha de estar caracterizado por la MISERICORDIA. La naturaleza del AMOR de JESÚS se descubre sin la menor duda en el momento de su muerte en la Cruz: “perdónalos, PADRE, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). Si queremos apurar hasta el final de las horas de agonía en la Cruz encontramos las palabras que ponen el punto final a la misión encomendada por el PADRE: “todo está cumplido” (Cf. Jn 19,30 ). DIOS dejaba de tener por enemigo al hombre ignorante, que había perdido la noción del bien y del mal, después del intento desesperado por hacerse con aquella ciencia, que pretendidamente lo divinizaría (Cf. Gen 3,1ss). En correspondencia con el proceder de JESÚS está el mandato del Sermón de la Montaña: “perdonad a vuestros enemigos” (Cf. Mt 5,43-44). La Redención concede la gracia de un AMOR excepcional, que rebasa la medida dada por el Levítico: “ama al prójimo como a ti mismo” (Cf Lv 19,18); reduciendo el concepto de prójimo a los más próximos, pues los de otra raza o religión encuentran otro tratamiento. El prójimo para el Levítico se encuentra entre la familia, los parientes, los amigos o los de la misma raza o religión. El mandamiento nuevo de JESÚS está destinado a generar en el mundo la presencia del Reinado de DIOS entre los hombres. Esta acción divina hay que ubicarla en el corazón del hombre, para que sea tangible en el mundo por medio de la acción cristiana.
La entrega
“Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos” (v.13). En estas palabras, JESÚS se corrige a SÍ mismo, pues ÉL da la vida por los enemigos para ofrecerles la última tabla de salvación. De ser así, los enemigos se convierten en amigos del SALVADOR en último extremo. Al mismo tiempo, JESÚS abre un criterio de discernimiento de gran trascendencia, pues significa que la acción del Reinado de DIOS está presente en todo hombre que es capaz de entregar su vida por AMOR en el servicio abnegado a los demás. En la misma línea de “la LUZ que viene a este mundo y alumbra a todo hombre” (Cf. Jn 1,9). En todos los tiempos han surgido personas excepcionales asistidas por un don de entrega especial hacia el prójimo como el propio JESÚS refleja en la parábola del “Buen Samaritano” (Cf. Lc 10,29-37), que alejado de la religión está movido por la compasión más profunda y socorre al que está malherido a costa de posponer sus proyectos. De forma silenciosa un buen número de personas van entregando sus vidas en un sacrificio diario por los suyos, sin alardes de ningún tipo. Así el ofrecimiento diario y silencioso de sus vidas a favor de los suyos realiza el milagro del AMOR y la entrega.
La autoridad del MAESTRO
“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que YO os mando” (v.14). El primer sacrificio del discípulo es reconocer como inapelables las palabras cargadas de sabiduría de su MAESTRO. Seguir o permanecer con JESÚS incluye aceptar su doctrina. La mentalidad del MAESTRO debe ser asimilada por el discípulo. El discípulo se abre a una transferencia ética y espiritual de los principios y valores dados por el MAESTRO, que se plasman en un estilo de vida. Muy pronto la sociedad romana comenzó a percibir a los cristianos por el estilo de vida, que excluían de su comportamiento determinadas acciones e incorporaban otros comportamientos desconocidos. Los cristianos no practicaban el infanticidio ni el aborto, y en casos de emergencia social, estaban en la vanguardia del cuidado de los enfermos incluso a riesgo de sus propias vidas. Esto sigue produciéndose en los países en guerra y persecución: los que se quedan a riesgo de sus vidas con los nativos son los misioneros.
Siervos, amigos e hijos de DIOS.
“Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que oído a mi PADRE os lo he dado a conocer” (v.15). Pero el cristiano no debe caer en el error: pretender alcanzar la condición de amigo, sin haber completado la condición de siervo. De hacerlo se volvería a repetir la osadía original: pretender un conocimiento para el que no se está capacitado. Lo que conoce JESÚS forma parte del legado divino, que en la limitación humana podemos reconocer en proporción ínfima, y siempre en la modalidad del don y la gracia. El “Magnificat” de MARÍA muestra la actitud correcta del discípulo, que sabe y tiene conciencia de sierva del SEÑOR (Cf. Lc 1,48). Esta condición la vivió la VIRGEN MARÍA a lo largo de toda su vida en este mundo. Por haberse mantenido en la humildad, la obediencia, y la espera de la acción de DIOS, MARÍA recogió todos los dones que estaban dispuestos para ELLA desde siempre. Nuestro destino de “hijos de DIOS” está dispuesta a condición de ser aceptados como los amigos del único que dispensa para los hombres el AMOR eterno de DIOS. La amistad, decimos, se mide en la dificultad; y JESÚS en estas palabras está asociando a sus discípulos a su via sacra, sin que ellos por el momento se den mucha cuenta: “¿sois capaces de beber el cáliz que YO he de beber? Ciertamente, mi cáliz lo beberéis” (Cf. Mt 20,22-23).
