La vida eterna

Hechos 6,1-7 | Salmo 32 | 1Pedro 2,4-9 | Juan 14,1-12

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Ahora vivimos en este mundo que se nos ha dado y al mismo tiempo contribuimos a su construcción. El hombre transforma la naturaleza, crea cultura y civilización. Acumulamos experiencia a lo largo de los siglos, y en ese sentido decimos que avanzamos. El progreso de los pueblos y los individuos en particular no es uniforme en los logros materiales ni las conductas, manifestaciones culturales o formas de vida. Hace veinte siglos Finisterre parecía el límite por el oeste para los habitantes de la Cuenca Mediterránea; hoy en día el planeta Tierra resulta para muchos un habitáculo cada vez más reducido, del que se pueden conocer con detalle sus zonas geográficas con sus gentes y culturas. El hombre del siglo veintiuno puede entretenerse todavía descubriendo facetas de este pequeño mundo comprensible y desbordante al mismo tiempo. Entonces, ¿para qué ocuparse de otra vida, del más allá, de la trascendencia o de la Vida Eterna que propone el Cristianismo? Además, el hombre de hoy tiene la posibilidad de trasladar el mundo real a la realidad virtual, y de esa forma actuar como el diosecillo omnipotente de ese mundo por él diseñado virtualmente. No falta el entretenimiento en todas las formas imaginables, aunque se vaya agotando el razonamiento. Cuando se hacen encuestas amplias el lugar que ocupa DIOS como prioridad suele estar en el puesto cincuenta: por delante de la existencia de DIOS el hombre actual, de la sociedad del bienestar, se mantiene en este mundo respirando, consumiendo y entretenido, sin sentir la necesidad de DIOS. Para muchos la muerte es un espejismo que se asume como un accidente o un fallo de alguien: “se murió, porque la comunidad de vecinos no contaba con el desfibrilador, que le hubiera salvado la vida”; por tanto la muerte no forma parte del destino humano, sino que la causa está en la imprevisión fatal de no contar con un desfibrilador a tiempo. Este mundo variado y atractivo puede ser bueno y querido por DIOS a condición que se cuente con Él. La paz y exuberancia del Paraíso no impedía en principio la felicidad del hombre y el encuentro con DIOS, que se disponía a dialogar con el hombre al atardecer (Cf. Gen 3,8), como alguien que desea compartir lo realizado durante la jornada antes del descanso nocturno. Todavía quedan personas que encuentran sentido a la vida presente y al hecho inevitable de la muerte, porque mantienen vivo el “encuentro con el SEÑOR al atardecer de cada día”. El DIOS del Nuevo Testamento existe, y la vida más allá de esta es una consecuencia lógica, además de una verdad de Fe que confesamos en el Credo. DIOS no crea al hombre a modo de una estrella fugaz, que en el choque con la muerte diera como resultado la eliminación de la identidad.

El Evangelio y la Vida Eterna

¿Tiene algún sentido el Cristianismo sin el hecho fundamental de una Vida Eterna que ofrezca la plenitud de la que ahora vivimos? Algunos opinan que el Cristianismo ofrece una elevada moral, que por sí misma justificaría suficientemente su existencia y doctrina, sin necesidad de una vida más allá de ésta. Tenemos un inconveniente: la ética cristiana no es realizable sin JESUCRISTO, que es el RESUCITADO. Nadie puede amar de corazón al enemigo, y orar por ellos, si no está asistido por la presencia misma del RESUCITADO (Cf. Mt 10,44; Lc 6,28). Por otra parte la propuesta del Mensaje evangélico, o la predicación, no se realiza de forma conveniente, si no aparece en el comienzo de la misma el don gratuito e inmerecido de la Vida Eterna, que constituye el núcleo de la Esperanza Cristiana: “bendito sea el DIOS y PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO quien por su gran Misericordia, mediante la Resurrección de JESUCRISTO de entre los muertos os ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible reservada en los Cielos para vosotros” (Cf. 1Pe 1,1-4). ¿Qué esperaba el cristiano de la primera generación? La respuesta la da el apóstol san Pedro al comienzo de esta carta, que no difiere en nada lo expuesto por el resto de escritos del Nuevo Testamento. Dos elementos concurrían para la aceptación de esta predicación con más facilidad: la media de edad era mucho más corta que hoy en día, y la predicación dada por los testigos de la Resurrección de JESÚS hablaban de su Segunda Venida con el cierre de la historia. ¿Debemos leer los cristianos del siglo veintiuno los versículos anteriores con la misma inminencia en su cumplimiento, que nuestros predecesores de la primera generación? La respuesta es afirmativa, pues las realidades de fondo no han variado. DIOS nos regala su bendición, que reconocemos con una acción de gracias: “bendito sea DIOS, PADRE de  nuestro SEÑOR JESUCRISTO (v.3). Como en las cartas de san Pablo, también en ésta se precisa quién es el DIOS objeto de nuestra Fe: DIOS es el PADRE de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Para el asunto que nos ocupa, esto abarca más que una fórmula doctrinal, pues señala el punto último de nuestro destino. El fin del cristiano es el PADRE, al que nos lleva JESUCRISTO por medio de un proceso de santificación dado por el ESPÍRITU SANTO. Este don que formulamos porque la revelación nos lo ofrece, sin embargo escapa a la razón y la imaginación, pero es la realidad de fondo. Sigue diciendo el Apóstol que este destino es dado gracias a la Misericordia. DIOS no sólo nos ofrece una Vida Eterna, sino su compañía y contemplación, haciéndose ÉL mismo la fuente imperecedera de la Vida para nosotros. JESUCRISTO es la Esperanza Viva del cristiano. JESUCRISTO es “el Alfa y la Omega, dice el SEÑOR DIOS, aquel que es, que era y que viene, el TODOPODEROSO” (Cf. Ap 1,8). Nosotros esperamos la otra Vida que se nos da en el encuentro con JESUCRISTO el RESUCITADO. JESÚS de Nazaret es el Evangelio vivo que los discípulos y Apóstoles tienen que predicar; y JESUCRISTO el RESUCITADO ofrece el pleno contenido al Mensaje dado en la Galilea. Es el mismo SEÑOR, que después de su paso por la Cruz abre las puertas del Reino de los Cielos que antes estaban cerradas. “ÉL es el Alfa y la Omega -el Principio de todo y el fin de todo-; por eso la Esperanza cristiana sólo se entiende mirando al punto Omega de la revelación, que une dos vertientes: la existencia en estos momentos de unos Cielos abiertos, que van incorporando a los que se van salvando, y la manifestación plena y total en el fin del mundo cuando el SEÑOR vuelva en su Segunda Venida. Caminamos en un mundo caracterizado por la Fe, que es esencialmente oscura y mantiene todos los velos que acompañan a la certeza de la revelación en la Escritura. Así nos movemos por Gracia hacia unas realidades que nos desbordan: “ni el ojo vio, ni el oído oyó, lo que DIOS tiene reservado para los que lo aman” (Cf. 2Cor 2,9). Es del todo capital que nadie nos distraiga de nuestra unión vital con JESUCRISTO y la consideración que de ÉL hemos de tener. No somos nada sin JESUCRISTO. Esta afirmación molesta a los oídos de muchas personas incluso bautizadas, pero esa es la realidad que se pondrá en evidencia cuando dejemos este mundo. JESUCRISTO es la PUERTA para entrar en el Cielo, y quien no lo acepte vagará como verdadera alma en pena hasta que lo reconozca, si antes no decide su separación o condenación definitiva. No se nos ha dado otro Nombre en toda la Creación por el cual los hombres podamos acceder a la Salvación, pues DIOS es TRINIDAD y la Segunda Persona es la que se ha hecho hombre para realizar la Redención. DIOS no tiene prisa, pues cuenta con la eternidad, y espera que los distintos caminos que representan las diferentes religiones confluyan hacia la única revelación verdadera dada en su HIJO. Se podrá encontrar personas muy virtuosas en otras religiones, pero la Segunda Persona de la TRINIDAD sólo se encarnó en JESÚS de Nazaret y los Cielos definitivos se abrieron cuando ÉL resucitó de entre los muertos. El Nuevo Testamento, con sus veintisiete libros, nos descubre los misterios e incógnitas sobre JESÚS, que nosotros debemos desentrañar con la guía segura de la Iglesia. El Nuevo Testamento es una fuerza poderosa para mantener la Esperanza viva del cristiano.

Crecimiento y organización

JESÚS es el fundamento de la Iglesia, pero desde los comienzos ésta va organizándose de acuerdo a las necesidades, que van surgiendo, y a los dones con que el ESPÍRITU SANTO la va enriqueciendo. Uno de los ministerios con los que la Iglesia se auxilió desde el inicio fue el diaconado, para ayudar a los Apóstoles, y más tarde se dirá que los diáconos están principalmente al servicio de los obispos. Obispos, presbíteros y diáconos realizan en la Iglesia la función de los Apóstoles cada uno a su modo. Por las cartas de san Pablo observamos que los presbíteros y los obispos eran figuras del mismo rango, pero al final del siglo primero, teniendo en cuenta los escritos de san Ignacio de Antioquia, al obispo se le consideraba el responsable principal de una zona y estaba asistido por un número de presbíteros que le debían obediencia. A lo largo de los primeros siglos fueron apareciendo los patriarcados: Jerusalén, Antioquia, Alejandría, Constantinopla y Roma. Roma será considerada como la sede sucesora de Pedro con un papel de arbitraje con respecto a los otros patriarcados. Pronto la tradición atribuyó a Roma la presencia y martirio de san Pedro y san Pablo, por lo que el sucesor de Pedro empezaba a cobrar importancia a la hora de “confirmar en la Fe a los hermanos” (Cf. Lc 22,32), lo mismo que san Pedro. No obstante los patriarcados tuvieron gran autonomía para nombrar a sus obispos y convocar concilios particulares. La Iglesia de los primeros siglos no fue una balsa de aceite, y hubieron de resolverse serios conflictos doctrinales con duros enfrentamientos y patriarcas desterrados como fue el caso del obispo san Atanasio de Alejandría. (s. IV). La organización de la Iglesia en los primeros momentos se hace atendiendo a principios básicos: personas responsables, de sabiduría comprobada y movidas por el ESPÍRITU SANTO. El libro de los Hechos de los Apóstoles no muestra a la Iglesia enredada en los trasiegos de la cosa política como ocurrió en los siglos posteriores, y es muy posible que de forma inevitable. Pero todo eso no impide que una y otra vez haya que volver a las fuentes para ver “de dónde se ha caído” (Cf. Ap 2,5). Por una parte el Cristianismo precisa inculturarse, o lo que es lo mismo, plasmar sus valores en las distintas manifestaciones sociales, políticas -leyes- y culturales; y por otro lado, los reyes y mandatarios de los siglos anteriores vieron que era necesario proveer a la sociedad política de una Fe fundante para conseguir la cohesión social. Europa vivió y se construyó durante siglos como la Cristiandad, que se resquebrajó de forma clara con la mal llamada Reforma de Lutero, porque Lutero no reformó nada, y dio la excusa perfecta para la escisión alemana de los príncipes electores y quedarse con los bienes inmuebles de la Iglesia Católica. La Iglesia sigue estando viva y las tensiones del momento presente así lo demuestran. Toca en estos momentos buscar a personas con experiencia, dotadas de sabiduría y ungidas por el ESPÍRITU SANTO para seguir avanzando en este momento que nos toca vivir.

