En el evangelio de este domingo, Jesús nos propone la parábola de la semilla que el sembrador pone en tierra y, de manera imperceptible, empieza a crecer, se va desarrollando.
“Pues bien, dice Jesús, así es la acción de Dios en nuestras vidas”. Si recibimos su palabra en nuestro corazón, sin que nos demos cuenta empieza a crecer, se desarrolla hasta el punto que es capaz de dar fruto. Todo está en que tú seas capaz de abrirte a Jesús y su evangelio, en que te dejes modelar, que tomes en serio su palabra y la empieces a poner en práctica en tu vida; lo importante no son los cambios espectaculares, tienes que permitir que la palabra de Jesús abrace tu corazón e inicies, de modo imperceptible, a cambiar tu manera de pensar, poco a poco empezarás a pensar como Jesús y, sin que te des cuenta, llegará el momento en que te identificarás totalmente con el Señor, con su manera de sentir y actuar, te irás pareciendo cada vez más a Él y Él te dará la gracia del crecimiento y de los frutos.
El Señor no suele manifestarse de forma espectacular A veces quisiéramos que se manifieste de esa manera, pero él actúa en el silencio, a discreción, él actúa en las cosas sencillas y cotidianas, aquellas que muchas veces no le damos valor, pero que en realidad son las más importantes de la vida; lo único que te pide Jesús es que te abras a su palabra, que lo dejes sembrarla en tu corazón, que seas dócil a su gracia y su acción, él se encargará que crezca y dé fruto, un fruto que, incluso, te sorprenderá porque sin darte empezarás a pensar y actuar como el Señor te pide.
“Señor Jesús, no te cansas de sembrar la semilla de tu palabra en mi corazón, ten compasión de mí que soy tierra estéril y seca, sólo tú puedes hacer el milagro de mi conversión, sólo tú puedes hacer que tu palabra rompa la dureza de mi corazón, entra en él. Señor, rompe con violencia, si es necesario, mi dureza y mi sordera, yo te ofrezco mi corazón para que, sembrado en él tu semilla, lo transformes en un corazón semejante al tuyo. Feliz domingo. ¡Dios te bendiga!