* Dos nombramientos anuncian días infaustos para los católicos.
Así como es propio del sabio contemplar, principalmente,
la verdad del primer principio y juzgar de las otras verdades,
así también lo es impugnar la falsedad contraria.
Santo Tomás de Aquino, ‘Suma contra Gentiles’, I, 1.
No hay otro modo adecuado de ver la Iglesia Católica, sus problemas y sus conflictos, que no sea el de una mirada sub lumine fidei, esto es desde la luz de la fe. De otro modo, ella se vuelve un objeto ininteligible frente a cualquier análisis.
Ciertamente la Iglesia Católica es una inmensa institución bimilenaria, esparcida por toda la tierra, dotada de enormes recursos espirituales y materiales, integrada por hombres de todas las razas, geografías, culturas y lenguas. Hay en ella inocultables tensiones, grandes disensos, sectores internos radicalmente opuestos con las consiguientes luchas por el poder y el predominio de unos sobre otros. No faltan los pecados, por desgracia hasta los más abominables, ni tampoco los cotidianos ejemplos de santidad, de abnegación y de heroísmo. Todo esto no es sino la consecuencia de la madera humana de la que también está hecha.
Pero esto es sólo un costado de su misteriosa realidad. Porque de esto se trata, del misterio de la Iglesia, el Mysterium Ecclesiae, que consiste en ser el signo visible de la Fe, la prolongación en la historia de la Encarnación del Verbo, la Esposa de Cristo y el Arca de salvación para todos los hombres.
Cualquier análisis que tenga en cuenta solamente uno de estos dos costados estará destinado inevitablemente al error: o caerá en una mera visión temporal, social y política o en un sobrenaturalismo ingenuo y miope. Lo primero, pues, que queremos dejar en claro es que los firmantes de esta nota somos ambos fieles laicos y nos mueve a hablar, con el respeto y la humildad que corresponden, únicamente el amor a Cristo y a su Iglesia ubicándonos precisamente en la perspectiva de la Fe.
2. El intento reiterado de una “Nueva Iglesia”
Nadie puede negar, salvo un ciego, que la Iglesia Católica vive actualmente un aciago tiempo de crisis, una hora de oscuridad en la que, por momentos, el signo eclesial parece a punto de eclipsarse. No es, por cierto, la primera vez que esto ocurre. Desde los días iniciales de su existencia la Iglesia ha atravesado multitud de crisis y padecido toda suerte de ataques tanto exteriores como internos.
Así, la tentación por parte de algunos sectores internos de fundar una “Nueva Iglesia” no es nada nuevo. Ateniéndonos solamente a los últimos cien años, recordemos la severa condena del modernismo por parte de San Pío X en la Encíclica Pascendi. Otros Papas (Pío XII, por ejemplo) no dejaron de hablar claro y de hacer caer las respectivas condenas (de las doctrinas no de las personas) toda vez que las circunstancias lo exigían. Pero a partir del Concilio Vaticano II las cosas cambiaron y hoy vemos configurase cada vez con más fuerza una Iglesia que se debate en una crisis de características casi inéditas. “Nueve de cada diez ideas ‘nuevas’ son simplemente viejos errores -declara Chesterton-; la Iglesia católica tiene la obligación de prevenir a la gente de esos errores”.
Cuatro son, a nuestro juicio, los elementos negativos que se avizoran en el actual panorama eclesial.
- En primer lugar, la introducción de la teología llamada de la liberación, en alguna de sus denominaciones, crea una nueva hermenéutica de la fe cristiana, cambiando radicalmente la comprensión del cristianismo en su totalidad. Explica el cristianismo como praxis de liberación; y como para esta teología toda realidad es política, la teología solo debe entenderse en este sentido, por eso Gustavo Gutiérrez, uno de sus principales representantes latinoamericanos, dice “nada debe quedar fuera de la política”. Curiosamente, o no tanto, en la carta a monseñor Víctor Manuel Fernández, Francisco le recuerda que “no quiere una teología de escritorio”.
Por lo mismo asistimos a una acelerada pérdida de la identidad católica: la aceptación acrítica de los criterios del mundo moderno, como propone el Papa, no sólo va diluyendo la propia identidad sino también apagando la presencia real de la Iglesia en todos los ámbitos de la vida humana.
Segundo, una inmensa confusión doctrinal que nos va llevando peligrosamente por el camino de un sincretismo religioso con la consiguiente debilidad del pensamiento auténticamente católico. Tengamos en cuenta que esa teología considera que la separación entre iglesias debe considerarse inapropiada.
Tercero, un inédito desbarajuste litúrgico -tal vez el hecho más grave de todos- que distorsiona el sentido sobrenatural de la liturgia convirtiéndola en una mera celebración humana, “la asamblea”, en la que se va perdiendo el sentido de lo mistérico.
Cuarto, finalmente, una grave crisis de autoridad que oscila entre una falta completa de su ejercicio y un autoritarismo que raya en lo despótico. Si esta situación que ya lleva varias décadas -y que se ha agravado de manera notable a partir del actual Pontificado- es causa directa del Concilio Vaticano II o de una hermenéutica equivocada de sus textos es un asunto que dejamos de momento en suspenso pues por su complejidad nos alejaría por completo del propósito de esta nota. La crisis está aquí; y lo grave es que hay muchos que la confunden con una “primavera” cuando en realidad se trata de un invierno destructor.
3. Dos preocupantes nombramientos
Como ejemplo de lo que decimos los católicos hemos sido sorprendidos en espacio de pocos días por dos designaciones del Papa Francisco que son motivo de temor y de angustia. La primera de esas designaciones atañe a la Iglesia en Argentina; la segunda (mucho más grave y preocupante) afecta a toda la Iglesia. Ambos nombramientos, de no mediar la misericordia de Dios, anuncian días infaustos para la vida de la Iglesia.
Como es sabido, el Papa ha designado al frente del Arzobispado de Buenos Aires a Monseñor Jorge García Cuerva. Esta designación ha sido y es motivo de honda preocupación para una parte de la feligresía católica, no sólo aquella que pertenece a la jurisdicción eclesiástica porteña sino del país todo. Por tratarse de la Arquidiócesis Primada, es clara su relevancia religiosa, histórica y política, ya que sus opiniones y actitudes pueden gravitar de manera determinante en todo el territorio nacional.
Monseñor García Cuerva no ha disimulado su estrecha cercanía y manifiesta simpatía respecto de ciertos sectores políticos identificados por sus claras posturas contrarias a la fe católica como el aborto, la promoción de la ideología de género, la corrupción de nuestros niños y jóvenes a través de la llamada educación sexual integral, impuesta totalitariamente en los planes de estudios de las escuelas públicas y aún privadas, la implementación de políticas sociales que fomentan un asistencialismo demagógico, que lejos de dignificar al trabajador y al trabajo, no solo aumentan su desamparo, sino que hacen de ellos mansos sirvientes del poder político y económico, dado que, apartados de la educación, enajenada su libertad, representan apenas un número más dentro del atroz proyecto globalista 2030, no menos anticristiano que antihumano. Va de suyo que toda esta política social es la antítesis de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sin embargo no es esto lo que más nos preocupa. Monseñor García Cuerva es uno de los protagonistas y responsables principales de la crisis que hoy afecta a la Iglesia. ¿Quién puede honestamente dudar que el nuevo Arzobispo porteño, por sus antecedentes, por su formación pastoral, represente esta “Nueva Iglesia”; sea hijo de ella y a ella sirva? Lejos estamos de juzgar sus intenciones sólo reservadas al juicio de Dios. Pero sí nos permitimos alertar sobre hechos objetivos; una teología ideologizada y politizada que se olvida de Dios para volverse al hombre y una pastoral con sentido sociológico antes que soteriológico son, a no dudarlo, situaciones tan objetivas como dolorosas.
Pero la segunda designación, repetimos, es mucho más grave al punto que la primera prácticamente empalidece frente a la magnitud de la segunda. Nos estamos refiriendo, obviamente, al nombramiento del actual Arzobispo de La Plata, Victor Manuel Fernández, como Prefecto del actual Dicasterio para la Doctrina de la Fe (hasta hace poco conocida como la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe).
Se trata de un puesto clave que afecta el corazón mismo de la Iglesia Universal ya que de ese Dicasterio depende nada menos que la custodia de la verdadera doctrina católica. Es a ella a la que incumbe pronunciase sobre cuestiones dogmáticas y morales de extrema importancia A ella le compete sostener la verdad y rechazar el error.