Crecen los discípulos

“Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos hubo quejas de helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana” (Cf. Hch 6,1). Jerusalén aparece como el centro de la Iglesia y va reuniendo a los que esperan la manifestación del SEÑOR. Volvemos a recordar la importancia de la inminencia de la Segunda Venida del SEÑOR. El “vengo pronto” (Cf. Ap 22,12), sigue siendo interpretado con nuestras categorías humanas, y la mayoría nos seguimos equivocando. Jerusalén había dejado hacía algún tiempo de encerrar y delimitar la Gloria de DIOS, por lo que empezaba otra era: la época de la vida en el ESPÍRITU SANTO. La Gloria del SEÑOR comenzaba a estar en los corazones de los creyentes y la reunión de los mismos trascendía los marcos geográficos. Pero tal cosa tardó en comprenderse. En un principio los conversos son los mismos judíos, de los que algunos viene de las zonas de influencia griega -helenistas- y parece que son tratados con cierta arbitrariedad en aquella economía de reparto, que se había establecido. Los más necesitados -las viudas- se veían perjudicados y lo hicieron saber a los Apóstoles que eran los máximos responsables.

Al más alto nivel

“Los Doce convocaron la reunión de los discípulos, y dijeron: no parece bien que nosotros dejemos la Palabra de DIOS por servir a las mesas” (v.2) Pedro a la cabeza de los doce es la máxima autoridad reunida para un asunto de procedimiento asistencial, que de forma inmediata queda dispuesto convenientemente, pues por encima del servicio a las mesas estaba el servicio a la Palabra. A nadie se le escapa que las necesidades básicas tienen que cubrirse, pues de no ser así tampoco se podrían satisfacer las necesidades espirituales; pero los doce debían su tiempo y energías a la evangelización mediante la exposición de la Palabra en su diversas formas: predicación, enseñanza o exhortación. Los Doce están ligados y especialmente comprometidos con la Palabra, de la que son sus interpretes con autoridad. Los Doce reunidos con Pedro a la cabeza representan a la Iglesia, que cumple su misión cuando anuncia a su SEÑOR de forma directa.

Superación del conflicto

“Los Doce determinan: “buscad a siete hombres de buena fama, llenos de ESPÍRITU y Sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo, mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra (v.3-4). La comunidad elige y los Doce con Pedro a la cabeza los nombran y confirman en el ministerio o cargo. La atención a los cristianos necesitados no es una atención comercial de compra venta o trueque, sino que se trata en todo momento de hacer visible la Providencia Divina, que atiende a sus hijos, “el que asiste a los demás debe hacerlo con caridad y alegría” (Cf. Rm 12,8). Se trata, de algún modo, de “lavar los pies al hermano” (Cf. Jn 13,4-5), a ejemplo de JESÚS en la Última Cena. La buena fama de la que se habla nos hace entender que el candidato para el servicio ya lleva un tiempo dentro de la comunidad y es conocido y aprobado por el grupo de los hermanos. Las otras características refuerzan la primera: lleno de Sabiduría y de ESPÍRITU SANTO. Pronto se verá que estos dones están en los que han sido elegidos.

Siete diáconos

“Pareció bien la propuesta y eligieron a Esteban lleno de Fe y de ESPÍRITU SANTO, a Felipe… Los presentaron a los Apóstoles, y habiendo hecho oración les impusieron las manos” (v.5-6). Con los siete diáconos queda instituido el ministerio para el servicio de la mesas. Sabemos que el número siete en la Biblia nos indica algo que está perfeccionado. La imposición de manos es un gesto que adquiere significados distintos según el contexto religioso o litúrgico. La imposición de manos del sacerdote sobre el penitente a la hora de la absolución sacramental indica la acción sanadora y absolutoria del ESPÍRITU SANTO sobre el cristiano arrepentido. La imposición de manos del creyente que reza por un enfermo (Cf. Mc 16,17-18) tiene la función de significar la comunión establecida por la intercesión del que ora por el enfermo que acoge dicha oración. El obispo impone sus manos sobre los diáconos en la liturgia de su ordenación, y sobre los presbíteros en la liturgia que les es propia. JESÚS toca o impone sus manos sobre los enfermos para curarlos en ocasiones (Cf. Mc 1,41). Aunque aquellos siete hermanos tenían una presencia del ESPÍRITU SANTO acreditada por su conducta, sin embargo los Apóstoles les imponen las manos para transmitirles el nuevo don de la ordenación como diáconos al servicio de la comunidad. Esteban y Felipe van a ocupar sendos capítulos en este libro de los Hechos de los Apóstoles. Esteban será el primer mártir reconocido de la Iglesia, y Felipe se acreditará como catequista, predicador y taumaturgo a lo largo de toda la costa que va desde Gaza hasta Cesarea marítima, después de la lapidación de Esteban. Al resto de los diáconos el  libro de los Hechos de los Apóstoles les pierde la pista.

Los bienes de arriba

San Pablo dirá a los de sus comunidades: “buscad los bienes de allá arriba donde mora CRISTO…, porque vuestra verdadera vida está con CRISTO escondida en DIOS” (Cf. Col 3,1ss). La propuesta está hecha con claridad y de diversas formas: la Buena Noticia -el Evangelio- de DIOS no está destinado sólo a este mundo, sino que tiene su verdadero cumplimiento en la Vida Eterna. Vivimos unos años o décadas en un mundo que no es el definitivo, y está dispuesto a modo de campo de juego, en el que con gran dificultad tomamos decisiones, y no siempre las más acertadas. Este mundo se convierte en un tiempo de apuestas y riesgo, en el que con frecuencia perdemos la partida. Lo que creíamos seguro desaparece de la noche a la mañana y las fuerzas humanas se muestran incapaces de resolver lo importante. El precio a pagar por la protección de DIOS es la Fe, y un número importante de personas opta por esta vía para vivir en este mundo y afrontar los retos que vienen dados. Son prudentes, por tanto, las palabras del Apóstol que nos aconseja buscar los bienes de allá arriba donde mora CRISTO, porque nuestra verdadera vida está con CRISTO escondida en DIOS. La búsqueda no se reduce a un momento o un día, sino que debe constituir un estilo de vida. El cristiano busca más a DIOS, porque ya la ha encontrado, pero DIOS es siempre más grande, por lo que habiéndolo encontrado necesitamos avanzar en su misterio de Amor. Para buscar a DIOS y entender algo de su MISTERIO hay que ponerse en camino, en el único CAMINO que es JESÚS.

El camino de Fe

“No se turbe vuestro corazón, creed en DIOS y creed también en MÍ” (Cf. Jn 14,1). Esta enseñanza está situada en la Última Cena, que se vive con cierta tensión por los signos y predicciones que en ella están presentes. JESÚS llama a la calma a los discípulos como en otras ocasiones. La indicación de JESÚS podría reformularse así: “lo mismo que creéis en DIOS, creed en MÍ”. Este versículo es un eco del comienzo del Evangelio de san Juan: “en el principio existía la PALABRA, y la PALABRA estaba con DIOS, y la PALABRA era DIOS” (Cf. Jn 1,1). Todavía algunos acontecimientos vendrán para depositar esta Fe en JESÚS: ÉL es DIOS además de ser hombre. Porque ÉL estaba en el principio junto a DIOS conoce y dispone de todo lo que hay en DIOS. La Fe que reclama JESÚS para SÍ a sus discípulos -a nosotros- no la puede pedir ningún otro fundador de religión alguna. Si JESÚS pide este acto de Fe a los discípulos lo hace por ser absolutamente necesario para la Salvación entendida como una Vida Eterna en la casa del PADRE, que ha puesto todo en las manos del HIJO  (Cf. Jn 3,35).

