La Sabiduría y la Profecía

Deuteronomio 18,15-20 | Salmo 94 | 1Corintios 7,32-35 | Marcos 1,21b-28

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La Biblia es un gran mosaico de géneros literarios, mediante los cuales llega a nosotros la revelación de DIOS dada a los distintos autores inspirados. El profeta es uno de los autores inspirados que recibe la revelación profética en el ejercicio de su ministerio y la ofrece de forma viva y presencial a unos destinatarios que tienen necesidad de escuchar esa Palabra, ante la cual asienten o la rechazan, en su libre decisión. La profecía puesta por escrito puede ser obra del mismo profeta o de alguna persona cercana que actúa como secretario. Tengamos presente que la escritura en otros tiempos era una actividad muy laboriosa, principalmente por la disposición de los materiales. Tenemos constancia de Baruc, “el bendito”, que actuó como secretario de Jeremías. También disponemos de escritos proféticos de los que no sabemos quiénes son sus autores y firman con pseudónimos, como es el caso del segundo y tercer Isaías, o el mismo libro de la Sabiduría. Este último nos aporta datos para la reflexión inicial a las lecturas de este domingo. La profecía se extiende por otros géneros literarios presentes en la Biblia, y los Salmos ofrecen oraciones de acción de gracias y alabanza con un contenido mesiánico, de igual manera los libros históricos, o aquellos otros que traen los principios de las cosas, del hombre o de los pueblos, como lo hace el libro del Génesis y los cuatro libros restantes del Pentateuco. Pero volvamos al gran libro de la Sabiduría que nos ayuda a distinguir entre el culto a los ídolos y sus consecuencias, de los signos pertenecientes al DIOS verdadero. Veamos lo que dice el autor del libro de la Sabiduría: “mientras los soberbios gigantes perecían, se refugió en una barquichuela la esperanza del mundo, y guiada por tu mano dejó al mundo semilla de una nueva generación; pues bendito es el leño por el que viene la Justicia. Pero el ídolo fabricado, maldito por hacerlo, y el otro porque corruptible es llamado dios” (Cf. 14,7-2). La vida continúa después de la purificación del mundo por el agua del diluvio, y se dispone a emprender la marcha ininterrumpida hacia la plenitud de los tiempos significada en la nueva generación que surge lentamente a partir de la descendencia de Noé. La  salvación al mundo vendrá por la línea semita originada por Sem, el primer hijo de Noé. Llegado el momento, JESÚS mismo dirá que la Salvación viene de los judíos (Cf. Jn 4,22), que es uno de los más pequeños en el conjunto de los pueblos semitas. Reconocido el origen del Pueblo elegido, que muestra la predestinación divina, su misión es servir de faro para el mundo que vive en su práctica totalidad en la idolatría politeísta, y padeciendo toda clase de males por esta desviación del culto debido al único DIOS. Se reitera la desgracia de la idolatría en estos versículos y por otro lado surge una palabra profética sobre la Cruz de JESÚS, que será el signo de la Redención: ”bendito es el leño por el que viene la Justicia” (Cf. Sb 14,7). Con unas décadas de antelación, el libro de la Sabiduría anticipa la Justicia que se va a revelar en la Cruz, que marcará la vía de acceso a todas las bendiciones del DIOS verdadero; y en el otro extremo, con una oposición frontal, estarán situados los ídolos generados por la mano del hombre sobre los que recae una maldición: maldito el ídolo en su componente material y el artífice del mismo. DIOS en el origen confiere al hombre y a la mujer la facultad de transformar las cosas dadas en la Creación. El hombre debe procurar el conocimiento de las leyes físicas, biológicas y de todo tipo para ejercer un dominio por el conocimiento y el trabajo: “dominad la tierra y sometedla” (Cf. Gen 1,28). Pero es degradante para el hombre prescindir del Creador, que le da las cosas para ser transformadas, y ponerlas en lugar de DIOS mismo, haciéndolas objeto de culto y adoración. La inversión de este orden trastoca de raíz todo en el ser humano y la sociedad en su conjunto. La Justicia en nuestro mundo no se reimplanta por un nuevo diluvio, sino por la Justicia y el orden nuevo, que salen de la Cruz de JESUCRISTO. Unos quinientos años antes de CRISTO el profeta Zacarías dice: “verán al que traspasaron” (Cf. Za 12,10); y el evangelista san Juan lo referirá para dar cumplimiento a la lanzada del soldado romano, cuando JESÚS ya estaba muerto en la Cruz (Cf. Jn 19,37). Seguimos el curso de la historia de la que el CRUCIFICADO es su SEÑOR, y aunque nos parezca que se esta perdiendo la batalla, sin embargo nada se escapa de la Justicia de la Cruz, y todos iremos volviendo la mirada hacia el que cumple toda Justicia (Cf. Mt 3,15), no tanto en la inmersión en las aguas del Jordán como en el definitivo bautismo de sangre (Cf. Lc 12,50). El antídoto del ídolo es la Cruz de JESUCRISTO. El ídolo impregna, difunde la enfermedad y contamina al hombre en su dimensión moral y espiritual; y para desintoxicar de la acción idolátrica, DIOS sólo nos proporciona el remedio del Nombre de su HIJO JESUCRISTO.

La propiedad de YAHVEH

Toda la tierra le pertenece al SEÑOR, y decide dar en posesión el territorio de la Transjordania al pueblo surgido de las Doce Tribus de Israel. La promesa empieza a formularse con el patriarca Abraham (Cf. Gen 13,15; 15,18) Desde la formulación de la promesa a Abraham hasta su cumplimiento pasaron unos quinientos años. DIOS escoge a Moisés, para que conduzca al Pueblo elegido hasta la Tierra Prometida, “una tierra que mana leche y miel” (Cf. Ex 3,3,8). Cuando el Pueblo elegido, conducido por Moisés, llega al desierto de Farán, Moisés manda una avanzadilla a explorar el territorio prometido por el SEÑOR. De vuelta los doce hombres enviados contaron una versión que infundió miedo a los israelitas: “en esa tierra viven gigantes, hijos de Anac, que nos miraban como si fuéramos saltamontes a su lado” (Cf. Nm 13,27-28). Ante el gigantismo de los pobladores de la Tierra Prometida los israelitas desconfiaron que YAHVEH les diera fuerzas suficientes para entrar y poseerla. Sólo los hijos de Caleb mostraron confianza en YAHVEH para conquistar la tierra (Cf. Nm 14,6). Era la enésima vez que el Pueblo elegido protestaba y se rebelaba frente al trato que le dispensaba la Divina Providencia, y como consecuencia aquella generación no entró en la Tierra (Cf. Nm 14,26). Cuarenta años representa una generación en términos bíblicos, y aquellos que entrasen en la Tierra Prometida deberían tener un espíritu desprendido de las falsas imágenes idolátricas y haber experimentado un estilo de vida confiado a la Providencia de YAHVEH. La bondad de la tierra a la que iban no radicaba en la fertilidad del suelo, aunque una primera impresión de los exploradores así lo manifestase. La Tierra Prometida será fértil y productiva, si YAHVEH la bendice por causa de la confianza filial de los hijos. La Tierra Prometida es de YAHVEH y se la da en posesión a quien ÉL desea, pero pone como condición la adoración que nace del culto monoteísta. La desviación hacia la idolatría acarrea todo tipo de males y desgracias. Los pueblos cananeos, que habitaban la Transjordania, desde Dan al norte hasta el desierto de Berseba al sur, realizaban sacrificios de niños en sus cultos y otros ritos, que recoge en distintos lugares el libro del Deuteronomio: “cuando entres a la Tierra que YAHVEH, tu DIOS, te da no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones. Nadie ha de haber en medio de ti, que haga pasar a su hijo, o a su hija, por el fuego” (Cf. Dt 18,9-10). Muchas prácticas religiosas primitivas recurrían al sacrificio humano para aplacar a sus dioses, que consideraban fácilmente irascibles. Suponían que la bondad de los elementos naturales y la fertilidad de sus campos y rebaños dependían de esas prácticas religiosas antihumanas. YAHVEH no quería ese tipo de prácticas en ningún caso, y el Pueblo elegido tenía que tenerlo claro y actuar de manera totalmente distinta. Sería reprensible también, si adoptase prácticas supersticiosas como “adivinación, astrología, hechicería o magia. “No acudirán a espiritistas, adivinos o consultor de muertos” (Cf. Dt 18,11). Estas prácticas aquí señaladas alteran gravemente el precepto primero del Decálogo, que aceptó el Pueblo a los pies del Monte Sinaí como las cláusulas básicas de la Alianza con YAHVEH. YAHVEH puede otorgar revelaciones privadas mediante sueños, visiones o locuciones; pero prohibe sin atenuantes las prácticas adivinatorias, que abren el alma de las personas a las influencias satánicas, quedando deudoras del espíritu maligno, que parece concederles algunos favores. Estas prácticas crean también adicciones con unas consecuencias siempre graves o muy dañinas, dejando daños psíquicos y morales. DIOS provee para el hombre la ciencia del Bien en todo momento, sin embargo el Maligno, en cualquiera de sus formas, siempre siembra el mal, y en el mejor de los casos con alguna apariencia de algo beneficioso. Así vio Eva el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, como un fruto atrayente que podía aportar conocimiento (Cf. Gen 3,6). La advertencia del principio no ha desaparecido: todo lo que nos llegue de malo al corazón hace daño, enferma y mata. La serpiente, la bestia, el ídolo o el anticristo, son los nombres dados a los agentes de un mal que tiene la misma raíz. DIOS quería servirse del Pueblo elegido para realizar la transformación de una pequeña parcela de la Tierra habitada: Israel o Palestina. La historia la escribimos los hombres y DIOS ofrece su Divina Providencia, para que los renglones salgan lo menos torcidos posible; y entre ellos ÉL mantiene una línea maestra que recorre todos los tiempos, y gracias a ella nuestras incoherencias todavía nos permiten avanzar con un horizonte de verdadera Esperanza. En este domingo, DIOS promete al Pueblo que había transgredido hasta la saciedad el pacto de la Alianza, que suscitará en medio de ellos un Profeta semejante a Moisés, pero con unas prerrogativas nuevas, superiores y definitivas. El PADRE lo señaló ante Juan Bautista y dijo de ÉL: “este es mi HIJO amado, en quien me complazco. Escuchazlo” (Cf. Mc 1,11).

