La samaritana

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo resaltan el signo del agua, como un elemento vital tanto para la vida física como espiritual. Veamos.

EL ENCUENTRO CON JESÚS

Jesús busca a la Samaritana en el lugar donde ella hace parte de su vida: el pozo de Jacob. Allí la espera pacientemente, mientras ella se acerca sin miedo ni recelo. El primer encuentro se da en el corazón de Jesús, él la ama inmensamente y espera de ella su sinceridad: «en esto has dicho la verdad» (Jn 4,18). Entre ellos acontece un diálogo escatológico sobre el agua viva y la vida eterna, la adoración del Padre, la salvación, el pecado y la llegada del Mesías. Al final del encuentro Jesucristo le revela el secreto mesiánico: «Yo soy, el que habla contigo» (Jn 4,26).

LA CONVERSIÓN DE LA SAMARITANA

En ese momento, la Samaritana se llenó de gozo y paz en el Espíritu Santo: «entonces la mujer dejó su cántaro» (Jn 4,28a), es decir, su condición de pecadora y se regresó al pueblo. El mayor signo de un encuentro auténtico con el Maestro es la conversión, es decir, el cambio de vida, de mentalidad y de actitudes; pues la persona ha descubierto una verdad que le da mayor sentido a su vida. Jesucristo es esa verdad, pero más que un concepto o una idea, es una persona, “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (DCE # 1). La mujer cambia, se alegra y sigue el proyecto de Dios. En este episodio acontece la Reconciliación de los judíos y los samaritanos, derribando Jesús, con su amor, «el odio que los separaba» (cf. Ef 2,14).

LA SAMARITANA COMO EVANGELIZADORA

La conversión le permite a la mujer tomar un nuevo rumbo a su vida: «vete y no vuelvas a pecar» (Jn 8,11); pues Jesús no la condena sino que le anuncia el perdón, la misericordia y el amor de Dios. Por eso, la Samaritana con alegría anuncia a la gente de su pueblo las maravillas que descubrió en Jesús (cf. Jn 4, 28b.39.41-42), se convierte en un apóstol, una misionera y evangelizadora de las buenas noticias de Dios. Y la misión dio frutos verdaderos: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42).

Para reflexionar:

  • ¿Nos dejamos tocar por Jesús y deseamos beber el agua viva que Él nos ofrece?
  • ¿Somos anunciadores de las maravillas que Dios ha obrado en nosotros?
  • ¿Somos promotores de Reconciliación o mantenemos el odio o rencor con los hermanos?

Comparte: