Por la gracia de Dios, he tenido la oportunidad de asistir a la Santa Misa entre semana, y sinceramente, ha sido una experiencia maravillosa. En estos momentos, he sentido cómo mi vida, y sobre todo, mi alma se fortalecen en el amor a Dios y en la confianza en Él, especialmente en los momentos difíciles. También he experimentado un crecimiento en el amor hacia el prójimo, especialmente aquellos a quienes debería amar más.
Recientemente, durante una de estas misas entre semana, me encontré reflexionando: «Los latidos de nuestro corazón nos dan vida, pero ¿cuál es su propósito si estamos muertos en vida?». Esta pregunta surgió debido a la escasa asistencia de los católicos a las misas entre semana. Me llevó a pensar en algo: es común que, como hijos de Dios, nuestro corazón lata con fervor para encontrarnos con el Señor solo los domingos, ignorando todos los demás días de la semana, o incluso permitiendo que esos latidos solo resurjan durante la Semana Santa, dejando de lado el resto del año.
En muchas ocasiones, a pesar de que nuestros corazones laten, lo hacen mientras estamos espiritualmente muertos, porque dejamos de buscar encuentros con Aquel que nos concede los latidos de nuestro corazón. Estamos rodeados por tantas circunstancias mundanas: ideologías, tentaciones, heridas, incomprensiones, enfermedades, desempleo, tristeza, entre otros, que a veces olvidamos que nuestro corazón late, y aún más, perdemos de vista el verdadero propósito de ese latir.
Si nuestro corazón late, tanto el tuyo como el mío, es para que esos latidos nos den vida y no para que nos conduzcan a la muerte espiritual. El latir de nuestros corazones debería servir para que descubramos quiénes somos, cuál es nuestro origen y cuál es nuestro propósito en esta vida. Es para que podamos discernir lo que Cristo espera de cada uno de nosotros y para que podamos compartir ese latir con otros, inspirándolos a hacer lo mismo.
El corazón necesita silencio para reconocer de dónde provienen esos latidos. Ese descubrimiento solo vendrá de la búsqueda constante de Dios, quien nos otorga latidos de vida, de vida eterna. La Santa Misa es una oportunidad magnífica para propiciar estos momentos de encuentro profundo con el Señor y comprender nuestro origen y propósito. Entonces, ¿qué te parece si buscamos participar más a menudo en este Sacramento en nuestra vida diaria?
Antes de concluir esta reflexión, quiero expresar mi agradecimiento a Dios por la oportunidad que me ha brindado a través de mi amigo Eduardo Segovia y todo su equipo en la Agencia Católica de Noticias (ACN), permitiéndome compartir estas palabras. Gracias por contribuir a que más corazones latan en la viña del Señor. Espero que, tanto tú, querido lector, como yo, poco a poco reflexionemos y descubramos que, como hijos de Dios, nuestra esencia radica en seguir a Cristo.
¡Dios los bendiga!