León XIV contra el lenguaje ambiguo y ambivalente: «la Iglesia nuca puede rehuir decir la verdad…»

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«Cuando las palabras adquieren connotaciones ambiguas y ambivalentes, y cuando el mundo virtual con su percepción alterada de la realidad se impone sin control, se hace difícil establecer relaciones auténticas», dijo hoy el Papa León XIV en una audiencia con miembros del cuerpo diplomático de la Santa Sede.

Añadió:

la Iglesia nunca puede rehuir decir la verdad sobre el hombre y el mundo, incluso recurriendo a un lenguaje contundente cuando sea necesario, lo que puede provocar alguna incomprensión inicial».

El Papa León XIV habló también de «mi propia historia»:

«Es la de un ciudadano, descendiente de inmigrantes que optaron por emigrar. A lo largo de nuestra vida, podemos encontrarnos sanos o enfermos, empleados o desempleados, viviendo en nuestra tierra natal o en el extranjero, pero nuestra dignidad permanece siempre inalterable: es la dignidad de una criatura querida y amada por Dios».

Cree que vivimos en una «época de cambios epocales», y que «hay que hacer todo lo posible para superar las desigualdades globales -entre la opulencia y la indigencia- que están creando profundas divisiones entre continentes, países e incluso dentro de cada sociedad».

AUDIENCIA CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE

DISCURSO DE SU SANTIDAD EL PAPA LEÓN XIV

Salón Clementine

Viernes 16 de mayo de 2025

Eminencia,

Excelencias,

Damas y caballeros,

¡La paz sea contigo!

Agradezco a Su Excelencia el Sr. George Poulides, Embajador de la República de Chipre y Decano del Cuerpo Diplomático, las cordiales palabras que me ha dirigido en nombre de todos ustedes y su incansable trabajo, que lleva a cabo con el vigor, la pasión y la amabilidad que lo distinguen, cualidades que le han valido la estima de todos mis predecesores encontrados en estos años de misión ante la Santa Sede y, en particular, del difunto Papa Francisco.

Me gustaria entoncesQuisiera expresar mi gratitud por los numerosos mensajes de felicitación recibidos tras mi elección, así como por los de condolencias por el fallecimiento del Papa Francisco, que los precedieron y que llegaron también de países con los que la Santa Sede no mantiene relaciones diplomáticas. Se trata de una importante muestra de agradecimiento que fomenta la profundización de las relaciones mutuas.

Me gustaría que en nuestro diálogo prevaleciera siempre el sentido de familia –la comunidad diplomática, de hecho, representa a toda la familia de los pueblos–, que comparte las alegrías y las tristezas de la vida y los valores humanos y espirituales que la animan. La diplomacia papal es, de hecho, expresión de la propia catolicidad de la Iglesia y, en su acción diplomática, la Santa Sede está animada por una urgencia pastoral que la impulsa a no buscar privilegios sino a intensificar su misión evangélica al servicio de la humanidad. Combate toda indiferencia y apela continuamente a las conciencias, como lo hizo incansablemente mi venerado predecesor, siempre atento al grito de los pobres, de los necesitados y de los marginados, así como a los desafíos que caracterizan nuestro tiempo, desde la tutela de la creación hasta la inteligencia artificial.

Además de ser un signo concreto de la atención de vuestros países a la Sede Apostólica, vuestra presencia hoy es para mí un don, que me permite renovar la aspiración de la Iglesia -y la mía propia- de llegar y abrazar a cada pueblo y a cada persona de esta tierra, deseosa y necesitada de verdad, de justicia y de paz. En cierto sentido, mi propia experiencia de vida, desarrollada entre América del Norte, América del Sur y Europa, es representativa de esta aspiración de cruzar fronteras para conocer personas y culturas diferentes.

A través del trabajo constante y paciente de la Secretaría de Estado, pretendo consolidar el conocimiento y el diálogo con vosotros y con vuestros países, muchos de los cuales ya he tenido la gracia de visitar a lo largo de mi vida, especialmente cuando era Prior General de los Agustinos. Confío en que la Divina Providencia me conceda ulteriores ocasiones de encuentro con las realidades de donde provenís, permitiéndome acoger las ocasiones que se presentarán para confirmar en la fe a tantos hermanos y hermanas esparcidos por el mundo y para construir nuevos puentes con todas las personas de buena voluntad.

En nuestro diálogo quisiera que tuviéramos presentes tres palabras clave, que constituyen los pilares de la acción misionera de la Iglesia y de la labor diplomática de la Santa Sede.

La primera palabra es paz .

Con demasiada frecuencia la consideramos una palabra “negativa”, es decir, como la mera ausencia de guerra y de conflicto, ya que la oposición es parte de la naturaleza humana y nos acompaña siempre, empujándonos con demasiada frecuencia a vivir en un constante “estado de conflicto”: en casa, en el trabajo, en la sociedad. La paz parece entonces una simple tregua, un momento de descanso entre una disputa y otra, porque por mucho que lo intentemos, las tensiones siempre están presentes, un poco como las brasas que arden bajo las cenizas, listas para encenderse nuevamente en cualquier momento.

