La vuelta al Padre

Hechos 1,1-11 | Salmo 46 | Efesios 1,17-23 | Marcos 16,15-20

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Los Hechos de los Apóstoles dan comienzo con la Ascensión del SEÑOR a los cuarenta días de haber resucitado (Cf. Hch 1,1ss). Un corto periodo en el que JESÚS completa enseñanzas con sus discípulos a cerca del Reino de los Cielos. Los cuarenta días además de fijar un intervalo de tiempo entre la Resurrección y la próxima efusión del ESPÍRITU SANTO, evocan la preparación espiritual destinada a impartir la enseñanza fundamental que ha de recibir la humanidad. El sentido que ofrece el término “generación” emanado de los textos del Nuevo Testamento, aluden a la humanidad en su conjunto. JESÚS habla de las señales que avisan de su Segunda Venida, y la enmarca en “esta generación” (Cf. Mt  24,34). No se excluye en el discurso escatológico el periodo de cuarenta años aproximadamente, que van desde la muerte y Resurrección de JESÚS hasta la destrucción de Jerusalén y el Templo en el año setenta. Es habitual en la Escritura la utilización de conceptos con varios significados, que no se contraponen, sino que se refuerzan mutuamente. La generación cristiana abarca desde el instante en el que JESUCRISTO se hace presente y encuentra discipulado, hasta que la Cristiandad llegue a su plenitud con la Segunda Venida del SEÑOR, de la que sólo nos queda conjeturar pues nos movemos en la ambigüedad de las señales que han de ser interpretadas. No obstante los cristianos vivimos, mantenemos y nos apoyamos en una profunda convicción: el SEÑOR volverá y pondrá el punto y final a la historia del hombre en este mundo, porque nuestro destino está en el Reino de los Cielos. Lo que dice la carta a los Efesios es un común denominador en la doctrina de san Pablo: “que el DIOS de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el PADRE de la Gloria, os conceda espíritu -don- de Sabiduría y Revelación para conocerlo perfectamente, iluminando los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cual es la Esperanza a la que habéis sido llamados, la riqueza de la Gloria otorgada por ÉL a los  santos, y cuál la soberana grandeza de su Poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en CRISTO, resucitándolo y sentándolo a su derecha en los Cielos, por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación; y de todo cuanto tiene Nombre en este mundo, sino en el venidero. Bajo sus pies sometió todas las cosas, y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todos” (Cf. Ef 1,17-23). Como siempre que nos ponemos delante de las Escrituras con intención de comprender algo del Misterio debemos leer lentamente, esperando que la propia Palabra nos diga lo que nos tiene que transmitir, sabiendo que su hondura no nos pertenece y recibir algo siempre será un don. Este cuadro que nos presenta san Pablo destaca la igualdad del HIJO con el PADRE, que le da todo el Poder de forma efectiva. Las Dominaciones, Potestades, Principados y Virtudes, se ponen al servicio del HIJO, porque el PADRE así lo determina. Estos coros angélicos, como su nombre indica, son jerarquías de fuerza y Poder, que intervienen en los planes de DIOS. San Pablo ofrece la doctrina correcta, al referirse a los Ángeles dependientes de JESUCRISTO, al que tienen también por Cabeza. La Fe Católica afirma la existencia de los Ángeles y la existencia de los demonios, pero por encima de cualquier fuerza satánica o jerarquía angélica está DIOS, que es TRINIDAD, al que sirven todos los Ángeles. Los cristianos y de forma especial los católicos no somos zoroastristas, pues nosotros afirmamos que los Ángeles fueron creados, y en su momento algunos decidieron rebelarse contra DIOS y sus designio. La religión de Zoroastro y otras similares conciben el bien y el mal coexistiendo desde toda la eternidad. Esta última visión daría efectivamente a Satanás la misma capacidad de poder que a DIOS mismo. No es este nuestro caso: el de los católicos. No es digresión alguna hablar de los Ángeles en este caso, si JESÚS lo hace cuando se refiere a ellos como acompañantes de su acción poderosa (Cf.  Mt 13,30-39; 25,11). El PADRE entrega todo el Poder al HIJO para que obtenga el señorío sobre todas las cosas -sometimiento-. Ángeles y hombres, y el Cosmos entero ha de reconocer a JESÚS como el único SEÑOR. En la TRINIDAD desde la Resurrección-Ascensión hay un Nombre de hombre: JESÚS; y ante ÉL “toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclama que JESÚS es SEÑOR para Gloria de DIOS PADRE” (Cf. Flp 2,11). En la Santa Misa pedimos la intercesión de los santos Ángeles en el acto penitencial y en la conclusión del Prefacio con el “sanctus”. Hacemos bien, si en nuestra devoción particular incorporamos la invocación de los santos Ángeles, y de forma especial de nuestro Ángel Custodio. Los Ángeles son intercesores, que presentan nuestras necesidades ante el SEÑOR; y al mismo tiempo son ejecutores de las misiones encomendadas por la Divina Providencia. Teniendo en cuenta nuestro libre albedrío, los Ángeles intervienen en este mundo con mayor o menor eficacia con un objetivo bien definido: instaurar en este mundo el Reino de DIOS. Nosotros pedimos: “hágase tu Voluntad, en la tierra como en el Cielo” (Cf. Mt 6,10). Le decimos al PADRE que estamos decididos a cumplir su Divina Voluntad al modo de los santos Ángeles. El PADRE concede al HIJO todo el Poder para que todas las cosas queden bajo su exclusivo dominio -sometidas-. Llegado el punto final del proceso, entonces, el HIJO devolverá al PADRE todo aquello que le estará sometido. De forma que DIOS -TRINIDAD- lo sea todo en todos (Cf. 1Cor 15,28). Como ya nos hemos aproximado y “entendido” lo que respecta a la Ascensión del SEÑOR, veamos lo que dice JESÚS, según el evangelio de san Juan, el Domingo de Resurrección en las primeras horas de la mañana, a María Magdalena: “voy a mi PADRE y a vuestro PADRE; a mi DIOS y a vuestro DIOS” (Cf. Jn 20,17). No debemos desanimarnos por encontrarnos con otra perspectiva del Misterio, que, no lo dudemos, está actuando en medio de nosotros.

