La transfiguración de Jesús

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Jesús sube a la Montaña para encontrarse con Dios y detallar su pasión y su muerte, como estaba escrito en la Ley y los Profetas. Como los discípulos, subamos a la Montaña para ver la gloria de Dios, escuchar su voz y ponerla en práctica. Veamos.

«Ahí se transfiguró en su presencia»

La transfiguración es un acto propio de Jesucristo, a través de ella se revela y se puede ver su Gloria: «A Dios nadie le ha visto jamás», pero Jesucristo, su Hijo nos lo ha revelado (Jn 1,18). Jesús se transfigura para permitir que sus apóstoles vean su gloria, «Gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre» (Jn 1,14). La intimidad con Dios, la cercanía, la comunión con Él, el amor hacia Él nos permitirá ver su Gloria; aunque eso sea para quienes el Padre lo tiene reservado (cf. Mt 20,20-23). En la montaña, «su rostro se volvió resplandeciente como el sol» (Lc 9,29), pero no como el astro rey, sino como «el verdadero sol de justicia» (Mal 4,2); que «alumbra a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte» (Lc. 1,79). Y sus «vestiduras se volvieron blancas como la nieve», para significar la pureza, la santidad y la nueva alianza que se sella con su Sangre (cf. Hb 9,11-15)

«Qué bueno sería quedarnos aquí »

La situación cómoda que están viviendo los Apóstoles, la lejanía de los problemas, la tranquilidad de la montaña y la cercanía con Dios les permite tomar una decisión: ¡quedarse ahí!  Sin duda que al buscar el deseo de felicidad plena, la persona quiere quedarse donde se siente bien, donde está bien, donde hay tranquilidad. Sin embargo, Jesús nos enseña que la pasión es el camino que nos lleva a la gloria de la Resurrección, es decir, que para obtener esa Gloria necesitamos pasar el sacrificio de la Cruz: «el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, tome la cruz de cada día y sígame» (Mt 16,24 y Lc 9,23). Jesús tiene que bajar del monte porque ese es el camino de la Cruz: el sufrimiento, el dolor y la muerte.

«Este es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias; escúchenlo»

Jesús es presentado por el Padre como su «Hijo amado», a quien debemos escuchar, seguir y amar. Escucharlo significa conocer su palabra y ponerla en práctica; seguirlo implica tomar el camino de la Pasión y la Cruz y, amarlo significa dar la vida por Él y su Evangelio. Dios está complacido con su Hijo, porque en todo, ha cumplido su voluntad (cf. Jn 19,30). El diablo, en el domingo pasado, no reconoció a Jesús como el Hijo de Dios, por eso ahora el Padre, certifica su identidad. Para ver a Jesús como el «Hijo de Dios» es necesario mirarlo con los ojos de la  fe y tener el corazón limpio, por eso debemos confesarnos, hacer oración y purificar nuestro espíritu.  ¿Quieres ser parte de la Gloria de Dios? ¿Estás en el camino de la Cruz? ¿Vamos a sufrir con Él en su pasión y muerte?

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