Las realidades últimas

2Macabeos 7,1-2.9-14 | Salmo 16 | 2Tesalonicenses 2,16—3,5 | Lucas 23,27-38

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

En el mes de noviembre salimos de un año litúrgico e iniciamos otro nuevo con el Adviento. El primer día de este mes celebramos la solemnidad de “Todos los Santos” y al día siguiente tuvimos un especial recuerdo para los difuntos del año transcurrido. Ambas celebraciones están marcadas por la Esperanza cristiana que confiere la profunda confianza y seguridad en la Vida Eterna que nos prometió JESUCRISTO: “bendito sea DIOS y PADRE de  nuestro SEÑOR JESUCRISTO, quien por gran Misericordia, mediante la resurrección de JESUCRISTO de entre los muertos nos ha engendrado para una Esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los Cielos para vosotros” (Cf. 1Pe 1,3-4). DIOS nos destina a los gentiles, es decir, a todos los hombres a una Esperanza viva, que la merecemos en este mundo por la Fe y la tenemos reservada en los Cielos. Quien ha dispuesto esa herencia para los hombres es DIOS, el PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. La seña de identidad del verdadero y único DIOS es que es el PADRE de JESUCRISTO; y los Cielos a los que nos llama es en virtud de la Resurrección de su HIJO, JESUCRISTO. La Vida Eterna a la que estamos llamados los cristianos no es cualquier vida de ultratumba. Las estancias espirituales que se abren para los creyentes corresponden a la apertura de las moradas eternas en virtud de la Redención. Esta Vida Eterna en los Cielos es una “herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible”. Participamos en la Vida Eterna de las prerrogativas divinas, y en este caso señala san Pedro una vida sin corrupción, a diferencia de la presente. No hay cabida para el pecado, por lo que transcurre en un crecimiento del bien. Nada en los Cielos conoce la muerte, por eso es inmarcesible todo el que habita en las moradas eternas. Los cristianos debemos incentivar la Fe que nos ha sido dada con la Esperanza contenida en las promesas dadas en la Escritura sobre la Vida Eterna. La mirada a las realidades últimas no produce la evasión o el desentendimiento de las cosas de este mundo, pues entonces éstas adquieren verdadero sentido. Afirmamos en este mundo la Fe en el mismo DIOS que nos vamos a encontrar en clara visión cuando dejemos la presente vida siempre breve. Pensando en la Vida Eterna trabajaremos diligentemente en el ejercicio de unas virtudes que han de revestir nuestro espíritu. La paciencia debe ser ejercitada, la mansedumbre es valorada singularmente por JESÚS, lo mismo que la humildad (Cf. Mt 11,29). La Caridad, además de ser deudora de la acción explícita del ESPÍRITU SANTO, tiene que manifestarse a través de las catorce “Obras de Misericordia”. El mismo San Pedro en esta carta nos dice: “el Amor cubre una multitud de pecados” (Cf. 1Pe 4,8). El SEÑOR quiere vernos trabajar en medio de las condiciones precarias de este mundo para darnos la herencia definitiva (Cf. Mt 25,14-30). La mirada del cristiano hacia las realidades últimas no se hace a expensas de las obligaciones contraídas con la familia o la sociedad en general, sino todo lo contrario: cada ámbito en el que nos desenvolvemos es un medio privilegiado para acercarnos a las promesas eternas. Para algunos lo más importante es que funcione bien la economía; para otros la clave del funcionamiento social viene dada por las corrientes culturales del momento; y para una minoría el buen funcionamiento de las cosas obedece a la teología que late en el fondo de las leyes económicas, culturales y sociales. Dándole a la última opinión un peso tangible, hablamos entonces de una determinada espiritualidad que el cristiano imprime en su actuación diario. El primer día de este mes, fiesta de Todos los Santos, la liturgia de la Santa Misa ofreció el texto de la Bienaventuranzas según san Mateo.