Comienza la Iglesia

Se da a la Iglesia su inicio oficial en Pentecostés. La Iglesia sigue en cierta medida los pasos de JESÚS, “no es más el discípulo que el MAESTRO” (Cf. Lc 6,40); y también la Iglesia naciente vive cuarenta días iniciales de cierto desierto espiritual, que están acompañados de oración e instrucción por parte del SEÑOR. Tras la Ascensión se abre un intervalo especial de preparación para invocar y pedir la presencia del PARÁCLITO -ESPÍRITU SANTO- bien definido como la Tercera Persona de la TRINIDAD, que colmará de dones y carismas a los discípulos, dotándolos convenientemente para la misión. Los cuarenta días entre la Resurrección y la Ascensión no es necesariamente un tiempo de apariciones permanentes del RESUCITADO a los discípulos; que, por otra parte, debemos considerar como un grupo amplio alrededor de los Once. Pedro y el resto de los discípulos eligen al sustituto de Judas Iscariote entre un grupo de ciento veinte (v.15b). Los ciento veinte discípulos mencionados puede asumirse como un dato simbólico, que incluso abarcaría un número más amplio de discípulos alrededor de los Apóstoles y la VIRGEN MARÍA (v.14b). Según las palabras de los Hechos de los Apóstoles, JESÚS el RESUCITADO “da instrucciones a los Apóstoles por medio del ESPÍRITU SANTO, que ÉL había elegido” (v.2). La Iglesia naciente lo mismo que su MAESTRO se prepara en el desierto para la misión. JESÚS, dice san Lucas: “JESÚS lleno de ESPÍRITU SANTO se volvió del Jordán y era conducido por el ESPÍRITU en el desierto durante cuarenta días “ (Cf. Lc 4,1-2). Ahora JESÚS el RESUCITADO tiene que instruir con una impresión casi indeleble en los corazones de sus discípulos las cosas que han de predicar al mundo. Una Nueva Alianza se ha establecido y quedó sellada con la sangre del propio JESÚS. ÉL tiene ahora todo el derecho a que su sacrificio salvador del género humano, sea conocido por todos los hombres de todos los tiempos. Los Apóstoles y primeros discípulos están recibiendo “la unción que les enseña todas las cosas” (Cf. 1Jn 2,27). El profeta Jeremías lo había profetizado para los tiempos mesiánicos: “no tendrá que enseñar cada uno a su hermano, conoce al SEÑOR, porque cada cual lo reconocerá” (Cf. Jr 31,34). Un Nuevo Pueblo de profetas está surgiendo, sin que los representantes de la religión oficial se percaten de ello.

Después de la Pasión

 “A los discípulos, después de su Pasión se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía” (v.3). Este texto de Hechos de los Apóstoles designa a los sufrimientos, tortura, crucifixión y muerte en la Cruz de JESÚS como la Pasión, o los padecimientos del SEÑOR. En el evangelio, san Lucas, menciona lo que deberá sufrir JESÚS en el diálogo que se establece en el Monte de la Transfiguración como “la salida” o “el éxodo” de JESÚS (Cf. Lc 9,31). San Juan dirá que en aquella “Hora” de sufrimiento y traición, da comienzo la glorificación: “ha llegado la Hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo, si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto” (Cf. Jn 12,23-24). La Iglesia se fragua en la convicción comunitaria de la Resurrección de su SEÑOR: a muchos y de distintas formas el RESUCITADO tuvo que manifestarse para adquirir la certeza de verdaderos testigos sobre la Resurrección del SEÑOR, al que habían visto destrozado por el martirio de la Pasión. Un periodo de cuarenta días es un tiempo prudencial para sedimentar unas experiencias espirituales de encuentro con el RESUCITADO, que al mismo tiempo van a ser compartidas con otros hermanos. El testimonio personal es cribado por el discernimiento de la comunidad, que puede decir en un momento dado: “es verdad, el SEÑOR ha resucitado, y se ha aparecido a Simón” (Cf. Lc 24,34). Sin menoscabo del factor jerárquico que mantienen los mismos relatos del Nuevo Testamento, y en especial los Evangelios, debemos ampliar la visión de los testigos iniciales que dan razón del SEÑOR resucitado, y considerar un número mas amplio que once o doce Apóstoles. De hecho san Pablo en la primera carta a los Corintios nos habla de la aparición a más de quinientos hermanos reunidos todos en un mismo lugar (Cf. 1Cor 15,6). Esta aparición también hubo de producirse en el intervalo de los cuarenta días entre la Resurrección y la Ascensión. Las Escrituras del Antiguo Testamento se escriben por autores inspirados que reciben la Revelación. El Nuevo Testamento se escribe a partir de lo que nos trasmiten los testigos del RESUCITADO, que san Juan formula en su primera carta: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos, a cerca de la PALABRA de Vida, pues la VIDA se manifestó y nosotros la hemos visto, y damos testimonio, y os anunciamos la VIDA Eterna que estaba vuelta hacia el PADRE, y que se nos manifestó. Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (Cf. 1Jn 1,1-3). La inspiración en el Nuevo Testamento está al servicio del testimonio sobre el RESUCITADO.

