La palabra de Dios que se proclamará este Sexto domingo de Pascua, en la liturgia de la Iglesia Católica, nos prepara ya para la fiesta de Pentecostés. En el Evangelio (Jn 14, 15-21) Jesús nuestro Señor anuncia la venida del defensor que es el Espíritu de la verdad, el Espíritu Santo.
La venida del Espíritu Santo es un acontecimiento muy importante en la vida del creyente. Se puede decir que es la finalidad de la Encarnación y de la Redención porque corresponde a la promesa de la nueva alianza anunciada por Dios a través del profeta Jeremías y del profeta Ezequiel. A través del profeta Ezequiel Dios había dicho lo siguiente: “les daré un corazón nuevo y les infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Les infundiré mi espíritu” Ez 36, 26-27. Por medio del espíritu, Dios llevaría a cabo una transformación en el interior del ser humano.
Esta transformación que Dios anuncia, hace posible la nueva Alianza. Es decir una relación profunda e interior que Dios hace con la humanidad. SE REQUIERE CIERTAMENTE RECIBIR AL ESPÍRITU, CELEBRAR ESTA NUEVA ALIANZA Y ALIMENTARLA.
Jesús por su parte, no podía permanecer físicamente para siempre, dado que asumió una vida humana que era limitada; pero su espíritu, que es eterno, sí podía estar para siempre con los discípulos, porque no está ligado a una vida humana particular. El Espíritu es una realidad invisible, una realidad interior, que no es posible percibirla con los sentidos humanos sino a través de una relación interior auxiliada por la gracia divina.
Jesús establece algunos principios que son fundamentales para alimentar y fortalecer esta relación con Dios. Estos principios tienen que ver con el Amor y la observancia de los mandamientos. A través del mandamiento de amor y del cumplimiento de los mandamientos de Dios, el discípulo alimenta una relación de permanencia con Jesús, por eso dice el Señor: “el que acepta mis mandamientos y los cumple ese me ama”.
Esto significa que el amor cristiano para que sea auténtico, no es sólo una cosa afectiva, compuesta de sentimientos, sino efectiva, es decir, se verifica a base de acciones generosas. Cuando amamos verdaderamente a una persona buscamos su bien y buscamos hacer lo que a él o ella le agrada. El amor cristiano nos lleva a superar el egoísmo y nos impulsa a entregarnos a nosotros mismos al otro.
Si decimos que amamos a Dios entonces debemos desear complacerlo y honrarlo con nuestra vida, observando sus mandamientos. Los mandamientos son una orientación que nos ayuda a estar bien con Dios y con nuestros hermanos. Haciendo esto, nuestra vida será bella a los ojos de Dios y a través de nuestros actos podremos darle gloria a Dios. El Espíritu Santo es la fuerza de Dios que nos ayuda a observar los mandamientos de amor que nos dio Jesús; él nos mueve interiormente para hacer lo que agrada al Señor.
Con todo esto, Jesús nos hace una promesa muy bella sobre la vida cristiana. La vida cristiana está llamada a ser una vida llena del amor de Dios porque a través de ella se crea una relación profunda con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo y por otra parte es una vida que nos lleva a una relación de respeto y de hermandad con los demás.