El Profeta

A Juan Bautista, los sacerdotes, escribas y fariseos, le preguntan interesados si él se identificaba con el Profeta mencionado en este texto del Deuteronomio (Cf. Dt 18,15). Conocemos la respuesta del Bautista: “yo soy la voz que clama en el desierto: preparad un camino al SEÑOR” (Cf. M 1,3), porque el Profeta estaba relacionado con el Nuevo Pacto y la Palabra definitiva superior a la de Moisés dada en el Sinaí. El Profeta está por encima de Moisés y Juan Bautista no se sentía con una autoridad semejante. JESÚS manifestará, y lo recogerán los evangelistas, que su doctrina está por encima de la propuesta por Moisés, y será dada con carácter definitivo. No habrá que esperar a otro, como preguntaron en algún momento los discípulos de Juan Bautista a JESÚS (Cf. Lc 7,20). No habrá que esperar a otro, porque a partir de la presencia y acción de JESÚS este mundo se irá convirtiendo en Reino de DIOS. Crecerán juntos el trigo y la cizaña durante un tiempo (Cf. Mt 13,24-30). Habrá siegas y podas en la sociedad, la Iglesia y en cada uno en particular, hasta que el bien llegue al perfeccionamiento previsto por DIOS en este mundo, que indudablemente tendrá que medirse con el refinamiento también del mal. Pero JESÚS, el Profeta anunciado, ha vencido, y al Mal le queda poco tiempo (Cf. Ap 12,7). Con unos quinientos años de antelación el libro del Deuteronomio profetiza: “YAHVEH, tu DIOS, suscitará en medio de ti, entre tus hermanos, un Profeta como yo -Moisés- a quien escucharéis. Es exactamente lo que pedisteis en el Horeb, día de la asamblea para no escuchar la voz de YAHVEH y no morir, ni seguir mirando a este gran fuego” (Cf. Dt 18,15). Los israelitas al pie del Monte Sinaí piden que Moisés haga de intermediario, pues no son capaces de soportar el sonido de la Palabra de DIOS ni la manifestación de su “fuego devorador” (Cf. Hb 12,29). Nuestra capacidad espiritual es muy limitada y alteraría la condición presente la manifestación de DIOS con un grado superior de esplendor y Gloria. Son frecuentes las interpretaciones erróneas después de haber sido objeto de manifestaciones espirituales, como en los casos de apariciones de la VIRGEN. Siendo personas elegidas y ayudadas con nuevas gracias, sin embargo el discernimiento no siempre es correcto, como les ocurrió en su día a las cuatro niñas videntes de las apariciones de Garabandal. El camino del hombre es el de la Fe, que se caracteriza por la interpretación de las señales que se alcanzan a ver. Las elevaciones del espíritu humano, en el mejor de los casos, son  momentáneas, porque ninguna persona en este presente estado de vida se puede situar en un éxtasis permanente, pues resultaría que tal persona no está percibiendo la condición humana en sentido estricto, y DIOS no quiere tal cosa. El SEÑOR dispone que su Gracia sea adaptada a nuestras posibilidades para una transformación en el tiempo. Las experiencias de los grandes místicos son admirables, pero nunca imitables, porque dependen desde el principio hasta el final de la Divina Voluntad, que las concede a quien considera oportuno. La misión del Nuevo profeta, que aparecerá en el futuro, parecido a Moisés, nos hará accesibles las grandes verdades que forman parte de la interioridad de DIOS: “a DIOS nadie lo ha visto jamás: el HIJO único, que está en el seno del PADRE es quien nos lo ha dado a conocer” (Cf. Jn 1,18).