La bienaventuranza de la Fe

“Bienaventurados los que creen, sin haber visto” (Cf. Jn 20,29). Sabemos que el término “bienaventuranza” es sinónimo de feliz o dichoso. La Bienaventuranza que pertenece a la Fe espera la Bienaventuranza que se abrirá de par en par en la visión beatífica. Entendemos, por tanto, que la paz del bienaventurado, aquí y ahora, por la Fe se convertirá en Shalom perfecto cuando alcancemos la total transformación por la Resurrección. Mientras tanto en la Fe bienaventurada buscamos a JESUCRISTO a quien amamos sin haberle visto, en quien creemos, aunque de momento no le veamos, rebosando de alegría inefable y gloriosa, alcanzando así la meta de la Fe y la salvación de las almas” (Cf. 1Pe 8-9). Los cristianos vivimos, como cualquier persona, en este mundo tejido de dificultades a superar algunos obstáculos insalvables, con alegría, porque el don de la Fe bienaventurada nos preside. De distintas formas el Nuevo Testamento refiere el mundo interior del cristiano inhabitado por la Gracia. Veamos otro texto, en este caso de san Pablo con el que un buen número de cristianos se pueden identificar: “la Esperanza no defrauda, porque el Amor de DIOS ha sido derramado en nuestros corazones por el ESPÍRITU SANTO, que nos ha sido dado” (Cf. Rm 5,5). Tenemos una Esperanza bienaventurada, porque aquello esperado y deseado se alberga en primicias en el interior del creyente. La Fe se hace especialmente dinámica en la virtud teologal de la Esperanza. El SEÑOR al que el creyente desea ver ofrece su UNCIÓN –ESPÍRITU SANTO- e infunde nuevas fuerzas y convicciones profundas. No se está moviendo el creyente por un voluntarismo fanático, sino por el mismo Amor de DIOS, que lo atrae hacia SÍ, aunque esté rodeado de dificultades sin cuento. La meta de la Fe, Esperanza y Caridad bienaventuradas es “la salvación de las almas” o el Reino de los Cielos en toda su manifestación.

Ocho Bienaventuranzas

Concebimos la Gracia de DIOS como el Don del mismo DIOS a sus hijos, o por la manifestación de los innumerables dones, virtudes y carismas del ESPÍRITU SANTO, que nos son dispensados por los méritos infinitos de JESUCRISTO muerto y resucitado. Esta multiplicación de la Gracia está presente y operativa, aunque haya, por momentos, una sensación de oscuridad y vacío espiritual. Hay signos suficientes para pensar que estamos en un cambio de época, y “el trigo y la  cizaña” aceleran su ritmo de implantación (Cf. Mt 13,24-30), de ahí que las sombras por momentos no dejen ver la luz. Dice san Pedro en su carta que “la paciencia de DIOS es nuestra salvación” (Cf. 2Pe 3,15), y también los cristianos tenemos que aprender de la “paciencia de DIOS”. Sigue siendo tiempo de Bienaventuranza y san Mateo propone para esta vida un camino con ocho vertientes, que se necesitan entre ellas. No se pueden llorar los propios pecados o la condición pecadora, sin una verdadera pobreza de espíritu. No es posible practicar la misericordia, sin un corazón pacífico. Un cristiano mantendrá el temple y la reciedumbre ante la adversidad o la persecución, si previamente sintió verdadera hambre y sed de las cosas de DIOS y principalmente de DIOS mismo: “bienaventurados los  que tienen hambre y sed de la Justicia, porque ellos serán saciados” (Cf.  Mt 5,6). El creyente debe mantener de forma continua una acción de recambio: el camino justo lo conoce DIOS, y los criterios que marcan dicho camino están en su Palabra, preceptos y Sabiduría: “mis caminos no son vuestros caminos; ni vuestros pensamientos son mis pensamientos” (Cf. Is 55,8). El buscador de DIOS y sus cosas es “el que tiene hambre y sed de la Justicia”. Entonces alguien así transformado habrá adquirido la capacidad de dar testimonio, y tendrá ocasión de ser insultado, calumniado y perseguido (Cf. Mt 5,10-11). A la vista de esto último, se puede concluir que no trae cuenta ser cristiano. Sin muchos argumentos cerramos con una pregunta: ¿se aprecia viable el futuro inmediato para los hijos y nietos, o sería necesaria una denuncia profética lo suficientemente clara que parase la esquizofrenia social por la que nos están conduciendo? Cuando lo bueno, resulta que es malo; y la mentira se acredita como verdad, algo malo o muy malo está sucediendo. 

De ellos es el Reino de los Cielos

Las Bienaventuranzas emplea distintos términos para decir algo del Cielo, que es la meta del cristiano. El horizonte de esta vida es el comienzo de la Vida Bienaventurada sin las sombras del dolor, el pecado y la muerte. El que se hace pobre y dependiente de DIOS da por hecho que acepta su Salvación. Quien practica la mansedumbre y la establece como virtud, comienza a enraizarse en  el Cielo. El dolor por los propios pecados y los ajenos con el reconocimiento expreso, al modo de “JESÚS,  hijo de David, ten compasión de mí, pecador”, tiene la promesa de la Consolación Eterna. Sólo en el Cielo el justo sacia su necesidad de DIOS; pues el Cristianismo es la religión de la orientación hacia DIOS de todo lo humanamente noble. En el Cielo resplandecerá la Misericordia Divina ansiada por los que practicaron la misericordia en esta vida. El Cielo es “ver a DIOS” con un corazón del todo purificado como el anciano Simeón: “mis ojos han visto a tu SALVADOR” (Cf. Lc 2,30). El Cielo es la gran recompensa, para los que por ser fieles a JESUCRISTO recibieron insultos, calumnias y persecuciones. Esta recompensa nos llenará de alegría sin cansancio para siempre. Como podemos comprobar las promesas encerradas en cada una de las Bienaventuranzas destacan vertientes del Cielo que vivimos ya en este mundo con una intensidad ajustada a la actual condición humana. Con otras palabras, pero en lo esencial, este fue el Evangelio que recibieron los de Bitinia, al norte de Turquía, en la predicación del apóstol Pedro, que les recordó después en su primer carta: “habéis sido engendrados de un germen incorruptible, por medio de la Palabra de DIOS viva y permanente, pues toda carne es como hierba, y como esplendor de hierba se seca y cae la flor; pero la Palabra de DIOS permanece eternamente. Esta es la Palabra: el Evangelio que os ha sido anunciado a vosotros” (Cf. 1Pe 1,24-25). En los primeros tiempos de la evangelización “los novísimos” ocupaban un lugar preferente, y así lo recogen los textos del Nuevo Testamento. Este hecho viene dado por el núcleo mismo de toda predicación genuina: la muerte y la Resurrección de JESÚS.  Si este hecho central era novedoso, sucedía lo mismo con la meta de la Vida Cristiana y la descripción en lo posible del más allá. Muy pocas personas alcanzaban una vida larga de ochenta o noventa años; la media de edad no llegaba a los treinta años, y el paso por este mundo se veía muy breve. Era cuestión, por tanto, de arreglar las cosas en una vida que podía ser corta y preparatoria de una Vida Eterna definitiva. El hombre actual se comporta en general como si no existiese más vida que la diseñada para este mundo, incluso personas que mantienen una cierta práctica religiosa cristiana. Asistimos a un gran empobrecimiento espiritual por la pérdida de las consideraciones sobre la Vida Eterna, que está patente a lo largo de todo el Nuevo Testamento. No falta la paradoja disparatada de personas que cerradas a la Bienaventuranza Eterna con DIOS aceptan todo lo referente a espectros, supersticiones y maleficios.

Salvados para el Cielo

Sabemos sobradamente que la vida está bien pertrechada de riesgos, peligros y todo tipo de inconvenientes; pero no es menos cierto que disponemos de recursos y medios para salir al paso y enfrenarnos con cierto éxito. Ganamos algunas batallas y otras se pierden y perdidas quedan. Pero el resultado final puede ser positivo y de victoria, porque nuestro SALVADOR humanamente perdió muchas batallas, pero el PADRE lo reservó para la victoria final: la Resurrección. JESUCRISTO comprende la debilidad del ser humano, porque vivió en este mundo y le tendieron todo tipo de trampas, insidias y conspiraciones hasta acabar con ÉL. Pero el PADRE lo Resucitó. Predicó, evangelizó e hizo signos extraordinarios, todos ellos con un sello mesiánico, pero los poderes religiosos lo rechazaron, y no se convirtieron de sus dobleces. Pese a todo esto, JESÚS con su predicación anunció profusamente la Salvación para todos los hombres y la presencia del Reino de DIOS. JESÚS ratificó de forma indudable la Misericordia que juzga y discierne con Amor al hijo arrepentido, que vuelve a la casa (Cf. Lc 15,18ss). El HIJO de DIOS vino a este mundo para llevar a una multitud de hermanos a la Gloria” (Cf. Hb 2,10). Esta Salvación no es una Gracia barata, pues el precio pagado por ella es la sangre del REDENTOR. Pero los Cielos están abiertos: “me voy a prepararos sitio, cuando os prepare sitio, volveré y os llevaré CONMIGO, para que donde YO estoy estéis también vosotros” (Cf. Jn 14,2-3). Estas palabras del evangelio de san Juan encierran un mensaje capital. La vuelta de JESÚS al PADRE tras el paso por la muerte en la Cruz, no sólo es un reencuentro del HIJO con el PADRE de una forma nueva, sino que establece unas nuevas relaciones con todos los que somos discípulos de JESÚS por el Bautismo e hijos de DIOS. Con palabras humanas y de forma breve, JESÚS marca nuestro destino: “me voy a prepararos sitio”. Decimos que en el Cielo no se da el espacio ni el tiempo, pero el Cielo no es la nada, sino todo lo contrario. Nosotros concebimos las cosas dentro del esquema espacio temporal; así que JESÚS nos habla de un “sitio” para que nuestra comprensión mantenga un punto de apoyo para asimilar la verdad espiritual. Innumerables sitios o estancias se abren en el Cielo desde el mismo instante que la humanidad glorificada de JESÚS de Nazaret es entronizada a la derecha del PADRE. Los ámbitos celestes adecuados para los hombres ya están dispuestos. Antes no podían existir, porque JESÚS no había sido glorificado a la Derecha del PADRE. El resultado final será de tantas estancias como hijos adoptivos de DIOS glorificados, participando de la humanidad glorificada de JESUCRISTO.

