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En este domingo seguimos la lectura continuada del evangelio de San Marcos. Jesús sigue enseñando a sus apóstoles y a sus discípulos. En esta ocasión se nos enseña cómo debe ser el comportamiento del cristiano frente a las riquezas o bienes de este mundo.
El evangelio de este domingo (Mc 10, 17-30) nos muestra la historia de una persona que dialoga con Jesús y éste le muestra el camino que debe seguir para alcanzar la vida eterna. Sólo que esta persona no cuenta con la suficiente fortaleza para responder a la invitación de Jesús porque está más apegado a sus bienes. Las riquezas de este mundo no le permiten descubrir el verdadero tesoro que es el Hijo de Dios y su proyecto. Su corazón está más apegado a los bienes de este mundo que a los bienes del cielo.
Por medio de este relato aprendemos cómo quien dialoga con Jesús, siempre podrá vislumbrar el camino que lo conduce al bien supremo. Jesús, que es la Palabra de Dios, es quien nos enseña el camino que nos conduce a la vida eterna. Porque la Palabra de Dios será siempre una luz para nuestra vida. Por eso cuando la escuchamos con atención, esa palabra penetra el corazón y despierta nuestra conciencia. Es imposible querer esconderse de ella porque nos cuestiona si no vivimos de acuerdo a la verdad, la justicia y la caridad.
Cuando acogemos la Palabra de Dios, ella se convierte en una fuente de vida para nosotros; si uno la rechaza esa Palabra nos provoca inquietudes; si la acogemos ilumina nuestra vida, nos da la fuerza y entusiasmo para progresar por el camino del bien y del amor.
El relato nos enseña además que no basta tener buenas intenciones. Es necesario poner los medios adecuados para alcanzar el bien. Aquella persona deseaba saber cómo alcanzar la vida eterna, sólo que esa percepción del bien no fue suficiente para poner en acto su voluntad y decidirse a perseguirlo. El apego a los bienes de aquella persona fue más fuerte que la percepción y comprensión del Bien.
El evangelio señala que la búsqueda de aquel hombre terminó en la tristeza y es que en vez de acoger la invitación de Jesús, se retira de allí afligido, porque tenía muchos bienes. El problema no son los bienes que tenía, sino la forma de comprenderlos y de poseerlos. Los bienes son sólo un medio para practicar la bondad, los bienes no se pueden adueñar de nuestro corazón, por que éste sólo le pertenece a Dios.
La tristeza de aquella persona revela una enseñanza más. Los bienes materiales no colman el corazón humano. Las satisfacciones que ofrecen los bienes de este mundo no son suficientes para saciar los anhelos más profundos de una persona. El único bien que satisface plenamente nuestro interior es Dios; o cuando hacemos su voluntad. Las cosas de este mundo sólo son bienes relativos, no son bienes absolutos. Por ello es bueno saber darles su justo valor.
Pbro. José Manuel Suazo Reyes
Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa