Una versión atenuada de la protesta es la queja. Nuestra condición incluye la queja por muchas cosas, que sirven de pretexto a una gran insatisfacción interior. La falta de paz interior por la ausencia de DIOS trae consigo el vacío que se pretende llenar con multitud de cosas incapaces de cumplir ese objetivo. La protesta contra DIOS está en la raíz del hombre. Para la Biblia son importantes las obligaciones para con el prójimo y los comportamientos personales convenientes, en cuanto que entran en la esfera de la Voluntad de DIOS; y, por tanto, la trasgresión, de producirse, se da en primer lugar contra DIOS. Las distintas ocasiones por las que el Pueblo se rebela están valoradas por su enfrentamiento contra la volunta divina. Las protestas entre nosotros han perdido esa carga religiosa, pues se reclaman derechos vulnerados de los que la sociedad considera que DIOS está ausente. Se protesta contra la autoridad política o social; y sólo cuando el individuo se queda en un cierto aislamiento reclama su reivindicación ante su DIOS. La primera queja implícita que se refleja en la Biblia la encontramos en el Paraíso después del pecado original. Cuando Adán se esconde de la presencia de DIOS, y éste lo llama, le responde que se ha ocultado porque estaba desnudo. DIOS pregunta: ¿quién te informó de tu desnudez? Adán no responde directamente, sino que contesta con una acusación que al mismo tiempo es un reproche o protesta contra DIOS mismo: “la mujer que me diste, me ofreció del árbol prohibido, y comí” (Cf. Gen 3,8-12). La narración de los orígenes en Adán y Eva marcan las principales tendencias de todos los hombres; y, en este caso, nos toca examinar las acusaciones directas y las protestas veladas. A DIOS se le viene a decir: “fuiste TÚ quien puso a mi lado la compañera que me hizo caer en la trasgresión a tu mandato; por tanto, también TÚ eres culpable”. La gran mayoría de nuestras protestas son de este tenor de forma clara. No elegimos el lugar, la época o la familia para nacer y ser educados en los primeros años de nuestra infancia; y con frecuencia el gran reproche y protesta ante la propia existencia: “¿Por qué no fuero otras más favorables las condiciones iniciales de mi existencia? Esta pregunta cargada de resentimiento es una agria protesta contra DIOS. A veces se plantea como un mero ejercicio de posibilidades, especulando alternativas vacías y sin sentido alguno, pues el hoy del presente es lo que verdaderamente importa. El momento actual presenta posibilidades inéditas con tal que dejemos actuar a la Divina Providencia, que obtiene beneficios de toda la carga negativa del pasado. Sobrecoge y suscita admiración los testimonios de personas que durante años se dedicaron a practicar abortos, y en un cambio de rumbo en sus vidas se convierten en insobornables defensores de la vida en cualquiera de las fases de la existencia. Algo así sucede con las personas de vida licenciosa que en un momento dado se encuentran con el SEÑOR y se proponen un cambio radical que ilumina el camino a otras muchas personas.
La queja agria de los primeros padres en el Paraíso fue creciendo, y continúa con Caín que padece el mal de la envidia en un grado muy alto. Caín no soporta la aceptación que DIOS tiene de Abel su hermano; y Caín se queja contra su hermano y contra DIOS, llevando a término el homicidio de su hermano (Cf. Gen 4,3-8). La queja agria contra DIOS acaba siendo una manifestación de rebeldía contra lo establecido por DIOS, y contra DIOS mismo. Caín, a pesar de todo, sigue siendo un hombre religioso, pero se condena a sí mismo a vivir como vagabundo sobre la faz de la tierra, que aparece ante él de forma muy hostil. El peligro para Caín de acabar en un atentado contra su vida es algo del todo factible, pero Dios se compromete a velar por la vida errante de Caín con el fin de que expíe su pecado (Cf. Gen 4,13-15).El resentimiento de Caín contra DIOS encuentra la respuesta de la Divina Misericordia.
