Doy gracias a Dios porque nuestra comunidad cristiana conserva una de las características esenciales de nuestra fe: el cariño y la devoción a los santos y a las santas de Dios. Somos muy atacados y criticados por esta particularidad de nuestra fe; somos cuestionados con una serie de opiniones, que no argumentos, que siempre se han contestado bíblica y teológicamente, con el único propósito de justificar el cariño, la devoción y la admiración que le tenemos a los santos.
Nunca dejará de conmoverme la devoción y la emoción que los santos provocan en nuestros fieles, los cuales tienen la experiencia de haber sido inspirados y motivados por estos hombres y mujeres que nos llevan a Jesús. Y están convencidos que su ejemplo sigue haciendo mucho bien en tantas personas que andan en la búsqueda de Dios.
A través de los santos nos encontramos con la parte más gloriosa y provocadora de nuestra fe. Cuánta luz y cuánta esperanza ha generado el Señor por medio de la vida de estos hermanos mayores. Los santos, que por la misericordia de Dios nunca han faltado a lo largo de la historia de la Iglesia, confirman que Dios sigue actuando y continúa abriendo caminos de salvación, especialmente ante el sufrimiento, la soledad y la desesperanza.
Si bien mantenemos la devoción a los santos, seguimos teniendo un pendiente con ellos, porque no solo son abogados e intercesores, sino que también la vida de los santos es una fuente de inspiración. Tenemos un pendiente con ellos para conocerlos y valorarlos más, a fin de que reconozcamos que en nuestra vida no hay ningún impedimento para alcanzar la santidad.
No los vemos como personas intocables, inalcanzables, sino que más bien a través de ellos nos damos cuenta que es viable para nosotros, es posible para nosotros, alcanzar la santidad.
En los momentos más críticos y de mayor oscuridad, Dios suscita la santidad en su pueblo. Por eso, decía Chesterton que: “Cada generación busca su santo por instinto, y no es lo que el pueblo quiere, sino lo que el pueblo necesita”.
Nuestra generación busca a esos santos cálidos, cercanos y amables ante tanto sufrimiento, violencia, soledad y desamor. Esos son los santos que por instinto busca nuestra generación: santos que derrocharon amabilidad y que fueron muy cercanos a la vida de los pobres y de los que sufren, santos que acercaron a los hombres al corazón de Cristo Jesús.
A este modelo de santidad con el que se identifica nuestra generación, pertenece San Josemaría Escrivá de Balaguer. Considerando cómo fue su vida, su predicación y el fecundo magisterio que nos dejó, catalogo su sacerdocio en una reflexión de Chesterton: “No niego que deben haber sacerdotes para recordarle a los hombres que van a morir un día. Sólo digo que en ciertas épocas extrañas es necesario contar con otro tipo de sacerdotes, llamados poetas, para recordarle a los hombres que aún no están muertos”.
Eso es para mí San Josemaría: un sacerdote poeta que con su vida y su predicación provocó la admiración y la fascinación por Cristo Jesús. Hizo presente el amor de Cristo y contagió del amor de Cristo a tantas personas. Era tal su pasión por Cristo, y tenía fuego en sus palabras, que llegaba a decir: “Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado”.
Un sacerdote poeta que tuvo la capacidad de alegrar a los hermanos, de darles esperanza, de recordarles que aún están vivos, que hay mucho por hacer, que Dios está con nosotros y que estamos llamados a vivir la santidad en nuestro propio estado de vida.
No se trata de justificarnos diciendo que no podemos vivir la santidad en el trabajo que tenemos o en la familia que vivimos. Porque Dios nos llama a santificarnos en el lugar donde nos encontramos. Por eso, San Josemaría ponía como referencia y motivación a San José: “El santo varón más grande que jamás haya existido no fue un diácono, ni un sacerdote, ni un obispo, ni un papa, ni un ermitaño, ni un monje. Fue un esposo, padre y trabajador”.
Así que no hay pretextos, estamos llamados a florecer y ser santos exactamente donde Dios nos ha colocado, pues ningún estado de vida y ningún lugar donde vivimos, nos imposibilita alcanzar la santidad. En efecto, no se necesita trasladarse a algún lugar especial o abandonar la tarea que nos corresponde realizar: “Dios no te arranca de tu ambiente, no te remueve del mundo, ni de tu estado, ni de tus ambiciones humanas nobles, ni de tu trabajo profesional… pero, ahí, ¡te quiere santo!”
Por otra parte, en su sacerdocio se convirtió en un gran director espiritual, ante la necesidad de guía, de consuelo y de fortaleza para asegurar la perseverancia en la vida cristiana. Su guía espiritual nos regresa a lo más esencial de nuestra fe, señalando la importancia del ángel de la guarda, del santo rosario, del amor a la santísima Virgen María, de la centralidad de la eucaristía, de la admiración a San José, de la necesidad de visitar a Jesús en el sagrario, de la mortificación y de la importancia de los sacramentos.
La dirección espiritual que nos ofrece nos regresa a lo más esencial de nuestra fe. Es importante considerarlo sobre todo en estos tiempos en los que hay tantas modas, novedades y ofertas en las espiritualidades modernas que nos van apartando de la espiritualidad católica, al meternos en un mundo de emociones y autocomplacencia.
Damos gracias a Dios por estos sacerdotes poetas que nos saben enamorar de Cristo Jesús y que nos provocan fascinación cuando hablan del Señor. Siempre tenía una forma muy bella para reflexionar sobre los medios espirituales que hemos recibido de la revelación cristiana y de la tradición de la Iglesia.
Al referirse al santo rosario, San Josemaría llegaba a decir: “El santo Rosario: ¡bendita monotonía de avemarías que purifica la monotonía de nuestros pecados”. Así se expresaba para defender y promover la importancia del santo rosario. Y sobre la importancia de la santa misa, decía: “La misa es larga, dices, y añado yo: porque tu amor es corto”.
Al reconocer toda la profundidad de su vida y de sus enseñanzas caemos en la cuenta de que precisamente tenemos un gran pendiente para conocer a fondo la vida de los santos y para darnos cuenta que aquello que andamos buscando en tantas modas y ofertas de este mundo, la Iglesia siempre lo ha propuesto a través de la vida de los santos, y ahora particularmente a través de la vida de San Josemaría Escrivá de Balaguer: un sacerdote poeta y un director espiritual, imprescindible para nuestros tiempos, que insistía en la “Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien”.
Quisiera concluir esta semblanza compartiendo el impacto que me causa su amorosa exhortación para que nunca dejemos pasar de largo a Cristo en nuestra vida: «“Quédate con nosotros, porque ha oscurecido…” Fue eficaz la oración de Cleofás y su compañero. ¡Qué pena, si tú y yo no supiéramos “detener” a Jesús que pasa!, ¡qué dolor, si no le pedimos que se quede!».