Lo que ocurrió ayer en el Hospital Gemelli es, sencillamente, indigno. No por la enfermedad del Papa Francisco, no por su fragilidad física, no por su evidente desorientación. Ser anciano, estar enfermo, incluso estar gagá, es profundamente humano y digno. Lo que no es digno —lo que es cruel, escandaloso y una traición— es utilizar a un anciano gagá como escudo para ejercer un poder que no te pertenece.
Hemos visto a Francisco salir al balcón del hospital tras más de un mes ingresado. Lo sentaron en silla de ruedas, le colocaron el micrófono, y lo único que pudo decir fue algo completamente alejado del momento:
Veo a esa señora con flores amarillas, qué bien».
Luego, hizo el ademán de marcharse, hasta que alguien —¿un asesor?, ¿un médico?, ¿un colaborador de la curia?— le recordó que debía bendecir. Lo hizo de forma mecánica, casi automática, sin saber dónde estaba. Después, se lo llevaron, tosiendo, exhausto, expuesto.
¿Era necesario este espectáculo? ¿A quién beneficia ver al Papa en estas condiciones, completamente fuera de sí? La respuesta es clara: a quienes gobiernan en su nombre, a quienes se ocultan bajo la sombra de su figura para mantener un poder que no les corresponde, porque saben que sin esa imagen de falsa continuidad, su autoridad se desploma.
Esto no es cuidar al Papa. Esto es usarlo. No por su bien, sino por el bien de un sistema que necesita mantener la ficción de que todo está bajo control, cuando en realidad, lo que se ha visto hoy es que la Iglesia está en manos de personas que no tienen ningún reparo en manipular al anciano que debería ser protegido, no explotado.
La dignidad no está en la fuerza, sino en la verdad. Y la verdad es que el Papa ya no puede gobernar, no puede hablar, no puede ni siquiera sostenerse. Lo que se necesita no es un montaje, sino honestidad. Y la honestidad exige que se retire de la vida pública al Papa y se reconozca la gravedad de la situación.
Fue un día triste para la Iglesia. Y que nadie se engañe: no por ver a un Papa enfermo, sino por ver a un anciano enfermo, desorientado, y claramente usado para fines que no son los suyos.
Que Dios tenga piedad de su Iglesia.
Por JAIME GURPEGUI.
LUNES 24 DE MARZO DE 2025.
INFOVATICANA.