En la perspectiva cristiana –como en la de otras experiencias religiosas– la paz es ante todo un don: el primer don de Cristo: «Mi paz os doy» ( Jn 14,27). Sin embargo, se trata de un don activo y comprometido, que interesa y compromete a cada uno de nosotros, independientemente de nuestros orígenes culturales o afiliaciones religiosas, y que exige, ante todo, un trabajo sobre nosotros mismos. La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, erradicando el orgullo y las reivindicaciones, y midiendo el lenguaje, ya que también con palabras se puede herir y matar, no sólo con armas.

En esta perspectiva, creo que la contribución que las religiones y el diálogo interreligioso pueden hacer para fomentar contextos de paz es fundamental. Esto exige naturalmente el pleno respeto de la libertad religiosa en cada país, puesto que la experiencia religiosa es una dimensión fundamental de la persona humana, sin la cual es difícil, si no imposible, alcanzar esa purificación del corazón necesaria para construir relaciones pacíficas.

A partir de este trabajo, que todos estamos llamados a realizar, podemos erradicar las premisas de todo conflicto y de todo deseo destructivo de conquista. Esto requiere también un deseo sincero de diálogo, animado por el deseo de encontrarse en lugar de enfrentarse. Desde esta perspectiva es necesario dar nueva vida a la diplomacia multilateral y a aquellas instituciones internacionales que fueron ideadas y concebidas ante todo para remediar las controversias que pudieran surgir en el seno de la comunidad internacional. Naturalmente, también debe existir la voluntad de dejar de producir instrumentos de destrucción y de muerte, ya que, como recordó el Papa Francisco en su último Mensaje Urbi et Orbi , «no es posible la paz sin un verdadero desarme [y] la necesidad que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera armamentista generalizada» [1] .

La segunda palabra es justicia .

Para alcanzar la paz es necesario practicar la justicia. Como ya he tenido ocasión de recordar, elegí mi nombre pensando en primer lugar en León XIII , el Papa de la primera gran encíclica social, Rerum novarum . En el cambio de época que estamos viviendo, la Santa Sede no puede dejar de hacer oír su voz ante los numerosos desequilibrios e injusticias que conducen, entre otras cosas, a condiciones de trabajo indignas y a sociedades cada vez más fragmentadas y conflictivas. También debemos trabajar para remediar las disparidades globales, donde la opulencia y la pobreza están abriendo profundas brechas entre continentes, países e incluso dentro de sociedades individuales.

Es deber de quienes tienen responsabilidades en el gobierno trabajar para construir sociedades civiles armoniosas y pacíficas. Esto se puede hacer en primer lugar invirtiendo en la familia, fundada en la unión estable entre un hombre y una mujer, «sociedad pequeña pero verdadera, y anterior a toda sociedad civil» [2] . Además, nadie puede evitar promover contextos en los que se tutele la dignidad de toda persona, especialmente de las más frágiles e indefensas, desde los no nacidos hasta los ancianos, desde los enfermos hasta los desempleados, sean ciudadanos o inmigrantes.

Mi propia historia es la de un ciudadano, descendiente de inmigrantes, que a su vez emigraron. Cada uno de nosotros, a lo largo de su vida, puede encontrarse sano o enfermo, ocupado o desempleado, en su patria o en tierra extranjera: nuestra dignidad, sin embargo, permanece siempre la misma, la de criatura querida y amada por Dios.

La tercera palabra es verdad .

No se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas, ni siquiera dentro de la comunidad internacional, sin la verdad. Cuando las palabras adquieren connotaciones ambiguas y ambivalentes y el mundo virtual, con su percepción alterada de la realidad, se apodera sin control, es difícil construir relaciones auténticas, pues faltan las premisas objetivas y reales de la comunicación.

Por su parte, la Iglesia no puede nunca abstenerse de decir la verdad sobre el hombre y el mundo, recurriendo cuando es necesario a un lenguaje franco, que puede dar lugar a alguna incomprensión inicial.
Sin embargo, la verdad no se separa nunca de la caridad, que en su raíz tiene siempre la preocupación por la vida y el bien de todo hombre y mujer.

Además, en la perspectiva cristiana, la verdad no es la afirmación de principios abstractos y desencarnados, sino el encuentro con la persona misma de Cristo, que vive en la comunidad de los creyentes.
Así la verdad no nos distancia, sino que nos permite afrontar con mayor vigor los desafíos de nuestro tiempo, como las migraciones, el uso ético de la inteligencia artificial y la protección de nuestra amada Tierra.
Son retos que requieren del compromiso y la colaboración de todos, ya que nadie puede pensar en afrontarlos solo.

Estimados Embajadores,

Mi ministerio comienza en el corazón de un año jubilar, dedicado de manera particular a la esperanza. Es un tiempo de conversión y de renovación y sobre todo una oportunidad para dejar atrás las controversias y emprender un nuevo camino, animados por la esperanza de poder construir, trabajando juntos, cada uno según la propia sensibilidad y responsabilidades, un mundo en el que cada persona pueda realizar su humanidad en la verdad, en la justicia y en la paz. Espero que esto pueda suceder en todos los contextos, empezando por los más probados, como Ucrania y Tierra Santa.

Os agradezco todo el trabajo que realizáis para construir puentes entre vuestros países y la Santa Sede, y os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras familias y a vuestros pueblos. ¡Gracias!

[Bendición]

¡Y gracias por todo el trabajo que hacéis!

CIUDAD DEL VATICANO.

VIERNES 16 DE MAYO DE 2025.

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