La Promesa del PADRE

“Mientras comía con ellos les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardaran la Promesa del PADRE, que habían oído: Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el  ESPÍRITU SANTO dentro de pocos días” (v.4-5).  La cita de la primera carta de san Juan, antes señalada, debemos aplicarla a la manifestación de JESÚS como el RESUCITADO, que no quiere dejar la mínima duda sobre esta nueva condición y come con sus discípulos. JESÚS había muerto, y nadie que lo hubiera visto crucificado podía dudarlo en su sano juicio. Si ahora podían ver, oír y tocar al VERBO de la VIDA es que la VIDA misma se les estaba manifestando sin posibilidad racional de duda. El RESUCITADO no necesitaba comer, pero los discípulos pedían de modo implícito pruebas irrefutables de un hecho tan extraordinario. No fueron suficientes las apariciones particulares, ni las exigencias forenses de Tomás, comprobando las heridas aún vigentes del CRUCIFICADO. Las aberturas en la carne de pies, manos y costado, decían que el RESUCITADO había pasado por la Cruz, y ante sus ojos estaban las señales. JESÚS era el mismo antes y ahora; y tal cosa los enfrentaba de nuevo ante el Misterio. La predicación sobre el Reino de DIOS se iba esclareciendo, pero debía venir sobre ellos el ESPÍRITU SANTO e iniciar así una implantación en el mundo, que  todavía no ha concluido. El Reino de DIOS se establece alrededor del RESUCITADO y ellos -los Apóstoles- tienen que anunciarlo con el Poder del ESPÍRITU SANTO, que hace nuevas todas las cosas.  Se necesita el hombre nuevo nacido del Bautismo, que  recibe un alimento espiritual nuevo en la EUCARISTÍA. El hombre nuevo movido por el ESPÍRITU SANTO actuará con arreglo a los valores evangélicos dados por JESÚS. El ideal del Reino de DIOS no trata de ampliar el número de las utopías, pues se basa en el hecho objetivo y real de la Encarnación del HIJO de DIOS, de su Cruz y Resurrección; y esto no es una ideología. DIOS en estos momentos sigue teniendo la última palabra sobre los acontecimientos históricos, que pareciera indicar su ausencia total; sin embargo la implantación del Reino de DIOS sigue viva. “Vosotros seréis bautizados en el ESPÍRITU SANTO dentro de pocos días” les dice JESÚS, pues el Reino de los Cielos -de DIOS- que pedimos en el Padrenuestro lleva implícita la efusión del ESPÍRITU SANTO, sin la cual el Reinado de DIOS no se puede hacer presente. DIOS tiene siempre la decisión sobre los tiempos en los que la efusión del ESPÍRITU SANTO debe sentir su efecto en las personas, la Iglesia y el mundo en general: “el ESPÍRITU SANTO vendrá y amonestará al mundo sobre el pecado, la justicia y el juicio…” (Cf. Jn 16,7-11). También el mundo en su conjunto es objeto de las efusiones del ESPÍRITU SANTO para acomodar las conciencias a un mejoramiento espiritual. La oración de la Iglesia, o de los cristianos, pueden adelantar esta acción de DIOS, que se encuentra siempre dentro de sus planes providenciales. Distintas efusiones del ESPÍRITU SANTO aparecen en el libro de los Hechos de los Apóstoles que confirman lo anterior.