Nuevo ámbito de revelación

“YO pondré mis palabras en su boca, y ÉL les dirá todo lo que YO le mande. Si alguno no escucha mis palabras, las que este PROFETA pronuncie en mi Nombre, YO mismo le pediré cuentas de ello” (Cf. Dt 18,18-19). Moisés recibió las grandes revelaciones en el Monte Sinaí, y consultaba con el SEÑOR por el desierto, en el propiciatorio del Arca de la Alianza. Cuando Moisés salía de hablar con el SEÑOR tenía que cubrirse el rostro, porque los israelitas no eran capaces de mirar al rostro de Moisés que reflejaba la Gloria de DIOS (Cf. Ex 34,29ss). Pero nosotros, dice san Pablo, manifestamos la Gloria de DIOS a cara descubierta (Cf. 2Cor 3,18). Tal cosa es posible porque todos nosotros recibimos la unción que proviene del único PROFETA superior a Moisés, pues recibe la palabra directamente del PADRE. JESÚS no tiene que hacer oraciones especiales para realizar milagros o expulsar demonios como les es necesario a los otros exorcistas. La Palabra de JESÚS manifiesta un Poder singular, porque el PADRE se revela en la persona misma de su HIJO.

Falsos profetas

La profecía es absolutamente necesaria en la Iglesia; y el verdadero profeta nota la unción de la que es investido cuando habla en el Nombre del SEÑOR. Los carismas son golosos, y la desmesura en su apropiación originan un cambio de signo, que es perturbador para los que reciben la palabra y letal para el profeta mismo. Falsos profetas los ha habido siempre, y lo deseable es que en el futuro no proliferen. Las palabras del Deuteronomio son tajantes: “si un profeta tiene la presunción de decir en mi Nombre una palabra, que YO no le he mandado decir, y habla en nombre de otros dioses, ese profeta morirá” (Cf. Dt 18,20). La profecía falsa nace con veneno diabólico, que mata al emisor de la profecía y afecta al que la recibe con ánimo abierto. Puede ser que al falso profeta no le cambie el color de ojos cuando está al servicio de la mentira, pero va muriendo paulatinamente en orden a la Verdad y a DIOS mismo. En el futuro el verdadero profeta será capaz de desenmascarar al profeta de mentiras como fue el caso de Pedro con Simón el Mago, que pretendía comprar con dinero, lo que sólo DIOS puede dar por Gracia (Cf. Hch 8,18-21). San Pablo protagoniza un episodio similar cuando tiene que salir al paso de una profecía dada por una chica utilizada por sus amos, porque tenía espíritu de adivinación (Cf. Hch 16,16ss).

JESÚS enseña

“Al llegar el sábado, JESÚS entra en la sinagoga y se puso a enseñar” (Cf. Mc 1,21b). El evangelista omite todo el protocolo, que se produjo entre el jefe de la sinagoga y JESÚS, para que dirigiese la enseñanza y la oración de aquel sábado. Pero esta omisión resulta intencionada para señalar la autoridad moral y espiritual de JESÚS que cuenta con toda la licitud como lugar propio para dirigirse a los que el PADRE, en realidad, le ha encomendado. Es Galilea, donde debe empezar la evangelización, la sinagoga es el lugar por excelencia ligado a la oración y a la difusión e interpretación de la Palabra de DIOS. San Marcos no ofrece circunloquios a lo largo de su narración, y marca una de las acciones fundamentales del ministerio público de JESÚS: enseñar. JESÚS es el MAESTRO: su palabra y enseñanza en el Evangelio se hacen normativas, porque manifiestan toda la autoridad del HIJO de DIOS, que es el enunciado inicial de toda la narración (Cf. Mc 1,1). La doctrina de JESÚS se hace normativa por la verdad que transmite y por ÉL mismo que la está proclamando o enseñando. Es fácil entender, entonces, que JESÚS es el Evangelio, y su presencia instaura el Reino de DIOS entre los hombres. La sinagoga ya no es en realidad de los judíos del Templo, sino que le pertenece a JESÚS por razón de su condición de HIJO de DIOS. De JESÚS también son las casas de sus seguidores, las plazas y las calles, los descampados y las montañas. JESÚS recorrerá todos estos ámbitos, no para poseerlos de forma grosera, sino que realiza la divina misión de transformarlo todo mediante una nueva Presencia del Amor de DIOS, que sana y libera a los hombres. El paso de JESÚS por todos los ámbitos en los que el hombre se mueve, es una bendición de DIOS. JESÚS es el MAESTRO, y ahora se encuentra en el lugar habitual con más autoridad para la enseñanza; pero san Marcos quiere significar que ha entrado en la sinagoga quien tiene una nueva autoridad para enseñar y dar sentido pleno a lo impartido en aquel lugar. La Ley, los Salmos y los Profetas explicados en la sinagoga, dan cuenta de la autoridad de JESÚS. JESÚS es el MAESTRO que habla al corazón, y sus palabras transmiten luz y entendimiento a las conciencias, que las reconocen como sobrenaturales. La autoridad magisterial de JESÚS no es una bruta imposición, sino un esclarecimiento de la Verdad que se interioriza como convicción profunda. JESÚS es el MAESTRO, porque es el UNGIDO; por lo tanto, mucho más que el Profeta previsto desde antiguo. Anteriormente hubo profetas ungidos, y hombres santos anónimos, que enseñaron y mantuvieron las tradiciones, pero con JESÚS llega el UNGIDO del SEÑOR, en quien “el PADRE tiene puestas todas las complacencias” (Cf. Mc 1,11).

Asombro de los presentes

“Quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas” (v.22). La admiración o el asombro hacia JESÚS y sus palabras abre la puerta al conocimiento de las cosas, que ÉL está enseñando. Una gracia especial recae en esos momentos sobre los presentes, que perciben la diferencia entre JESÚS y su enseñanza, y los escribas y sus interpretaciones o comentarios. De manera coloquial admitimos que JESÚS juega con ventaja, pues ninguno de los escribas poseía, ni podía tener, las cualidades de JESÚS, que se manifestaban de modo inmediato al exteriorizar un comentario o enseñanza: “de la abundancia del corazón habla la boca” (Cf. Lc 6,45). JESÚS demuestra poseer la capacidad de lo que las Escrituras dicen de SÍ mismo (Cf. Lc 4,18ss). JESÚS posee una inteligencia humana iluminada por el ESPÍRITU SANTO, y da cuenta de su carácter de verdadero hombre también sujeto a la gradualidad del crecimiento, pero eso no debe hacernos caer en el error que algunos promueven sobre la no conciencia mesiánica de JESÚS. La autoridad de JESÚS está dada por la conciencia clara de la unción que el ESPÍRITU SANTO realiza en ÉL, y su creciente responsabilidad hacia la misión encomendada ratificada también por las Escrituras.

