A punto de iniciar las campañas por la presidencia de la República, las dos principales contendientes pisaron la sede de la catolicidad para lograr la foto única con el Papa Francisco. Las lecturas pueden ser diversas, pero con un punto convergente, la identificación y cercanía con el pontífice latinoamericano lacrando así las carreras políticas y encauzar las mayores simpatías o generar los peores odios que se traducirán en votos o rechazo.
Con sus matices, cada candidata dio la versión que le parecía la mejor y convincente. Incluso con toques de simonía política. Este espacio parece insuficiente para un discernimiento profundo de los signos y símbolos que, a través de la Babel de las redes, se dieron a conocer en donde, ambas candidatas, intentaron demostrar congruencia, sinceridad o empatía con el pensamiento del Papa Francisco.
En ese devaneo, la candidata del oficialismo parecía perder la oportunidad y dio un paso adelante que, en realidad, le implicaron dar dos atrás. Para nadie es desconocido que la favorecida por el presidente de la República es una persona arreligiosa, atea, sin simpatías por el catolicismo, pero con muchos intereses, de ser necesario, para demostrar una artificial cercanía con la Iglesia.
Colgándose del pensamiento social del Papa Francisco, como lo hace su amo, bajo esa mediocre y confusa idea de asociarlo a quién sabe qué humanismo, la candidata oficial lanzó diversos tuits -hoy X- en el que no tuvo empacho alguno en apropiarse del copy-paste de citas de Fratelli Tutti. Una desafortunada o cínica maniobra para hacer pensar a los seguidores que ella y el Papa tienen una misma línea de pensamiento.
Sin embargo, la maquiavélica maquinaria de la candidata de AMLO no sólo hizo gala del plagio intelectual con citas selectas. Su influencia y amistades, que no a través de las vía y canales oficiales diplomáticos o episcopales de la Iglesia en México, le llevaron a Santa Martha para presumir en redes sociales su admiración por el “pensamiento humanista” del pontífice.
De una forma acomodada y distorsionada, la visita quiso representar un enlace con “el máximo representante de la Iglesia católica, la religión de la gran mayoría de mi pueblo…” encumbrándose como ese pretendido enlace perfecto entre lo profano y lo sagrado. Esa hábil manipulación no pudo pasar desapercibida, especialmente entre millones de seguidores, quienes criticaron a la aspirante presidencial de oportunista, cínica e hipócrita.
El Papa, sea quien sea, siempre representará un baluarte de bendiciones para cualquier político. Hablar del Romano pontìfice puede generar muchas simpatías, especialmente entre los ciudadanos más humildes y menos amañados en política. El estado laico ya es nominal; sin embargo, en esta pasarela de candidatas, las aspiraciones son más alineadas al pecado mortal que a las virtudes, no importa si se tiene que ocultar ideales, comprometer convicciones o traicionar ideologías. Conseguir la ayuda “oportuna” de amigos para la foto papal, es fruto de ese influyentismo que pocos tienen y muchos envidian. Y entre más se demuestre, es mejor el impacto. Una rosa de plata, hecha por uno de los orfebres predilectos del Papa, bendita por las manos del pontífice, se convierte así en un instrumento que se convierte en un talismán simoniaco de la política para querer engañar, incluso ¿por qué no?, al mismo Dios.
“París bien vale una misa”. Frase inmortalizada en la historia, es atribuida al calvinista rey Felipe IV. Para conseguir el trono, abjuró de su iglesia para hacerse católico por pura conveniencia. De ahí, ese lema es aplicado a quienes ven la utilidad de renunciar, aunque sea temporalmente, a las convicciones para tener por pura ambición, el poder que más se desea. “París bien vale una misa”, dijo ese rey. Y el diablo sentenció: “Te daré todo esto, si te postras ante mí y me adoras…” Para la candidata de AMLO, la presidencia bien vale una misa.