«Amar significa servir y dar la vida, dijo Francisco en su homilía, servir es no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad… Dar la vida, es salir del egoísmo para hacer de la existencia un don. El Señor tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, cada uno tiene que seguir ese camino de santidad. Servir, dijo Francisco, significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado. Preguntémonos, concretamente, “¿qué hago por los demás?” y vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada. Dar la vida, es también dijo el Papa tocar y mirar, tocar la carne de Cristo en nuestros hermanos.
Además el Papa dijo que la santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano. Cada uno de nosotros, podemos amar al otro como Cristo nos ha amado. Es tan simple el camino de la santidad, dijo el Pontífice, somos nosotros que lo complicamos. El Señor, dijo, tiene unproyecto de amor para cada uno, tiene un sueño para nuestras vidas.
La santidad está hecha de amor cotidiano
“La santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano. «¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos, luchando por la justicia de tus compañeros, para que no se queden sin trabajo, para que tengan siempre el salario justo…. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 14)”.
Este es el camino de la santidad, ¡es tan sencilla! dijo, pero siempre mirar a Jesus en los demás. Es así como todos estamos llamados a servir al Evangelio y a los hermanos y a ofrecer nuestra propia vida desinteresadamente, sin buscar ninguna gloria mundana, por último, recordando a los nuevos santos, el Pontífice señaló que vivieron la santidad de este modo: se desgastaron por el Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de laico—, descubrieron una alegría sin igual y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia. Intentémoslo también nosotros, afirmó, porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e irrepetible. Sí, el Señor tiene un proyecto de amor para cada uno, tiene un sueño para nuestras vidas.
En su homilía el Papa Francisco, recordando el Evangelio de hoy, recordó que Jesús entregó “a los suyos antes de pasar de este mundo al Padre, palabras que expresan lo que significa ser cristianos: «Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros» (Jn 13,34)”. Este es el testamento que Cristo nos dejó, dijo el Papa, el criterio fundamental para discernir si somos verdaderamente sus discípulos o no: el mandamiento del amor:
“Consideremos dos elementos esenciales de este mandamiento: el amor de Jesús por nosotros —así como yo los he amado— y el amor que Él nos pide que vivamos —ámense los unos a los otros”.
Y repasando esas palabras de Jesús que dice: “como yo los he amado”, el Papa nos recordó que Jesús no ha amado “hasta el extremo, hasta la entrega total de sí. Impacta ver que pronuncia estas palabras en una noche sombría, mientras el clima que se respira en el cenáculo está cargado de emoción y preocupación”:
“Emoción porque el Maestro está a punto de despedirse de sus discípulos. Preocupación porque anuncia que precisamente uno de ellos lo traicionará. Podemos imaginar qué dolor tendría Jesús en su alma, qué oscuridad se acumulaba en el corazón de los apóstoles, y qué amargura ver a Judas que, después de haber recibido del Maestro el bocado mojado en su plato, salía de la sala para adentrarse en la noche de la traición. Y, justo en la hora de la traición, Jesús confirmó el amor por los suyos. Porque en las tinieblas y en las tempestades de la vida lo esencial es que Dios nos ama”.
Dios nos ama
Este es el anuncio central en la profesión y en las expresiones de nuestra fe, afirmó el Papa, y «no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero» (1 Jn 4,10). No lo olvidemos nunca, aseveró, es un amor “que no hemos merecido”, sin embargo “somos amados”, éste es nuestro valor: somos amados:
“No son nuestros talentos y nuestros méritos los que están en el centro, sino el amor incondicional y gratuito de Dios, que no hemos merecido. En el origen de nuestro ser cristianos no están las doctrinas y las obras, sino el asombro de descubrirnos amados, antes de cualquier respuesta que nosotros podamos dar”.
El mundo quiere frecuentemente convencernos de que sólo valemos si producimos resultados, siguió su homilía, el Evangelio nos recuerda la verdad de la vida: somos amados. Tras mencionar a H. Nouwen, un maestro espiritual de nuestro tiempo que escribió: «Antes de que cualquier ser humano nos viera, hemos sido mirados por los amorosos ojos de Dios. Antes de que alguien nos escuchara llorar o reír, hemos sido escuchados por nuestro Dios, que es todo oídos para nosotros. Antes de que alguien en este mundo nos hablara, la voz del amor eterno ya nos hablaba», El Papa afirmó que esta verdad nos pide una conversión en relación con la idea que a menudo tenemos sobre la santidad. A veces, dijo, insistiendo demasiado sobre nuestro esfuerzo por realizar obras buenas, hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio. Es una visión a veces demasiado pelagiana de la vida, de la santidad, afirmó.
«Dios nos ha amado primero, nos ha esperado, Él nos ama. Continúa amándonos, esta es nuestra identidad: amados por Dios. Esta es nuestra fuerza:amados por Dios».
La santidad no va separada de lo cotidiano
De este modo, Francisco señaló que “hemos hecho de la santidad una meta inalcanzable, la hemos separado de la vida de todos los días, en vez de buscarla y abrazarla en la cotidianidad, en el polvo del camino, en los afanes de la vida concreta”, Y afirmó que ser discípulos de Jesús es caminar por la vía de la santidad y, ante todo, dejarse transfigurar por la fuerza del amor de Dios:
“El amor que recibimos del Señor es la fuerza que transforma nuestra vida, nos ensancha el corazón y nos predispone para amar. Por eso Jesús dice —y he aquí el segundo aspecto— «así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros». Este así no es solamente una invitación a imitar el amor de Jesús, significa que sólo podemos amar porque Él nos ha amado, porque da a nuestros corazones su mismo Espíritu, Espíritu de santidad, amor que nos sana y nos transforma”. Por eso, podemos amar, en cada situación y con cada hermano y hermana que encontramos, porque somos amados y tenemos la fuerza de amar. Así como soy amado, puedo amar. Siempre, el amor que doy unido al de Jesus por mi: así como Él me ama, puedo amar. es simple la vida cristiana, ¡Es simple! nosotros la complicamos, con tantas cosas, pero es simple. No olvidemos la primacía de Dios sobre el yo, del Espíritu sobre la carne, de la gracia sobre las obras. Y a veces damos más peso, más importancia al yo, a la carne que a las obras. No: la primacía de Dios sobre el yo, del Espíritu sobre la carne, de la gracia sobre las obras».
Cómo vivir este amor: sirviendo y dando la vida
El Papa nos cuestiona, y nos preguntó cómo vivimos este amor, qué significa vivir este amor, y recordó que antes de este mandamiento, Jesús les lavó los pies a sus discípulos; y después de haberlo pronunciado, se entregó en el madero de la cruz, por tanto:
Servir, dijo Francisco, significa no anteponer los propios intereses, desintoxicarse de los venenos de la avidez y la competición, combatir el cáncer de la indiferencia y la carcoma de la autorreferencialidad, compartir los carismas y los dones que Dios nos ha dado. Preguntémonos, concretamente, “¿qué hago por los demás?” y vivamos las cosas ordinarias de cada día con espíritu de servicio, con amor y silenciosamente, sin reivindicar nada.
Dar la vida, que no es sólo ofrecer algo, como por ejemplo dar algunos bienes propios a los demás, sino darse uno mismo, afirmó, es salir del egoísmo para hacer de la existencia un don, estar atentos a las necesidades de quienes caminan a nuestro lado, gastarnos por quienes tienen necesitad, tal vez también de ser escuchados, de nuestro tiempo, de una llamada.
«Me gusta preguntar a las personas que me piden un consejo:Dime ¿das la limosna?-si Padre, doy la limosna a los pobres
Y cuando das la limosna ¿tocas la mano de la persona? o le botas la limosna y haces así para limpiarte?… ¿Cuando das la limosna miras a los ojos a la persona que ayudas o miras para otra otro lado? y sonrojando dicen: No, no lo toco. No, no lo miro.
Tocar y mirar, tocar y observar la carne de Cristo que sufre en nuestros hermanos y hermanas. esto es muy importante. esto es dar la vida».
“La santidad no está hecha de algunos actos heroicos, sino de mucho amor cotidiano. «¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos, luchando por la justicia de tus compañeros, para que no se queden sin trabajo, para que tengan siempre el salario justo…. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 14)”.
Este es el camino de la santidad, ¡es tan sencilla! dijo, pero siempre mirar a Jesus en los demás. Es así como todos estamos llamados a servir al Evangelio y a los hermanos y a ofrecer nuestra propia vida desinteresadamente, sin buscar ninguna gloria mundana, por último, recordando a los nuevos santos, el Pontífice señaló que vivieron la santidad de este modo: se desgastaron por el Evangelio abrazando con entusiasmo su vocación —de sacerdote, de consagrada, de laico—, descubrieron una alegría sin igual y se convirtieron en reflejos luminosos del Señor en la historia. Intentémoslo también nosotros, afirmó, porque todos estamos llamados a la santidad, a una santidad única e irrepetible. Sí, el Señor tiene un proyecto de amor para cada uno, tiene un sueño para nuestras vidas.
Patricia Ynestroza.
Ciudad del Vaticano.