El hombre poseído

“Había, precisamente, en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¡¿Qué tenemos nosotros contigo, JESÚS de Nazaret, has venido a destruirnos?! Sé quien eres: el SANTO de DIOS” (v.23-24). Estaba claro: la sinagoga no tenía poder para arrojar los demonios y liberar a los hombres. Las palabras de JESÚS en su enseñanza allí, en aquel lugar destinado a reconocer el Poder de DIOS lo iba a manifestar. Pero antes el espíritu del Mal identificaría a JESÚS y las consecuencias para los espíritus malignos errantes por este mundo. Satanás y sus secuaces tienen poder para extraviar a los hombres, y lo realizan de forma organizada, por eso el espíritu que se manifiesta en este endemoniado habla en plural, porque bastando un espíritu infernal para ocasionar innumerables males; ese espíritu no está poseyendo por su cuenta, sino en relación con otros muchos espíritus satánicos. JESÚS lo dirá: “si los de Satanás están divididos se destruirán ellos mismos” (Cf. Mt 12,26ss). Satanás será vencido cuando sea expulsado de la influencia en este mundo y confinado a su propio abismo o “lago de fuego” (Cf. Ap 20,7). Satanás no resiste el Poder de JESÚS porque no soporta su perfección y santidad: “sé quién eres: el SANTO de DIOS”. Todos aquellos que representen, difundan o participen de la santidad de DIOS erradican el poder de Satanás. La presencia de JESÚS atestigua el Reino de DIOS en acción, y simultáneamente arroja a Satanás de su espacio de Luz. Por eso son tan importantes los sacramentales, a la hora de realizar exorcismos, pues la transmisión de la acción de DIOS en ellos, Satanás no los soporta y su presencia maligna se va debilitando.

Silenciar a Satanás

“JESÚS conminó al espíritu inmundo y le ordenó: cállate y sal de él. Agitándole violentamente, el espíritu dio un fuerte grito y salió de él” (v.25-26). JESÚS permite que el espíritu satánico se manifieste lo imprescindible. Es conveniente saber que Satanás existe y está operando en contra del hombre sin compasión alguna, y desea destruirlo. Por otra parte, en la expansión del Reino de DIOS predicada por JESÚS (v.15), la victoria sobre Satanás tiene que manifestarse con claridad y sin espectacularidad al mismo tiempo. En el conjunto de las señales que acompañarán la predicación de JESÚS estará la expulsión de los demonios. JESÚS no sólo expulsa al espíritu inmundo de su pobre víctima, sino que restablece al hombre de los males físicos, morales y espirituales ocasionados por el agente infernal. Alguien afectado por una posesión diabólica no tiene otro asidero más que JESUCRISTO, pues fuera de ÉL no hay Poder para erradicar la fuerza de Satanás. Este primer milagro en el evangelio de san Marcos no juega el papel de iniciar la narración con una anécdota en la sinagoga de Cafarnaum, sino plantear desde el principio las verdaderas dimensiones de la acción evangelizadora, que se visibiliza en una contienda espiritual de fuerzas contrarias al máximo nivel, porque Satanás sabe que le queda poco tiempo (Cf. Ap 12,7).

El despertar de la Fe

“Todos quedaron pasmados de tal manera, que se preguntaban unos a otros, ¿qué es esto?: una doctrina nueva expuesta con autoridad. Manda a los espíritus inmundos y lo obedecen” (v.27). Bien sabía JESÚS que la Fe de muchas personas, de la mayoría, necesita de señales sensibles, que den razón de algo extraordinario. Tendría que bastarnos a los hombres la iluminación de las conciencias activadas por la Palabra de JESÚS, pero sólo unos pocos se adherirían a JESÚS. Por otra parte las solas señales se volvería en contra absolutamente en muy poco tiempo. Para agotar todos los recursos de la Gracia, JESÚS enseña, predica, instruye, exhorta y realiza signos que dan a entender lo que Nicodemo le dice: “nadie puede realizar las obras que TÚ haces, si DIOS no está con él” (Cf. Jn 3,1). Aquel miembro del Sanedrín despertó a la Fe por las señales únicas, que salían de las manos de JESÚS. Al mismo tiempo, influyó el procedimiento singular de JESÚS, que no estaba sujeto a largas oraciones para realizar las señales, sino que nacían de SÍ mismo, al ser uno con el PADRE (Cf. Jn 10,30). A JESÚS le basta pronunciar una Palabra para realizar el signo (Cf. Lc 7,7); pero todavía JESÚS realiza sus signos sin pronunciamiento personal alguno, bastándole la Fe del que lo solicita: “mujer, grande es tu Fe, que se cumpla como has creído” (Cf. Mc 5,27-29; Mt 15,28). Ciertamente, “una Nueva Doctrina” estaba llegando, porque nunca hasta ese momento el Amor de DIOS se había manifestado en el mundo, y sus efectos empezaban a ser tangibles. Las gentes percibían que JESÚS no era alguien prepotente, que buscase egoístamente algún beneficio.

La fama de JESÚS

“Bien pronto su fama se extendió por todas partes, por toda la región de Galilea” (v.28). La aspiración por la salud perdida, o nunca disfrutada, forma parte de la fuerza interior que nos impulsa a vivir. Una mujer gastó todo lo que tenía para curarse de unas hemorragias, que la tuvieron esclavizada durante doce años (Cf. Mc 5,25-29) Por fin esta mujer se curó cuando encontró a JESÚS. Sabemos que los remedios naturales tienen una escasa eficacia, pues no todo lo que viene de las plantas es curativo directamente. La experiencia de los antiguos puede avalar algunos remedios, pero la mayoría de las enfermedades y minusvalías padecidas entonces no encontraban curación alguna. Un paralítico curado, un ciego, o un leproso, tenía una gran repercusión en un mundo rural o de poblaciones que siendo grandes, sin embargo todo el mundo se conocía y la noticia de una curación se difundía a la misma velocidad de la luz. Toda la Galilea recibió la gran novedad de la misión de JESÚS, que estuvo siempre seguido por las multitudes. No debemos olvidar que las curaciones a los enfermos son para JESÚS un signo o preludio de la Salvación Eterna, que sólo ÉL puede dar.

San Pablo,  primera carta a los Corintios 7,32-35

Seguimos en este domingo con los últimos versículos del capítulo siete de la primera carta a los Corintios, que ofrece el tratamiento de las cuestiones siempre actuales del matrimonio y el celibato por el Reino de los Cielos. El Apóstol ofrece su opinión o consejo ante las cuestiones que le plantearon por escrito los de Corinto: “en cuanto a lo que me habéis escrito…” (v.1). San Pablo va respondiendo a las cuestiones abiertas, que le plantean, y ofrece su opinión como persona de criterio ponderado y asistido por el ESPÍRITU SANTO: “yo también considero poseer el ESPÍRITU del SEÑOR” (v.40). Tanto el matrimonio como el celibato, reconoce el Apóstol, es una cuestión de conveniencia según el tiempo que toca vivir o las circunstancias personales: “a cerca de la virginidad no tengo precepto del SEÑOR, doy no obstante un consejo como quien por la Misericordia de DIOS es digno de crédito, y pienso que es cosa buena a causa de la necesidad presente” (v.25-26). Cuando san Pablo escribe esta carta, saliendo al paso de lo planteado entre los cristianos de Corinto, todavía supone que al género humano le queda poco tiempo, pues la Segunda Venida del SEÑOR está a las puertas, y como manifiesta en la primera carta a los Tesalonicenses, esta persuadido que se encontrará entre los aún vivos y será arrebatado con el SEÑOR en el aire, para estar siempre con el SEÑOR (Cf. 1Tes 4,14-17). Unos quince años de haber escrito esta carta a los Corintios, el Apóstol muere decapitado en Roma. El fondo de esta urgencia apocalíptica es buena y pertenece al fondo mismo de la Esperanza cristiana: “no sabemos en qué momento vendrá el SEÑOR” (Cf. Mt 24,42). Sin manifestar imposiciones, san Pablo insiste en sus preferencias personales, que se inclinan por el celibato con objeto de una disposición más grande para las cosas del SEÑOR. Admitiendo en un principio, que un célibe dispone de más tiempo para dedicárselo al SEÑOR, en la práctica concreta el resultado no siempre es así. Se puede dar el caso de matrimonios dedicados conjuntamente las veinticuatro horas a las cosas del SEÑOR, y a célibes que parece sobrarles varias horas diarias, y algunos días de la semana. En el momento presente habría que analizar distintos factores, que en aquella época no se daban, y entre ellos la mayor longevidad. Existen matrimonios, liberados de la crianza de los hijos, con buenas condiciones físicas, que dedican a las cosas del SEÑOR todo su tiempo disponible. Incluimos en ese apartado a las familias misioneras, pertenecientes a movimientos dentro de la Iglesia, que se encuentran realizando una obra evangelizadora de primer nivel. Un problema añadido surge cuando algunos intérpretes de la doctrina de san Pablo dada en este capítulo se polarizan o radicalizan en cuestiones que él manifiesta como optativas u opinables.

Disponibilidad

“Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del SEÑOR, de cómo agradar al SEÑOR” (v.32). Además de las condiciones externas que favorezcan la disponibilidad para dedicarse a las cosas del SEÑOR, la persona tiene que recibir la Gracia para el desasimiento interior. “La mujer no casada, lo mismo que la doncella se preocupa de las cosas del SEÑOR, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu” (v.34). Seguimos moviéndonos en el campo de las circunstancias personales y de los distintos tipos de personas, cuya evolución y maduración cambia según los tiempos que nos toca vivir. Es innegable que actualmente la etapa de la adolescencia se ha dilatado, y se retarda con respecto a otras épocas el estado de madurez suficiente para tomar opciones definitivas. A pesar de todos los filtros y cautelas dispuestos para la entrada en los seminarios y la ordenación de sacerdotes, sin embargo es alto el número de los ordenados que piden la dispensa de celibato o abandonan en los primeros años de ejercicio ministerial. Este último hecho nos pone delante una situación difícil de resolver, para la que no debe haber pautas definitivas. De hecho san Pablo vuelve a señalar su propio caso como excepcional en el capítulo nueve de esta carta: “¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana como los demás Apóstoles, los hermanos del SEÑOR y Cefas?” (Cf. 1Cor 9,5). En un momento el Apóstol hace valer la renuncia que él y Bernabé hacen de ser acompañados por una mujer cristiana -esposa- en el ministerio evangelizador.

El trato con el SEÑOR

La intención del Apóstol es del todo recta, y quiere lo mejor para los que le son encomendados: “os digo esto para vuestro provecho, y no para tenderos un lazo; y moveros a lo más digno y al trato asiduo con el SEÑOR sin división” (v.35). De nuevo nos topamos en este punto con la complejidad del mundo interior de cada persona, que inevitablemente sufrirá numerosos cambios. La experiencia nos dice, que la acción de la Gracia renovada y mantenida en quien ha recibido el don, verdaderamente puede completar su carrera. Otra cuestión debatible es la de quién tiene un corazón más dividido para amar al SEÑOR: ¿libre o el casado; la mujer consagrada o la que tiene marido? ¿Es que el Sacramento del Matrimonio no concede el carisma de la unidad para el amor de los cónyuges, haciéndolos uno entre sí y con el SEÑOR? ¿Es que sólo en el principio se dio la unidad entre el hombre y la mujer, por la que los dos eran una sola carne? ¿Es que el Sacramento del Matrimonio no ha recuperado y superado aquella unidad original? Si esto último es así, y lo es, ¿Qué dificultad puede encontrar el marido o la esposa cristianos para presentar al SEÑOR un corazón íntegro? Sólo el pecado divide el corazón del célibe y del casado, pero no es el matrimonio en el SEÑOR causa de división alguna. ¿Tendríamos que entender, que el casado es más proclive al pecado que el célibe? Adentrarnos en este debate, sería llevar la cosa a zona de aguas pantanosas o tierras movedizas. Pero, con todo, algunos creen poseer un medidor del estado de Gracia en el que se encuentran los demás.

La autoridad del Apóstol

La autoridad doctrinal y espiritual de san Pablo tiene que quedar a salvo en todo momento, pues es una de las columnas de la Iglesia del SEÑOR. No es discutible la cristología que el Apóstol nos deja a lo largo de sus escritos. De la misma forma, hay que volver la mirada hacia sus cartas para comprobar la acción del ESPÍRITU SANTO en el desarrollo de las primeras comunidades, que completan lo que nos aporta el libro de los Hechos de los Apóstoles. Sin embargo a lo largo de los siglos han surgido nuevos carismas y otros de los iniciales se han apagado o se manifiestan en ámbitos distintos, como ocurre con el carisma de milagros: son los lugares de las apariciones marianas donde se verifican grandes curaciones y conversiones, y de forma esporádica se dan milagros en ámbitos comunitarios. Otra cosa distinta son algunas curaciones, que no pueden ser catalogadas de milagros. La doctrina de san Pablo es canónica para los cristianos de todos los tiempos, y matizable en aquellas cuestiones que él mismo presenta como opinión suya, debatible, “que no es precepto del SEÑOR” (v.25).

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