Monseñor Fernández no necesita demasiada presentación. Seguidor incondicional de todos los desvaríos doctrinales del actual Pontificado, hombre de confianza del Papa (se dice que ha redactado más de un documento firmado por Francisco, en particular la desdichada Exhortación Apostólica Amoris laetitia), no hace más que escandalizar permanentemente con declaraciones que rayan en la herejía y que se propalan a los cuatro vientos. A pesar de ser considerado un “teólogo” no tiene una obra teológica de suficiente envergadura que avale este título. Por otra parte él mismo ha reconocido, en recientes declaraciones periodísticas, que en su momento fue investigado por el Dicasterio que ahora va a presidir. Su incompetencia intelectual y doctrinal para el cargo que se le ha asignado no puede ser mayor.
4. Nuevo Prefecto y nuevo Dicasterio
Pero el Papa Francisco no se ha limitado a la mera designación de un nuevo Prefecto como sucesor del anterior. Ha hecho algo más de fondo: ha creado, de hecho, un nuevo Dicasterio. En la carta personal dirigida a Fernández se ha encargado de dejar bien en claro cuáles son sus ideas respecto del sentido y de la misión que ha de cumplir este antiguo y prestigioso organismo de la Curia Romana.
“Como nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe –comienza la misiva- te encomiendo una tarea que considero muy valiosa. Tiene como finalidad central -aclara citándose a sí mismo (Evangelii gaudium) -custodiar la enseñanza que brota de la fe para dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan”.
“El Dicasterio que presidirás –continúa haciéndose eco de las falacias históricas puestas a circular por los enemigos de la Iglesia- en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Fueron tiempos donde más que promover el saber teológico se perseguían posibles errores doctrinales. Lo que espero de vos es sin duda algo muy diferente”.
Más adelante -y siempre autocitándose (Evangelii Gaudium)- remata: “Es más, sabés que la Iglesia ‘necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad’ sin que esto implique imponer un único modo de expresarla. Porque ‘las distintas líneas de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor, también pueden hacer crecer a la Iglesia’. Este crecimiento armonioso preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”.
“[…] Es bueno que tu tarea exprese que la Iglesia ‘alienta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica’ con tal que ‘no se contenten con una teología de escritorio’, con ‘una lógica fría y dura que busca dominarlo todo’”.
No cabe duda de que ya no se confutarán errores ni se ejercerá control alguno; y esto, precisamente en un tiempo en que las falsas teologías brotan como hongos. Pero, ¿es que acaso se puede ya seguir hablando de errores cuando lo que se propone es que basta que las distintas líneas de pensamiento “se dejen armonizar por el Espíritu en el respeto y el amor”? ¿Y qué entiende Francisco por “teología de escritorio” que con fría y dura lógica intenta dominarlo todo? Ya sabemos que en ocasión de cumplirse el centenario de la Escuela de Teología de Buenos Aires, en carta dirigida al Cardenal Poli, afirmaba que la teología se hace “en las calles dolientes de América Latina”. No deja de ser una curiosa paráfrasis al libro del marxista Galeano. Recordemos que para esa teología, el análisis marxista de la historia y de la sociedad era y sigue siendo irrefutable.
Estamos, por tanto, ante el mayor embate contra la tradición teológica católica y su larga y paciente elaboración de siglos llevada a cabo por tantos hombres santos e ilustres.
Estos nombramientos estratégicos indican a las claras que se ha propuesto regalarnos un final de su Pontificado a gran orquesta. Y no decimos final en un sentido temporal sino en el sentido de la culminación de una obra de destrucción sistemática y de renovada locura de querer fundar esa “Iglesia Nueva” que no es la de Cristo.
La hora es grave y sólo Dios sabe que nos espera. Pero tenemos la promesa de Cristo: et portae inferi non praevalebunt adversus eam. También San Gregorio Magno en su exégesis de aquel pasaje del texto de Ezequiel (40, 1-3) en el que el Profeta es conducido a un monte donde se levanta un edificio que mira al mediodía, escribe: “El edificio es Cristo, es la Iglesia; y mira al mediodía porque en el mediodía está el viento, y el viento es el Espíritu Santo” (Homilías sobre Ezequiel. Libro II, homilía 1).
Quizás no esté lejano el día en que esta “Nueva Iglesia” y sus falsos pastores sean barridos al soplo de la poderosa fuerza de ese viento del mediodía.
POR MARIO CAPONNETTO y MIGUEL DE LORENZO.
BUENOS AIRES, ARGENTINA.
LA PRENSA,