El Purgatorio

El Catecismo de la Iglesia Católica habla del  Purgatorio (n. 1030 – 1031). Los que van al Purgatorio están salvados, pero el paso por este estado de purificación viene dado por las imperfecciones que el pecado deja en la persona. Las almas del Purgatorio con el permiso del SEÑOR se manifiestan a algunos elegidos que dan noticia de los distintos estados espirituales en los que estas almas se encuentran. La purificación resulta necesaria para el encuentro con DIOS que es AMOR PERFECTAMENTE Santo. Parece ser que en el juicio particular verificado  instantes después de haber dejado este mundo la persona contempla la película de su vida hasta en los más mínimos detalles siempre dentro de la certeza que DIOS la ama. Inmediatamente después la persona por propia decisión, actuando en Verdad, se dirige al estado espiritual para el que se considera acta. El Purgatorio no es un lugar de condena, sino de transformación espiritual. Nosotros hablamos de la Iglesia peregrinante, que somos los que vivimos en este mundo; la Iglesia purgante, a la que pertenecen los que pasan por el Purgatorio; y la Iglesia triunfante formada por todos aquellos que están en la plena visión de DIOS. La Comunión de los Santos está formada por estos tres niveles de Iglesia y participamos todos de los beneficios espirituales de cada uno de los niveles. Los que están en el Cielo no precisan de las oraciones y sufragios de los que peregrinamos en la Fe por este mundo, pero los hermanos que están en el Purgatorio esperan las oraciones que los ayuden con la aplicación de los méritos de JESUCRISTO nuestro SALVADOR. La Santa Misa es la ayuda espiritual por excelencia para los hermanos que están en el Purgatorio, pues en ella ofrecemos al PADRE por nuestros familiares, amigos o almas en general, “el cuerpo, la sangre, el alma humana de JESÚS y su divinidad”. Nada se puede igualar al santo sacrificio que en la Santa Misa se actualiza. De nuevo es JESUCRISTO quien presenta al PADRE al hermano por el que dio su vida en la Cruz. Las oraciones dirigidas a la santísima VIRGEN MARÍA tienen un especial poder intercesor ante el SEÑOR. Nuestro camino de Fe oscura tiene un resultado especial en beneficio de los que estando en el Purgatorio, teniendo la plena certeza de su salvación, sin embargo sienten la lentitud del proceso de purificación que alarga el encuentro con DIOS y hace penosa la espera. La fuente de Gracia que mana de la Cruz de JESUCRISTO es inagotable; y JESÚS ha dejado como administradora de sus bienes espirituales a la Iglesia. A través de ella JESÚS nos sigue dispensando el perdón de los pecados, de forma especial mediante el Sacramento de la Reconciliación. La transformación espiritual se lleva a término  con las gracias específicas dadas en el resto de los Sacramentos. La Iglesia dispone oraciones específicas por los hermanos difuntos y de forma especial las indulgencias. La Iglesia entiende que el pecado tiene dos vertientes: la culpa y la pena. La culpa del pecado grave se resuelve mediante la confesión, y la pena vienen a ser los rastros o consecuencias dejadas por el pecado. En este último punto tienen especial efecto las indulgencias, que pueden ser parciales o plenarias. Alguien muere en Gracia habiendo recibido una indulgencia plenaria y va al Cielo sin  pasar por el Purgatorio. Los cristianos que están al tanto de estas cosas suelen recibir las indulgencias plenarias de forma vicaria por los difuntos, para que se libren del estado de purgación y asciendan a la visión definitiva de DIOS. La oración por los difuntos o las almas del Purgatorio es una de las mayores obras de Misericordia. No olvidemos nunca que la Caridad o el Amor a JESUCRISTO es la vía más corta para alcanzar la Vida Eterna: “el Amor cubre una inmensidad de pecados” (Cf. 1Pe 4,8).

Creados para la vida

La religión, vida y cultura de los cristianos tiene su base en la Biblia a la que miramos permanentemente como referencia en busca del criterio más ajustado. Lo primero que nos encontramos es que la vida en todos los órdenes es creada por DIOS. En la escala superior de la vida, ésta se diversifica en macho y hembra para los animales, y en varón y mujer para el género humano. La biología dicta el sexo como varón o mujer, y a partir de este momento el cuerpo en el que nos reconocemos nos define o delimita. La Biblia no conoce un ente psíquico externo con una identidad propia, que se apropie de un cuerpo y en un momento dado se pueda equivocar de recipiente biológico. Las “ideologías plastilina” quieren, en la actualidad, hacer saltar por los aires este principio básico elemental con unas consecuencias difíciles de calcular en este momento. Las manipulaciones quirúrgicas o tratamientos hormonales para cambiar el género es una gran mentira o falsedad: cambiará la apariencia en el mejor de los casos, pero la persona seguirá siendo hombre o mujer dados en el código genético que nos define biológicamente. Estos materiales básicos, por así decir, dados por DIOS son susceptibles de un mejor trato por cada uno en particular. La herencia y el medio ambiente van troquelando la vida de cada uno con el ejercicio de nuestro libre albedrío, pero no somos protagonistas de grandes modificaciones sobre la propia identidad. Hoy la primera lectura del segundo libro de los Macabeos nos pone en la pista de estas grandes verdades fundamentales que afectan a la antropología del hombre en cualquier época. Este libro canónico junto con el libro de la Sabiduría dan un salto cualitativo en la trascendencia del ser humano hablando de la resurrección de los muertos. En esta etapa final del Judaísmo, que precede a los tiempos cristianos con el nacimiento del VERBO, de la VIRGEN MARÍA, se veía que los muertos adquirían de nuevo su corporeidad al final de los tiempos en el Día de YAHVEH. DIOS se revela y desvela sus misterios con el lento transcurrir de la Historia de la Salvación. El segundo libro de los Macabeos concibe que la vida del hombre creada por DIOS perdurará por toda la eternidad junto al mismo DIOS que la ha creado.

La madre y sus siete hijos

El episodio recogido en los versículos siguientes de este segundo libro de los Macabeos pertenece al tiempo en que Antioco IV reinaba en Siria y dominaba gran parte de la región incluida Palestina. Antioco IV pretendía erradicar las costumbres dadas por el Judaísmo e implantar la cultura y los dioses griegos. La ingeniería social de aquel momento topó con la resistencia de Matatías y de forma especial de su hijo, Judas Macabeo, al que sucedieron en la resistencia sus tres hermanos, José, Jonatán y Simón. Gracias al liderazgo de estos los fieles devotos judíos encontraron un cauce para ofrecer resistencia y testimonio. En este punto encontramos al anciano Eleazar que muere martirizado antes de traicionar la Ley, y la madre con sus siete hijos: “sucedió que siete hermanos apresados junto con su madre eran forzados por el rey flagelándolos con azotes y nervios de buey a comer carne de cerdo prohibida por la Ley” (Cf. 2Ma 7,1).

Declaración testimonial de un hijo

Uno de los hijos, no se precisa cuál de ellos, se adelanta como portavoz del resto y declara al rey: “¿qué quieres preguntar y saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que violar las leyes de nuestros padres” (v.2). El comportamiento de la madre que aparece en este texto en versículos posteriores explica la firmeza de las convicciones religiosas de los siete hijos, de los cuales éste se hace portavoz. Afrontar el martirio es una gracia especial, que el creyente ha de recibir, y la entrega y testimonio de los mártires a lo largo de los siglos así lo avalan. La firmeza en la Fe no impide que el creyente entregue su vida con actitud misericordiosa hacia sus verdugos. El creyente sabe cuál es el motivo de su muerte, pero el verdugo no sabe en realidad el porqué está matando: “perdónalos SEÑOR, porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). No podemos pasar por alto el hecho de la trasmisión familiar de la Fe. Las nuevas generaciones de cada época necesitan modelos creyentes vivos con los cuales identificarse. Al anciano Eleazar le habían propuesto que simulase comer carne de cerdo, aunque en realidad fuese preparada por él mismo y una carne permitida; pero se negó rotundamente para no dejar un mal ejemplo a los jóvenes (Cf. 2Ma 6,25ss), y se viesen confundidos perdiendo la Fe de los padres. El núcleo fuerte de la sociedad y de la Iglesia es la familia tradicional. En nuestra sociedad moderna o de consumo pletórico se viene convenciendo a las familias de su papel transitorio y prescindible, privando a los padres de forma gradual del papel educador que les corresponde. Con facilidad el hijo tiene capacidad para denunciar a los padres y estos perder la patria potestad. Son distintos los frentes por los que la familia está asediada, pero en estos momentos el factor disolvente de la familia se pretende que provenga de los propios hijos que desestimen cualquier atisbo de autoridad moral o espiritual, y para ello se diseñan los planes de adoctrinamiento inducido, que hagan imposible asentar cualquier conjunto de valores basados en el sentido común y en la Fe de los padres. En el siglo segundo (a.C.) ya vivieron y supieron lo que era una imposición de cánones culturales muy distintos a los propuestos por la religión de los padres, pero una minoría hizo frente y venció.

El coraje de la madre

Los siete hijos murieron martirizados delante de su madre en un solo día. La madre representa la aparición de la vida humana en el mundo, pues en ella se va gestando durante nueve meses, hasta que el hijo tiene las condiciones biológicas convenientes para nacer. Pero, con todo, la madre manifiesta a sus hijos su Fe en los momentos finales y se queda a las puertas de los misterios que rodean la aparición y destino de la vida humana: “Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida; ni fui yo tampoco la que organicé los elementos de cada uno. Pues así el CREADOR del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas os devolverá el espíritu y la vida con Misericordia” (v.22-23). El texto describe una gran crueldad cercana a la locura por parte del rey; sin embargo la madre mantiene en todo momento una calma y lucidez, que sólo DIOS puede infundir. La madre considera a DIOS como el único dador de la vida a los hombres, y en sus manos están para ser devueltos a una vida en la que ya no existen los enemigos de DIOS y de los hombres fieles.