Muchas mansiones

“En la Casa de mi PADRE hay muchas mansiones, sino os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar” (Cf. Jn 14,2). Nuestro universo material, el cosmos, es un reflejo de la grandeza y diversidad de las moradas eternas. Algunos consideran que esta grandeza del cosmos es un despilfarro sin recursos si sólo estamos los humanos como habitantes del mismo. Lo cierto es que hasta ahora no hay prueba alguna de vida inteligente fuera del diminuto planeta en el que habitamos. Dicho lo anterior, no somos nosotros quienes debamos poner límites a DIOS en su liberalidad. Las estancias celestiales nada tienen que ver con el cosmos material observable a simple vista y con diversos instrumentos. Lo cierto es que viven entre nosotros personas que han tenido el privilegio de asomarse a los umbrales de la bienaventuranza eterna en las experiencias cercanas a la muerte (ECM); pero siempre el fundamento de estas cosas debemos buscarlo en la Escritura. En primer lugar la Palabra de JESÚS en los evangelios aporta las referencias más sólidas cuando compara el Reino de los Cielos al banquete del hijo del rey (Cf. Mt 22,1ss); o a DIOS como al JUEZ que perdona incondicionalmente al siervo que le debe diez mil talentos (Cf. Mt 18,24-27). Especial importancia presenta la parábola del hijo despilfarrador (Cf. Lc 15,11ss), que encuentra el perdón del PADRE y lo restablece totalmente en su dignidad de hijo. El PADRE espera a sus hijos y las estancias celestiales a punto de abrirse con la Resurrección de JESÚS. San Pablo ofrece su testimonio particular de los éxtasis vividos (Cf. 2Cor 12,2-4), además de la aparición en el camino de Damasco (Cf. Hch 9,3ss). Se puede hacer una selección de los textos dados en el Apocalipsis y comprobar la muchedumbre incontable de los bienaventurados alrededor del trono de DIOS (Cf. Ap 7,9). Del fundamento de la Escritura podemos pasar a lo que los distintos videntes y místicos acreditados nos transmiten sobre las estancias celestiales. Estas informaciones en absoluto son desdeñables y nos aproximan a las realidades eternas que se abren para nosotros. La imagen final del Apocalipsis es muy sugerente: la ciudad Santa de la Jerusalén Celestial con doce puertas, en las que están los nombres de las doce tribus de Israel y el de los doce Apóstoles. Doce mil entrarán por cada puerta significando la inmensidad de personas santificadas, en que DIOS lo es todo en todos. Las relaciones interpersonales serán perfectas y en santidad, porque DIOS santifica a los bienaventurados sin resquicio alguno de falta o defecto. Cualquier añadido a las perfecciones celestiales nos pueden cansar porque nuestra capacidad es muy escasa y estamos dañados por el pecado notablemente, pero allí DIOS nos dará la herencia verdadera a la que nos ha destinado desde toda la eternidad. Las sombras de este mundo pasarán, aunque ahora sean para nosotros una cruda realidad. Para abrir las puertas de las mansiones eternas, JESÚS tuvo que pasar por la Cruz, entonces no podemos quejarnos demasiado y nos viene bien el consejo inicial: “no se inquiete vuestro corazón” (v.1).

Estar con JESÚS

“Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré CONMIGO, para que donde estoy YO estéis también vosotros” (v.3). San Juan emplea la misma expresión que san Pablo: “para mí lo bueno es estar con CRISTO” (Cf. Flp 1,23 ). Las estancias que el PADRE tiene preparadas han de ser acondicionadas por el HIJO directamente. Es JESÚS el que nos prepara el sitio, porque el PADRE quiere ver a la multitud de hijos rescatados por la sangre de su HIJO unigénito (Cf. Ef 1,5). Nuestra credencial para entrar en las moradas eternas será el carácter impreso en cada uno de nosotros por la sangre del CORDERO (Cf. Ap 7,14). El Bautismo, la confirmación y la EUCARISTÍA de forma especial van creando el sello de identidad para ser reconocidos en las moradas eternas. Nuestras vidas aquí por la acción de la Gracia crean parcelas de Cielo allí en la otra vida. JESÚS no nos puede dar algo más grande: donde YO estoy estaréis también vosotros. Es difícil de imaginar, pero deberíamos pararnos con frecuencia en este punto: ¿dónde está ahora JESÚS? ¿A dónde nos quiere llevar el SEÑOR? ¿De quiénes vamos a estar rodeados? ¿Quiénes van a estar en nuestra compañía?.

Hacia el PADRE

“YO SOY el CAMINO, la VERDAD y la VIDA, nadie va al PADRE si no por MÍ” (v.6) Buena parte de la enseñanza y predicación de JESÚS está destinada a mostrarnos quién es el PADRE. Pero aún más importante que la enseñanza y la predicación es la relación singular que JESÚS mantiene con el PADRE, que ha puesto en sus manos la redención de la humanidad. Nadie puede mostrar el CAMINO hacia el PADRE, mas que AQUEL que lo conoce desde siempre y es su ENVIADO. JESÚS en el camino de vuelta al PADRE carga con los pecados de todos los hombres con carácter expiatorio, de tal modo que sólo en ÉL está el perdón de los pecados. Con JESÚS hay verdadero perdón: ÉL es la VERDAD y la mentira propagada por el príncipe de este mundo encuentra una barrera infranqueable. JESÚS vence la maldad que desvía a los hombres por caminos que los conducen a la perdición. Con JESÚS los discípulos podemos experimentar ya en este mundo la verdadera Vida, que supera los niveles biológicos y los estados anímicos. Puede ser que el dolor o el sufrimiento no se aparten del curso de los años, pero el discípulo puede vivir en medio de las dificultades una Vida que no proviene de las circunstancias humanas. La unión con JESÚS dispone los caminos particulares en el cauce del único CAMINO, que tiene una dirección y sentido: alcanzar la Casa del PADRE. Nuestro camino con JESÚS es de orden  pascual: sabemos dónde está la meta y vivimos entre alegrías y penas un destino que nos lleva a la victoria de la Resurrección. El PADRE nos espera con JESÚS, pues cada uno constituye un fruto de la Redención. No ha sido en balde la Cruz, y la aventura de la Encarnación llegó a su éxito completo con la Resurrección. Ahora vivimos el tiempo en el que el Poder del RESUCITAD, que está sentado a la derecha del PADRE va sometiéndolo todo hasta el tiempo de su vuelta.

