Los científicos católicos no se esconden: se extienden organizadamente por el mundo. Primer Congreso organizado por la Universidad de Navarra

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En las salas del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, de jueves a sábado, se han reunido unos 50 científicos llegados de toda España para el primer congreso español de la Sociedad de Científicos Católicos. Es un momento histórico, el nacimiento de algo nuevo, muy creativo y original, y con gran potencial de crecimiento y fruto para la Iglesia, la fe y el pensamiento. 

La Sociedad nació en 2016 con seis amigos científicos en Estados Unidos. En dos años ya superaban los 600 socios y hoy cuenta con 1.800 socios en 55 países. En Europa cuenta con unos 200 y la Sociedad empieza a crear capítulos regionales: el primero, el de España, y muy pronto también nacerá el de Polonia. La posibilidad de crecimiento es grande.

Su presidente internacional, Stephen Barr, profesor emérito de Física y Astronomía en la Universidad de Delaware, se dedica a tiempo completo a la asociación, como un apostolado, y está en plena fase «Timoteo 2,2» (por la carta de San Pablo: formar a otros capaces de ser formadores). Ha acudido a Pamplona -es su primer viaje a España- a explicar con pasión la visión que impulsa esta Sociedad.

El bucle perverso: los católicos que se esconden

«En los 60 yo era estudiante en una universidad cristiana y no conocía a ningún cristiano entre mis compañeros ni profesores, ni podía decir el nombre de ningún científico religioso. Sospechaba que existían pero que debían ser muy pocos. No experimenté hostilidad, pero sí aislamiento, ser el único, y eso puede ser desmoralizador. Gracias a Dios, yo tenía convicciones sobre Dios, Cristo y la Iglesia muy firmes, porque de adolescente había pensando muy en serio en estos temas, pero este aislamiento debilita a muchos creyentes«.

Stephen Barr es el presidente de la Sociedad de Científicos Católicos a nivel mundial.

Stephen Barr es el presidente de la Sociedad de Científicos Católicos a nivel mundial. Foto: © Manuel Castells/Universidad de Navarra.



«Mucho después descubrí que hay un espejismo engañoso causado por los mismos creyentes: sintiéndose aislados, se aíslan aún más, se esconden. Es un bucle. Algunos temen ser castigados si se muestran como cristianos, a veces con razón. Pero sus compañeros no creyentes, al no ver científicos con fe, piensan que no existen y eso hace que menosprecien más a lo católico, lo que a su vez fortalece que se escondan. Hay ateos muy expresivos pero no creyentes muy expresivos«.

Este es el bucle vicioso que la Sociedad de Científicos Católicos está rompiendo con asociacionismo, amistad, actividades y visibilidad.

Kathy, la esposa de Barr, explica que ella asistió a las primeras reuniones de científicos católicos, en las que la gente hablaba y hablaba entusiasmada por los pasillos, conociendo gente nueva. Les preguntaba: «¿Qué sentimientos te despierta todo esto que estamos viviendo?» Y la gente le respondía: «¡Alivio! Porque ¡por fin puedo hablar

Cuando sueltas un tema… y saltan las ideas

En pasillos hacemos una prueba parecida con una profesora de Biología de una universidad de Madrid y le preguntamos si puede hablar de fe con algún científico en su entorno. «Ni hablar, en mi departamento se ponen hostiles y despectivos. Quizá en Biología hay más hostilidad activa que en otras ramas. Sueltan cosas groseras, que si los pederastas, que si el oscurantismo… ‘Bah, la Asunción, qué es eso, un cuerpo en el Cielo, dónde está el Cielo’, dicen en plan de mofa».

Se monta un corrillo entre los que lo oyen. «Habría que debatir qué es un cuerpo». «No es un lugar, es un estado». «Vale, pero los cuerpos ocupan espacio o no son cuerpos». «Pero habría que afinar más con qué es un cuerpo». «Y el espacio en otras dimensiones funciona de otra manera, los cuerpos podrían tener propiedades distintas fuera de las tres dimensiones…»

Una de las sesiones del congreso, celebrado este fin de semana en la Universidad de Navarra.