La maldad contra el prójimo y contra DIOS sigue su progresión en los primeros capítulos del Génesis, hasta que DIOS decide regenerar al género humano con el diluvio. El texto bíblico en los siguientes capítulos hasta el once inclusive no muestra expresiones abruptas de los hombres contra DIOS, pero estos se habían sumido en una gran indiferencia desoyendo cualquier mandamiento y adoptando un comportamiento del todo ajeno a la Voluntad de DIOS. El diluvio regeneró a la humanidad dejando a Noé y su familia como el eslabón por donde habría de continuar la humanidad renovada. A partir de Abraham como hombre de Fe comienza una nueva etapa en la Historia de la Salvación, que nos va a conducir al tiempo del Pueblo elegido en Egipto. La queja del Pueblo, la protesta dolida por la esclavitud de los egipcios, conmovieron las entrañas divinas, e Israel encontró una respuesta por parte de DIOS para salir en libertad. La queja y la protesta contra DIOS reaparecen en el Pueblo de Israel, que le cesta aprender a vivir fiado de YAHVEH y añora los tiempos de las seguridades egipcias que alienaban, desposeían incluso de la libertad interior, dejando el rastro de la muerte para los más indefensos: el Faraón había decretado la muerte de los niños varones de los hebreos al nacer (Cf. Ex 1,16). Aquella orden representaba, tarde o temprano, la desaparición del Pueblo elegido por la depredación del pueblo egipcio.
Desde el Mar de las Cañas al Yebel Musa
Moisés evita la ruta más rápida para llegar a territorio palestino, pues se encontrarían con los controles militares de los egipcios, y dispone al Pueblo hacia el Mar de la Cañas que está al norte del Mar Rojo, donde el nivel de las aguas es vadeable. Dentro de la cadena montañosa que discurre por la Península del Sinaí, la montaña más apropiada para recibir a los hebreos en su estribaciones, por su altura y facilidad para ser escalada está el Yebel Musa, o montaña de Moisés con dos mil doscientos metros de altitud, que se podría ascender en algo más de dos horas. El Pueblo elegido seguirá en parte el camino que con antelación había recorrido el profeta en su huida particular de Egipto.
Una larga prueba
Desde la salida de Egipto hasta la entrada en la Tierra Prometida, pasaron cuarenta años en los que el Pueblo elegido no vivió una permanente relación idílica con DIOS. Las promesas de YAHVEH marcaban un horizonte, una mirada hacia el futuro, que colmarían las aspiraciones de cualquier pueblo marginal. DIOS prometía al Pueblo elegido hacer de aquel discreto número de hebreos una nación grande y poderosa, en una tierra fértil, que iba a proporcionar alimento sin gran esfuerzo: “una tierra que mana leche y miel” (Cf. Ex 3,17). El libro de Job nos dice que el hombre está en el mundo realizando un servicio a semejanza de la milicia (Cf. Jb 7,1); y el libro del Eclesiástico, o de Ben-Sirac, complementa la visión con la mirada del ciclo humano como prueba (Cf. Eclo 2,1). El Pueblo elegido vivirá un largo periodo de prueba por el desierto para adquirir la reciedumbre del que debe estar dispuesto para la milicia. En el desierto se verá la actuación de tres actores: YAHVEH, Moisés y el Pueblo. El Deuteronomio años más tarde formula la razón de fondo para que YAHVEH hubiese elegido a los hebreos como Pueblo para sus designios: “no penséis que el SEÑOR os ha elegido por ser el Pueblo más grande y numeroso, sino por puro amor el SEÑOR os tomó como posesión suya” (Cf. Dt 7,7-8). En función de esta elección por puro Amor, DIOS va a conducir al Pueblo a pesar de sus múltiples protestas. De nuevo el SEÑOR se dispone a modelar una condición humana, que es dura de cabeza y corazón (Cf. Ez 3,7). En el desierto, el SEÑOR dispondrá la Ley como parte del Pacto que el Pueblo debe cumplir para corresponder con la Alianza santa establecida con YAHVEH. La acción prosigue en la misma línea del Salmo: “ponme a prueba y conoce mi corazón” (Cf. Slm 139,23). El corazón de cada uno fue probado y moldeado en el desierto y el SEÑOR pudo encontrar un Pueblo mejor dispuesto para sus designios.
