La indiferencia duele

Bienvenidos a esta reflexión desde la Palabra de Dios en el XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

Hace ocho días Jesús nos invitaba a tomar una decisión, o Dios o el dinero, no se puede servir a dos amos. En este domingo, escuchamos una hermosa parábola que nos muestra lo que es capaz de hacer el dinero en el corazón del ser humano y el destino de éste, después de la muerte biológica.

La parábola es muy clara y presenta dos escenas:

  1. La primera, se centra en el plano terrenoSu finalidad es mostrar la vida de una persona rica. Jesús tuvo que conocer personas que sabían banquetear y vestir con opulencia, sobre todo en Tiberiades o Séforis. Una situación social muy distante de los pobres y marginados de su tiempo; de aquellos oprimidos por los sistemas políticos y por la extrema pobreza (el hambre). Jesús narra la vida de un hombre que al parecer tiene dinero, poder, y sabe darse la buena vida, por su forma de vestir y sus comilonas. No dice que haya ganado sus bienes oprimiendo a sus trabajadores, no es una crítica a las riquezas, es una crítica a lo que las riquezas producen en el ser humano, una crítica a la ceguera ante las necesidades de los demás; es esa barrera que se crea e impide ver la necesidad del otro, esa indiferencia hacia los otros, es ese encerramiento, autosuficiencia, ese disfrute de manera personal. Quizá aquel rico daba algunas limosnas al templo, tal vez pagaba sus diezmos y primicias o ayudaba a los de su clase social, pero tenía una venda en los ojos para con el hermano necesitado, para con los marginados.Junto a su casa estaba un hombre llamado Lázaro, tan pobre que por vestidos contaba con sus llagas, sus amigos eran aquellos perros que le lamían sus llagas; está atenazado por el hambre y tiene ansias de comer las migajas que caen de la mesa del rico.
  2. La segunda escena se centra en la vida eternaMuere el mendigo y va al seno de Abraham, es decir al cielo, luego muere el rico y va al infierno, al lugar de los tormentos. Esto no significa que Lázaro merecía el cielo simplemente por el hecho de ser un desposeído de bienes materiales y que el rico alcanzó el infierno en castigo por haberlos tenido en abundancia, no, significa más bien que el corazón de Dios es el lugar del consuelo para todo sufrimiento y el tormento es vivido por todo aquel que ocupándose de sí mismo, ha vivido ignorando el dolor y la necesidad de los hermanos que están a su puerta. Lázaro goza de la vida eterna, mientras que el rico sufre el castigo eterno. Aunque exista un abismo entre los dos, se da una conversación que nos plasma el centro de aquella condenación: “Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”. Esto quiere decir que aquel rico sí conocía al pobre Lázaro y fue indiferente ante su necesidad. La palabra “manda” nos indica la actitud que tenía en la tierra para con los demás: “mandar”. Lo triste que en aquella situación ya no puede hacer nada por sí mismo para solucionar su situación, ni nadie puede hacer algo por él. Los banquetes, el dinero y el poder habían cerrado sus ojos, tanto que ni siquiera a Lázaro que tenía en la puerta pudo ver. Su problema era que por dentro estaba muerto, su corazón había sido insensible ante el pobre Lázaro.

Hermanos, el Evangelio de este domingo nos deja una gran enseñanza que nos lleva a analizar nuestras actitudes frente a las necesidades de los demás; no podemos ser indiferentes ante lo que les pasa a los demás. Es una crítica fuerte ante nuestra vida satisfecha, ante nuestras comidas familiares donde se derrocha el alimento, mientras el fantasma del hambre atenaza a muchas familias. La cultura en la cual vivimos, nos induce a vivir en un individualismo, que nos lleva a pensar que cada quien se rasque con sus uñas’; pero la Palabra de Dios nos recuerda la solidaridad que debemos tener con los demás; recordemos las palabras que Dios le dirigió a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”. Jesús vivió preocupado y ocupado por atender las necesidades de los demás, sus hermanos.

Estamos invitados para analizar en nuestras vidas si contamos con alguna dosis de ‘indiferencia’, de ‘despreocupación ante lo que sucede’, de ‘preocuparnos sólo por nuestro bienestar’. Ante esta cultura del consumismo, pensemos: ¿Realmente necesitamos todo lo que compramos? ¿Cómo podemos ayudar a los demás? No seamos indiferentes ante lo que sucede a nuestro alrededor.

La indiferencia duele. Duele ver a unos hermanos nuestros que oprimen a sus hermanos con extorciones, con cobros de piso, y duele ver a aquellos encargados de guardar seguridad que viven satisfechos y son indiferentes ante lo que les pasa a los demás. Las víctimas se vuelven estadística y no preocupación y menos ocupación.

Analicemos, allí donde nos ha tocado vivir encontraremos Lázaros esperando una mirada de compasión, esperando unas migajas de pan, esperando ser vistos como personas, esperando se garantice su seguridad, porque muchos de ellos tienen hambre no sólo de pan sino también del pan de la paz y la seguridad; ellos sólo piden no resultar indiferentes, ni que seamos insensibles; que su realidad nos duela un poquito en el corazón, que les demos vida en nuestro corazón, porque sólo cuando comenzamos a sufrir y a sentir en nuestro corazón el problema de los otros, entonces comenzaremos a hacer algo por ellos.

Hermanos, lo que hagamos en esta vida tendrá consecuencias para la eternidad, no nos arriesguemos a quedar separados de Dios para siempre.

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Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan