La oración en el tiempo de Pascua

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La espiritualidad cristiana a lo largo de veinte siglos acumula una gran experiencia de acompañamiento en lo relacionado con la oración y la meditación. En sentido amplio el concepto de espiritualidad comprende otros aspectos además de la oración, dando como resultado que los estilos de vida de los grandes santos añaden signos distintivos a la oración. Las formas cristianas de oración mantienen unos rasgos que las caracterizan, pero es fácil distinguir la oración propuesta por san Ignacio en sus ejercicios de la simplicidad de oración de los padres del desierto. En los tiempos actuales encontramos acentos importantes que diferencian la oración de alabanza de los grupos carismáticos católicos de los numerosos grupos de oración de Taizé. No es igual la oración coral de las comunidades benedictinas, que la lectio divina  practicada por otros carismas religiosos. Sin embargo todos estamos necesitados de la asistencia del ESPÍRITU SANTO, para que dicha oración sea cristiana. El destino de la oración cristiana es el PADRE, que nos recibe en su HIJO, JESUCRISTO, porque la acción del ESPÍRITU SANTO nos une a ÉL, al ser el verdadero artífice de la oración. De ahí que nuestra oración es posible porque la Pascua se ha completado, al venir el ESPÍRITU SANTO sobre la Iglesia. La experiencia del bautizado dentro de la propia oración personal corrobora la verdad sobre la presencia del ESPÍRITU SANTO en la Iglesia a lo largo de dos mil años.

La oración cristiana va contra la corriente de los estilos de vida actuales, pues incluso la oración más visible, exteriorizada y comunitaria mantiene un escrupuloso ámbito de privacidad. La persona sólo realiza un acto de oración, si éste se origina desde su corazón o centro de sí mismo. La sugerencia de todos los altavoces sociales es la de exponer la propia vida en un gran escaparate para ser aplaudido. La mala hierba de la que se habla en la parábola del sembrador, que ahoga la semilla, y se identifica con los afanes de este mundo; hoy se concreta en los afanes por la notoriedad. Cualquier persona es editora de las propias fotos o grabaciones, y sabe que todo ello va a ser trasvasado a un gran escaparate con dimensiones planetarias. La pérdida de privacidad resulta algo admitido a lo que no oponemos verdadera resistencia. La dinámica de la oración cristiana sigue un proceso diferente, que devuelve a la persona a sus potencialidades reales y despojada de exterioridades sin las cuales la persona se había convencido que no podría vivir. A la oración hemos de llegar ligeros de equipaje, o no llegaremos realmente nunca. El mundo quiere que la persona se desnude en el gran escaparate que le ofrece; y la oración nos lleva a otro escenario bien distinto: la persona su muestra tal y como es sólo ante DIOS.

En correspondencia con los etilos de vida extravertidos, el mercado viene ofreciendo desde algunas décadas una falsa meditación, que promete el desarrollo personal en grado de superhombre, a partir de la chispa divina que anida en cada uno. La persona se fascina con las metas a conseguir y se embarca en una aventura para la que algunos dejan mucho dinero, pues van siendo iniciados en distintas técnicas psicofísicas para entrar en estados alterados de conciencia. El resultado de lo anterior puede ser penoso pues el abismo interior abierto no estaba previsto. En el mejor de los casos, sería que lo ofrecido no diese resultado alguno, pero eso no es posible. La pena viene al recoger los resultados que dejaron su huella perjudicial en el buscador incauto. Los hackers espirituales obtienen sus víctimas con falsas promesas.

La oración nos dispone en la vía del reconocimiento de la propia identidad. La persona orante no pretende conseguir el perfil del superhombre propuesto por la corriente del presente, que sume a la mayoría de las personas en el régimen de los esclavos. Quien sabe de la oración cristiana es que se ejercita en el diálogo con DIOS, sin muchas palabras porque sencillamente sabe estar ante ÉL. JESUCRISTO, el MAESTRO iluminó el camino del discípulo orante: “no seáis locuaces empleando muchas palabras a la hora de disponeros en la oración. Cuando oréis, decid PADRE (…)” (Cf. Mt 6,8-13). Las siete peticiones recogidas en el Padrenuestro compendian todas las oraciones que el cristiano pueda formular. Por otra parte resulta esencial la actitud  ante DIOS. En primer lugar, el cristiano orante sabe que vivimos en la omnipresencia de DIOS, y por ese hecho resulta factible dirigirse a DIOS en cualquier momento y lugar. El cristiano familiarizado con el Amor de DIOS no se siente observado por DIOS en todo momento, sino respirando en la atmósfera de influencia de DIOS mismo en el que todo se mueve y alienta. La sencilla conciencia de este hecho no viene por ejercicios respiratorios, o posturas físicas determinadas; tampoco acontece como fruto de una especial concentración; y, mucho menos, por la invocación de entidades extrañas. JESÚS, el MAESTRO, cuando enseñó a los discípulos la oración y el modo de orar parece que tenía delante un paisaje en el que estaban floreciendo los lirios del campo, y con libertad volaban los pájaros del cielo. De la forma más sencilla, JESÚS ofreció a los discípulos la oración del Padrenuestro. Ahora bien la sencillez de la forma no excluye toda la profundidad e importancia de una relación que aporta a la persona  la auténtica identidad. Quien sabe que DIOS es PADRE, tiene clara conciencia de ser hijo de DIOS con todos los rasgos dados conjuntamente. El cristiano no es un superhombre, porque no lo necesita, sino alguien que se va desprendiendo poco a poco de las muchas cosas que DIOS le ha dado para encontrarse ligero de equipaje en el último acto de oración. Esa es la gran meta: dejar este mundo sin otro pensamiento, que  la invocación amorosa del PADRE.

 

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