Al mirar atrás
Por mirar atrás, la mujer de Lot quedó convertida en estatua de sal (Cf. Gen 19,26). De forma repetida, el Pueblo elegido después de salir de Egipto añora la esclavitud. Visto con serenidad y distancia esa reacción es un disparate, pero observamos que forma parte de nuestro comportamiento. Toda la comunidad de los israelitas empezó a murmurar contra Moisés y Aarón en el desierto. Les decían: ojalá nos hubiéramos muerto a manos de YAHVEH en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta hartarnos· (Cf. Ex 16,2-3). Se da una reacción muy primaria por parte de las gentes, que se manifiestan bajo el impulso de supervivencia. El hambre se siente como amenaza grave para la vida, y la reacción entra dentro de la propia lógica de la permanencia en el mundo. Pero al Pueblo elegido se le estaba pidiendo un acto de confianza en DIOS, que no estaba ejercitando. Habían sido numerosas las pruebas de la acción extraordinaria de YAHVEH a favor del Pueblo de Israel, por lo que tampoco se les pedía un acto de confianza en el vacío. Los israelitas habían visto señales prodigiosas que manifestaban la Providencia Divina; sin embargo el hambre obnubilaba cualquier mirada hacia el abandono y la confianza en DIOS. DIOS sigue dando la libertad y el alimento al Pueblo; pero la fragilidad humana puede cambiar el signo de los acontecimientos.
Pan del cielo
DIOS reconduce de nuevo a su Pueblo a la vía de la confianza: “YAHVEH dijo a Moisés, YO haré llover sobre vosotros pan del cielo. El Pueblo saldrá a recoger la porción diaria, y así le pondré a prueba para ver si anda o no según mi ley” (Cf. Ex 16,4). El tamarisco es un árbol que crece en zonas muy áridas y destila un líquido dulzón que se solidifica al caer del árbol, por lo que los israelitas podían recogerlo a primera hora de la mañana, pues el sol lo volvería a licuar. El texto del libro del Éxodo recoge las instrucciones precisas que convierten este recurso en un alimento providencial. La cantidad de maná será la precisa para el consumo diario, permitiéndose la víspera del sábado recoger doble ración (Cf. Ex 16,16.29). A nadie le va faltar el maná que DIOS en su Providencia envía a su Pueblo. La queja por la ausencia de carne en la dieta se resolverá con la migración de las codornices, que extenuadas del vuelo hacían una parada en las inmediaciones del campamento de los israelitas. Las bandas de codornices que migraban hacia los países de África central remediaron la carencia de carne del Pueblo. El israelita también sabía ver la presencia de DIOS a través de los de los procesos naturales, no era necesario que se vieran alteradas las leyes que regían los mismos. El pan del cielo dado por Moisés tenía un origen natural que satisfizo de forma providencial las necesidades del Pueblo, por eso algunos judíos le dijeron a JESÚS que había sido Moisés quien había dado “pan del cielo” a sus antepasados en el desierto (Cf. Jn 6,31).
El PAN de VIDA (Jn 6,24-35)
“Cuando la gente vio, que ni JESÚS ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas en busca de JESÚS” (v.24). El sentido de esta búsqueda la revelará JESÚS en los siguientes versículos. Tenemos una vida entera para purificar la intención por la que buscamos a JESÚS. La cosa va a depender del conocimiento propio y del conocimiento que vayamos adquiriendo de JESÚS. El punto de encuentro será Cafarnaum conocido por todos, que JESÚS tomaba como punto de partida para muchas de sus misiones evangelizadoras. A pesar de la frecuencia con la que JESÚS fijó su residencia fue una localidad que fue juzgada por JESÚS con severidad, pues no había respondido a los signos repetidos y extraordinarios que en ella se habían realizado: “y tú Cafarnaum, ¿hasta el cielo piensas escalar? Caerás en el abismo, pues si en Sodoma se hubieran hecho las señales realizadas en ti, hace tiempo que en saco y ceniza habrían hecho penitencia” (Cf. Mt 11,23). El juicio en san Juan es más benévolo, pero JESÚS manifestará con claridad su posición.
El vientre no es el órgano del discernimiento
“Al encontrarlo a la orilla del Lago, le dijeron: ¿Rabí, cuándo has llegado aquí? JESÚS les respondió: En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros” (v.25-26). Se da a entender que JESÚS estaba a la orilla del Lago con personas que no habían participado el día anterior de la multiplicación, y ahora se suman aquellos que buscaban al MAESTRO con motivos mejorables. JESÚS se había retirado para no dar lugar a ningún tipo de altercado, pues las autoridades romanas se hubieran enterado de modo inmediato de una posible aclamación popular de JESÚS como rey. JESÚS era mucho más que el profeta considerado en los textos apocalípticos de aquellos tiempos; y también su persona no se podía enmarcar en la figura de un rey terrenal. El signo que habían presenciado algunos obedecía a unas realidades que el propio JESÚS debía explicar, corriendo el riesgo de no ser entendido. JESÚS les declara inmediatamente el fondo de sus intenciones, que no corresponden para nada con los objetivos del propio JESÚS. La condición de MESÍAS como HIJO de DIOS era una categoría impensable para cualquiera de los judíos o persona en general. Sólo una revelación interior con carácter especial podía dar la visión precisa sobre la identidad de JESÚS. El signo de la multiplicación de los panes y los peces obligaba a una reflexión detenida, que normalmente no se produce. Es más frecuente dejarse llevar por el impacto inmediato de las cosas, sin mirar la causa de las mismas ni los efectos, que de ellas se derivan. Se camina en la mayoría de las ocasiones “a golpe de efecto”, llevados por la inercia de los acontecimientos. El signo es el punto de encuentro entre la acción de DIOS y el curso de los acontecimientos humanos. La comida es una necesidad vital, y JESÚS aprovecha esa vertiente, como tantas veces en otras ocasiones, para manifestar una acción de DIOS que es preciso descubrir. Aquella multiplicación de los panes se llevó acabo dentro de una serie de formas o gestos, que evocaban en todos los sentidos la acción providencial de DIOS para con su Pueblo. La distribución por grupos, el gesto de recostarse en la hierba al modo de los que eran libres y no esclavos, la bendición realizada por JESÚS al modo del padre de familia en el Pésaj –Pascua-, el hecho propiamente de la multiplicación extraordinaria de los cinco panes y los dos peces; y después la recogida de los doce cestos que habían sobrado. Cada uno de los momentos de todo el desarrollo del signo tenía suficiente carga para llamar la atención y caer en la cuenta que estaban siendo testigos de una acción extraordinaria de DIOS. Se estaba produciendo un nuevo modo de Pésaj. Se traduce este término como “paso del SEÑOR” o “salto”; con lo que vendría a quedar como “el salto que DIOS realiza en una intervención visible y extraordinaria”. Es probable que resultase pedir demasiado a las grandes limitaciones que nos caracterizan, pero JESÚS de cierta manera no las disculpa y afirma de forma rotunda: “en verdad, en verdad os digo, que no me buscáis porque hayáis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros (v.26). El vientre es el órgano vital que se designa para indicar que se vive de las impresiones inmediatas, sin otra búsqueda que la solución de lo considerado como necesario y perentorio. ES posible que a más de uno de aquellos se le hubiera ocurrido que JESÚS era el tipo ideal para vivir sin trabajar, dado que disponía del poder taumatúrgico para producir alimentos sin restricción alguna. La visión hedonista y mágica incapacita para la comprensión de los signos de DIOS.
Trabajar para comer
Desde el principio las cosas se plantearon así: “comerás el pan con el sudor de tu frente” (Cf. Gen 3,19). No hace falta insistir en el esfuerzo y fatiga que representa cualquier tipo de trabajo, porque nuestras fuerzas son muy limitadas, y el coste para vivir o sobrevivir en ocasiones es muy alto. La cosa abarca al campo espiritual, y JESÚS advierte: “trabajad no por el alimento perecedero, sino por el alimento que vale para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; porque éste es al que el PADRE, DIOS, ha marcado con su SELLO” (v.27). Ahora JESÚS añade una tarea nueva a la dispuesta en los orígenes, y el campo de la actividad se amplía por un momento. Vivimos alimentándonos. Continuamente estamos necesitados de participar de principios activos que mantengan nuestro cuerpo, la mente y el espíritu o aliento divino, que nos singulariza como hijos de DIOS. “Todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, debe ser custodiado debidamente hasta la venida de nuestro SEÑOR JESUCRISTO” (Cf. 1Tes 5,23). El cuerpo físico necesita las atenciones adecuadas pues forma con el resto de las dimensiones humanas una unidad que nos resulta indispensable. La condición intelectual tiene su alimento propio, que proviene de toda la información dada por los sentidos y codificada principalmente por el lenguaje. Nuestro espíritu inmortal proviene de DIOS y es alimentado por DIOS directamente por los canales que ÉL mismo ha establecido. Ninguna de estas dimensiones personales debe descuidarse porque se resentirán las otras. La malnutrición o el hambre severa no es sólo una gran desgracia física, médica o biológica; sino que representa la frustración para muchos seres humanos de un desarrollo intelectual y espiritual. El mundo sería muy distinto, si los miles de millones de personas, que ahora mismo están en la pobreza severa pudieran alumbra horizontes espirituales para sí mismos y para el resto de la humanidad. Las personas que se mueren de hambre en los países en desarrollo viven esa situación porque sus gobernantes y las élites mundiales así lo determinan en un verdadero genocidio, por el que nadie comparece en tribunal alguno.
Las obras de DIOS
“Ellos le dijeron: ¿qué hemos de hacer para trabajar en las obras de DIOS? JESÚS les respondió: la obra de DIOS es que creáis en el que ÉL ha ENVIADO” (v.28-29). Las paradojas son habituales en la Escritura, y con frecuencia son utilizadas por JESÚS para ser más incisivo, o crear una cierta expectativa para salir de la pereza intelectual. La paradoja resulta una contradicción aparente que ayuda a salir del letargo intelectual. Por un lado los oyentes tienen que esforzarse en trabajar en las tareas específicas de DIOS, pero JESÚS las resume todas en una sola: “creer en ÉL”. La cosa empezaba a subir algunos grados por encima de lo normal, pues sólo DIOS es quien puede recibir la Fe, la confianza y la fidelidad del hombre en último término. Todas las obras se reducían a una que era imposible de aceptar. JESÚS se presentaba identificado por el SELLO de DIOS. Esta específica señal había que trabajar por descubrirla. Todavía hoy muchos bautizados no perciben la singularidad de JESÚS de Nazaret, y se permiten compatibilizar a JESUCRISTO con otros dirigentes religiosos e incluso políticos. El PADRE ha puesto todo en las manos de su HIJO y su disposición determina que todos los hombres orientemos nuestra mirada hacia ÉL como único puente entre este mundo y la casa del PADRE.
La señal
Un signo externo y de gran entidad, visible para todos y de carácter religioso, debía acreditar al MESÍAS. Aquí está formulada de nuevo la tentación del desierto: “Si eres el Hijo de DIOS arrójate de aquí abajo –desde el alero del Templo- para que te vean, pues a sus Ángeles ha dado órdenes para que tu pie no tropiece en la piedra” (Cf. Mt 4,6; Lc 4,9-11). Juan Bautista, que señalaba rasgos apocalípticos del MESÍAS, sin embargo tuvo ojos para reconocer que JESÚS era el MESÍAS: “Soy yo el que debe ser bautizado por ti, y ¿TÚ vienes a mí?” (Cf. Mt 3,14). No se debe pedir a todos la misma visión espiritual, pero en general los prejuicios arruinaron la justa valoración por parte de la mayoría. El PADRE en su Providencia consideró adecuada y proporcional la serie de signos extraordinarios para identificar a su HIJO como alguien que superaba con mucho todas las expectativas.
El maná del desierto
“¿Qué señal realizas TÚ? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: les dio a comer pan del cielo” (v.30-31). El Pueblo de Israel había sido alimentado en el desierto y los que interpelan a JESÚS lo ponen de manifiesto, pero el signo que presenciaron es el anuncio de un alimento espiritual muy distinto. No fue un asunto menor la supervivencia por el desierto del Pueblo elegido, que se encaminaba hacia la Tierra Prometida; pero el alimento del que JESÚS va a tratar constituye en sí mismo el signo que aquellos andan buscando, pues es un alimento para el alma del hombre. Se trata del alimento que proporciona la vida eterna. Para la vida biológica el MESÍAS no tiene signos: todos los milagros realizados manifiestan el lenguaje del Amor de DIOS que ofrece al hombre la vida para siempre. El propio Lázaro vuelto a este mundo después de estar muerto durante cuatro días, al final dejó este mundo como todos los mortales. Lo importante era señalar que DIOS tiene el poder sobre la vida y la muerte, y entregó al HIJO ese mismo poder.
