La mirada de Jesús estaba llena de cariño, respeto y amor

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XI Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo se nos presenta en el Evangelio un rasgo esencial en la vida de Jesús: La compasión hacia las personas. Hoy escuchamos: “Al ver Jesús a las multitudes, se compadecía de ellas. Compasión: Es el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. No basta sentir tristeza, lo importante es el impulso a remediar el sufrimiento de otro. Jesús vivía atento a las personas necesitadas que encontraba en el camino: Mira al paralítico de Cafarnaúm, a los dos ciegos de Jericó, a la anciana encorvada por la enfermedad y se le conmueven las entrañas. No es capaz de pasar de largo sin hacer algo por aliviar el sufrimiento. Lo que más le dolía a Jesús al ver a las personas y muchedumbres, era que “estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor”. Ni los representantes de Roma, ni los dirigentes religiosos de Jerusalén, se preocupan de aquella gente del pueblo. Jesús tenía una mirada diferente, no era como la mirada de aquellos dirigentes rigoristas que sólo miraban impiedades en el pueblo, ignorancia en la ley e indiferencia religiosa; no era como los romanos que sólo miraban la posibilidad de cobrarles impuestos; tampoco miraba como el Bautista, que veía pecado, corrupción e inconciencia ante la llegada inminente de Dios. La mirada de Jesús estaba llena de cariño, respeto y amor hacia las personas, pero también, a las muchedumbres; sufría al ver tanta gente perdida y desorientada, le dolía el abandono en el que se encontraban tantas personas maltratadas por la vida, las veía como víctimas. Aquellas personas no necesitaban escuchar más condenas, sino conocer una vida más digna, más sana; por eso inició un nuevo movimiento donde les dio poder a sus discípulos, no para juzgar, no para condenar, sino para curar toda enfermedad y dolencia.

Recordemos lo que les pidió:

“Curar enfermos”, es decir, ayudar a las personas de todo lo que los hacía sufrir en el cuerpo y el alma.

“Resucitar a los muertos”, es decir, liberar a las personas de todo aquello que mata sus esperanzas; aquello que les impide vivir una vida digna. Despertar en ellos el amor a la vida, la confianza en Dios.

“Limpiar leprosos”, es decir, limpiar de tanta hipocresía, corrupción, egoísmos, individualismos, miradas miopes, etc.

“Arrojar demonios”, es decir, liberar a las personas de tantos diosecillos, ídolos que los esclavizan, ideologías que los pierden, políticas que esclavizan, porque mientras con palabras hablan de preocupación por los demás, en los hechos muestran indiferencia.

Hermanos, es muy importante que no confundamos misión con expansión. Jesús no envió a sus discípulos a misionar con los planes expansionistas del Emperador Romano, distingamos muy bien; a diferencia de las avanzadas de soldados que el Emperador enviaba para que proclamaran e impusieran su voluntad y dominio, los discípulos tendrán que ir para proclamar la Buena Nueva del Reino de Dios, acompañando y sanando a quienes más sufrían, conscientes de que a su misión le precedía una actitud compasiva, al contrario de la actitud indolente de quienes buscaban aprovecharse del sufrimiento de los más desvalidos. Eso les tiene que doler hasta lo más profundo, como le dolía a su Maestro la situación de desánimo, desesperanza y sufrimiento de los más necesitados. Además, a diferencia del Emperador y sus secuaces que se sentían dueños de las personas y los manipulaban según sus intereses, los discípulos misioneros debían reconocer que el único dueño de la gente era Dios, ellos por tanto, eran únicamente trabajadores al servicio del proyecto de quien los estaba enviando:

“Rueguen al Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Es cierto que les dio poder, pero a diferencia del poder que ejercía el gobernador para generar sometimiento y avasallamiento, el poder que Jesús les dio, es para que el mal disminuya y la gente participe del alivio que trae la proclamación y la vivencia de la Buena Nueva del Reino.

Así mismo, Mateo quería recordar a sus comunidades que el misionero, no pertenece a ungrupo de perfectos, quizá por eso, no dudó en reconocer entre los doce a Judas, que aunque había ido también a misionar, después traicionaría a Jesús.

Hermanos, la finalidad de reunir e invitar a formar parte de sus discípulos, Jesús la dejó bien clara, era prolongar su sensibilidad hacia las necesidades de los demás y que esa sensibilidad nos condujese a ayudar a aliviar esos sufrimientos. Por tanto, los discípulos de Jesús no tendrían que inventar la misión, ésta tendrá que ser la misma del Maestro:

Proclamar y ayudar a experimentar la bondad de Dios. Es momento de que volteemos hacia nuestra Iglesia, hacia nuestras parroquias o comunidades y analicemos: ¿Qué tan sensibles nos mostramos? ¿Nos preocupamos y ocupamos del dolor ajeno? ¿Cómo es nuestro compromiso para con los que sufren? Todos los cristianos hemos de sentirnos cuestionados por el Evangelio.

En nuestra cultura se está perdiendo la sensibilidad ante el sufrimiento; es una cultura que, a través de videojuegos de violencia, de series de narcos, de películas sobre guerra, presenta el sufrimiento como algo normal, algo que les pasa a los otros; es una cultura que resalta lo individual, una cultura que promueve la felicidad o bienestar personal, aunque sea en detrimento de otros. Estamos viviendo en una cultura individualista, egoísta, donde el dolor ajeno es parte de una estadística: Tantos muertos, tantos sacrificados, tantos desaparecidos, etc. Pareciera que la sensibilidad no tiene cabida en nuestra sociedad.

Hermanos, no nos acostumbremos al sufrimiento ajeno. Invito a los políticos que no sean indiferentes ante los gritos de impotencia de tantas personas que lloran a sus desaparecidos; a tantos que lloran a sus muertos; a tantos que padecen los dobles impuestos que hay que pagar al Estado y al crimen. Hermanos, ustedes que se lanzaron como candidatos para prestar un servicio a favor del pueblo, no olviden sus campañas y sus promesas, no endurezcan sus corazones, no hagan oídos sordos a tantos gritos.

Hermanos todos, no perdamos la sensibilidad, empecemos a ver a los demás con la mirada de Jesús. Preguntémonos: ¿Cómo miraría Jesús a los ancianos? ¿Cuál sería la actitud de Jesús ante la enfermedad de su vecino? ¿Qué haría Jesús ante tal sufrimiento? Cuestionemos nuestra manera de creer y preguntémonos: Con mis actitudes ante el sufrimiento: ¿Puedo considerarme discípulo de Jesús? ¿Cuál será nuestra misión ante tanto sufrimiento? Sin lugar a duda, nuestra misión es para que “todos tengan vida en Cristo, y la tengan en abundancia”.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan