En este domingo se resalta en el Evangelio la figura de Juan el Bautista, sobre todo, la identidad del profeta de fuego, el precursor del Señor. Hace ocho días destacábamos que acudía mucha gente de todas las comarcas para “escuchar su palabra y recibir aquel bautismo de conversión”. Allí estaba en Betania, a la orilla del río Jordán predicando al pueblo que acudía. Aquella figura debió impactar a los hombres de su tiempo, sobre todo, a quienes ostentaban el poder les interesaba conocer su identidad; así que envían unos emisarios para interrogarlo sobre ¿quién era Él? y ¿cuál era su misión?. Juan sabe su identidad y conoce su misión: No es el Mesías, no es Elías, ni siquiera es el profeta que todo mundo espera; se ve así mismo como “la voz que clama en el desierto”. Sabemos que Dios “lo envía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él”.
El Bautista no se identifica con ninguna de las grandes figuras esperadas para el tiempo mesiánico, su único propósito es dar a conocer a Jesús, decía: “En medio de ustedes hay Alguien al que ustedes no conocen”, desde luego, a quien deben buscar y descubrir. Aquel desconocido es más importante que él. El Bautista no habla mucho, pero es la voz que clama. No tiene poder político o religioso, no posee títulos, no habla desde el templo o la sinagoga. Su voz no nace desde la estrategia política ni de los intereses religiosos. Comunica lo que le da sentido a su propia vida, no dice cosas sobre Dios, pero contagia con aquella voz. No enseña doctrinas religiosas, pero invita a creer. No basta acudir a las sinagogas cada sábado, no basta cumplir las leyes prescritas, es necesario ese cambio, sumergirse en el bautismo que lleva a vivir una vida diferente, una vida comprometida con Dios y con el prójimo. Expresa la necesidad de cambiar desde el corazón.
Reflexionemos hermanos: Hoy el Evangelio nos invita a que reconozcamos la identidad de Jesús, sin olvidar que, al reconocer la identidad de Él estamos definiendo nuestra propia identidad: ¿Quién es Jesús para mí?, pero también ¿quién soy yo para Jesús? Las palabras del Bautista nos siguen interpelando como cristianos; Jesús está en medio de nosotros, pero ¿lo conocemos de verdad? ¿estamos de acuerdo con su doctrina? ¿lo seguimos de cerca? Esta cultura del materialismo hace a un lado a Jesús, pero somos cristianos y decimos seguirle ¿cómo lo estamos haciendo?
Hermanos, vivimos en esta cultura muy marcada por el materialismo, donde el ser humano ha emprendido una carrera por el ‘tener’ sin importar el ¿cómo? o los medios para adquirir lo que se quiere, por ejemplo, muchos jóvenes son atrapados por el crimen organizado con el afán o la promesa de salir de la pobreza material,
pero al formar parte de esas organizaciones, descubren que existen más tipos de pobreza: Pobreza espiritual, pobreza humana y además no salen de la pobreza material. En medio de esta cultura, la gran mayoría nos decimos cristianos, quizá de nombre, ya que Jesús está ausente de nuestros corazones: no se conoce, no se vibra con su mensaje, no atrae ni seduce; Jesús es una figura de ornato, no dice nada especial que aliente las vidas; podemos proclamar nuestro cristianismo, pero seguimos siendo sordos. Dice Juan el bautista: “Entre ustedes está uno a quien no conocen”, esto es muy cierto, no lo conocemos, porque decimos que lo amamos, pero no lo escuchamos; decimos que es nuestra vida, pero cerramos la puerta a sus hijos predilectos, que son los pobres, los últimos, los abandonados, los migrantes; celebramos la Eucaristía, comulgamos, pero hacemos poco para transformar nuestra vida, en una vida como la suya, de entrega generosa a los demás.
Jesús necesita creyentes que sean sus testigos a ejemplo del Bautista, creyentes que se parezcan más a Él, creyentes que con su manera de vivir sean luz para los demás. Como Agentes de Pastoral seguimos predicando el mensaje cristiano, celebramos los sacramentos, asistimos a las celebraciones dominicales, pero pareciera que faltan testigos capaces de contagiar la alegría que aporta el encuentro con Jesús, creyentes que hagan creíble el mensaje del Maestro, creyentes que faciliten el encuentro con Él. No olvidemos que los testigos de Jesús no hablan de sí mismos, lo más importante es lo que dejan decir a Jesús a través de sus personas y sus palabras; el testigo no tiene la palabra, es sólo la voz que anima, que acompaña, que sabe callar, que sabe comprender, que da espacio para que el otro tenga la experiencia de Jesús; el testigo sabe escuchar con responsabilidad, sabe dialogar respetando al otro.
Creo que Juan Bautista nos enseña que sólo los humildes son capaces de aceptar a Dios en sus vidas, sólo ellos son capaces de hablar de Cristo sin mancharlo con su propia soberbia. La esterilidad o ineficacia del apostolado que hacemos proviene del hecho de que tratamos de traer a las personas hacia nosotros y no llevarlas a Cristo. Esforcémonos por imitar a San Juan Bautista, que como afirma San Agustín: ‘Comprendió que no era más que una lámpara y temió que el viento de la soberbia la apagara. Por tal motivo, se esforzó pidiendo ayuda al Omnipotente para ser y permanecer humilde’.
Hermanos Agentes de Pastoral, nos encontramos ante grandes desafíos, Jesús nos sigue invitando para que seamos sus testigos, allí donde Dios nos tiene. Pensemos por algún momento: ¿Qué tipo de testigo soy de Jesús? ¿No será que hablamos mucho de Él y con nuestra vida le estamos dando la espalda? ¿No será que somos obstáculo para que otros se acerquen a Jesús? ¿Cómo es nuestro testimonio del Señor?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!