Cada vez se es más consciente del riesgo individual que implica el consumo de pornografía por su naturaleza adictiva y su negativo impacto en las relaciones personales. Se aborda menos, sin embargo, su capacidad para transformar la sociedad en su conjunto, un efecto aún más dramático. Es la perspectiva de Auguste Meyrat, doctor en Humanidades, en un reciente artículo en Crisis Magazine :
La pornificación de la sociedad
En los momentos en que, cíclicamente, el discurso público se centra en el tema de la pornografía, siempre se plantea en términos de la persona individualmente. Hay mucha ciencia que demuestra que el consumo de pornografía afecta al cerebro y la salud reproductiva, y que tiene una naturaleza adictiva. Muchos críticos también apuntarían a cómo la estimulación constante de contenidos pornográficos deforma la visión de una persona sobre el sexo y las personas. Además, para atraer a un público más amplio, el lenguaje [de la pornografía] siempre es secular y frío, con escasa referencia a la moralidad.
Cuando la moralidad entra en la conversación, suele ser en referencia a los productores de pornografía. Explotan y cosifican a las personas implicadas (en su mayoría mujeres). Y, en muchos casos, también abusan de menores y las coaccionan, lo que incluso ha provocado las críticas de los escritores del New York Times.
Quienes defienden la pornografía como la mera exposición de una actividad entre adultos que dan su consentimiento deben entender que se trata de personas que venden sus cuerpos y su dignidad por dinero y para tener seguidores. En la mayoría de los casos, son vulnerables a los depredadores que se aprovechan de su baja autoestima, su desesperación económica y su ingenuidad. En consecuencia, muchos actores porno luchan contra la adicción, las relaciones abusivas y el suicidio.
Diferencia con otros vicios
Sin embargo, a pesar de reconocer el daño que la pornografía inflige a los individuos implicados, pocas personas consideran el efecto que tiene en la comunidad. Aunque algunos han comparado la pornografía con otros vicios como el alcoholismo o la drogadicción, esta analogía es engañosa por dos razones. En primer lugar, ver pornografía está mucho más extendido, ya que casi el 80% de los estadounidenses la consumen mensualmente. Si se aplicara este mismo porcentaje al alcohol o las drogas, una parte importante de la población estaría muerta.
En segundo lugar, a diferencia del alcoholismo y la drogadicción, la adicción a la pornografía no es visible inmediatamente. Mientras en un alcohólico o un drogadicto los signos de su hábito se ven rápidamente en el deterioro corporal y la pérdida de vigor, ver pornografía no deja señales claras en el usuario. Muchos considerarán que este hecho demuestra que la pornografía no daña a nadie, excepto a aquellos que crecen en hogares sexualmente represivos y desarrollan complejos de culpa.
Un freno al ímpeto y la creatividad
Sin embargo, la pornografía deja una señal en el usuario, y esto se puede ver en el mundo desarrollado. En efecto, ha esterilizado a generaciones enteras de hombres que ahora carecen de la iniciativa necesaria para casarse y tener hijos. También ha emasculado a los hombres en general, que ya no sienten tanta inclinación a construir y alcanzar sus logros. Desde el punto de vista demográfico esto supone un desastre, ya que ahora muchos países tienen tasas de natalidad por debajo del nivel de reemplazo, lo que hace que haya menos trabajadores y más personas mayores. También supone un desastre desde el punto de vista cultural, ya que conduce directamente a una sociedad decadente y poco creativa, formada por adultos egoístas que viven y encuentran sentido en el momento presente y nada más.
Esto se debe a que la pornografía destruye el impulso humano. Si se compara con sacar el teléfono y ver vídeos excitantes, salir con una persona y mantener una conversación es harto difícil y poco interesante. Si se compara con el fácil placer que produce la pornografía, el placer duradero de un matrimonio feliz, o incluso de un trabajo bien hecho, es relativamente inútil. Si se compara con la satisfacción sin estrés del sexo virtual, la satisfacción ganada con el esfuerzo de criar a los hijos y construir un negocio es irreal. Como señala Rousseau en el último libro de Emilio (y como ilustra con humor el programa Futurama en uno de sus episodios), muchos logros personales y de la civilización se basan en el impulso natural de los hombres por impresionar a las mujeres.