Confesión y martirio de los hijos

Ante la actitud testimonial de la madre y los hijos, el rey mandó poner al fuego sartenes y calderas (v.3). El proceso de martirio fue similar para cada uno de los siete hijos: “el rey mandó cortar la lengua al que había hablado, arrancarle el cuero cabelludo y cortarle las extremidades, en presencia de los otros hermanos y su madre. Respirando todavía, mandó que lo acercaran al fuego y lo tostaran en la sartén” (v.4-5). Toda esa crueldad no apagó el testimonio de Fe de los que fueron martirizados: “tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el REY del mundo, que morimos por sus leyes nos resucitará a una Vida Eterna” (v.9). La resurrección para la Vida Eterna es una concepción del más allá muy superior al Sheol donde se entendía que iban las almas de los que morían, por tanto resultaba un ámbito sombrío o lugar donde se encontraban los espíritus, y en el mejor de los casos el destino estaba en el “seno de Abraham” como fue el caso del pobre Lázaro (Cf. Lc 16,22). Otro de los hermanos decía antes de morir: “es preferible morir a manos de hombre con la Esperanza dada por DIOS de ser resucitado por ÉL; sin embargo para ti no habrá resurrección a la Vida” (v.14). También en el evangelio de san Juan se hace la referencia y distinción entre resurrección para la Vida y la resurrección para la muerte (Cf. Jn 5,29). No se termina de aceptar la existencia de los espíritus desencarnados. El cuerpo es determinante en la identidad espiritual del hombre como tal. El hombre en el más allá no es un espíritu como los Ángeles que carecen de corporeidad. La vertiente corpórea que nos caracteriza también se exige en la Bienaventuranza Eterna. El dato fundamental es el señalado, aunque se mantenga la discusión teológica del momento en el que se realiza la plenitud corpórea, si es que se produce una incorporación corpórea incompleta después morir. Los textos bíblicos ofrecen distintas vías, aunque después haya pronunciamientos pintorescos. Dentro del conjunto de incógnitas que presenta este hecho fundamental, lo importante es el dato revelado en sí mismo: estamos llamados a una Vida Eterna con el RESUCITADO.

Se estrecha el cerco

En un corto espacio el evangelista san Lucas ofrece algunas notas que indican el acoso al que JESÚS se ve sometido. La llegada de JESÚS a Jerusalén eleva la tensión considerablemente y la decisión de matarlo y acabar con ÉL está tomada: “JESÚS enseñaba todos los días en el Templo. Por su parte los escribas y los notables del pueblo buscaban matarlo, pero no encontraban cómo podrían hacerlo, pues todo el mundo lo oía, y estaba pendiente de sus labios (Cf. Lc 19,47-48). Con estos dos versículos cierra san Lucas el capítulo diecinueve, pero el veinte mantiene las indicaciones de hostilidad sin disimulos: “Sucedió que un día enseñaba en el Templo y se acercaron los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos, y le preguntaron: dinos, ¿con qué autoridad haces estas cosas?” (Cf. Lc 20,8). El interrogatorio venía porque JESÚS expulso a los vendedores del Templo, pues la habían convertido en cueva de bandidos. La acción profética de JESÚS resultaba intolerable para aquellas autoridades religiosas que amparaban aquel comercio fraudulento con el que obtenían sustanciosos beneficios. Nada se movía en el templo sin el expreso mandato o consentimiento de los sumos sacerdotes y JESÚS era amenaza que resultaba urgente suprimir. Un binomio desgraciado, la religión y el poder, que JESÚS descartó radicalmente desde el principio de su ministerio, pero fue el agente causal de su muerte en las circunstancias que concurrieron a su desenlace en la Cruz. JESÚS no es en absoluto ajeno a las intenciones homicidas de aquellos y les pone delante la parábola de “Los labradores homicidas” (Cf. Lc 20,9-18). Tras la parábola, dice san Lucas que “los escribas y los sumos sacerdotes trataron de echarle mano, pero temieron al pueblo” (Cf. Lc 20,20). La autoridad espiritual de JESÚS se manifestaba con claridad en los signos y milagros, pero también en el conocimiento y oportunidad de exponer la Escritura. En ningún momento aparece el más mínimo indicio de impericia por parte de JESÚS en el conocimiento de las Escrituras. Los oponentes a JESÚS se ocultan, pero envían “a sus espías, que fingieran ser justos para sorprenderlo en alguna palabra, y así poder entregarlo al Procurador romano” (Cf. Lc 20,20). Se va entreverando la trama homicida que en pocas fechas acabará con la vida de JESÚS, y lo interrogan de forma capciosa sobre el deber de pagar el impuesto a Roma. De nuevo JESÚS sale airoso del dilema planteado; y entonces vuelven de nuevo los saduceos “esos que sostienen que no hay resurrección” (Cf. Lc 20,27). Es bueno repasar las anotaciones anteriores, que no sólo marcan el ritmo del relato evangélico, sino que nos muestra más de cerca el retrato vivo de JESÚS con numerosos matices que de otra forma pasan desapercibidos. Con un equilibrio sorprendente, el evangelista saca al primer plano la competencia de JESÚS y su dominio de la situación en todo momento, pese al estrecho cerco al que lo iban sometiendo los secuaces enemigos que buscaban la ocasión propicia para matarlo. 

Ley del levirato (Dt 25,5-10)

Los saduceos eran una casta peculiar que tenía muy claros sus objetivos: el poder religioso y social. Creían en DIOS a su manera, y su horizonte se circunscribía a este mundo, de ahí que con los cinco primeros libros de la Biblia les bastaba, y en cierto sentido ya les sobraba. En esta interpelación a JESÚS muestran la pedantería del que tiene llenos los bolsillos, pero vacías las ideas, y de forma intrépida piensan una cuestión para hacer tambalear la doctrina del NAZARENO. La Ley del Levirato estaba destinada a mantener en lo posible el patrimonio familiar, por lo que era conveniente garantizar los derechos del primogénito que obtenía la mayor parte de la herencia. Si el primogénito moría y no dejaba hijos se producía un mayor fraccionamiento en el reparto. Estos responsables religiosos con encargo político plantean algo estrambótico, que JESÚS resuelve con un sesgo irónico, poniendo delante de sus narices la gran ignorancia de la que están presumiendo: “ni conocéis la Escritura ni el poder de DIOS” (Cf. Mc 12,24; Mt 22,29). Pretendían aquellos dejar en ridículo a JESÚS descalificando con un acertijo la doctrina sobre la Resurrección. La petulancia intelectual de los humanos en todos los tiempos se atreve  con las cuestiones que se prolongan más allá del límite de la muerte, dando negativas categóricas a lo que no pueden conocer en absoluto. Lo que nos rodea está lleno de incógnitas y para lo que nos trasciende necesitamos de la revelación del que está por encima de todo: JESUCRISTO.

Una mujer y siete maridos

La cosa entraña muy mala suerte: la mujer ve cómo siete hermanos se van muriendo al casarse con ella. Es una situación aún peor que la de Sara y Tobías cuando la elige como esposa: los que habían muerto no eran de la misma familia (Cf. Tb 7,11). Tobías resolvió aquella situación mediante la ayuda del Ángel Rafael y de la oración, y el matrimonio salió adelante. Pero estas autoridades religiosas no les había dado tiempo a leer más que los cinco libros del Pentateuco y los conocían con serias lagunas. En el Pentateuco aparecen Ángeles y los saduceos los niegan; en estos libros se da a entender la vida más allá de la muerte, y los saduceos la niegan. La pregunta a JESÚS, que los saduceos consideran definitiva es: ¿“en la Resurrección de quién será esposa la mujer, si los siete la tuvieron por mujer”? (v. 33).

La paciencia de JESÚS con sus perseguidores

JESÚS agota todas las posibilidades de acercarse a sus detractores y les responde con paciencia infinita, o Paciencia Divina: “los hijos de este mundo toman mujer o marido, pero los que alcancen a ser dignos y tener parte en aquel mundo y en la Resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer, ni ellas marido, ni pueden ya morir porque serán como Ángeles, hijos de la Resurrección” (v.37). Las leyes dadas al comienzo en el Génesis ya no tendrán vigencia en la Resurrección: “creced y multiplicaos; llenad y dominad la tierra” (Cf. Gen 1,28). En los Nuevos Cielos se habrán completado el número de los elegidos (Cf. Ap 6,11) y no será necesaria la descendencia. Los Ángeles no están sujetos a la corrupción o la muerte, ni está en su condición angélica la procreación. En los Cielos, la similitud a los Ángeles viene a destacar el modo de relación, pero nunca la cuestión de la identidad: el hombre o la mujer nunca seremos Ángeles en el sentido ontológico, o del ser. Viviremos al modo angélico en cuanto a la relación con DIOS, en alabanza y adoración; y en relación a los presentes en la bienaventuranza eterna, porque no moriremos, ni habrá que generar una descendencia. El Matrimonio es el primer Sacramento instituido por DIOS: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne” (Cf. Gen 2,24). Este mandamiento elevado a categoría sacramental en CRISTO, ya no tendrá vigencia en los Nuevos Cielos, lo mismo que el resto de los sacramentos exceptuando, en cierto sentido, el Sacramento de la Eucaristía, pues la Vida Bienaventurada será un estado de continua comunión con DIOS en JESUCRISTO. 

