La Iglesia liberal o modernista no es la Iglesia de Cristo

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El obispo alemán Franz-Josef Overbeck dice que estamos en una fase más radical que la Reforma protestante y arremete contra quienes preservan la tradición

Dice Mons. Overbeck: Quienes en la Iglesia católica defienden sus puntos de vista con la preservación de la tradición deben preguntarse siempre qué tradición defienden y si puede vivirse en unidad con la Iglesia.

Se pregunta Overbeck si quienes defendemos la Tradición y creemos lo que la Iglesia ha predicado siempre en todo el mundo podemos vivir en unidad con la Iglesia. O sea, que nos considera cismáticos a nosotros. O incluso herejes. Es el mundo al revés. El hereje considera herejes a los que somos fieles a la Tradición. Y ellos, que están embarcados en «un cambio en lo que significa la Iglesia como institución pero también en el papel fundamental que desempeña la religión en las sociedades liberales contemporáneas», ellos se consideran los ortodoxos. Y nosotros – los fieles a la Tradición – seríamos los heterodoxos y cismáticos.

El Liberalismo supone el endiosamiento de la voluntad del hombre frente a la voluntad de Dios: “yo soy aquello que quiero ser, soy dueño de mí mismo, me autoposeo y me autodetermino». Es el triunfo del subjetivismo más radical (yo no soy lo que soy sino lo que yo quiero ser o lo que siento que soy) y la ideología de género y las leyes trans son el culmen de esa mentalidad liberal disolvente y perniciosa.

El hombre se pone en el lugar de Dios y decide de manera autónoma e independiente lo que está bien y lo que está mal. El Liberalismo supone el triunfo de una libertad desenfrenada que condena al silencio el dominio divino, como si Dios no existiese o no se preocupase del género humano, o como si los hombres, aislados o asociados, no debiesen nada a Dios.  La razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber.

Y es este principio liberal el que aplican los herejes alemanes a la doctrina católica. La mayoría decide la doctrina y la moral de la Iglesia: el bien y el mal. Esa mayoría se autoproclama receptora de una nueva revelación, de tal modo que lo que decide la mayoría del sínodo se convierte automáticamente en una nueva verdad revelada por el Espíritu Santo, en un nuevo pentecostés que acaba con la Tradición y da comienzo a una nueva Iglesia, a una Iglesia de un nuevo paradigma: a la Iglesia del Anticristo.

Y, obviamente, los fieles a Cristo no podemos vivir en unidad con la Iglesia del Anticristo. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Entre quienes queremos cumplir la Voluntad de Dios y los que quieren cumplir su propia voluntad no hay diálogo, consenso ni componenda posible. La Iglesia de Overbeck, de James Martin o de monseñor Vincenzo Paglia no es la Iglesia de mis padres o mis abuelos. No es la Iglesia que lleva dando culto a Cristo desde hace más de mil años en Santiago de Gobiendes. Es otra iglesia: se parece más a una secta luciferina que proclama el non serviam un día sí y otro también, sin que nadie ponga coto a sus crímenes contra la fe, a sus blasfemias, a su apostasía y a sus sacrilegios.

La Iglesia liberal o modernista no es la Iglesia de Cristo. Es la de Satanás. No es la Iglesia de Cristo aquella que pretende mutilar la Palabra de Dios, la Verdad Revelada, para decir que no hay que tener en cuenta las cartas de San Pablo en lo que se refiere a la homosexualidad. No es la Iglesia de Cristo aquella que considera lícitos y justos el aborto, la eutanasia o el suicidio asistido. No es la Iglesia de Cristo la que aprueba que una persona en pecado mortal pueda comulgar sin arrepentimiento ni propósito de la enmienda.

La cizaña amenaza con ahogar el trigo. Pero siempre habrá un resto fiel que resista las asechanzas del Demonio. Y ese resto fiel tiene que hacerse notar, por ejemplo, pidiendo a obispos y párrocos que los sagrarios vuelvan al lugar preeminente del altar mayor que les corresponde, porque el lugar central del templo no le corresponde al hombre, sino a Cristo, verdaderamente presente en su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía: a Cristo no se le puede arrinconar o casi esconder en una capilla lateral. Su lugar es el centro, el altar mayor, como toda la vida. Podemos también, por ejemplo, rechazar comulgar de manos de los llamados ministros y ministras extraordinarios de la comunión, que ya se han convertido en ordinarios (la ventana de Overton se abre y lo extraordinario se torna ordinario en un abrir y cerrar de ojos). Podemos, por ejemplo, comulgar siempre de rodillas y en la boca de manos del sacerdote: en algunas parroquias, llamaremos la atención y daremos un poco el cante pero bueno es que recuperemos la sacralidad del sacramento y la adoración a Cristo. Podemos y debemos buscar aquellas parroquias que cuenten con sacerdotes santos que todavía creen en Dios y celebran la liturgia con la dignidad requerida, sin creatividades ni novedades para entretener al personal.

Por Pedro L. Llera.

InfoCatólica.

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