Una de las sesiones del congreso, celebrado este fin de semana en la Universidad de Navarra. Foto: © Manuel Castells/Universidad de Navarra.


Es soltar la chispa y se enciende una llama de ideas creativas, quizá no muy ortodoxas en ciencia o en teología, pero entre varios la van afinando.

Se emocionan. Es fascinante. Hay una magia que les conecta y les anima a pensar «fuera de la caja» y a comentarlo.

En la cena, Barr suelta a los comensales que le rodean su teoría personal -hipótesis creativa- de múltiples universos donde sólo uno es realmente real porque es el único que tiene conciencias, el resto tiene cuerpos pero sin mentes. Dios los ve, y ve cuál es el real: los demás aportan los números necesarios para que cuadren las cuentas cuánticas y quizá a Dios le hacen gracia. O algo así: el profano no entiende mucho del asunto, pero los que saben de física entran en el debate entusiasmados.

Hay pasión, pero falta tiempo

Ignacio Sols, un matemático de primera, y Fernando Sols, un experto en física de materiales, han acudido al congreso. Son hermanos, hijos de Alberto Sols (1917-1989) de quien la Wikipedia dice rotunda: «Pionero de la Bioquímica en España», Premio Príncipe de Asturias, Premio Ramón y Cajal…

Ignacio se queja en pasillos de que siempre ha sido muy deportista pero desde hace unos días una ciática le está destrozando. Otra cosa que le inquieta más: es un apasionado de Doménico de Soto, un sacerdote científico español que en el siglo XVI se adelantó a Galileo describiendo el concepto de masa, y de hecho usa las mismas palabras que usaría Galileo: «Resistencia interna». Le gustaría hacer algún libro de divulgación sobre él. Pero no puede: está a punto de lograr algo gordo con un teorema matemático, que es lo suyo, y en lo que debe centrarse. Así que la divulgación sobre geniales clérigos científicos españoles queda aplazado sine die.

«Esto es lo que pasa a menudo», explica Barr: «El científico católico no es especialmente individualista, pero está muy ocupado con su carrera, que absorbe y requiere mucho. Le cuesta encontrar tiempo para el asociacionismo: si le dices que haga una conferencia en un congreso, te lo hará, pero costará mucho que organice un grupo local, que invite a otros, etc…»

Pero Barr no sólo se preocupa por científicos que se sienten solos. También por jóvenes -de ciencias o de letras- que dejan la fe. «En Estados Unidos los estudios de CARA Georgetown y de sondeos Pew han demostrado que cuando se pregunta a los jóvenes por qué dejan el cristianismo la respuesta más frecuente es ‘entendí que ciencia y fe son incompatibles’. Pero no es cierto, no son incompatibles, hay armonía entre ellas. Y eso hemos de mostrar», insiste Barr.

Stephen Barr, acompañado por Javier Sánchez Cañizares, sacerdote y físico y coordinador del congreso de la Sociedad de Científicos Católicos en España.

Stephen Barr, acompañado por Javier Sánchez Cañizares, sacerdote y físico y coordinador del primer congreso de la Sociedad de Científicos Católicos en España. Foto: Universidad de Navarra.

Así, la Sociedad de Científicos Católicos, ya con seis años de experiencia, tiene claro lo que ofrece: un espacio de comunión, conversación, amistades y debates fuertes (porque hay muchas cosas en las que legítimamente pueden no estar nada de acuerdo, pero les encantará debatirlo). «Para muchos de nuestros socios, acudir a un encuentro así fue la primera vez en que se sintieron rodeados de personas que comparten su amor por la ciencia y por la fe«, insiste Barr.

Los de Física y los de Biología 

Los temas se suceden en este congreso. A nivel internacional, los socios se dividen a partes iguales en científicos dedicados a física, química y astronomía y los dedicados a biología y biomedicina. En las Jornadas que organizan, además de las misas, se tratan temas de ambos grandes ámbitos, y de otros que entroncan.

En esta sesión Fernando Sols habla las novedades de la física contemporánea y de cómo pueden encajar bien con la visión cristiana. Y Javier Novo, de la Universidad de Navarra, explica cómo investigó todo lo que Joseph Ratzinger publicó o dijo oralmente sobre fe y teoría de la evolución (en sus últimos años se ve que entró, quizá mal asesorado, en temas técnicos de biología que la inmensa mayoría de biólogos, también creyentes y ortodoxos, dan por resueltos).

Temas para que te miren mal: Cristo, milagros, mística…

Con una voluntad sanamente provocadora, Francisco Güell, licenciado en Biológicas pero doctor en Filosofía y Letras, empieza a plantear temas que algunos encontrarán incómodos: los milagros, la Resurrección, las experiencias místicas, las experiencias espirituales, las videntes y profetisas con revelaciones privadas… No plantea tanto estudiar estas cosas como dejarse sumergir en ellas si ayudan a la fe, y vivir «una vida de Dios», en contraste con cierto cristianismo de rutina sociológica que aún persiste en algunos centros de enseñanza cristianos. De alguna manera, pide a los científicos ser más místicos y carismáticos.

Pero, por otra parte, la España del siglo XXI ya tiene sus místicos, carismáticos y profetas. Dios los genera. Pero hasta ahora no había una Sociedad de Científicos Católicos, y estos científicos estaban invisibilizados. ¿Deben perder respetabilidad científica hablando de milagros, cosas sobrenaturales y el mismo Cristo? Eso puede hacerlo otra gente en la Iglesia, donde los carismas son muchos y diversos. ¿Qué es lo que es propio del científico cristiano?

Si alguien corre riesgo de experimentar soberbia y orgullo, que mencione a Cristo en un ambiente científico, y enseguida aprenderá la virtud de la humildad, que humillación no va a faltar, viene a avisar (pero también recomendar) Güell.

Preguntamos a Barr si estos temas «raritos» deben tratarlos los científicos católicos. «Oh, sin duda, son nuestros preferidos en la Sociedad», responde. «No permitimos declaraciones oficiales sobre políticas públicas, sobre si tal lugar ha de invertir en nucleares o en renovables o… bueno, en realidad no tenemos posturas oficiales sobre nada, sólo lo que enseña la Iglesia. En cambio, nos encanta hablar de como puede ser la vida extraterrestre, la inteligencia artificial, la vida de los primeros homínidos, los milagros, todas esas cosas apasionan a nuestros socios y al público».

La cantera que se atreve con grandes temas

Entre los asistentes hay unos 30 chicos y chicas de 17 años que han presentado unos paneles y posters con temas de ciencias muy diversos: el origen de la vida, la definición de persona, la existencia de Dios según Anthony Flew, argumentos sobre la historicidad de Jesucristo, la relación entre creación y evolución… Los tres equipos más votados han de explicar sus argumentaciones: tienen más agujeros que un queso de gruyere y sólo entienden un porcentaje de lo que dicen. Pero les parece interesante y ven una concentración de católicos inteligentes y creativos que nunca antes vieron. Y la Sociedad de Científicos Católicos ha descubierto que cada vez tiene más vocación de trabajar con chavales de instituto y con jóvenes.

Gonzalo, de 17 años, tiene que tomar un autobús a las diez de la noche desde Pamplona y llegará a Valencia a las cinco de la mañana, después de exponer su poster sobre el universo participativo de John Archibald Wheeler. Tiene tablas hablando pero su hipótesis (y la de Wheeler) cojea por muchas partes, o eso dicen los que saben de Física. Pero el jurado aprecia el intento, la osadía y la pasión, esa pasión que le lleva a horas y horas de autobús nocturno.

Así nace algo nuevo en la historia de la Iglesia en España. Y probablemente crecerá y llegará muy lejos. A quien esto le resuene en el corazón, quizá debería hacerse socio.

Por PABLO J. GINÉS.

SÁBADO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2022.

PAMPLONA, ESPAÑA.

ReL.

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