Cada 19 de septiembre la Iglesia celebra la Aparición de la Virgen de La Salette.
El 19 de septiembre de 1851, el obispo de Grenoble (Francia), Filiberto de Bruillard, proclama: “Juzgamos que la aparición de la Santísima Virgen a dos pastores, el 19 de septiembre de 1846, en una montaña de la cadena de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, del arciprestazgo de Corps, contiene en sí todas las características de la verdad, y que los fieles tienen fundamento para creerla indudable y cierta”.
Era la aprobación episcopal a una aparición que de alguna manera marcaría el rasero y el estilo con los que serían juzgadas las posteriores y marcaba una época, la modernidad, con sus prisas y orgullo humano simbolizado en el ferrocarril, que por primera vez en 1830 había unido dos ciudades (Liverpool y Manchester).
En esta época de orgullo por avances técnicos, un 19 de septiembre de 1846, la Iglesia considera probado que se apareció la Santísima Virgen, sobre la montaña de La Salette, (Francia), a dos jóvenes pastorcitos, Melania Calvat y Maximino Giraud.
Él es hablador y tiene 11 años; ella es reservada y tiene 15. Ninguno de los dos sabe casi francés, excepto algunas palabras. Lo entienden moderadamente.
Como Bernadette en Lourdes años después, hablan dialecto local. Ambos son pobres, no han ido a la escuela, ni siquiera a catequesis; no saben leer ni escribir.
Durante la Aparición, mientras la “Bella Señora” se dirigía a Melania, Maximino lanzaba piedras hacia los pies de la dama. “¡Ninguna la tocó!”, dirá después a quien le pregunte.
Perderá a casi toda su familia 3 años después de las apariciones y viajará de aquí para allá empujado por grupos que quieren aprovecharse de su popularidad.
En 1866, publica el opúsculo Mi profesión de fe sobre la Aparición de Nuestra Señora de La Salette, reafirmándose en las apariciones.
En noviembre de 1874, Maximino, en el Santuario de La Salette, por última vez relató ante un auditorio emocionado los hechos.
Sería la última vez: murió pobre en marzo de 1975, después de confesarse, recibir la comunión y beber agua de La Salette para tragar la hostia. Su corazón se conserva en el santuario.
Yo creo firmemente, aun al precio de mi sangre, en la célebre Aparición de la Santísima Virgen sobre la Santa Montaña de La Salette, el 19 de septiembre de 1846. Aparición que he defendido con palabras, con escritos y con sufrimientos… Con estos sentimientos, yo dono mi corazón a Nuestra Señora de La Salette“, dejó escrito.
Melania, como niña pastora, sólo veía a su familia en invierno. Vivía con sus patrones. Tras la aparición quedó claro que su piedad y devoción, aunque sinceras, no eran adecuadas para la vida monástica, como reconoció el obispo de Grenoble.
Al quedar en el mundo, cayó en manos de una multitud de personas adictas a todo tipo de profecías pseudomísticas y pseudoapocalípticas, que el obispo tenía que desautorizar.
Intentaría entrar más veces en vida religiosa, sin éxito, y buscaba quien difundiera nuevos textos “secretos”, que la Iglesia ve claramente que no tienen nada que ver con la aparición aprobada.
Murió el 14 de diciembre de 1904 con 73 años. Descansa bajo una estela de mármol donde un pequeño bajorrelieve muestra a la Virgen acogiendo a la pastora de La Salette en el cielo.
En su vida hizo escribir mil desvaríos, pero jamás se desdijo ni modifico su testimonio de los hechos del 19 de septiembre de 1846.
Lo que pasó el 19 de septiembre de 1846
Los dos niños cruzaban el monte Sus-les-Baisses, cada uno llevando cuatro vacas y Maximino, además, su cabra y su perro Loulou.
El Angelus suena allá abajo en el campanario de la iglesia de la aldea. Dejan sus bestias en una fuente para ella y suben un pequeño valle hasta la “fuente de los hombres”.
Toman su pan con un trozo de queso de la región. Charlan con otros niños pastores. Van a otra fuente, se tumban en la hierba -contra su costumbre- y se duermen.
Bruscamente, Melania se despierta y sacude a Maximino: hay que buscar las vacas. Se tranquilizan al encontrarlas. Y entonces ella dice: “¡Mémin, ven a ver, allá, una claridad!”.
Lo describen como “un globo de fuego”.
Es como si el sol se hubiera caído allí”.
Es en el fondo del barranco donde han dormido. Él dice:
¡Vamos, coge tu garrote! Yo tengo el mío y le daré un buen golpe si nos hace algo”.
La claridad se mueve, gira sobre sí misma. En el fuego aparece una mujer, la cara oculta entre sus manos, los codos apoyados sobre las rodillas, en una actitud de profunda tristeza.
La Bella Señora se levanta. Ellos no han dicho una sola palabra. Ella les habla en francés:
¡Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia!”.
Entonces, descienden hacia ella. La miran, ella no cesa de llorar: “Parecía una madre a quien sus hijos habían pegado y se había refugiado en la montaña para llorar”.
La Bella Señora, dice la narrativa, es de gran estatura (nada que ver con la Virgen de Lourdes, que Bernadette siempre describirá como pequeña, como una niña) y toda de luz.
Está vestida como las mujeres de la región: vestido largo, un gran delantal a la cintura, pañuelo cruzado y anudado en la espalda, gorra de campesina.
Rosas coronan su cabeza, bordean su pañuelo y adornan sus zapatos. En su frente una luz brilla como una diadema.
Sobre sus hombros pesa una gran cadena. Una cadena más fina sostiene sobre su pecho un crucifijo deslumbrante, con un martillo a un lado y al otro unas tenazas (instrumentos de la Pasión de Cristo).
Si la Virgen de Lourdes no encajó en algunos críticos fue porque, según Bernadette, sonreía e incluso reía.
En cambio, su predecesora, la de La Salette, “ha llorado durante todo el tiempo que nos ha hablado”, según declararon los pastorcillos.
Juntos, o separados, los dos niños coinciden en su narración, hablando con gente sencilla o poderosa.
“Sostener el brazo de mi Hijo…”
Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia. Si mi pueblo no quiere someterse, me veo obligada a dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado que no puedo sostenerlo más. ¡Hace tanto tiempo que sufro por vosotros! Si quiero que mi Hijo no os abandone, estoy encargada de rogarle sin cesar por vosotros, y vosotros no hacéis caso. Por más que recéis, por más que hagáis, jamás podréis recompensar el dolor que he asumido por vosotros. Os he dado seis días para trabajar; me he reservado el séptimo, ¡y no se quiere conceder! Esto es lo que hace tan pesado el brazo de mi Hijo. Y también los que conducen los carros no saben jurar sin poner en medio el nombre de mi Hijo. Son las dos cosas que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo”, dijo la dama.
“Si la cosecha se pierde, sólo es por vuestra culpa. Os lo hice ver el año pasado con las patatas, ¡y no hicisteis caso! Al contrario, cuando las encontrabais estropeadas, jurábais, metiendo en medio el nombre de mi Hijo. Van a seguir pudriéndose, y este año, por Navidad, no habrá más”.
La palabra “pommes de terre” (patatas) intriga a Melania. En el dialecto de la región se dice de otra forma (“là truffà”). La palabra “pommes” evoca para ella el fruto del manzano.
Ella se vuelve a Maximino para pedirle una explicación. Pero la Señora se adelanta: “¿No comprendéis, hijos míos? Os lo voy a decir de otra manera”, comenta la dama. Y ahora deja el francés y pasa al dialecto de Corps, repitiendo desde “si la cosecha se pierde”.