El misterio de la vocación
“No me habéis elegido vosotros a MÍ, sino que YO os he elegido a vosotros” (v.16). En virtud de esta elección, el MAESTRO ha ido modelando a sus discípulos con escrupuloso respeto de su singularidad personal. Las búsquedas humanas que se encaminan hacia DIOS obedecen a las corrientes profundas espirituales, que van pasando de sus formas latentes a los niveles manifiestos, y aparecen en la conciencia como inquietudes con carácter de tendencia. Así, las búsquedas del bien, de la bondad o de la libertad; y sobre todo la búsqueda de DIOS con quien se desea tener un encuentro personal. La llamada de JESÚS viene de lejos. El hombre con el tiempo percibe que la Creación circundante no le ofrece las respuestas que en el fondo está buscando. La trascendencia puede abrirse paso como impulso o necesidad vital. Un mundo más allá de éste se ofrece como algo excesivamente enigmático, y sólo se acomoda a las aspiraciones profundas la vía que garantice el encuentro personal con DIOS, pues no basta cualquier trascendencia. La vía o el CAMINO tiene un nombre propio: JESÚS de Nazaret. El Pueblo elegido fue privilegiado en este sentido, y los apóstoles vivieron en el tiempo de los tiempos: en la Plenitud de los tiempos (Cf. Mc 1,15;Gal 4,4). Todo bautizado está contemplado en este versículo, pues cada cristiano es un sarmiento unido a la VID con un destino eterno en condición de hijo adoptivo de DIOS. La llamada eterna del VERBO a cada uno de los suyos encuentra en el tramo histórico que nos toca vivir el tiempo de las decisiones personales, que misteriosamente tienden hacia la voz del BUEN PASTOR, que nos llama.
El que ha sido llamado tiene una misión
“Os he destinado para que deis fruto, y vuestro fruto permanezca, de modo que aquello que pidáis al PADRE os lo conceda” (v.16b). En la misma línea de Marcos: “el que crea y sea bautizado, lo acompañarán estos signos…” (Cf. Mc 16,16-18). La vida de JESÚS no se detiene en su Iglesia, aunque en algún momento se vea obstaculizada parcialmente. En el momento en el que el bautizado tiene conocimiento de la Palabra está en condiciones de llevar a término la misión. La conclusión de san Mateo en su evangelio es del todo clara: Id, y haced discípulos de todos los pueblos, bautizando y enseñando todo lo que os he mandado” (Cf. Mt 28,19). La Palabra de JESÚS crea mentalidad y fortalece las actitudes; por tanto, renueva a la persona para que realice acciones semejantes a las del MAESTRO. Cualquier campo de la misión ofrecerá inconvenientes, ante los que el desánimo y la falta de fuerzas va a requerir una plegaria destinada a la misión encomendada. Esa plegaria tiene garantizada su cumplimiento: “todo lo que pidáis al PADRE en mi Nombre será concedido”. La oración de los discípulos sigue las peticiones del Padrenuestro, que recoge todo lo que es preciso para hacer presente el Reino de DIOS.
La condición imprescindible
“Esto os mando: que os améis los unos a los otros” (v.17). Esta es la conclusión de la primea parte del capítulo quince del evangelio de san Juan. El cierre de esta alegoría con esta sentencia le confiere un carácter normativo incuestionable. Recordamos el preámbulo del capítulo trece de la primera carta a los Corintios: “ya podría hablar las lenguas de los Ángeles y de los hombres, si no tengo CARIDAD no soy nada…(Cf. 1Cor 13,1ss). Cuando se rompe la fraternidad cristiana, la acción del ESPÍRITU SANTO queda inutilizada. Es cierto que nos movemos condicionados por muchos factores externos e internos. El ambiente social y eclesial, y las propias condiciones personales, ponen difícil, a veces, el discurrir conveniente de la CARIDAD. San Juan en su primera carta nos sigue insistiendo en la primacía del AMOR con respecto a todo el resto de cosas.
El AMOR como principio de discernimiento frente al mundo (1Juan 4,7-10)
“DIOS es AMOR” (v.8). De forma rotunda puede san Juan afirmar tal cosa, porque DIOS envió a su HIJO al mundo, para que vivamos por medio de ÉL”(v.9). De la certeza sobre JESUCRISTO viene la seguridad de estar bajo la protección amorosa de DIOS, pues el HIJO fue enviado a los hombres para manifestar los planes eternos de Salvación. Al principio del capítulo, san Juan señala a todos aquellos que se comportan como embajadores del anticristo, porque niegan la verdadera naturaleza y misión de Jesucristo. El antídoto contra las insidias de los anticristos está en la vivencia del amor fraterno cristiano: “queridos, amémonos unos a otros, porque el AMOR es de DIOS, pues todo el que ama ha nacido de DIOS y conoce a DIOS. Quien no ama no conoce a DIOS, porque DIOS es AMOR” (v.7-8). El apóstol escribe esta carta después de los años suficientes como para haber comprobado cuáles eran las líneas de fuerza del Evangelio de JESÚS, y lo que nos está transmitiendo son las conclusiones de una experiencia de vida, además de un conocimiento privilegiado del propio JESÚS, su naturaleza y doctrina. El misterio de DIOS se esclarece en nuestro actual peregrinar dentro de la misma fraternidad cristiana. Algo de lo que nos espera lo estamos viviendo, si nos esforzamos por construir una comunidad dentro de la fraternidad cristiana. En los tiempos presentes la vigencia de las comunidades cristianas es un faro de luz para la sociedad y la propia iglesia, en la que parece que las velas se van apagando, aunque bien sabemos que la LUZ es inextinguible.