Un pregunta que se repite

“Los que estaban reunidos le preguntan: ¿es ahora cuándo vas a restaurar el Reino de Israel? JESÚS les dice: a vosotros no os toca conocer el tiempo ni el momento, que ha fijado el PADRE con su autoridad” (v.6-7). El PADRE tiene previsto instaurar todas las cosas en CRISTO (Cf. Ef 1,9-10). Los hombres oímos cosas que se aproximan más o menos de la realidad, pero la realidad misma excede toda comprensión particular. No es imaginable para la capacidad  humana concebir el resultado final de todas las cosas en CRISTO. Podemos pensar que los Apóstoles preguntan por la rehabilitación del pueblo de Israel como una potencia, que en realidad nunca fue; pues el Pueblo elegido siempre se vio rodeado por potencias económicas y militares mucho más grandes. Israel se vio sometida las más de las veces al asedio y conquista de otros pueblos, favorecido por las divisiones internas. Las profecías antiguas de restauración deberían suscitar una lectura espiritual de las mismas, pero aquellos discípulos mantenían otra perspectiva. Como en otras ocasiones, JESÚS no rectifica el enfoque, pero la contestación supera el plano en el que es formulada la pregunta, y traslada la cuestión al designio eterno del PADRE sobre la recapitulación de todas las cosas en CRISTO. Se acentúa en determinados momentos, y el presente es uno de ellos, la pregunta por la Segunda Venida del SEÑOR y el final de todas las cosas presentes para dar lugar a una situación espiritual totalmente distinta. Ante la incertidumbre que producen los acontecimientos del momento actual, aparecen las visiones que dan una solución providencial que va a superar estos tiempos caóticos. Cuando el hombre pierde el respeto por su propia dignidad, se nos hace necesaria la intervención de DIOS que ponga orden de nuevo en un mundo que le pertenece.

Testigos para el mundo

“Vosotros recibiréis el ESPÍRITU SANTO y seréis mis testigos en Jerusalén, Samaria hasta los confines de la tierra” (v.8). La evangelización con Poder tiene que llegar hasta los confines de la tierra tanto en el tiempo como en el espacio. Hacia el final de los tiempos tienen que haber llegado los testigos del Evangelio con el anuncio del RESUCITADO. Otras señales de finales de las distintas épocas aparecen en los discursos escatológicos y de forma especial en el libro del Apocalipsis. Pero la señal más fiable debiera ser para nosotros la extensión de la evangelización tanto en el espacio como en el tiempo. La Iglesia Católica permanecerá aunque en tiempos sea perseguida y se recluya en la clandestinidad; pero no tiene fecha de caducidad determinada por los hombres. JESÚS es el SEÑOR y su Cruz tiene todos los requerimientos para que su Redención sea reconocida por todos los hombres. Todos los hombres en algún momento tienen que recibir el primer anuncio del Evangelio con Poder, siempre respetando la libertad de aquellos que decidan rechazarlo.

JESÚS fue levantado

“Dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube lo ocultó a sus ojos” (v.9). Como en la Resurrección también ahora JESÚS es levantado, pero en este momento los discípulos presencian algo de este acontecimiento. La Resurrección sucedió con ausencia total de testigos humanos, pero no así de los Ángeles, que después informaron a las santas mujeres. Ahora los discípulos tienen una revelación que los dejará impresionados, extasiados y abstraídos, hasta el punto de volver a la realidad de este mundo porque unos hombres con vestiduras blancas les dicen, que volverán a ver al SEÑOR de la misma forma que lo han visto marchar (v.10-11). Debemos desprendernos de las imágenes concretas y bien definidas para concebir la Ascensión y volver la mirada al modo cómo se describe la aparición del SEÑOR en su Segunda Venida: “de la misma forma que el rayo va de Oriente a occidente, así será la venida del Hijo del hombre en su Día” (Cf. Mt 24,27). La LUZ en la que asciende el RESUCITADO se convierte en una nube para la mirada limitada de los discípulos. El exceso de LUZ se vuelve una densa nube para los ojos de los hombres.

El Evangelio

El Evangelio de san Marcos da inicio con la conclusión o resultado que deberíamos comprobar al final del mismo; y el evangelista presenta sin atenuantes: “comienzo del Evangelio de JESUCRISTO, HIJO de DIOS” (Cf. Mc 1,1). Todas las obras que se van a relatar en este escrito llevan la autoría del HIJO de DIOS, que es JESÚS el CRISTO. Cada obra, discurso o enseñanza pertenecen al Poder y Autoridad que JESÚS tiene en virtud de su condición de HIJO de DIOS. Cuando Juan Marcos escribe este Evangelio han pasado unas décadas y se tiene la constancia de la identidad de JESÚS. Los versículos finales de este Evangelio corroboran todo lo escrito en dieciséis capítulos dispuesto para ser anunciado a toda la creación. Resurrección y Evangelización se necesitan sin condiciones. Nada habría que anunciar, si JESÚS no hubiese resucitado, marcando la victoria del Hombre-DIOS sobre la muerte y el pecado. Este hecho trascendental es preciso que sea conocido por todos los hombres y repercuta de forma tangible en la misma Creación que rodea al hombre: “la Creación entera sufre dolores de parto, a la espera de la manifestación de los hijos de DIOS” (Cf. Rm 8,19.22) La idolatría es un gran pecado, porque dice que la criatura es DIOS, y tal cosa es una blasfemia, invierte la realidad de las cosas y traiciona la obra creada, que no está en su condición natural de criatura, por eso la idolatría es diabólica, fragmentadora o caótica. La Creación entera espera el Evangelio vivido por los hijos de DIOS, que presten la voz a todo lo creado para dar gracias y alabar al CREADOR. El Evangelio de JESUCRISTO mantiene en el mundo su Poder salvador que libera de las ataduras espirituales de Satanás, la lepra del pecado y las distintas enfermedades que nos aquejan cuando falta el sentido trascendente de esta vida. La Creación entera se ve liberada cuando es habitada por un hombre redimido. La Creación entera está dispuesta por DIOS para contribuir al desarrollo del hombre. El hombre evangelizado es un bien para toda la Creación.

Con un monosílabo

“Id al mundo entero, y proclamad el Evangelio a toda la Creación” (Cf. Mc 16,15). “Id”, un imperativo que aparece cargado de sentido cuando se trata de anunciar el Evangelio, porque el evangelizador sabe quién lo envía, cuál es su cometido y el objetivo último de su misión. Este monosílabo pronunciado por el RESUCITADO lleva toda la fuerza del “hágase” de los orígenes. La palabra del evangelizador está llamada a transformar el mundo con resultados de una Nueva Creación. La EUCARISTÍA no es un pan mejor después de haber sido consagrado, sino en él existe una realidad nueva que no es de este mundo. La Caridad no es sólo solidaridad, sino una muestra del Amor de DIOS a través de aquel que da y el que recibe. La Verdad del evangelizador no está sujeta al método experimental, sino al testimonio de Fe que hace valer la Palabra de JESUCRISTO. La Creación entera tiene que recibir la Palabra del SEÑOR, que se sirve de sus enviados.

Fe bautismal

“El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará” (v.16). Los textos vienen a poner en estrecha relación la Fe, la enseñanza de la Palabra y el Bautismo. La Fe es suscitada por la Palabra inicialmente, que debe ser propuesta en la predicación y la enseñanza pormenorizada de una catequesis bien estructurada. Antes y después del Bautismo la Palabra y la celebración litúrgica acompañan al candidato al Bautismo, y en el camino de maduración en la Fe. El Don gratuito de la Fe aparece en el comienzo y debe seguir un proceso de discernimiento, en el que se vaya separando o dejando atrás todo lo que formaba parte de las creencias supersticiosas y maneras de ver la vida en categorías ajenas al Evangelio. El camino de la Fe debe resultar un descubrimiento permanente, que llena de Paz y alegría el corazón del que desea seguir a JESUCRISTO. La meta que se establece con el Bautismo, o mejor con los sacramentos de la Iniciación Cristiana, es una meta importante en la vida de cualquier persona, que vivió ajena a la Fe hasta entonces. Lo que está por venir debe ser objeto de continuo aprendizaje. La fuerza del converso se vera encauzada, pues no podemos olvidar las palabras del Apóstol: “ sed sobrios, estad alerta, porque el diablo como león rugiente, ronda buscando a quién devorar; resistidle firmes en la Fe” (Cf. 1Pe 5,8). Dejar a un lado a los enemigos de nuestra vida en el SEÑOR es una ligereza frívola, que nos puede traer serios disgustos. La Fe que recibimos siempre como un Don en todas sus fases es “un gran tesoro que llevamos en vasijas de barro” (Cf. 2Cor 4,7). La Fe es la participación en “la herencia del Pueblo santo en la LUZ” (Cf. Col 1,12). Fuera de la Fe en JESUCRISTO están los tonos grises o definitivamente oscuros. Hablamos especialmente de la Vida Eterna que abre sus puertas cuando dejamos este mundo. DIOS tiene más interés en salvarnos que nosotros mismos, pero no lo hará forzando nuestra libertad. DIOS puede esperar el tiempo que sea, incluso en el más allá, para que decidamos dónde queremos ir. ÉL tiene toda la eternidad y como dice el Apóstol, “la paciencia de DIOS es nuestra salvación” (Cf. 2Pe 3,15). Los exorcistas reconocen que algunos de los poseídos por varios espíritus cuentan entre ellos con algún espíritu errante, que todavía no tiene un destino definitivo, y en la sesión de oración se pueden unir a la oración del propio exorcista. La condenación que de modo esquemático plantea este versículo es el resultado último de la persona que de forma radical rechaza la Salvación dada por JESUCRISTO. DIOS no nos ha creado para tendernos una trampa y condenarnos, sino para heredar la Vida Eterna después de haber empleado la existencia en buscarlo para conocerlo y amarlo.

Las señales carismáticas

“Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas; agarrarán serpientes en sus manos, y aunque beban un veneno mortal no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (v.17-18). Los especialistas en la exégesis del Nuevo Testamento coinciden que este final del evangelio de san Marcos pertenece al años cincuenta del siglo segundo aproximadamente; lo que pone de manifiesto indirectamente, que los carismas mencionados en este sumario estaban vigentes en medio de las comunidades. Cuando leemos éste y otros textos similares surge la pregunta, ¿qué sucede en nuestros días que están ausentes los carismas mencionados? De forma testimonial se producen algunas curaciones en los lugares de apariciones marianas; o llega la noticia de alguna comunidad carismática en la que el Poder del SEÑOR se manifiesta, pero de forma muy ocasional. Está bien que el ministerio exorcista esté custodiado directamente por el obispo, que delega en algún sacerdote debidamente preparado, pues es un ministerio que tiene sus riesgos. Si el que lo ejerce actúa con la autoridad espiritual conveniente no tendrá problema alguno, pero un confiado o un intruso puede sufrir malas consecuencias. Cualquier bautizado puede imponer las manos a sus hijos, cónyuge, familiar o amigo, pidiendo salud física, paz interior o bendición. Esta oración fortalece los lazos de comunión dentro de la comunidad. De forma espontánea muchas personas realizan esta oración de imposición de manos cuando visitan a un enfermo. Como dicen los Santos Padres la Iglesia en su conjunto habla todas las lenguas. Esto lo saben muy bien los misioneros de todas las épocas. A los misioneros españoles en América les tocó aprender una gran cantidad de lenguas aborígenes, dotarlas de gramática y reglas ortográficas, y una vez sistematizada la lengua traducir oraciones, catecismos, liturgia; y todo esto mucho antes que se hubiera producido el Concilio Vaticano II. La tarea misionera no ha perdido de visto estas necesidades y se mantiene en el esfuerzo de llevarlo a cabo. La otra vertiente de las lenguas se refiere a la glosolalia -lenguaje preconceptual- que puede aparecer de manera especial en la oración comunitaria. Un grupo más o menos amplio orando en lenguas da un resultado de acercamiento a lo inefable del Misterio y se deja sentir en una Paz profunda que invade a los presentes y favorece la adoración. El ESPÍRITU SANTO es capaz de entender lo que dicen los corazones de los presentes, aunque ellos no hayan articulado una palabra con sentido. Todo esto se entiende cuando se ha vivido y de lo contrario el dictamen puede ser como el de algunos el día de Pentecostés: “están borrachos” (Cf. Hch 2,13).

Cumplida la misión

“El SEÑOR JESÚS después de hablarles fue llevado al Cielo y se sentó a la diestra de DIOS” (v.19). Este versículo refiere de forma sumaria la exposición de los primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles. JESÚS les habló a los discípulos durante cuarenta días sobre los misterios del Reino de los Cielos y la misión que estaba por delante. Terminada esta fase de la enseñanza e instrucción, JESÚS asciende a los Cielos, momento en el que el PADRE le entrega todo el Poder al HIJO. Así lo hace saber san Mateo cuando JESÚS se dirige a los discípulos en la Galilea: “se me ha dado todo el Poder en el Cielo y en la tierra” (Cf. Mt 28,19). Sólo el HIJO puede tomar en sus manos el Libro de la Vida (Cf. Ap 5,9), porque ÉL ha dado la suya por la Redención de todos los hombres. Todo Poder ejercido en el Cielo y en la tierra, significa que todos los Ángeles y Bienaventurados deben perfecta obediencia al HIJO, al que sirven con perfecto agradecimiento. El Poder ejercido por el HIJO se orienta a la manifestación sin condiciones del AMOR de DIOS, que ha de ser conocido por medio del Evangelio. Todos los hombres de las distintas “razas, pueblos lenguas y naciones” (Cf. Ap 7,9) deben recibir la Buena Noticia de su Redención y el PADRE los espera en la patria definitiva del Cielo. Todos los hombres de todos los tiempos, allí donde se encuentren en su estado de existencia, tienen que saber de la Redención realizada por el HIJO también en su favor. La vida en este mundo es muy corta en el tiempo, especialmente condicionada en contra del verdadero desarrollo espiritual y marcada por el pecado con una intensidad de la que en general el hombre mismo no es consciente. Deben saber los hombres, allí donde se encuentren, que DIOS ha puesto remedio a todos los males con la muerte y Resurrección de su HIJO, a quien ha dado todo el Poder. En ÉL y sólo en ÉL es operativa la Salvación. De muchas formas se vienen manifestando las almas errantes, que han dejado este mundo en medio de errores y gran confusión, que las continúa atenazando. También a estas legiones de almas, que son hijas de DIOS, tiene que llegar el Evangelio. Porque “JESÚS aceptó la máxima humillación, hasta la muerte de Cruz, DIOS lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo Nombre; de modo que al Nombre de JESÚS toda rodilla se dobla en el Cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua  proclama que JESÚS es SEÑOR para Gloria de DIOS PADRE” (Cf. Flp 2,8-11). Sentado a la diestra de DIOS significa que JESÚS tiene igualdad con DIOS PADRE en cuanto a naturaleza, e indica que el PADRE transfiere todo el Poder al HIJO, hasta que llegue el momento en el que el mismo HIJO, una vez realizado el debido proceso de cristificación, devuelva al PADRE todo lo que éste le había dado (Cf. 1Cor 15,24-28). La fiesta de la Ascensión pone delante de nosotros este gran Misterio enunciado por la Escritura, pero sólo accesible en verdad cuando dejemos este mundo. En la espera de estos inefables acontecimientos debemos llenarnos de agradecimiento hacia la bondad desbordante de DIOS que nos ama de tal manera.

Las señales de la misión

“Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el SEÑOR con ellos, y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (v.20). Definitivamente el Cielo queda abierto en la Resurrección, y los Ángeles de DIOS suben y bajan del Cielo a la tierra a la orden del HIJO del hombre (Cf. Jn 1,51). Desde la Resurrección en un presente continuo los predicadores del Evangelio realizan señales que confirman la Palabra, porque los acompaña el Poder del SEÑOR. Ministros ordenados con impronta apostólica o misioneros bautizados son enviados y asistidos por la presencia activa del ESPÍRITU SANTO, que no deja de renovar a unos y otros con sus dones y carismas. Para un mundo doliente por muchas calamidades llega la consolación del Evangelio, y los espíritus ciegos, prisioneros en sus cárceles particulares o echados como despojos en las lóbregas mazmorras tienen la oportunidad de reconocer la LUZ que los devuelve a la verdadera vida. Los misioneros en las distintas sociedades pueden reproducir: “el ESPÍRITU del SEÑOR está sobre mí, porque me ha ungido; y me ha enviado a dar la vista a los ciegos; a liberar a los cautivos; a sacar de las mazmorras a los presos; y a proclamar el Año de Gracia del SEÑOR” (Cf. Lc 4,18-19).

San Pablo, carta a los Efesios 1,17-23

Para san Pablo, la Redención realizada por JESUCRISTO es el Misterio escondido en DIOS, y a él le fue dado ese conocimiento por una revelación (Cf. Ef 3,3). Este Misterio es ahora dado a conocer por el ESPÍRITU SANTO (Cf. 3,4). Como se pone de manifiesto en sus cartas, san Pablo no teologiza sobre las enseñanzas directas de JESÚS, ni sus milagros, sino que centra toda su atención en la eficacia salvadora del acontecimiento histórico de la Cruz -muerte- y Resurrección. La Cruz y Resurrección encierran el contenido que define o identifica quién es JESUCRISTO, el destino de cada uno de nosotros y el resultado final de la Salvación con su alcance cósmico. A san Pablo “el menor de todos los santos fue concedida la Gracia de  anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de CRISTO” (Cf. Ef 3,8) Lo que predica san Pablo no es un conocimiento gnóstico o esotérico reservado a unos iniciados. Cuando san Pablo da rienda suelta a los principios doctrinales y teológicos, similares a los recogidos en este escrito, lo hace para que todos contemplemos y alcancemos el Amor de CRISTO: “conocer el Amor de CRISTO que excede todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de DIOS” (Cf. Ef 3,19) El Amor de DIOS manifestado en CRISTO JESÚS es don y tarea. En circunstancias normales, las obras tienen que discurrir acordes con el don recibido de la Vida en Gracia. San Pablo continúa diciendo: “os exhorto, yo, preso por el SEÑOR a que viváis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por  Amor” (Cf. Ef 4,1-2). La buena conducta o la praxis cristiana tiene por objeto, “para la edificación del Cuerpo de CRISTO, hasta que lleguemos todos a la unidad de la Fe y del conocimiento pleno del HIJO de DIOS, el estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de CRISTO” (Cf.  Ef 4,13). Esta es la conclusión de la segunda lectura alternativa, que ofrece este domingo de la Ascensión del SEÑOR. Desde los primeros versículos de esta carta, san Pablo nos pone delante con su estilo propio el Misterio de CRISTO, que es el objeto de nuestra Fe.

Conocimiento de DIOS

“Que el DIOS de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el PADRE de la Gloria, os llene de espíritu de Sabiduría y Revelación para conocerlo perfectamente” (v.17). DIOS quiere ser conocido para ser amado. DIOS no busca especialistas que pretendan medrar a costa de una erudición cargada de protagonismo. Cuando JESÚS hablo del muto conocimiento dado a los hombres entre el PADRE y el HIJO, lo hizo poniendo las premisas de la humildad y la mansedumbre (Cf. Mt 11,25-30). Los dones de Sabiduría y Revelación son para esta vida de forma especial, pues sin ellos las Escrituras quedarían cerradas a nuestra Fe y entendimiento. Por otra parte, las Escrituras son la fuente principal de conocimiento de DIOS, y se las debe considerar como el camino ordinario para saber algo de DIOS y sus designios. JESÚS podía realizar un acto de revelación súbita a los discípulos de Emaús antes de explicarles las Escrituras en todo lo que se refería a ÉL, pero no procedió de tal manera, porque las Escrituras permanecen como el camino ordinario para entrar en el conocimiento de DIOS. No pretendamos revelaciones extraordinarias cuando omitimos el trabajo de “escudriñar las Escrituras” (Cf. Jn 5,39ss). San Pablo como buen maestro de las almas promete avances importantes, si se cultiva la inteligencia del Misterio de CRISTO: “iluminado los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la Esperanza a la que habéis sido llamados por ÉL, cuál la riqueza de la Gloria otorgada por ÉL en herencia a los santos” (v.18). El secularismo ha conseguido entre otras cosas, que nuestros pensamientos estén enclaustrados permanentemente en las infinitas cosas de este mundo. En todo caso, el secularismo presente permite e incentiva la realidad virtual que replique de otro modo los apegos materiales, y se procura por todos los medios que ese círculo vicioso y letal sea incesante para romper espiritualmente al hombre. Claro está, el Evangelio persigue resultados muy distintos que el secularismo rabioso. Sin horizonte de eternidad con un contenido dado por las promesas de DIOS, la vida presente pierde el sentido. Es cierto que la vida presente puede llenar de admiración al considerarla en su sorprendente complejidad, equilibrio, diseño racional y belleza; pero no es menos cierto que las contingencias existenciales marcadas por las dificultades, fracasos, enfermedades que llegan y el envejecimiento que anuncia la muerte, cargan la visión de una gran oscuridad que impide ver una salida. La muerte y Resurrección de JESÚS puede con todo lo anterior, porque lo asume todo y no excluye nada por dificultoso que sea. DIOS es infinitamente más fuerte que todas las limitaciones humanas. Las señales que dan razón de la fiabilidad de las promesas no se dejan esperar. La Gloria que nos espera o la Esperanza a la que somos llamados la debemos vivir previamente en la comunidad. Rezamos el Credo con toda la Iglesia, y decimos: “creo en el ESPÍRITU SANTO, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los Santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la Vida Eterna”. Cuando digo “creo” no establezco una opinión, sino una opción fundamental, que arranca de lo genuino de mi voluntad.