Ya no dejará de hablar en dialecto.
Si tenéis trigo, no debéis sembrarlo. Todo lo que sembréis, lo comerán los bichos, y lo que salga se quedará en polvo cuando se trille. Vendrá una gran hambre. Antes de que llegue el hambre, a los niños menores de siete años les dará un temblor y morirán en los brazos de las personas que los tengan. Los demás harán penitencia por el hambre. Las nueces saldrán vanas, las uvas se pudrirán.”
De repente, aunque la Bella Señora continúa hablando, sólo Maximino la oye, Melania la ve mover los labios, pero no oye nada. Unos instantes más tarde sucede lo contrario: Melania puede escucharla, mientras que Maximino no oye nada (es entonces cuando se dedica a tirarle piedras a los pies sin tocarla).
Así la Bella Señora habló en secreto a Maximino y luego a Melania.
Y de nuevo los dos juntos escuchan sus palabras.
Si se convierten, las piedras y las rocas se cambiarán en montones de trigo y las patatas se encontrarán sembradas por las tierras. ¿Hacéis bien vuestra oración, hijos míos?”, preguntó.
“No muy bien, Señora”, respondieron los dos niños.
¡Ah! hijos míos, hay que hacerla bien, por la noche y por la mañana. Cuando no podáis más, rezad al menos un padrenuestro y un avemaría, pero cuando podáis, rezad más. Durante el verano no van a misa más que unas ancianas. Los demás trabajan el domingo, todo el verano. En invierno, cuando no saben qué hacer; no van a misa más que para burlarse de la religión. En Cuaresma van a la carnicería como perros. ¿No habéis visto trigo estropeado, hijos míos?”, pregunta ella.
“No, Señora”, responden.
Entonces ella se dirige a Maximino:
Pero tú, mi pequeño, tienes que haberlo visto una vez, en Coin, con tu padre. El dueño del campo dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado. Y fuisteis allá, cogisteis dos o tres espigas de trigo en vuestras manos las frotasteis, y todo se quedó en polvo. Después, al regresar; como a media hora de Corps, tu padre te dio un pedazo de pan, diciéndote: “¡Toma, hijo mío, come todavía pan este año que no sé quién lo comerá al año que viene si el trigo sigue así!”.
Maximino responde:
“Ah sí, es verdad, Señora, ahora me acuerdo, lo había olvidado.
Y la Bella Señora concluye, no en el dialecto, sino en francés:
“Bien, hijos míos, hacedlo saber a todo mi pueblo”.
Los frutos de la devoción
Con la aprobación en 1851 del obispo, la devoción a La Sallette como elemento de regeneración se dispara en Francia, y toda la prensa lo comenta, a favor o en contra.
En mayo de 1852 el obispo anuncia la construcción de un santuario y la creación de un cuerpo de misioneros diocesanos que él denomina “los Misioneros de Nuestra Señora de La Salette”.
Y añade: “La Santa Virgen se apareció en La Salette para el universo entero, ¿quién puede dudarlo?”
El 19 de septiembre de 1855, monseñor Ginoulhiac, nuevo obispo de Grenoble, resumía así la situación: “La misión de los pastorcitos ha terminado, comienza la de la Iglesia”.
El santuario en la montaña, a 1.800 metros en los Alpes franceses, sigue recibiendo peregrinos y acoge Eucaristías, el rezo meditado del rosario, las vigilias y las procesiones.
A muchos les impresiona de esta devoción la imagen de la dama: “una mujer, sentada, con los codos apoyados sobre sus rodillas y su cara tapada con sus manos”, una madre que llora por sus hijos.
Es desde esta altura cercana que puede pedir la conversión: más oración, rechazo a la blasfemia, cultivo del ayuno cuaresmal, asistencia a misa el domingo….Este viernes se celebran las apariciones de La Salette de 1846, las primeras de la época moderna
ADESTE FIDELES/ESNEWS.