JESÚS interpreta la Escritura

“Que los muertos resucitan lo indica también Moisés en lo de la zarza, cuando llama a DIOS, el DIOS de Abraham, el DIOS de Isaac, y el DIOS de Jacob. No es un DIOS de muertos, sino de vivos, pues para ÉL todos viven” (v.37-38). El joven “rabí” de Nazaret les había regalado una enseñanza sin esperarla. ¿Ayudaría a cambiar algo su conducta y modo de pensar? A la vista de los resultados, podemos decir que cambios inmediatos no se produjeron, pues llevaron hasta el final sus maquinaciones contra JESÚS. La respuesta de JESÚS la asumimos nosotros, los cristianos, con facilidad; pero habían transcurrido siglos de incertidumbre y duda sobre la suerte de los difuntos y el estado en el que estos podían encontrarse. La mentalidad expresada por el autor del libro de la Sabiduría, por ejemplo, que afirma la indestructibilidad de las criaturas que DIOS crea por su Amor (Cf. Sb 11,24) es una doctrina próxima al Nuevo Testamento en el tiempo y en su contenido. San Lucas dulcifica el encuentro de JESÚS con aquellos detractores suyos y no añade el final: “estáis muy equivocados” (Cf. Mt 20,29).

San Pablo, segunda carta a los Tesalonicenses 2,16-3,5

San Pablo no puede prescindir en las recomendaciones a los suyos y en la doctrina que imparte del fondo trinitario, que es el objeto mismo de la Fe. Todo ha de contribuir a fomentar una vida en DIOS, que nos ha creado y redimido, y  manifiesta su consolación por el ESPÍRITU SANTO: “que el mismo SEÑOR JESUCRISTO, y DIOS nuestro PADRE, que nos ha amado, y nos ha dado una consolación eterna y una Esperanza dichosa consuele vuestros corazones y os afiance en toda obra buena” (v.16-17). No eran aquellos tiempos fáciles, y las comunidades nacientes se acreditaron como testimonio vivo de la presencia de DIOS en el mundo. No había grandes templos todavía y la organización diocesana no existía, pero estaban las pequeñas iglesias domésticas que se reunían en las casas de algunos que podían acoger un número entre diez y quince personas, que era el aforo medio de una casa romana con patio interior. Las cartas que van dirigidas a los cristianos de las primeras comunidades eran una minoría, y eso se ponía de relieve con más evidencia en los grandes núcleos de población: Antioquia, Corinto o Roma. Se calcula que esta última contaba en aquel entonces con un millón de habitantes, y Antioquia de Siria y Corinto con unos quinientos mil habitantes cada una. Las comunidades cristianas representaban un porcentaje mínimo. Este dato no es de importancia menor en nuestros días que asistimos a un abandono de los fieles de las iglesias cristianas.

Oración y evangelización

“Orad por nosotros hermanos, para que la Palabra del SEÑOR siga propagándose y adquiriendo gloria como entre vosotros” (v.1) La oración de las iglesias establece el vínculo de unidad que el SEÑOR desea ver entre sus discípulos. “que todos seáis uno para que el mundo crea” (Cf. Jn 17,21). El Evangelio es una Palabra ungida por el ESPÍRITU SANTO que ha de ser reclamado por una oración incesante. Lo establecido al principio quedó como una pauta a seguir: “no salgáis de Jerusalén hasta que seáis revestidos de la Fuerza de lo Alto (Cf. Hch 1,4-5). Antes de predicar el ESPÍRITU SANTO habría de tomar el protagonismo de la misión. Para que la Evangelización siga produciendo resultados para el Reino de DIOS, la oración invocando al ESPÍRITU de DIOS no se puede interrumpir.

La lucha es espiritual

“Orad para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos, porque la Fe no es de todos. Fiel es el SEÑOR, ÉL os afianzará y os guardará del Maligno” (v.2-3). Recordamos que en el Padrenuestro la oración concluye con la petición expresa de rechazo al Maligno. Además el Apóstol tenía que lidiar con los falsos apóstoles, que aún hablando de JESUCRISTO llenaban de cizaña las comunidades. Por mala condición cabe decir que “la Fe no es para todos”, aunque DIOS no hace acepción de personas, pero el hombre se pierde cuando le pone condiciones a DIOS.

Confianza en los hermanos

“En cuanto a vosotros, tenemos plena confianza en el SEÑOR de que cumpliréis cuanto os  mandamos. A que el SEÑOR guíe vuestros corazones hacia el Amor de DIOS y la tenacidad de CRISTO” (v.4-5). El núcleo del Evangelio es JESUCRISTO, y el camino religioso correcto es el seguimiento de CRISTO. Para seguir al SEÑOR hay que pedir la gracia de la perseverancia, de la tenacidad, de la determinación, de la opción fundamental renovada. El Apóstol tiene plena confianza  en  los cristianos de Tesalónica, porque le han mostrado en diversas ocasiones una gran adhesión, pero no pierde la ocasión para exhortarlos, pues los peligros están al acecho.  

Comparte: