El deseo del hombre por vivir es la raíz de todos los deseos, ya que anhela poseer la vida en la plenitud, pero para lograrlo es necesario desarrollarse y crecer en su ser.
La vida es cosa preciosa, el deseo por vivir aparece en todas las etapas del ser, en cada una de ellas se deben vivir con intensidad los momentos, pues los seres humanos se edifican a sí mismos, crecen desde su interior y desde su interior conocen a su creador.
El deseo, por ser algo esencial en el hombre, no se puede desarraigar de él; éste conserva el deseo del bien, pero su naturaleza humana se inclina también al mal, por tal motivo está sujeto a errar. En efecto, este deseo puede ser para él una prueba permanente y peligrosa. La seducción o atracción por alguien arrastra a cometer errores de los cuales posteriormente te puedas arrepentir, ¡es cosa reprochable! ¡es una lucha dramática entre el bien y el mal!
El hombre, al ser dotado de las facultades de entendimiento y voluntad, se dirige, tiende y busca su perfección, así como desea poseer lo bello, lo bueno y la verdad. Así, dibuja en su rostro el amor que quiere alcanzar, es decir, responde al deseo natural por conseguir la felicidad.
El hombre, al ser racional, es dueño de sus actos y es responsable a la vez, en la libertad que se le ha conferido. La libertad implica la posibilidad de elegir entre una y otra cosa, entre lo bueno y lo malo, por consiguiente, al pretender crecer en la perfección, el resultado va a depender de las elecciones y acciones; no se trata de ser autosuficiente o autorrealizable, sino, más bien, de saber elegir lo que me conduce a mejorar y no demeritar mi dignidad.
Del corazón del hombre brotan las pasiones, como esos sentimientos que lo movilizan a desear algo, por ejemplo, el amor causa el deseo hacia el bien, no así los deseos desordenados. No pongamos nuestros afanes en satisfacer todos los deseos, hay que saber elegir; quiero aclarar que las pasiones no son buenas ni malas, éstas dependen de hacia dónde se dirigen.
Fíjate que los sentimientos como los temores, las tristezas y las alegrías, entre otros, son parte intrínseca del ser humano, pero al pasar estos por la razón, es decir, por tu parte intelectiva, tu inteligencia, ella sopesa y piensa qué le conviene realmente y en consecuencia actúa. Ésta es la acción operante de la voluntad. Recuerda que la decisión siempre debe guiarse hacia lo bueno, lo mejor, lo que me da vida, lo que me realiza, no tan solo hacia lo que me pudiera provocar satisfacción.
Los invito a reflexionar; sean deseos, afectos, sentimientos, pasiones, o cualquier emoción, todo dependerán de la razón y de la voluntad para dirigirse a la realización y, si a esto le agregas un poco de fe, es un hecho que el deseo tomará su cauce hacia la plena realización. Recuerda, tienes una dignidad a la cual hay que darle su justo valor.
Para concluir, reflexionemos que el entendimiento y la voluntad regulan nuestros actos y ordenan nuestros sentimientos, deseos y pasiones. Tampoco olvides ponerle siempre una pisca de fe a todo, para que tu vida se acerque a la plenitud.