El PADRE es quien da el pan del Cielo
“En verdad, en verdad os digo, no fue Moisés quien os dio el pan del Cielo: es mi PADRE quien da el verdadero PAN del CIELO”(v.32). El PADRE es el que conoce al HIJO (Cf. Mt 11,27), y de ÉL proviene todo don perfecto de sabiduría y revelación (Cf. St 1,17; Ef 1,17). Con los dones espirituales dados por el PADRE, en el ESPÍRITU SANTO tenemos la mirada precisa para conocer al HIJO que es conocido sólo por el PADRE. Por eso en otra parte de este discurso, JESÚS dirá: “nadie puede venir a MÍ, si el PADRE que está en los Cielos no lo atrae” (Cf. Jn 6,44).
El PAN de DIOS
“El PAN de DIOS es el que baja del Cielo y da la Vida al mundo” (v.33). DIOS se hace alimento del hombre y del mundo. DIOS se hace templo para el hombre y en ÉL ya no se necesita ninguna luz de lámpara, ni tampoco un lugar donde esté ubicado el Santuario, pues DIOS lo es todo en todos (Cf. Ap 21,22-23). La trascendencia de DIOS se vuelve íntima inmanencia, por la que el hombre adquiere unas condiciones insospechadas. En el presente de esta vida, DIOS ha querido traer a los hombres unas condiciones espirituales que sobrepasan todo cálculo. No somos capaces de medir o valorar la Presencia Eucarística y DIOS tampoco quiere violentarnos con la magnitud del acontecimiento que se produce en cada Santa Misa. En el Prólogo de este evangelio confesamos que “el VERBO se hizo carne” (Cf. Jn 1,14); ahora podemos decir que el VERBO en cada Santa Misa se hace EUCARISTÍA en un poco de pan y de vino. En cada celebración del la Santa Misa que el sacerdote preside en la misma intención de la Iglesia, el mundo aunque no lo sepa recibe una nueva presencia de Vida Divina que le aporta su verdadera consistencia. La Santa Misa por pura voluntad del SEÑOR tiene un valor cósmico, y este mundo junto con cada una de las personas son mantenidas en una poderosa corriente espiritual hacia CRISTO. “El poder del infierno no podrá abatir a la Iglesia mientras el poder de las llaves mantenga abierto para el mundo la celebración de la Santa Misa”(Cf. Mt 16,18-19). El Luteranismo representó un duro golpe a los sacramentos y en especial a la Santa Misa, pero en el orbe católico y ortodoxo se mantiene con cierto vigor la celebración de la Santa Misa, y la preocupación de la iglesia incide en este punto con frecuencia: no debiera haber comunidad cristiana sin celebración de la Santa Misa, pues no sólo se debilita la propia comunidad, sino que repercute en bien de toda la humanidad: “el PAN de DIOS es el que baja del Cielo y da la Vida al mundo”.
Un PAN para siempre
“Entonces le dijeron: SEÑOR danos siempre de ese PAN” (v.34). Alumbró por un momento en el corazón de los presentes un gran deseo santo: participar de continuo del PAN que da la vida al mundo. La misma expresión que habíamos escuchado a la mujer samaritana: “SEÑOR dame siempre de esa agua viva” (Cf. Jn 4,15). El mismo deseo santo tuvo distintas conclusiones: la mujer samaritana respondió de forma conveniente en un acto de conversión; pero el auditorio de JESÚS desistió de seguirlo en su mayoría, pues llegó un momento en el que decían: duro es este lenguaje (Cf. Jn 6,60.66). Por otra parte el santo deseo de los presentes, aunque fuera fugaz, resultó una profecía que se viene cumpliendo. La actualización de la Cena del SEÑOR estará en el mundo hasta que ÉL vuelva en su Segunda Venida (Cf. 1Cor 11,26). Siempre habrá celebración de la Santa Misa, porque el sacrificio del SEÑOR en la Cruz no ha sido en vano.
“Venid a MÍ” (Mt 11, 28)
“Les dice JESÚS: YO SOY el PAN de la VIDA. El que venga a MÍ no tendrá hambre; y el que crea en MÍ no tendrá nunca sed” (v.35). Ir a JESÚS es creer en ÉL. Su misma persona es el PAN de VIDA y en esta forma se revela como el ENVIADO del PADRE, el que lleva su SELLO, o la impronta singular del ESPÍRITU SANTO. Un primer ciclo de la espiral que muestra este capítulo está resuelto: JESÚS es el PAN de la VIDA y su misma persona lleva impreso el signo mesiánico que aquellos seguidores buscaban. La cosa se complica para ellos que no aciertan a ver la oportunidad y hondura de las palabras de JESÚS a las que no dan el crédito suficiente. La instrucción sobre el PAN de VIDA debe durar toda nuestra vida, pues esa enseñanza es principalmente un encuentro; y, por tanto, una experiencia personal. Nadie puede demostrar a otra persona la Presencia real de JESÚS en la EUCARISTÍA, aunque diéramos razón de los milagros eucarísticos sometidos a rigurosos análisis científicos. Esto último quedaría en el rango de los signos, que tampoco es poca cosa. Si existe el encuentro y la experiencia personal, entonces el signo ratificará la Fe, de otra forma la persona instalará lo conocido en el campo de lo posible, cuestionable y dubitativo.
San Pablo, carta a los Efesios 4,17.20-24
En la Escritura, el hombre pasa por momentos de sujeto paciente y en otros de agente activo con una tarea por delante, que debe desempeñar con diligencia. El primer objetivo marcado al hombre es su construcción personal según DIOS. Un amplio manual dispone DIOS en las Escrituras como guía segura para sus hijos, que han de adoptar un sentido de la búsqueda espiritual. Distintas imágenes sirven para disponer de modelos que van variando según la etapa personal en la que cada uno se encuentra. Caín se convierte en un hombre errante por caminos inciertos y desconocidos, que a pesar de todo no impiden una misteriosa protección de DIOS: Caín teme ser abatido por cualquiera, pues siente el peso de su crimen y el reflejo del mismo, pronto a ser descubierto por el primero que se cruce en su camino, pero DIOS le ofrece su protección con objeto de darle el tiempo suficiente para expiar su pecado (Cf. Gen 4,15). Abraham es el gran modelo de persona itinerante, que se mantiene en la senda segura de la confianza en DIOS, al que descubrió en tierras de otras divinidades. Abraham recibe la revelación y permanece en ella el resto de sus días: “sal de tu tierra y de tu parentela, y vete a la tierra que YO te mostraré”(Cf. Gen 12,1). La Biblia nos enseña que el hombre abre caminos y al mismo tiempo se hace en el camino. Por una parte, el hombre es dirigido por la Providencia Divina y por otra es protagonista de su destino; y esto mismo ocurre con el Pueblo elegido, que entre luces y sombras accede a ser guiado hacia una tierra de promisión, que por otra parte le produce miedo e incluso terror, pues en ella habitan “hijos de Anac”) (Cf. Nm 13,33). No terminó en el Génesis la conformación del hombre a su “imagen y semejanza” (Cf. Gen 1,26), pues las mismas leyes del crecimiento demandan la permanente asistencia divina en todo el proceso. Nadie conoce, en un principio, la esencia y condición de la propia identidad espiritual salida de las manos de DIOS que forma una unidad con nuestra realidad psíquica y biológica; tampoco podemos imaginar la condición definitiva, que como hijos perfeccionados en el Amor, DIOS nos tiene destinado (Cf. Ef 1,4) Ahora vivimos en un proceso germinal para desplegar lo que hayamos adquirido en el estado de glorificación. DIOS no puede desentenderse de ninguno de los pasos de todo el proceso, pues nos llama a un estado de perfección en todos los órdenes que está absolutamente por encima de nuestras posibilidades. Este horizonte de perfección está manifiesto en la presente carta a los Efesios, y el apóstol no deja de manifestar sus recomendaciones con un carácter exhortativo, pues es plenamente consciente de lo que DIOS quiere y nosotros nos jugamos.
La gran carencia
“Os conjuro en el SEÑOR, que no viváis como los gentiles según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de DIOS” (v.17-18). El apóstol utiliza una expresión fuerte: “os conjuro en el SEÑOR” El apóstol quisiera exorcizar la conducta de los suyos con el poder que el SEÑOR le otorga para que aquellos que son sus encomendados no entren en la región de las tinieblas. Las seducciones del mundo no dejan de acechar y los creyentes son piezas a batir. Desde la atalaya del ESPÍRITU SANTO, el apóstol observa los movimientos de fuerzas que discurren a su alrededor y pone en alerta a los suyos. Los gentiles viven según la “vaciedad de su mente”, que tanto preocupa al apóstol. Una mente vacía es la que da la sensación de no poseer nada, sin embargo la nada no existe, pero en esas mentes todo se vuelve inconsistencia, absurdo y melancolía. Para sobrevivir a un estado espiritual de esa índole hay que mantenerse en la superficialidad, pues cualquier hondura resulta muy incómoda. En estos dos versículos se da una correlación entre estar excluido por propia decisión de la comunión con DIOS y el vértigo del vacío espiritual, que conduce al absurdo de la existencia. No es así como el apóstol quiere que vivan los cristianos de Éfeso que no dejan de estar rodeados de reclamos disolventes de cualquier orden moral.
Aprender a CRISTO
San Pablo dispone en estos versículos una enseñanza semejante a los sabios de la Biblia: “venid y os instruiré en el temor del SEÑOR” (Cf. Slm 34,12). De la misma manera, san Pablo se refiere al hecho de aprender a CRISTO”: “no es éste el CRISTO que habéis aprendido; si es que habéis oído hablar de ÉL, y en ÉL habéis sido enseñados conforme a la verdad de JESÚS” (v.22-23). De capital importancia la nueva ecuación: el CRISTO es JESÚS, y JESÚS es el CRISTO, de tal modo que las enseñanzas dadas por san Pablo provenientes del Evangelio recibido por revelación del CRISTO, que se le apareció camino de Damasco son las enseñanzas del mismo JESÚS que predicó el Evangelio del Reino de los Cielos en el territorio de Israel. Pero san Pablo hará un trasvase de toda la enseñanza de JESÚS al plano de la acción del ESPÍRITU SANTO que va construyendo el hombre interior según la imagen del HIJO que el PADRE quiere reconocer en cada hombre. En el transcurso de los acontecimientos se mueve el juego de la libertad humana donde cada persona elige y decide lo que quiere ser. Aquellos cristianos habían aprendido a CRISTO, porque escucharon al apóstol en sus enseñanzas y por ellas fueron iniciados en un conocimiento que apuntaba a las realidades eternas. Este es el verdadero Mensaje liberador, que ofrece la perspectiva correcta sobre la vida presente en todos sus aspectos. Aprender a CRISTO es participar de la Sabiduría viva, porque está dada en el mismo JESUCRISTO como persona que crece en el creyente y lo desarrolla espiritualmente. Cada persona tiene su propia medida en CRISTO (Cf. Ef 4,13), y es DIOS quien conoce el resultado final al que debe llegar cada uno de sus hijos.
La seducción de la concupiscencia
La concupiscencia es una morbosidad crónica que nos acompañará durante toda nuestra vida, salvo casos excepcionales. Representa para la mayoría un aguijón, al estilo de san Pablo (Cf. 2Cor 12,7), que intenta corromper, seducir en sentido negativo y crear más caos y quiebra espiritual. La tentación aparece como seducción concupiscente, que muestra el mejor rostro al principio, pero después deja todo el reguero de muerte posible. La sana autoestima por la que hemos de “amar al prójimo como a unos mismo” (Cf. Lv 19,18; Mc 12,31)se distorsiona por la concupiscencia y lleva al ego a situarse en el plano de la soberbia, por la que se considera indiferente o despreciable al prójimo. La comida equilibrada es fuente de salud, pero la concupiscencia puede entrar en juego y convertirla en una fuente de enfermedad desmidiendo el sano placer de una comida saludable. Nuestra condición sexuada está llamada a regirse por unos cauces llevados por la virtud de la castidad, que no significa absoluta continencia; pero la concupiscencia viene en auxilio de la exageración con objeto de dopar al individuo en un exceso de placer, que exige cada vez cotas más altas del mismo; así el sexo se convierte en una droga también autodestructiva. Frente a la concupiscencia está el ejercicio de la virtud en sus diversas variantes.
El hombre nuevo
El cristiano es el hombre nuevo, porque está revestido de CRISTO. Esta vestidura es un regalo de DIOS para la que el hombre no tiene mérito alguno; tan sólo se pide que acepte el don. El hombre nuevo está “revestido del hombre nuevo creado según DIOS en la justicia y en la santidad de la verdad” (v.24). Podemos quedarnos con estas palabras del apóstol que marcan un estadio espiritual claro solamente para los grandes místicos, pero que a nosotros nos podría ofrecer una revelación de lo que estamos llamados a ser. El revestimiento debe convertirse paulatinamente en la propia identidad, y este intercambio requiere la intervención divina que no cesa de moldear el barro inicial hasta convertirnos en verdaderos espíritus vivientes al insuflarnos el hálito de vida para la eternidad