Las vacunas: ¿otro ‘Caso Galileo’ para la Iglesia? No es un acto de fe: ¿de verdad es un acto de amor el vacunarse?

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Vacunarse, nos dice Francisco en un reciente vídeo, es “un acto de amor”, como lo es animar a otros a hacerlo. Su Santidad no se refiere a las vacunas en general, a la triple vírica que solemos ponerle a nuestros hijos, por ejemplo, sino a las terapias génicas experimentales que se han autorizado de emergencia contra la pandemia del coronavirus.

Y surge la duda: ¿no es un riesgo innecesario que el Santo Padre exponga el prestigio de su sagrado ministerio, como cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo, recomendando a los fieles (y al mundo entero) un producto del que sabe y sabemos tan poco?

No es dogma de fe, precisamente, que las vacunas tengan que funcionar y, de hecho, no parece que estén sirviendo para parar el contagio. Con ellas, ya se admite, no se impide el contagio, ni contagiar a otros, ni siquiera evitar la enfermedad, aunque nos aseguran que atenúan la severidad de la dolencia.

En cuanto a su seguridad, hace tiempo que superó con mucho el número de efectos secundarios serios de cualquier otra vacuna en el mercado, y su propio carácter de tratamiento autorizado de emergencia pero no aprobado por organismo regulador alguno ya indica que no se han completado los estudios normales que previenen contra lo peor.

Es decir, nadie sabe realmente qué efectos secundarios a largo plazo pueden tener las supuestas vacunas, y ya se advierte que su periodo de protección relativa no es muy prolongado, por lo que se ha anunciado la posibilidad de que sea necesaria una tercera dosis o, como advirtió nuestra ministra de Sanidad, incluso dosis regulares en el futuro previsible.

Por otra parte, el clima de intimidación y censura que se está aplicando a la información sobre la enfermedad y sobre la eficacia y seguridad de las vacunas no es precisamente tranquilizador. Y tampoco puede decirse que los llamados ‘negacionistas’ sean todos cavernícolas antivacunas o sanitarios de medio pelo con ganas de notoriedad. En el campo de los que recomiendan prudencia y alertan de serios riesgos o directamente de fraude hay, al menos, dos premios Nobel: el descubridor del VIH, Luc Montagnier, y el inventor del método empleado para determinar los casos, la PCR, Kary Mullis. Hay también gente tan atendible como el codesarrollador del propio sistema de ARN mensajero, Dr. Malone, y numerosos especialistas de prestigio en los campos de la virología, la inmunología y la biología. No son cuatro vendedores de crecepelo, sino profesionales de reconocido prestigio que, aun cuando estuvieran equivocados, convendría escuchar y debatir en libertad.

El prestigioso vaticanista Sandro Magister recoge en su blog Séptimo Cielo el debate, concretamente la opinión discrepante de Mauro Gagliardi, de 46 años, destacado teólogo y autor, entre otras cosas, de un enorme tratado de dogmática católica, «La Verità è sintetica», publicado por Cantagalli y presentado en diciembre de 2017 con grandes elogios en el Vaticano por parte del cardenal Gerhard L. Müller.

Gagliardi repasa sucintamente las posibilidades negativas que podrían darse verosímilmente y concluye que, paradójicamente, “si en un futuro las cosas fueran mal, nos daríamos cuenta de que los que no se han vacunado han sido más nómicos que los que lo han hecho sin convicción ni reflexión, confiando ciegamente en las apremiantes exhortaciones de las autoridades, o incluso sufriendo sin defenderse sus imposiciones”.

Y termina:

Si después -¡Dios no lo quiera! – las llamadas vacunas tuvieran que tener efectos negativos a medio y largo plazo, serían precisamente quienes no se han vacunado los que mantendrían a la sociedad en pie en muchos aspectos porque se han librado de tales efectos. En tal escenario, casi apocalíptico, se revelaría que quienes en su tiempo siguieron el «nomos» objetivo de la ley natural y divina, aprendido y aplicado por la recta conciencia, fueron previsores, proféticos y precisamente nómicos, y que, en cambio, los que se dejaron convencer acríticamente por la cambiante propaganda -y a veces censura- mediática, fueron los verdaderos anómicos, porque sustituyeron la ley por la confianza ciega en la autoridad, que a su vez está sometida a la ley y a la que no se puede ofrecer prudentemente una confianza total que suspenda también el uso de la razón”.

Las vacunas contra el covid, como el Cambio Climático, son cuestiones fácticas, no prudenciales o de fe. Si es o no un “acto de amor” vacunarse o recomendar la vacunación es algo que dependerá de resultados globales a largo plazo que no se conocen con certeza y que tendremos que esperar algún tiempo para evaluarlos.

La Iglesia sufrió ya en su día una catástrofe de, digamos, imagen cuando usó su poder para determinar una cuestión científica en el famoso/infame Caso Galileo. Debería, a estas alturas, haber aprendido a no ‘casarse’ con cuestiones que, por estar fuera del campo doctrinal, no son de su competencia.

 

Por Carlos Esteban.

Infovaticana.

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