Impacto social de la lujuria
Este es el principal problema de la lujuria. Aunque se asocia a las pasiones incontroladas y a la agresividad, la lujuria tiene más en común con la inactividad y la mediocridad de la pereza que con la ardiente destructividad de la ira o el orgullo. Shakespeare lo expresa en el Soneto 129: «El gasto del espíritu en un derroche de vergüenza es la lujuria en acción». San Agustín también da fe de este efecto embotador de la lujuria en sus Confesiones. Incluso después de haber resuelto sus objeciones intelectuales al cristianismo, solo cuando renunció a su lujuria pudo finalmente pasar a la acción y convertirse.
Como explica Marc Barnes en un brillante ensayo sobre el tema, gran parte del mundo actual se ha convertido a la pornografía. Y mientras la mayoría de los hombres languidecen en su lujuria, las mujeres los han superado en todos los ámbitos de la vida: en la escuela, los negocios, la política y, en su caso, en el hogar. Aunque esto podría considerarse un triunfo del feminismo, también podría verse como un triunfo de la pornografía. Las mujeres parecen haber ascendido tanto como los hombres han caído. Aunque esta evolución podría llevar a algunas mujeres a regodearse y a algunos hombres a quejarse, la mayoría de los hombres y mujeres simplemente se lamentan del reto que supone encontrar una pareja del sexo opuesto con la que estar al mismo nivel.
No es casualidad que los dos mayores ejemplos de culturas pornificadas sean los dos países que actualmente experimentan un descenso de la población: Japón y Alemania. Estos dos países, que en su día fueron potencias industriales y tecnológicas, se encuentran ahora en el ocaso de su prosperidad. Ambos han abrazo la pornografía sin restricciones y el sexo virtual, y ahora, lejos de ser las sociedades militantes y enérgicas que eran hace un siglo, son naciones de «herbívoros» pasivos. Muchas mujeres han renunciado a encontrar pareja, ya que muchos de los hombres han perdido su masculinidad y prefieren la intimidad con mujeres artificiales.
Sin embargo, cuando se plantea el problema de la despoblación, pocos demógrafos, o ninguno, mencionan la presencia e influencia de la pornografía. Más bien analizan factores económicos como la urbanización y la secularización que han hecho que casarse y tener hijos sean cosas poco prácticas. Por lo tanto, cuando hacen propuestas para contrarrestar las bajas tasas de natalidad, siempre se trata de subvencionar la paternidad y la maternidad de alguna manera. Recientemente, Hungría ha aplicado este tipo de políticas con éxito, ganándose la aprobación de muchos conservadores. Por su parte, los progresistas suelen ser partidarios de traer más inmigrantes para compensar la pérdida de población.
Sin embargo, una solución mucho más sencilla sería prohibir por completo la pornografía en internet. Esta sugerencia ha sido avanzada por algunos conservadores, que han argumentado que el fácil acceso a la pornografía en internet es un mal de la sociedad que debe ser eliminado por el bien común. Los libertarios han rechazado esta idea alegando la libertad y aduciendo que se intentaba «legislar la moral». El debate se ha convertido rápidamente en la idea de si los conservadores deben priorizar el bien común o la libertad. En cuanto a la prohibición de la pornografía, esta idea no ha llegado a ninguna parte y se ha abandonado.
La misión de la Iglesia
Dado que nunca se prohibirá la pornografía -de hecho, es más probable que el gobierno prohíba las críticas a la pornografía, considerándolas una desinformación odiosa-, corresponde a las personas normales hacerlo por sí mismas. Este es un ámbito en el que la Iglesia debe desempeñar un papel mucho más activo predicando regularmente contra la pornografía, reconociendo que su perniciosa influencia sobre el alma está directamente relacionada con la formación de las familias y el logro de la excelencia moral. Y, lo que es más importante, los padres deben poner límites estrictos a sus dispositivos, incluso limitar el uso de internet por completo, haciendo todo lo posible para eliminar la tentación para ellos mismos y para sus hijos.
Por supuesto, eliminar el acceso a la pornografía no dará como resultado inmediato un hogar y una comunidad renovados y vibrantes, pero sirve para sentar las bases. Hace demasiado tiempo que no se aborda este problema, minando el empuje de muchos hombres que entran en la edad adulta. Si se empieza a actuar ahora, puede que no recuperen esa inocencia anterior, pero sí la energía. A su vez, podrán canalizar esa energía para tener sus propias familias y, con suerte, preservar la inocencia de sus propios hijos.
Por Auguste Meyrat.
Auguste Meyrat es profesor de inglés y director de departamento en el norte de Texas. Tiene una licenciatura en Artes y Humanidades de la Universidad de Texas en Dallas y una maestría en Humanidades de la Universidad de Dallas.
Traducido por Elena Faccia Serrano.