La tempestad calmada y la Iglesia hoy

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La Iglesia Católica atraviesa una crisis sin precedentes.

Escándalos, confusión doctrinal y un mundo hostil han llevado a muchos a preguntarse si la barca de Pedro está a punto de hundirse. Pero, como en el Evangelio, Cristo está presente y es Él quien tiene la última palabra.

Uno de los aspectos más turbadores de esta crisis ha sido la oleada de escándalos sexuales, en particular el caso McCarrick y el encubrimiento de abusos por parte de altos jerarcas de la Iglesia.

  • Historias de seminaristas acosados,
  • de obispos que han mirado hacia otro lado
  • y de una red de protección a depredadores han sacudido la confianza de los fieles.

La realidad es que, aunque el pecado siempre ha estado presente en la Iglesia, la diferencia hoy radica en la magnitud del encubrimiento y en la falta de respuesta firme desde la jerarquía.

  • El escándalo McCarrick fue solo la punta del iceberg. En Estados Unidos, el informe del Gran Jurado de Pensilvania reveló décadas de abusos sistemáticos y encubrimientos.
  • En Argentina, Gustavo Zanchetta, nombrado obispo por el Papa Francisco, fue acusado de conductas inapropiadas con seminaristas y, en lugar de ser apartado, fue trasladado al Vaticano.
  • En España, hay historias de seminaristas que han denunciado acoso y abuso de poder sin que los obispos tomaran medidas hasta que los casos amenazaban con hacerse públicos.

La crisis moral no es exclusiva de una región o una época. San Pedro Damián ya denunciaba abusos similares en el siglo XI. Sin embargo, la diferencia hoy es la respuesta institucional: la jerarquía parece más preocupada por proteger su imagen que por hacer justicia.

La gran confusión doctrinal

Más allá de los escándalos, la crisis actual tiene su raíz en la confusión doctrinal.

La ambigüedad se ha convertido en una estrategia de comunicación desde Roma: respuestas vagas y abiertas a interpretación en temas cruciales, como la comunión de los divorciados vueltos a casar, la intercomunión con protestantes o la enseñanza moral sobre la identidad sexual.

La Iglesia, que siempre ha sido faro de verdad, parece haber sucumbido a un relativismo peligroso.

Este relativismo se agrava con la contraposición artificial entre doctrina y pastoral, como si la misericordia pudiera existir sin verdad. Se insiste en la «acogida», pero se omite la llamada a la conversión. Como resultado, se desdibuja el sentido del pecado y se confunde a los fieles.

Uno de los ejemplos más claros de esta crisis doctrinal fue el caso de los dubia. Cuatro cardenales, entre ellos el renombrado Carlo Caffarra y Joachim Meisner, plantearon cinco preguntas directas al Papa Francisco sobre Amoris Laetitia, cuestionando si ciertas enseñanzas seguían siendo válidas. Cuatro años después, nunca recibieron respuesta. ¿Se puede comulgar en pecado mortal? ¿Existen normas morales absolutas? La falta de claridad no solo no ha resuelto estas preguntas, sino que ha sumido a la Iglesia en una crisis de identidad.

El acercamiento al mundo y la pérdida de lo sobrenatural

La Iglesia ha pasado de ser una voz profética a tratar de agradar al mundo.

Hoy se habla más de cambio climático que de salvación eterna; más de integración migratoria que de la conversión del corazón. La predicación sobre el juicio, el infierno y la necesidad de estar en gracia ha sido relegada al olvido.

¿Cuándo fue la última vez que se escuchó una homilía sobre la condenación eterna? ¿Sobre la urgencia de la conversión?

San Juan Pablo II advertía que la Iglesia no debe sucumbir al espíritu del mundo.

Sin embargo, en los últimos años, los mensajes provenientes de Roma han girado cada vez más hacia una agenda secular.

Se han promovido discursos sobre la crisis ecológica y la inmigración, mientras que las preocupaciones sobre la apostasía en Occidente o la crisis vocacional quedan en segundo plano.

Esta crisis viene de arriba. No es el pueblo fiel el que ha cambiado la doctrina, sino quienes deberían confirmarnos en la fe.

La ausencia de claridad ha dejado un vacío que cada uno llena con su propia interpretación. Como en la tormenta del Evangelio, muchos sienten que Cristo duerme mientras las olas amenazan con hundir la barca.

Signos de esperanza

Sin embargo, no todo es oscuridad. La Iglesia sigue viva y hay signos de esperanza. Congregaciones como Iesu Communio o las Misioneras de la Caridad atraen a jóvenes que buscan vivir la radicalidad del Evangelio. Comunidades de adoración perpetua florecen en distintos lugares, recordando que la fuerza de la Iglesia no está en estructuras humanas, sino en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

A nivel político, también hay un resurgimiento de líderes dispuestos a defender la vida, la familia y la libertad religiosa. A pesar de la descristianización, muchos laicos se organizan en minorías creativas, como proponía Benedicto XVI, dispuestos a ser fermento en un mundo hostil.

¿Qué hacer?

Ante esta crisis, los fieles no podemos limitarnos a lamentarnos. Como los apóstoles en la tempestad, estamos llamados a tres acciones concretas:

1. Mirar a Cristo: La fe no es una ideología, sino una relación personal con Dios. Necesitamos volver a los sacramentos, especialmente a la Eucaristía y la confesión.


2. Trabajar por la regeneración de la Iglesia: No podemos esperar que las estructuras cambien solas. Debemos formar comunidades donde la fe se viva con autenticidad.


3. Dar testimonio sin miedo: En un mundo hostil, los católicos estamos llamados a ser luz. No se trata solo de defender la fe en debates, sino de vivirla con coherencia y valentía.

Sí, la tempestad arrecia y parece que la barca de Pedro se hunde. Pero Cristo sigue a bordo.

Como a los apóstoles, nos llama a confiar y a remar.

El futuro de la Iglesia no está en las manos de políticos ni de jerarcas, sino en la fidelidad de los santos, los mártires y cada fiel que decide vivir su fe sin concesiones.

La última palabra no la tienen los enemigos de la Iglesia, sino Aquel que nos prometió: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

JUEVES 13 DE MARZO DE 2025.

(Basado en la conferencia pronunciada en marzo de 2019 en Bilbao, organizada por la Sociedad de San Vicente de Paúl y la Obra del Pan de los Pobres.)

Infovaticana.

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