Decía un profesor que “los fantasmas no existen, pero de que los hay los hay”, se trata de los fantasas que creamos en la mente, el corazón y la memoria. Esas “telarañas” impiden muchas veces reconocer la bondad y la verdad en las personas. Fueron estos fantasmas los que impidieron el reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios.
El evangelio de este domingo (Mc 6, 1-6) nos habla del rechazo que Jesús recibe por parte de los habitantes de su mismo pueblo. En efecto, después de predicar y hacer curaciones en otras partes, Jesús regresó a Nazaret y se puso a enseñar en la sinagoga. Los de su pueblo se asombraban de su sabiduría y, dado que lo conocían como el hijo de María, el carpintero que había vivido en medio de ellos, en lugar de acogerlo con fe se escandalizaban de él (cf. Mc 6, 2-3).
El término escándalo es una palabra que designa un objeto que te hace caer, una especie de trampa que se pone en el camino para que el que pasa por ahí se tropiece, sea una persona o un animal. En este sentido el escándalo es un obstáculo que te hace caer.
En efecto, dice la Palabra de Dios que los habitantes de Nazaret se escandalizaban de Jesús. Su escándalo o piedra de tropiezo fue el conocimiento que tenían de él. La familiaridad en el plano humano les dificulta ir más allá y abrirse a la dimensión divina. A ellos les resultaba difícil creer que aquel carpintero fuera el Hijo de Dios.
De esta manera, el pasaje bíblico de san Marcos establece una diferencia muy grande entre la forma de proceder de Dios y las expectativas humanas. Los habitantes de aquel pueblo tenían una idea de salvación muy diferente a la que Dios escogió para salvarlos. En efecto, existía en el pueblo de Israel una idea muy difundida de que el mesías que había de venir, sería un personaje de orígenes desconocidos, con un perfil extraordinario, poderoso y victorioso sobre sus enemigos. Para los habitantes de Nazaret, Jesús les resulta muy familiar, es una persona normal cuyos orígenes, parientes y oficio les es conocido. No pueden creer que Jesús sea el mesías enviado de Dios para salvarlos. El conocimiento humano de humano de Jesús nos les permitió ver la revelación de lo divino. He aquí el desafío que este evangelio nos presenta.
El hecho es que Dios escogió un camino diferente para salvar a su pueblo: Dios quiso que su hijo se hiciera uno de nosotros, naciera, viviera, padeciera como cualquier otra persona. Escogió el camino de la normalidad no de la espectacularidad, la senda de lo cotidiano no de lo extraordinario. El camino de la cruz y de la humillación, no el del éxito ni de la gloria.
Es lícito hacerse preguntas sobre Dios y sobre los signos que hace, lo que no es lícito es quedarse atrapados en meros razonamientos que no nos permiten abrazar la fe. Muchas veces los cuestionamientos humanos nublan el corazón y no le permiten a uno darse cuenta de la presencia de Dios en medio de nosotros. Ojalá lo que nos es familiar y cotidiano, no nos nuble el entendimiento para descubrir la presencia de Dios.
Debemos reconocer también que Dios se sigue manifestando hoy a través de signos sencillos. Los bienes de Dios nos llegan incluso por medio de los límites y la fragilidad de las personas. Dios nos hace llegar su salvación por medio de signos cotidianos. Dios se sirve de estas realidades para buscar nuestra santificación y comunicarnos su vida divina.