Jesús lo sabía, lo fue intuyendo poco a poco y sin embargo nunca le dio la espalda. Intentó en varias ocasiones, y hasta el último momento, rescatar a Judas Iscariote, apelar a su corazón, mostrándole la misericordia de Dios. En el trascurso de la última cena Jesús había dicho: “Uno de ustedes va a entregarme”. Y, más adelante, reveló la password en estos términos: “A quien le dé el bocado ese es” (Jn 13, 21.26).
El gesto de Jesús no es sólo indicativo, no quiere de manera simbólica revelar la identidad del traidor. Es sobre todo una expresión de afecto, de amor y familiaridad, porque le comparte el pan, porque a pesar de su pecado y de su complot lo hace partícipe de su memorial.
En muchos momentos se descubre el gesto de Jesús para rescatar a Judas; éste es uno de ellos, como también el gesto de amor de parte de Jesús que lava los pies a sus discípulos. Y el último gesto: Jesús lo llama ‘amigo’, cuando Judas lo entrega en el huerto de Getsemaní (Mt 26,50).
Por su parte, la password de Judas consiste en un beso. Un beso es algo sagrado, remite a una experiencia sublime. La obra de Dios queda comprometida cuando nos servimos hasta de lo más sagrado para provocar el mal, para ensuciar lo que de suyo es bello. Judas con un beso entregó a Jesús.
Judas que se había vinculado con Jesús, que había respondido generosamente a su llamado, que había compartido con su Maestro muchas obras apostólicas, que había buscado la comunión con los demás apóstoles para vincularse a la obra de Jesús, finalmente sucumbió a la seducción del mal.
Era de Jesús, era de los nuestros y por eso no podemos negar la hermandad con Judas Iscariote, como tampoco podemos negar los lazos de sangre y de espíritu con tantas personas que hasta nuestros días traicionan dramáticamente a Dios y a sus hermanos.
No se trata de pensar sólo en los que de manera arrogante y escandalosa han traicionado las esperanzas de sus familias, de sus amigos, de su propio pueblo, ocasionado muerte, desolación y corrupción. Nosotros mismos hemos traicionado y negado a Jesús.
¿Qué tiene que pasar en la vida de un apóstol para llegar a traicionar a Jesús? Y en nuestro caso y en la situación de tantos hermanos: ¿Quién nos quitó la inocencia? ¿Quién nos quitó la fe? ¿Quién nos quitó la capacidad de creer en el bien?
Se trata del misterio del mal, esa es nuestra respuesta. Una respuesta que puede parecer especulativa, evasiva, escueta y muy general pero que ya no es un misterio porque ahí están los datos duros: la traición de Judas, la negación e inconsistencia de los apóstoles, la traición de tantos hermanos a lo largo de la historia y nuestra propia experiencia de pecado.
Un apóstol se convierte en traidor, otro más niega al Señor, un cristiano traiciona sus convicciones, un bautizado le da la espalda a Dios, un consagrado reniega de su misión, un guía espiritual abusa de sus fieles, un esposo abandona a su familia, un gobernante engaña a su pueblo, un legislador pisotea los valores y así nos alcanza a todos la seducción.
¿Quién sedujo a Judas? ¿Cómo se fue convirtiendo en traidor? Dice el evangelio de Juan que tras comer el bocado que le dio Jesús, entró en él Satanás (13, 27). Ese es el oficio de Satanás: destruir la obra de Dios, pervertir la conciencia, provocar la rebeldía contra Dios y generar dudas que nos llevan a desconfiar del bien y de la justicia.
Don Primo Mazzolari, Sr. Cura de Bozzolo, Mantova, en Italia, en la misa del jueves santo de 1958 concluyó así su predicación, hablando de Judas como nuestro hermano:
“Perdónenme si esta noche, que se suponía iba a ser de intimidad, les he traído algunas consideraciones tan dolorosas. Pero también amo a Judas. Judas es mi hermano también en esta noche. Voy a rezar por él también en esta noche. Porque yo no juzgo, ¡no condeno! ¡Tendría que juzgar a mí mismo! ¡Tendría que condenar a mí mismo!… Déjenme pensar por un momento al Judas que tengo adentro de mí, al Judas que quizás ustedes también tienen en su interior. Y permítanme pedirle a Jesús… como gracia Pascual, que me llame: ‘amigo’.
Porque la Pascua es esta palabra dicha a mí como un pobre Judas, dicha a pobres Judas como ustedes. Esta es la alegría: que Cristo nos ama; que Cristo nos perdona; que Cristo no quiere la desesperación. Incluso cuando nos pongamos en contra de Él… aunque en el último momento de nuestras vidas rechazáramos al sacerdote, recuerden que para Él siempre seremos “sus amigos”.
Hoy Jesús nos vuelve a decir: “amigo”, a pesar de que lo hayamos traicionado y nos hayamos burlado de Él. Al llamarnos a la comunión con Él durante esta semana santa quiere rescatarnos del pecado y hasta librarnos de nosotros mismos.