Conocimiento del PADRE

“Si me conocéis a MÍ, conocéis también a mi PADRE” (v.7). Dos grandes modos de conocimiento espiritual: por el don de la Fe y en la visión beatífica. La inmensa mayoría de los cristianos estamos en la primera vía del conocimiento de DIOS. La oscuridad de la Fe se ajusta al estado de vida en este mundo, en el que la Fe ha de estar ayudada por la razón, que forma parte principal de la “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26). Es absurdo decidir que la razón no puede ir más allá de lo que entra por los sentidos, aquello que se puede pesar, medir y contar. Si tal cosa se llevara de forma radical no existiría el mismo lenguaje, que se nutre permanentemente de conceptos metafísicos. Estaríamos impedidos para hablar de la libertad, la belleza o los estados anímicos pertenecientes a la subjetividad del individuo. Existe un orden coherente de razonamiento que permite argumentos sobre DIOS, teniendo en cuenta los datos que aporta la Escritura. La visión nos daría un conocimiento directo de DIOS, que limitaría o anularía las condiciones propias de la libertad del hombre para tomar sus decisiones hacia DIOS. Ciertamente los grandes místicos son personas que viven en este mundo, pero son ya ciudadanos del Cielo, y el SEÑOR los mantiene aquí con una misión expiatoria para el bien espiritual de la Iglesia y de toda la humanidad. La Fe y la inteligencia de las cosas nos van dando un conocimiento de DIOS por aproximación. En el mejor de los casos caminamos en la alternancia de tiempos de consolación y otros de desolación, pues todo en nosotros  tienen que ser acrisolado: la ganga tiene que desprenderse de aquello noble que el SEÑOR considere que debe permanecer. Gran parte de los procesos espirituales transcurren sin darnos noticias exactas de los mismos, de la misma forma que la gran mayoría de los sonidos físicos no entran en nuestro umbral auditivo, pues de otra forma no podríamos vivir.

Una profecía

“Muéstranos al PADRE y nos basta” (v.8). Esto es lo que le dice Felipe a JESÚS en este diálogo, que trata de cuestiones esenciales, pues en otro lugar se dirá: “la Vida Eterna consiste en que te conozcan a ti PADRE y a tu ENVIADO, JESUCRISTO” (Cf. Jn 17,3). Un día las cosas serán así: el SEÑOR nos podrá mostrar el rostro del PADRE y habremos alcanzado el destino para el que hemos sido creados o salidos de las manos de DIOS. Pero JESÚS no deja de insistir en que todo lo que ÉL hace, e incluso su misma persona es transparencia del PADRE: “desde ahora conocéis al PADRE y lo habéis visto”  (v.7b). El rostro misericordioso del PADRE sin duda alguna irradiaba a través de las acciones de JESÚS que impartía el perdón a los que pecadores que estaban arrepentidos. De forma velada, pero dejando una impronta especial la majestad de JESÚS a la hora de realizar algunos de sus milagros eran también rendijas por las que se vislumbraba la Misericordia del PADRE. Las vigilias de oración que realizaba JESÚS con frecuencia, distanciándose de los discípulos y en soledad; sin duda le permitían una experiencia humana de unión espiritual con el PADRE al mayor nivel. La conciencia de JESÚS se veía unida indisolublemente al PADRE del que no se separó ni por un momento como VERBO consustancial. De toda esta grandeza, los discípulos estaban en condiciones de percibir algo y JESÚS se lo ofrece. Se acercaban horas difíciles de padecimientos e iba a mostrarse un reverso de la realidad de las cosas muy difícil de asimilar: nos referimos a la Cruz. La Resurrección podrá recordar estas lecciones, que en un principio permanecieron en cierta penumbra.

Para conocer a JESÚS

“Tanto tiempo entre vosotros, y ¿no me conoces Felipe? Quien me ha visto a MÍ, ha visto al PADRE, ¿cómo dices tú, muéstranos al PADRE? (v.9) Parece que el coloquio entre los discípulos y el SEÑOR adquiere un tono de queja: “tanto tiempo entre vosotros, y ¿no me conoces, Felipe? Para conocer a JESÚS hay que preguntar por el PADRE que nos revele al HIJO: “nadie conoce al HIJO, sino el PADRE; y nadie conoce al PADRE, sino el HIJO, y aquel  a quien el HIJO se lo quiera revelar” (Cf. Mt 11,27) La torpeza de los discípulos es también la nuestra. No somos capaces de ver más allá de las apariencias; e incluso los detalles que se mueven en la superficie los captamos con mucha parcialidad. JESÚS se sabe íntimo y amado por el PADRE, que en alguna ocasión lo manifestó: “este es mi HIJO amado en quien me complazco” (Cf. Mt 3,17). JESÚS se alimenta principalmente de la unión con el PADRE (Cf. Mt 4,3; Jn 4,32-34).

Las obras de JESÚS

En estos versículos del capítulo catorce de san Juan, JESÚS nos sigue ofreciendo revelaciones fundamentales. JESÚS se despoja de la autoría de las obras que realiza y declara que “el PADRE es el que hace las obras” (v.10). La perfecta comunión entre el PADRE y el HIJO proclamada en el primer versículo de este Evangelio no solo se remonta a las esencias originales, sino que también es operativa y se manifiesta en la misión, señales y vida pública de JESÚS. “¿No creéis que YO estoy en el PADRE y el PADRE está en MÍ? Las palabras que Yo os digo no las digo por mi cuenta: el PADRE que permanece en MÍ es el que realiza las obras” (v.10). En JESÚS las obras son  palabras, y las palabras son obras. Las palabras que salen de la boca de JESÚS tienen una operatividad inmediata, y no intentan remitir a lo simbólico. JESÚS no expone las bienaventuranzas con un sentido metafórico. Plantea imágenes en muchas ocasiones para dar un mejor cauce a la eficacia del Mensaje. Se entendía muy bien la composición de lugar que expone cuando habla del publicano que en el último lugar del Templo pide perdón con un corazón verdaderamente arrepentido (Cf. Lc 18,13). Muchos identificándose con este publicano podían recibir en ese momento la Gracia del perdón y la conversión. Las obras se hacen palabra cuando revivifica a Lázaro, que llevaba cuatro días enterrado (Cf. Jn 11,39); o al recoger una red repleta de peces, que resulta difícil de arrastrar incluso con las dos barcas (Cf. Lc 5,5-7). El signo del agua convertida en vino sigue hablando en el presente, y continuará mientras dure la Iglesia en este mundo. La TRINIDAD escondida, oculta o ignorada se esta revelando en la misión evangelizadora de JESÚS, hasta el punto de tener que reconocer el total acercamiento de DIOS al mundo de los hombres. De muchas formas DIOS en JESÚS habla y actúa ante los hombres para que aceptemos la Vida Eterna con ÉL bajo sus condiciones, pues las nuestras están lastradas por el pecado. Ahora estamos emplazados para buscar mediante la Fe el rostro de DIOS que se revela en JESÚS de Nazaret para encontrarnos con ÉL en visión, cara a cara, en las moradas eternas abiertas por JESÚS con su Cruz y Resurrección.

Las obras en unión con JESÚS

“En verdad, en verdad os digo, el que cree en MÍ también él hará las obras que YO hago, y las hará mayores aún porque YO voy al PADRE” (v.12) JESÚS busca discípulos que vivan la unión especial por Gracia similar a la que ÉL tiene con el PADRE: “de la misma forma que YO vivo por el PADRE,  también el que me coma vivirá por MÍ “ (Cf. Jn 6,57). La unión entre JESÚS y el discípulo no es fusión ni confusión, sino el establecimiento de una unidad que sólo ÉL puede dar, respetando las singularidades. Las obras de JESÚS o el Reino de DIOS no puede cesar en su expansión, aunque puedan darse retrocesos en distintas parcelas; pero JESUCRISTO no resucitó en vano. Aún más, confesamos con este versículo, que JESÚS está sentado a la derecha del PADRE después de su Resurrección. Entre otras cosas significa que la proximidad por Gracia del SEÑOR es todavía mayor. Hemos visto a personas con un poder de convocatoria mayor que el producido en los tiempos de la misión en Palestina, como es el caso de san Juan Pablo II, convocando a cientos de miles de personas en un solo acto; o a Benedicto XVI, y el mismo papa Francisco. Carismáticos como san Pío de Pietrelcina dan testimonio de lo anunciado por JESÚS en este texto de san Juan. Ninguno de ellos se apropia la magnitud de las acciones, porque todos reconocen las obras de DIOS a través de los ministerios y carismas recibidos. Se puede decir que JESÚS se supera a SÍ mismo en el transcurrir de la historia, a través de sus discípulos.

San Pedro, primera carta 2,5-9

Una afirmación o tesis de esta carta de san Pedro, del Nuevo Testamento y toda la Escritura, es que existe una relación directa entre la espiritualidad correcta y la coherencia moral. Hace años esa afirmación o convicción resultaba una obviedad, pero en los tiempos actuales la espiritualidad se ha trasladado a un mundo quimérico de supuestas energías, que no les importa la coherencia moral del sujeto. No vamos a enumerar los desvaríos que admite la creencia en fuerzas superiores, que al mismo tiempo al sujeto se le anima a dominar mediante rituales, o prácticas mágicas ancestrales. En la pendiente de la disipación moral, al individuo le puede parecer que se va enriqueciendo espiritualmente y adquiriendo más capacidades, por lo que su esfuerzo por la práctica de las virtudes cae fuera de sus consideraciones. Para muchos requiere especial atención el bienestar de las plantas y los animales con una identificación patológica, que sin darse cuenta los va aislando en el tipo de pensamiento idiota difícilmente recuperable. Una educación intencionadamente desestructuradora de la inteligencia encamina a los individuos por esas veredas. Dentro de pocos años habrá que recoger a los niños engañados por la ideología ”trans” y a una cantidad más amplia de personas anuladas intelectualmente, sin conocimientos mínimos para una construcción de su edificio ético o moral.

