El evangelio que escucharemos este domingo (Mt 10, 37-42), nos habla de las exigencias del seguimiento de Jesús así como de las recompensas que se pueden recibir por las obras buenas. Nada ni nadie puede estar por encima de la relación que debe existir entre Jesús y el discípulo. Dios está por encima de cualquier relación humana, por hermosa o bella que parezca. La relación con las personas, y entre ellas, las relaciones familiares no han de ser de ninguna manera un obstáculo para la relación con Dios.
La relación familiar es algo fundamental para cualquier persona. La familia es la base de la sociedad, es la escuela más importante de la vida; la familia recibe la vida, la protege, la educa y la cuida, por ello la familia es importante para cualquier persona. En ella, uno encuentra ayuda, consuelo, apoyo, cariño, así como compromiso, exigencia, corresponsabilidad. Uno se siente seguro cuando tiene cerca a su familia. Los mandamientos de Dios de hecho, dedican un mandamiento para hablar del deber moral que uno tiene con sus padres.
Sin embargo la fe crea otra relación que también es fundamental, la relación con Dios. Esta relación además, se transmite y se fortalece desde la familia. Pues la familia es la iglesia doméstica donde se recibe y se transmite la fe. De esta manera así como la familia nos ayuda a crecer para convertirnos en adultos, también la familia nos enseña a ir madurando en la fe, ahí aprendemos el principio de que debemos amar a Dios sobre todas las cosas. En la familia se nos enseñan los deberes religiosos. Ahí nos ejercitamos y aprendemos a hacer ciertas renuncias y a tener prioridades en la vida.
Este principio nos ayuda a comprender mejor la enseñanza que dice Jesús en el Evangelio de este domingo. “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí… el que ama más a su hijo o a su hija no es digno de mí”. Esto significa que en familia aprendemos también que de todas las relaciones que podemos establecer, ninguna puede ser más importante que la que se establece con Dios. Esa relación es prioritaria y nada se le compara.
La superioridad de la relación con Dios se debe a que Jesús no es simplemente un amigo entre otros, o un valor entre otros, sino que él es el Hijo de Dios y como tal es digno de amarlo con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma pues él también nos ofrece la vida verdadera y todo tipo de bendiciones.
La relación con Dios para que vaya creciendo y se haga cada vez más fuerte, supone renuncias, toma de decisiones y cultivo de actitudes que pasan por el sacrificio. Por ello Jesús también habla de la cruz y de la pérdida de la vida en forma contrastante. Se sigue a Jesús compartiendo no sólo sus triunfos y su gloria, sino también su cruz y su pasión, es decir exponiendo la vida, la fama personal y los éxitos de este mundo.
Por otra parte Dios no se deja vencer en generosidad. Él sabe repartir sus bienes con abundancia a todos aquellos que lo siguen, a todos aquellos que lo respetan y le dan su lugar. Por ello, este domingo nos dice que “ni siquiera un vaso de agua, quedará sin recompensa”. La mejor recompensa que uno puede ya recibir en la vida es el hecho de formar parte de los discípulos de Jesús.