DIOS tiene todo el Poder

“DIOS manifiesta la soberana grandeza de su Poder para con nosotros los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que manifestó en CRISTO resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en los Cielos” (v.19-20). El secularismo consiguió logros importantes, entre otros provocar un borrado de la presencia de DIOS dentro de los acontecimientos de la vida de los hombres y de la Creación misma. Para el secularismo DIOS está ausente de todo, como mínimo, o definitivamente resulta inexistente. La persona de Fe opera con otra racionalidad y sigue el rastro o la estela del Poder de DIOS manifestándose de múltiples formas con un cuidado Providencial. En el campo de las realizaciones específicamente humanas, DIOS llega hasta las decisiones libres de los hombres que se lo permiten. Para nosotros es letal dejar espacios vacíos a la Presencia providente de DIOS, pues esas ausencias van a ser cubiertas por las presencias oscuras del Malo, que muestra un interés especial por arruinar la obra de DIOS. Sólo un Poder muy superior es capaz de sujetar, ordenar o controlar, fuerzas que tienden al caos. Si negamos la Presencia e intervención de DIOS damos lugar y margen a las fuerzas caóticas -satánicas- en los distintos planos de nuestra realidad humana. Si quitamos a DIOS de las relaciones comerciales, aparecerá la tiranía del más fuerte en lo político y económico. Si retiramos las premisas morales dadas por la recta doctrina, aparecerán irremediablemente los abusos destructivos en el orden que sea. Si el Poder de DIOS se retira de la recta espiritualidad, caeremos en las formas idolátricas más inverosímiles. DIOS tiene Poder, o todo el Poder, y nosotros le decimos si lo aceptamos o no, cuándo y cómo lo necesitamos. Parece ser que somos capaces por nosotros mismos de ordenarlo todo, controlarlo todo, conocerlo todo y resolverlo todo. Esta cumbre de la estupidez humana nos puede traer consecuencias imprevisibles.

JESUCRISTO es el SEÑOR

“JESUCRISTO está por encima de todo Principado, Potestad, Dominación y Virtud; y de todo cuanto tiene el hombre en este mundo, y en el venidero” (v.21) Una mirada hacia los Cielos que nos trascienden es posible a través de la consideración de los nueve coros angélicos que están al servicio de DIOS y su obra. Los Ángeles de los distintos coros, que han permanecido desde el comienzo al servicio de DIOS no ofrecen problema alguno. La cosa cambia al considera que parte de los componentes de los coros iniciales se convirtieron en antagonistas de DIOS y su obra. Las cualidades innatas de los ángeles caídos no fueron retiradas, por lo que son poseedores de un gran poder destructor, y la disolución caótica es su objetivo. Nuestra batalla es espiritual y nos enfrentamos con fuerzas muy superiores a las que poseemos. Los Ángeles se disponen a nuestro servicio en la medida que reconozcamos el señorío de JESUCRISTO, a quien ellos sirven y adoran desde el primer momento. Las cuatro jerarquías elegidas en este caso por san Pablo pertenecen directamente al dominio de las fuerzas que operan en la Creación material especialmente. El AMOR de DIOS no tiene límites y en cierta medida los Cielos están inacabados, porque los redimidos vamos llegando a nuestro destino en los Cielos. Nuestra herencia celestial engrandece los Cielos, aunque ninguna criatura añade algo a DIOS. “Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza Suprema de la Iglesia,  que es su Cuerpo, la plenitud del que lo llena todo en todos” (v.22-23). Los Ángeles no disocian la administración de los distintos sectores del mundo material con las realidades espirituales pertenecientes a lo que nos une directamente con el SEÑOR: su acción es siempre religiosa. Aceptan el servicio por AMOR como la única manera de estar alrededor del Trono de DIOS. “Miríadas de miríadas de Ángeles le servían”  (Cf. Ap 5,11). Lo  mismo que el SEÑOR es el Siervo de todos (Cf. Jn 13,4ss); así también los Ángeles buscan la forma de servir al SEÑOR en los que ÉL ha redimido. La marcha de la Iglesia repercute en el mundo; y los efectos también son perceptibles cuando se procede a la inversa. Las instituciones civiles debieran favorecer que la Iglesia cumpla con los fines que le son propios, pues sería la mejor forma de obtener beneficios de su misión en el mundo.

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