Continuamos escuchando el capítulo sexto del Evangelio de San Juan, que hace referencia a Jesús como Pan de vida: “El pan que yo les voy a dar, es mi carne, para que el mundo tenga vida… Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes… Este es el pan que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre”. Nos está hablando el Señor, del alimento que tenemos en cada Eucaristía. Cuántas veces acontecimientos familiares o personales han sido y queremos que sean iluminados por la Palabra de Dios, y sobre todo, con la acción de gracias que es la Eucaristía.
Es necesario recordar algunos rasgos esenciales de la última cena, ya que existe algo que jamás debe ser olvidado. Jesús en la última cena les recuerda que no quedarán huérfanos; su muerte no podrá romper la comunión con ellos; nadie debe sentir el vacío de su ausencia. Allí en el centro de la comunidad que celebra la Eucaristía está Jesús vivo.
De Jesús se alimenta la fe de sus seguidores. No basta asistir a esa cena, estamos invitados a cenar. Para aumentar nuestra adhesión a Jesús necesitamos dos cosas que se dan en la Misa:
1°- Reunirnos a escuchar sus palabras y guardarlas en nuestro corazón, eso es alimentarnos de su Palabra.
2°- Acercarnos a comulgar su Cuerpo y su Sangre; esto significa identificarnos con su estilo de vida. Es el alimento más sólido que podemos tener.
No hay nada más central en nuestro cristianismo que la celebración de esta cena que nosotros conocemos como Misa. Por eso hemos de cuidarla bien. De aquí que me atreva a decir que, como consagrados, como sacerdotes, que somos quienes presidimos la Eucaristía, debemos:
1° Prepararla bien. Esto implica que me prepare de antemano con una buena reflexión; que me haya interpelado el Evangelio y después pueda compartirlo con los demás.
2° Celebrar con viva fe, con devoción. La Eucaristía se celebra sin prisas, sabemos que estamos tocando al más sagrado; estamos actuando en nombre de Jesús, de allí que, lo debamos hacer con la mayor devoción posible.
3° Experimentar que al comerlo nos da vida. Sacerdotes, somos los primeros beneficiados de este alimento; somos los primeros a quienes nos alimenta, para después compartirlo con los demás; este alimento nos fortalece y nos hermana con todos.
La Eucaristía es algo muy sagrado que tenemos; cuidémonos para no caer en la rutina de asistir a Misa por costumbre, por cumplir. Todos podemos caer en la rutina de celebrar la Eucaristía, sin celebrar nada en el corazón; podemos escuchar el Evangelio, sin escuchar la voz de Dios; podemos comulgar con mucha piedad, pero no comulgamos con el estilo de vida de Jesús; nos podemos dar la paz, pero no nos reconciliamos con nadie, seguimos con resentimientos en nuestro corazón. Es momento de reflexionar el
¿cómo celebramos o participamos en la Eucaristía? Les propongo dos cosas esenciales para reflexionar:
- Escuchar con atención la Palabra de Dios. No es cualquier palabra, es la Palabra de Dios. Durante la semana se escuchan muchas voces por los medios de comunicación, vivimos un aturdimiento de tantos mensajes, de allí que los domingos necesitamos escuchar una voz diferente que nos sane por dentro. Es una gracia escuchar la voz de Jesús cada domingo y dejarnos guiar por ella. Como sacerdotes podemos reflexionar: ¿Cómo me alimento del Evangelio para darlo a los demás? ¿Cómo preparo mi homilía? ¿Qué pienso cuando comulgo?
Hermanos laicos: ¿Escuchan el Evangelio con atención en Misa? ¿Eres consciente que el Evangelio no es una lectura cualquiera, que es la voz de Jesús que se sigue dirigiendo a ti?
- La comunión con Cristo es decisiva: Es el momento en el que acogemos a Jesús en nuestras vidas. Esto debe hacernos estallar de gozo. Cuando vamos a comulgar, ¿nos damos cuenta de que nos estamos alimentando del Cuerpo de Cristo o simplemente de un pan consagrado? ¿Qué vamos pensando mientras caminamos en fila para comulgar? ¿Cómo me preparo para recibir a Jesús en mi cuerpo?
No permitamos que la Misa caiga en la rutina de la vida o en la celebración por costumbre; es allí en donde nos alimentamos de Jesús para seguir en la lucha de cada día, por eso, si puedes alimentarte de este alimento tan valioso, hazlo siempre.
Ojalá y los sacerdotes celebremos cada Eucaristía con la misma emoción del día de nuestra primer Misa; que sepamos trasmitir, celebrar y vivir todo el misterio que rodea este Sacramento. Sabemos que para quien verdaderamente es de Cristo, para quien le cree y no se escandaliza de su duro lenguaje, la Misa se convierte en el corazón del domingo, nada será más importante para él que ese encuentro semanal con el Señor de la vida; nada más importante que recibirlo, comerlo, masticarlo, para tener en Él la vida eterna, porque no hemos de olvidar que el Pan de vida, no se nos ha ofrecido para un cómodo paseo de distención espiritual en una zona protegida, en espera de que se abran de par en par, acogedoras, las puertas del paraíso. El Pan bajado del cielo, nos permite atravesar el desierto sin olvidarnos de hacerlo florecer.
Preguntémonos: ¿Hacemos florecer el desierto por donde vamos pasando?
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!