Rechazar el mal y optar por JESUCRISTO

“Rechazad todo engaño, malicia e hipocresías; y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, deseas la leche espiritual pura, a fin de que por ella crezcáis para la salvación” (v.1-2). Es verdad que encontramos personas, que decimos de ellas: “es bueno por naturaleza”. Pero lo normal es que en determinado  momento se produzca un giro o cambio por un acontecimiento que provocando un choque, al mismo tiempo ofrece la fuerza necesaria para verificar el cambio de vida. Cuando lo anterior se da en un marco cristiano, lo llamamos conversión, pues la persona se ha encontrado con JESUCRISTO. Después de esta experiencia la tarea personal queda pendiente, y es necesario construir un edificio virtuoso, que pasa por rechazar los vicios y adherirse a las virtudes. Los vicios son los actos negativos repetidos hasta haber creado un hábito pernicioso; la virtud es el resultado de actos positivos hasta crear un hábito. Esta es la vía de la personalización dentro del Cristianismo. Para toda esta tarea positiva y la fortaleza requerida en el enfrentamiento al mal, hay que contar siempre con la Gracia o ayuda de DIOS, pues las fuerzas personales son escasas. Ahora ya nos encontramos dispuestos para seguir avanzando en lo que nos dice el Apóstol.

Edificio espiritual

“También vosotros cual piedras vivas entrad en la construcción de un edificio espiritual para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a DIOS por medio de JESUCRISTO” (v.5). Cada cristiano es una piedra viva en el gran Templo del SEÑOR. El lugar de los sacrificios para el hombre religioso israelita era el Templo. Ahora el Apóstol nos habla de sacrificios espirituales en el Nuevo Templo, que ya no es de piedra, pues fue reemplazado por “el Cuerpo de CRISTO” (Cf. 1Cor 12,12). Los sacrificios espirituales serán los únicos válidos a los ojos de DIOS, porque van dirigidos sin engaño a la conversión personal. Al cabo del día van a surgir muchas ocasiones para realizar ofrendas y sacrificios espirituales, que pasando inadvertidas a los ojos de los demás, sin embargo están presentes a la mirada de DIOS. “Cuando ayunes, ores o hagas limosna, que no se entere la gente, y actúa en lo secreto para que el PADRE te lo recompense” (Cf. Mt 6,1-7).

Piedra angular

“Pues está en la Escritura: coloco en Síon una piedra angular, preciosa, elegida, y el que crea en ella no será confundido” (v.6). La piedra angular se desplazó unos metros o el antiguo monte Síon dio paso al Nuevo Monte Síon que es el punto en el que aconteció la Resurrección. JESÚS muere en el Gólgota -Calavera- y aplasta la cabeza o cráneo de la serpiente como estaba anunciado (Cf. Gen 3,15). Sobre esta roca, la Resurrección, venimos construyendo la Iglesia y la vida particular de cada cristiano.

Signo de contradicción

“Para vosotros creyentes, honor; pero para los incrédulos la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; en piedra de tropiezo y escándalo porque no creen en la Palabra” (v.7-8). Las autoridades religiosas judías tendrían que haber entrado por una vía de redescubrimiento de las Escrituras a partir de la predicación de JESÚS con los signos y las señales que lo acompañaban. Así fue como se acercó Nicodemo a JESÚS intentando hacerse con la situación nueva e inesperada: “nadie puede hacer las obras que tu haces, si DIOS no está con él” (Cf. Jn 3,2). Nicodemo abre su corazón para intentar comprender lo que DIOS está haciendo en medio de ellos, a través de JESÚS de Nazaret. Para salvar la contradicción aparente de la conducta y persona de JESÚS es necesario volver a leer las Escrituras con los ojos nuevos, de forma parecida a los discípulos de Emaús (Cf. Lc 24,27-44). Rechazar a JESÚS fue una gran desgracia, aunque la infinita Misericordia de DIOS transformó todo aquel desatino en fuente de Salvación. Estas cosas sólo las puede hacer DIOS.

La Nueva identidad

“Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para anunciar las alabanzas de AQUEL que os llamado de las tinieblas a su admirable LUZ” (v.9). Estas palabras van dirigidas a cristianos llegados a la Fe provenientes de la gentilidad. También aquellos y nosotros, que no estábamos en el Judaísmo formamos parte de un “Pueblo Sacerdotal, linaje escogido, nación santa; y estamos convocados para proclamar las alabanzas por las maravillas realizadas a favor de los hombres. Como en la carta a los de Colosas, de san Pablo, también san Pedro reconoce que los que formamos parte de los discípulos de JESUCRISTO hemos pasado de las tinieblas a la LUZ. Si por circunstancias despreciamos esta LUZ todo el resto será oscuridad, aunque en un principio disfrazada con tonalidades multicolores hasta acabar en las tonalidades grises cada vez más oscuras.

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