La misericordia de Dios

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

La misericordia es el amor compasivo de Dios por el ser humano, que lo salva y lo redime, es decir, que lo libra del mal, de la enfermedad y de la muerte, por ello implica sanación y perdón. Veamos. 

EL HIJO MENOR ARREPENTIDO

El hijo menor quiere vivir la vida a su manera, según sus propios anhelos y expectativas. Ello implica pedir la herencia y estar lejos de la presencia de su familia. Toma la decisión y, sin pensar en las consecuencias, se aleja de su casa; ello no le hace perder su dignidad de hijo, pero sí, sus privilegios. Lejos y, sin el cuidado de su papá, vive de una manera libertina. Vive los placeres (comidas, bebidas, sexo) y no queda satisfecho, al contrario, queda vacío por dentro. Al no contar con dinero, ni amigos, ni donde hospedarse, decide trabajar (cosa que había aprendido de su padre). Trabajar como cuidador de cerdos es caer en lo más bajo de un oficio judío. Ahí estuvo el hijo menor: tirado, ninguneado, anonadado, pisoteado, denigrado (así está el ser humano que vive en pecado). Pero se convenció que ese no era su lugar como hijo, por ello, se levantó (resiliencia), tomó el camino de regreso (conversión) y pidió perdón (reconciliación). 

EL PADRE MISERICORDIOSO

El Padre siempre estuvo atento a la vida de sus dos hijos: los crio, los educó y les enseñó a trabajar; pero respetó la decisión de uno de ellos de irse de su casa. El amor de un padre o una madre no cambia por el buen o mal comportamiento de un hijo, pero si influye en sus emociones, puesto que esto les pone alegres o tristes. ¿Cómo demuestra la misericordia el padre de esta parábola? En que nunca pierde el cariño por su hijo, nunca lo desconoce cómo hijo, está siempre dispuesto a perdonarlo, tiene la esperanza de que algún día volverá y está preparado para eso: hacer una fiesta, que es el signo de la comunión y el amor. Así es nuestro Padre Dios, siempre dispuesto a perdonarnos, a recibirnos con los brazos abiertos, a darnos un beso de gozo y hacer una fiesta, por el pecador arrepentido. Nunca perdamos la esperanza de ser amados para siempre, aún a costa de nuestros pecados, pues la misericordia de Dios es para todos y para siempre.

EL HIJO MAYOR MOLESTO

Pero no todos en la familia están alegres por este regreso. El hijo mayor, que nunca desobedeció ningún mandato de su padre, está molesto, indignado y decepcionado tanto con su papá como con su hermano menor. ¿De dónde le brota esta emoción? De sentirse bueno, justo y puro (como los fariseos y los maestros de la ley) y no haber recibido un premio. Él no concibe que alguien se pueda equivocar y volver como si nada hubiera pasado (es el borrón y cuenta nueva que Dios nos da cuando nos confesamos); para él, las fiestas sólo son para quién se porta bien. Pero las parábolas de la misericordia muestran que «hay más alegría en el cielo, por un pecador que se arrepiente, que por 99 justos que no lo necesitan» (Lc 15,7). Cumplir la ley por la ley nos llevará a una decepción, es más gratificante hacer cosas buenas sin que esperemos recibir una recompensa. El que trabaja y no disfruta la vida, al final de ella, puede terminar cansado, enojado y sin haber sido feliz. La vida es bella: ¡no vivamos enojados!

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