Los astros no serán eternos, nuestra vida terrena tampoco

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Nos encontramos al final del año litúrgico del ciclo B, ya que el próximo domingo celebraremos la fiesta de Cristo Rey, fiesta que corona este ciclo litúrgico. Hoy escuchamos un fragmente del discurso escatológico narrado por el Evangelista Marcos. Recordemos que al decir “discurso escatológico”, hacemos referencia a las postrimerías, a la vida después de la muerte biológica, que son: La segunda venida de Jesús, el purgatorio, el infierno, la vida eterna.

En este domingo el centro es: “Aquello que ocurrirá antes de la venida de Jesús rodeado de gloria; pero lo esencial es: “Jesús triunfará al final”. El Evangelista nos narra una serie de acontecimientos que se han convertido en convicciones para todo cristiano, a saber:

1ª. La historia de la humanidad llegará un día a su final. “El sol se apagará”, la majestuosidad del astro solar que marca los días, el tiempo, dejará de alumbrar. “La luna ya no brillará”, no habrá día ni noche, ni habrá tiempo. Nos deja claro, que esta vida no es para siempre, un día llegará la vida duradera, sin espacio ni tiempo, ya que viviremos en el misterio eterno del amor de Dios.

2ª. Jesús volverá y sus seguidores podrán ver su rostro. “Verán venir al Hijo del hombre”. Si el sol y la luna habrán dejado de brillar, no estaremos en la oscuridad; es Jesús el que ilumina el mundo para siempre.

3ª. Jesús traerá consigo la salvación de Dios. Él llega con todo su poder, no se presenta con aspecto amenazador; no se habla de juicio y condena. Jesús viene a reunir a sus elegidos, los que esperan con fe viva su retorno.

4ª. Las palabras de Jesús no pasarán. Lo que Jesús nos ha dejado en su enseñanza, no perderá su fuerza salvadora. Estas palabras seguirán alimentando la esperanza en todos sus seguidores. Recordemos que no caminamos hacia el vacío, Jesús nos saldrá al encuentro. Nos espera el abrazo de Dios.

Esas cuatro convicciones que tenemos como cristianos, debemos comprenderlas bien; no sólo centrarnos en los últimos acontecimientos que parecen cataclismos, que pueden conducirnos al miedo y vivir pensando que Dios un día destruirá todo, su finalidad es más bien que centremos nuestra atención en lo que Dios quiere: Nuestra conversión.

No podemos ver los acontecimientos del mundo como actos del fin de los tiempos, por ejemplo: las pandemias, los desastres naturales, la violencia, la guerra, etc. y no podemos vivir en el miedo del día final. Recordemos que el día y la hora nadie lo sabe, lo que sí sabemos es que todo esto pasará, menos las palabras de Jesús, y las palabras de Jesús hoy están cargadas de sabor apocalíptico. Tengamos en cuenta que, en ningún

momento los Evangelistas hablan del fin del mundo, en sentido estricto, Jesús no predica el fin del mundo, ese no era su interés, para Él lo más importante es anunciar los efectos liberadores de su Evangelio. Según maneras antiguas de pensar, los astros simbolizan por su majestuosidad, a los imperios. El Evangelio de Jesús ha de propiciar en efecto, el resquebrajamiento de todos los sistemas injustos que, de alguno u otro modo, se van erigiendo como astros en el firmamento humano. La única forma de redireccionar el rumbo de la historia por los horizontes queridos por el Padre, es haciendo caer los sistemas que a lo largo de la historia, intentan suplantar el proyecto de libertad, de justicia y de vida querido por Dios, con un proyecto propio disfrazado de vida, pero que en realidad es muerte, como lo estamos viendo en nuestro País y en nuestro mundo. Esta tarea la ha de realizar el discípulo que ha aceptado a Jesús y su proyecto.

Vivamos nuestra vida en camino hacia la plenitud, vivamos con intensidad el tiempo de Dios, comprometidos en nuestra tarea evangelizadora, constatando que en medio de las dificultades siempre hay argumentos para la esperanza, por eso no vivamos en un fatalismo, ni nos sentemos a esperar el día final, somos peregrinos en este mundo, y un día, que no sabemos cuándo, vamos a marcharnos.

Hermanos, con esta conciencia podemos aprender a soltar, a no aferrarnos a las cosas materiales, nos damos cuenta que, los astros no serán eternos, nuestra vida terrena tampoco; nuestra vida y nuestra historia está en ese camino hacia la plenitud. Esto debe ayudarnos a vivir con intensidad el tiempo que Dios nos permita, sabiendo que esta vida tiene su plenitud en la vida eterna.

Sin miedos, te invito para que reflexiones en tu vida terrena. Las cosas que amas: coche, casa, tierras, ropa, joyas, etc, ¿qué pasará cuando te marches? ¿quién les dará uso? Las personas que amas: papás, pareja, hijos, amigos, etc, ¿cómo los tratarías si supieras que mañana partirás? ¿qué les dirías? Sabiendo que nuestro tiempo aquí en la tierra es limitado, ¿valdrá la pena guardar resentimientos o rencores? ¿vivir para acumular fama, riquezas y poder? ¿Por qué no vivir mejor para amar y servir a Dios y a nuestros hermanos?

Caminamos hacia la plenitud de la vida, y para eso, tenemos que pasar por el acontecimiento de nuestra muerte; aprendamos a aprovechar el tiempo que Dios nos permita. No tengamos miedo a la muerte, recordemos que al final está Jesús esperándonos con los brazos abiertos. No vivamos buscando acontecimientos que preludian el fin de todo; vivamos con intensidad nuestra vida tratando de ser fieles discípulos y misioneros del Maestro Jesús, anunciando el Evangelio de la liberación, de la paz y de la vida, ante la cultura de muerte que muchos pretenden implantar.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan
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