La Fe y las obras

Eclesiástico 3,17-18.20.28-29 | Salmo 67 | Hebreos 12,18-19.22-24a | Lucas 14,1.7-14

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

La prudencia de juicio debiera acompañarnos durante toda la vida. Un argumento principal del evangelio de este domingo gira en torno a la valoración personal y el lugar a ocupar ante DIOS. La Escritura y de modo especial el Nuevo Testamento predica en sentido opuesto al pensamiento hoy reinante. El problema de algunas declaraciones presentes está en la polarización y exageración de algunos planteamientos, que emergen de forma inevitable al borrar a DIOS de cualquier categoría expositiva. La autoafirmación del yo eleva el listón a la supremacía personal: “yo estoy primero y por encima de todo y de todos”. El Cristianismo de forma especial dispone en la cima de todo valor a DIOS mismo, y en una cierta disposición reflexiva aparece el “amor al prójimo como a uno mismo”. La cosa es infinitamente más que un ejercicio aritmético: en primer término aparece el ámbito del Amor de DIOS, en el que orbita el prójimo y uno mismo, que se reconoce amado por DIOS y hace surgir el amor fraterno al semejante, que es igualmente amado por DIOS, en la misma condición que uno mismo; esto es, incondicionalmente. Tenemos la cualidad chocante de constituirnos cada uno de los seres humanos en centros del universo de todas las relaciones y posibilidades humanas, pero si lo hacemos sin DIOS nos convertimos en agujeros negros que atrapan todo lo que cae bajo su campo de influencia asfixiándolo. Sin embargo el ejercicio de centro relativo a DIOS nos convierte en un campo benéfico para las personas circundantes, al respetar su propia identidad y girando en el mismo campo de Luz que es DIOS. Lo que uno es, continuamente lo está recibiendo de DIOS, porque se vive bajo su campo de influencia. Nos dice san Pablo de forma retórica: “¿qué es lo que tienes, que no hayas recibido; y si lo has recibido, a qué gloriarte como si no lo hubieras recibido? (Cf. 1Cor 4,7). La religión laicista del “yo” -autorrealización- borra o elimina a DIOS de su horizonte. Las verdades a medias de la espiritualidad laica servida en múltiples formas de literatura dedicada a la autoayuda, consigue ciertos estados de ánimo sucedáneos de la verdadera paz interior, que dan paso a nuevos episodios de soledad y ansiedad. No se camina de “paz en paz”, sino en angustia hacia un estado sucedáneo de la paz, para entrar en uno nuevo de frustración al que otra receta mágica de autoafirmación traerá un aparente alivio, pero en realidad va encaminando hacia un pozo oscuro en el que no se percibe fondo ni límites. Afirmar el “yo” fuera del campo de influencia de DIOS, al que debemos el primer lugar, es abismarse en la propia oscuridad. Nuestro “yo” no recibe la luz de sí mismo, y depende, por otra parte, de DIOS para acogerla a diario como alimento: “danos hoy nuestro pan cotidiano” (Cf. Lc 11,3). A los ojos de DIOS tenemos un valor infinito, porque ÉL nos creó, redimió y tales actos imprimen en nuestra condición personal un valor que nadie se puede otorgar a sí mismo. Pero esto es preciso reconocerlo diariamente de distintas formas y pedir, también, la renovación cotidiana de las gracias espirituales que nos mantienen en la esfera del Amor de DIOS.¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Para mantener el “yo” a raya, de forma que no se sobrepase, durante un tiempo prolongado deberíamos hacernos esta incómoda pregunta con el fin de debilitar la planta satánica de la soberbia. Si voy descubriendo todas las cosas que vienen directamente de DIOS o de las personas próximas o remotas, entonces ira creciendo uno de los antídotos contra la soberbia: la acción de gracias. DIOS merece absolutamente nuestro agradecimiento por los dones directos que nos infunde y por los que nos llegan a través de los semejantes lejanos y más próximos. Pongamos algún ejemplo: alguien puede tener una gran capacidad para la música, pero además del don innato recibido tendrá que escuchar mucha música que otros han compuesto antes que él. Una persona tiene cualidades especiales para la gastronomía, pero necesitará reconocer distintos ambientes gastronómicos, si quiere sobresalir en dicho campo profesional. Cualquier progreso humano social, profesional o religioso, necesita de las aportaciones ajenas. La cultura adquirida por una persona es gracias a la cantidad de aportaciones incorporadas provenientes de otros que en el pasado fueron creativos y perviven sus testimonios. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Las propias aptitudes para la reelaboración de lo recibido y el esfuerzo mantenido en el tiempo para su cultivo, los hemos recibido; por tanto, somos dependientes de DIOS. Y si prescindimos o negamos su señorío sobre nosotros, vamos a tener un problema.

Las obras y la Fe

A modo de administradores se nos regalan los dones espirituales, para que los utilicemos de forma conveniente; pues vivimos en el mundo, pero no debemos identificarnos con el mundo” (Cf. Jn 17,16). Somos conscientes que la vida del hombre es como “la hierba en el campo que en poco tiempo la siegan y se seca” (Cf. Slm 90,6). Vivimos entre el comienzo de la concepción y el nacimiento con un horizonte próximo que señala el límite entre este mundo y el Cielo, y ese horizonte es la muerte. Cada día el astro sol se esconde tras esa línea del horizonte y una vez desparecido llega la noche, pero nosotros sabemos que amanece para los que están más allá. Este fenómeno cósmico que diariamente se repite es una metáfora muy precisa del otro extremo de la temporalidad que nos caracteriza. Y día tras día apreciamos que la figura de este mundo se termina (Cf. 1Jn 2,17). Mientras tanto la actividad organizada y el trabajo forman parte esencial de nuestro modo de estar en el mundo. Tal es así la cosa, que optar por la inacción sería un modo de estar y elegir la esterilidad, y adoptaríamos un comportamiento en la perversión misma de la acción que nos arrastraría a la fatalidad. Éste es el caso de aquel a quien le dieron un denario y diligentemente lo enterró (Cf. Mt 25,18); pero con el talento se enterró él mismo. Una vez más las palabras de san Pablo nos ayudan: “aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en CRISTO, no habéis tenido muchos padres: he sido yo quien por el Evangelio os engendré en CRISTO JESÚS. Os ruego, pues, que seáis mis imitadores. Por esto mismo os he enviado a Timoteo, hijo mío muy querido y fiel en el SEÑOR, él os enseñará mis normas de conducta en CRISTO conforme las enseño en todas las iglesias” (Cf. 1Cor 4,15.17). La paternidad espiritual de san Pablo proviene de la acción del Evangelio: los de Corinto fueron regenerados y nacieron a una vida nueva por el Evangelio, que el Apóstol les predicó con abundancia de dones y carismas para bien de todos ellos. Cualquier padre en la vida normal además de engendrar a su hijo y proteger y cuidar a la madre para la buena gestación y nacimiento, tiene que convertirse en modelo de imitación del hijo que trae a este mundo junto con su esposa. La madre y el padre hacen posible la vida y conjuntamente son los modelos de identificación, que los hijos imitarán y seguirán principalmente. Así san Pablo se presenta ante los de Corinto, que le dieron algún que otro dolor de cabeza, lo mismo que el hijo adolescente, al que es preciso recordar el papel del padre y de la madre. En el mejor de los casos, los cristianos de aquellas comunidades pudieron tener la oportunidad de escuchar a otros predicadores, pero debían tener muy presente las bases de su Fe que el Apóstol les dispuso. Para que esa labor no vaya a ser en balde, san Pablo les envía a Timoteo, que es un modelo de hijo espiritual y fiel a sus enseñanzas. El Apóstol da a entender implícitamente, que desearía de los de Corinto las mismas disposiciones hacia la Fe que Timoteo. Ellos, los de Corinto, también deben ser imitadores del Apóstol como su buen hijo Timoteo, y para eso lo envía a sus comunidades. Timoteo lleva el encargo de esclarecer el comportamiento de una conducta según el evangelio, que rige en todas la comunidades fundadas por el Apóstol y mantenidas espiritualmente por él. Los de Corinto tienen que salir de su adolescencia espiritual para convertirse en adultos capaces de mantenerse en el ejercicio de las virtudes cristianas. En la carta a los Gálatas, que tiene como argumento central la salvación o justificación por la Fe, aclara sin lugar a dudas: “no toméis la libertad que os da CRISTO como excusa para incentivar las obras de la carne” (Cf. Gal 5,13). El ESPÍRITU SANTO viene al corazón del cristiano y lo libera de la zozobra y angustia del pecado, concediéndole una paz interior que le permite vivir con una libertad nueva. Puede ser que aquellos corintios se hubiesen olvidado de las desgarradoras tensiones interiores del pecado que los atenazaba hacía poco tiempo. En ocasiones el converso no entiende que el proceso de maduración cristiana es largo, pues en realidad dura toda la vida. JESÚS puso una imagen ilustrativa para estos casos: “cuando un espíritu inmundo sale de un hombre comienza a dar vueltas por el desierto; y cuando se cansa vuelve a la casa de donde salió y la encuentra bien arreglada; entonces llama a siete espíritus peores que él, y las postrimerías de aquel hombre vienen a ser peores que los comienzos” (Cf. Lc 11,24-26). San Pablo por todos los medios buscaba la forma de evitar el retroceso espiritual de aquellos cristianos convertidos por su predicación, y se sentía como el administrador fiel y prudente que sabe dar a los suyos la suficiente ración de alimento espiritual (Cf. Lc 12,42ss ).  

Las decisiones

“Para vivir en libertad nos liberó CRISTO” (Cf. Gal 5,1). De esa forma comienza san Pablo el capítulo cinco de la carta a los Gálatas, en el que se mencionan algunas de las oposiciones de vicios y virtudes. CRISTO nos liberó para establecer un campo de juego en el que las decisiones lleguen a situarse en el plano del bien desde el principio al fin. La antítesis de la libertad viene dada por las opciones tomadas de un mal hacia otra acción reprobable. Pongamos un ejemplo: un adicto a las drogas opta entre robar a un transeúnte por la calle o colaborar con el desembarco de un alijo de droga, por el que será remunerado. En este nivel de decisiones está claro que la acción del SEÑOR no interviene para nada, y la persona queda dentro de la oscuridad espiritual más absoluta. La acción de la Gracia comienza a moverse cuando las decisiones van del mal al bien. El bien y el mal pueden verse entre opciones próximas pues las decisiones a tomar se vuelven complejas, y en este terreno discurren la mayoría de las actuaciones. El bien y el mal se condicionan mutuamente desde el origen pues se encuentran en el mismo árbol del que irresponsablemente hemos comido transmitiendo esa misma disposición a las generaciones futuras. Muy pocas personas se encuentran rodeadas de un ambiente espiritual y unas circunstancias externas, que les pueden permitir tomar decisiones que parten de una situación buena para elegir otra mejor. Otro ejemplo: alguien dispone de una semana de vacaciones y puede elegir entre dedicar esos días a recorrer el Camino de Santiago, o emplearlos en un tiempo de descanso en una zona de playa. El Sermón de la Montaña eleva el campo de las decisiones a un nivel superior de la misma Ley Natural, para la que debe estar operativa la recta razón, que hace conscientes los principios de dicha Ley Natural. Además de las Bienaventuranzas, en el Sermón de la Montaña se establece el perdón al enemigo, la devolución de bien por mal, la fidelidad matrimonial sin paliativos, la veracidad de la propia palabra superior al mismo juramento, que se declara abolido. Si para la Ley Natural debemos ejercitar la recta razón, para establecer el programa del Sermón de la Montaña se necesita la “mente de CRISTO” (Cf. 1Cor 2,16). De vez en cuando conviene hacer mención del altísimo nivel que marca el Sermón de la Montaña, pues debemos saber que existe aunque en dos mil años de Cristianismo sean raros los ejemplos vivos que han encarnado este modo de actuar. Para ellos, de forma especial, es la libertad lograda por CRISTO, y por tanto ninguno de ellos se atribuirá el mérito de las acciones realizadas, porque son conscientes de haber alcanzado ese grado de perfección ética y espiritual por la acción de la Gracia o  Don de DIOS. Por otra parte es muy fácil que el así asistido por la Gracia viva una dura experiencia de expiación vicaria como lo refieren las siguientes palabras de san Pablo: “pienso, que a nosotros, los Apóstoles, DIOS nos ha asignado el último lugar como los condenados a muerte, puestos como espectáculo para el mundo, los Ángeles y los hombres: nosotros necios por seguir a CRISTO, vosotros sabios en CRISTO; nosotros débiles, vosotros fuertes; vosotros llenos de gloria, nosotros despreciados. Hasta el presente pasamos hambre, sed, desnudez; somos abofeteados andamos errantes; nos esforzamos en trabajar con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos, si nos persiguen lo soportamos; si nos difaman, respondemos con bondad; hemos venido a ser hasta ahora como la basura del mundo y el desecho de todos” (Cf. 1Cor 5,9-13). Podía el Apóstol reclamar la atención de los corintios, pues reconocía que el mérito de la acción evangelizadora estaba en el SEÑOR que lo sostenía. La vida del Apóstol no sería posible sin la fuerza del SEÑOR.

Consejos extraídos de la Sabiduría

En sintonía con el Evangelio de este domingo, la primera lectura del Eclesiástico recoge algunas máximas que complementan, a modo de consejos, virtudes teologales y preceptos del Decálogo. La trasmisión de la Sabiduría se realiza de maestro a discípulo, o de padre a hijo. La Sabiduría presupone la experiencia acumulada, que proviene de los mayores, y llega a crisolada por un discernimiento espiritual que le confiere seguridad. El riesgo inminente de la actuación humana es el error que conduce al fracaso. Una vez resueltos los grandes interrogantes sobre el sentido de la vida, queda el gran apartado del cómo actuar y proceder para llevar a buen término el fin para el que se nos concede el don de la existencia. De nuevo nos encontramos con realidades que nos son dadas. Ninguno de nosotros aparece en el mundo como Adán en los primeros capítulos de la Biblia: no somos los primeros, ni estamos dotados de unas prerrogativas de ciencia infusa semejante. Antes de la catástrofe del pecado, el hombre se entendía muy bien con sus semejantes, vivía en armonía con la naturaleza, y mantenía un reconfortante diálogo con DIOS después de una actividad que en ningún caso esta dispuesta como castigo. El Adán del Paraíso vivía en paz consigo mismo, pues se encontraba revestido de una protección espiritual que le hacía innecesaria cualquier otra vestidura: interioridad y exterioridad permanecían en un equilibrio perfecto. Este hombre ya no existe y cada una de las facetas de perfección que caracterizaban al Adán primigenio tienen que ser conquistadas penosamente en parte con expresa ayuda de la Gracia. Así el libro del Ben-Sirac –Hijo de Sirac-, o Eclesiástico provee con su doctrina de una gran ayuda con el objetivo de devolvernos algo del paraíso interior, pacificando las fuertes pasiones que anidan en el corazón. Las fuerzas interiores mal encauzadas nos destruyen por la vía de conductas desajustadas. Los consejos del Eclesiástico vienen a prevenirnos si estamos dispuestos a escucharlos y aceptarlos. El consejo, la advertencia o la máxima en este libro sagrado tiene el rango de Palabra de DIOS. Los consejos recogidos para este domingo tienen una aplicación directa. 

El tiempo es un aliado de la virtud

“Hijo, haz tus obras con dulzura y serás amado por el acepto a DIOS” (Cf. Eclo 3,17). La virtud no es obra de un día, y se da por hecho que el hábito de la paciencia, la humildad o la dulzura necesita de un prolongado ejercicio. Es acepto a DIOS el hombre que se estremece ante sus palabras (Cf. Is 66,2), y le rinde en su corazón el culto debido. El ánimo agitado que no mantiene la paz es presa con facilidad de la violencia., y “al violento lo rechaza el SEÑOR” (Cf. Slm 11,5). A JESÚS no le faltaron momentos de indignación al comprobar el poco aprecio por las cosas de DIOS, pero lo vivió dentro de su condición de persona “mansa y humilde de corazón” (Cf. Mt 11,29) La indignación personal al comprobar la escalada del mal que atañe a cuestiones esenciales de la dignidad de hijos de DIOS es una reacción, que manifiesta buena salud espiritual. Quien permanece inane ante la maldad que afecta a los hijos de DIOS es presa del gran mal que es la parálisis producida por la pereza, la desidia o la indiferencia, que nada tienen que ver con la paz interior. Una persona así está falta de empatía, y es un comportamiento propio del psicópata narcisista.

DIOS no soporta al soberbio

“Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y ante el SEÑOR hallarás Gracia” (v.18) El comentario a esta máxima lo obtenemos mediante la contemplación detenida de la Cruz. Ni el propio JESÚS, el HIJO de DIOS, se excluyó de esta máxima del Eclesiástico. El escarnio de la crucifixión estaba reservado a los malhechores más peligrosos y peor considerados por las autoridades romanas. Ningún hombre puede exhibir los atributos de JESÚS, hombre y DIOS, y nadie descendió a las regiones abismales como ÉL. Todos los demás hombres tan solo podemos seguir el ejemplo de JESÚS en el modo de realizar este consejo del Eclesiástico. El segundo modelo para los cristianos de forma especial, lo encontramos en la VIRGEN MARÍA. Nadie recibió anuncio o mensaje personal de tanta importancia como la VIRGEN, pero inmediatamente entendió que era destinataria del mismo, gracias a la conciencia de su pequeñez como criatura humana: “aquí está la esclava del SEÑOR” (Cf. Lc 1,38). Las cosas entre los hombres funcionan de otra forma: si alguien recibe un cargo importante es debido a los distintos títulos que ostenta. Todos admitimos que las cosas deben seguir ese camino, pues se necesita competencia y responsabilidad para trabajos importantes; pero el que recibe el encargo debe hacerlo con el reconocimiento cierto de ser destinatarios de los dones y cualificación que proceden de otros que lo han precedido en gran medida. El que así actúa se acerca a la verdad de las cosas y en esa línea de verdad se acerca a DIOS.

Adoración, alabanza y acción de gracias

“Grande es el poder del SEÑOR y por los humildes es glorificado” (v.20). El humilde se mueve dentro de un circuito virtuoso: vive en actitud de adoración, reconociendo que todas sus capacidades provienen de DIOS y la propia actividad está impulsada por la adoración. La condición humilde se verá reforzada por la humillación en determinados momentos y pondrá a prueba si la humildad se va consolidando como hábito, pues la condición humilde es rara y debe ser conquistada en la mayoría de las ocasiones. DIOS tiene todo el poder pero los que no viven en línea de adoración no ven las obras poderosas de DIOS en la creación y concluyen que la materia es causa de sí misma, que los vivientes son un resultado de la evolución y el hombre una anomalía en el conjunto de los vivientes. Tanta ciencia para tal cúmulo de estupideces, pero captan y entretienen a muchos, manteniéndolos fuera de la corriente de Gracia, glorificación y adoración a DIOS.

La adversidad del orgulloso

“Para la adversidad del orgulloso no hay remedio, pues la planta del mal ha echado en él raíces” (v.28). El autor sagrado hace una afirmación rotunda cargada de pesimismo o de gran realismo, según la queramos considerar. Cuando leemos el Evangelio comprobamos con tristeza que ante la predicación de JESÚS y los signos que realizaba encontró posturas enfrentadas con un rechazo explícito. JESÚS encarna la máxima bondad que el hombre puede contemplar, y sin embargo hubo corazones que se resistieron con vehemencia. El poder de la oración para estos casos parece lo más apropiado. En los últimos días de su presencia entre nosotros, le dice JESÚS a Pedro: “Satanás ha pedido cribarte como trigo; pero YO he rogado por ti, y cuando seas rehabilitado confirma en la Fe a tus hermanos” (Cf. Lc 22,31-32). Deducimos al hilo de este dato, que JESÚS ha mantenido una intensa oración por Judas y tantos otros, y nos queda el interrogante, ¿qué pasó con ellos? La oración de intercesión y la expiación vicaria están acreditadas en nuestra espiritualidad católica: tenemos capacidad de interceder y de que DIOS acepte a una persona como víctima por la salvación de otra –expiación-; por lo que la lectura de esta máxima del Eclesiástico tiene una relectura cristiana, que matiza en cierta medida la fatalidad de su pronunciamiento. Pero tampoco se puede minimizar su grave advertencia, pues también el Evangelio avisa que el pecado contra el ESPÍRITU SANTO no tiene perdón ni en esta vida ni en la otra (Cf. Lc  12,10). Y san Juan en su primera carta reconoce que existe un pecado, sin decir cuál es, que no tiene arreglo, por el que no manda orar (Cf. 1Jn 5,16).

El sabio es prudente

“El corazón del sabio medita los enigmas. El oído que escucha la sabiduría se alegrará” (v.29). La prudencia es la virtud cardinal que dispone el buen juicio o criterio de las cosas. El sabio no puede estar lejos de la prudencia, pues de lo contrario no tendría capacidad de discriminar los enigmas o razones profundas que están bajo las apariencias de las cosas. Todo en la Creación se dispone bajo una estructura que obedece a un pensamiento y diseño. El hombre tiene capacidad de reconocimiento de lo que se encuentra a su alrededor, porque la propia mente está pensada por el CREADOR para dicho reconocimiento, de lo contrario nunca podría “poseer y dominar la tierra” (Cf. Gen 1,28); además de multiplicarse en ella. Pero al autor del libro sagrado le importa en su doctrina de forma prioritaria las claves que rigen el comportamiento humano frente a los semejantes y en relación con DIOS, al que le debemos todo lo que poseemos. Para descubrir las relaciones con DIOS también se necesita inteligencia, pues la Fe que no cuente con la razón termina en fideísmos degradados; lo mismo que la razón desprovista de todo horizonte trascendente, que es el campo de la Fe, se vuelve el verdugo de sí misma. El racionalismo de la Ilustración termina desestimando a la razón misma,  volviendo la mirada a la subjetividad del sentimiento para dar la identidad y la conducta al hombre. Este es el principio de las tendencias actuales. El hombre imprudente que desprecia la Fe y la Sabiduría que viene de DIOS cava la tumba de su propia razón. 

Las casas particulares

Uno de los lugares frecuentados por JESÚS según los evangelios, para evangelizar son las casas particulares. Sabemos que las casas de los más pudientes contaban con patios en los que podían reunir a un número amplio de personas: familiares y amigos. JESÚS no desaprovecha todas las ocasiones que se presentan y acude incluso cuando sabe que lo quieren poner a prueba, pero en todo momento ÉL acepta el reto. San Lucas recoge la invitación de JESÚS a la casa de un fariseo donde llega una mujer pecadora dando señales externas de arrepentimiento, recibiendo la absolución de sus pecados por parte del SEÑOR (Cf. Lc 7,36ss). Otro fariseo invita a JESÚS con ánimo de inquisidor para examinar, ponerlo a prueba y si fuera posible denunciarlo con sus propias palabras (Cf. Lc 11,37ss). En esta tercera ocasión el fariseo que lo invita, según Lucas, es para observarlo y durante la estancia los que están allí presentes no pronuncian una sola palabra, y el evangelista recoge solamente las palabras de JESÚS en modo de advertencia. El capítulo catorce se inicia así: “Sucedió, que habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando” (v.1) La comida del sábado tendría que haber sido preparada el día anterior, y JESÚS con sus discípulos no podía caminar más de dos mil codos-novecientos metros- en ese día. Estando en la casa aparece una persona que padecía de hidropesía, o acumulación de líquido que podía afectar a distintos órganos dependiendo de la zona de su acumulación edematosa. Los presentes, según san Lucas, se limitan a observar y no emiten juicio alguno por el momento, aunque podrían haber contribuido a la inculpación de JESÚS en el juicio religioso ante Caifás. El evangelista no presenta un paréntesis o excepción a la sentencia dada por JESÚS para que estuvieran prevenidos frente a los fariseos: “tened cuidado con la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Cf. Lc 12,1). Cuando JESÚS cura al hidrópico da a entender que está leyendo las conciencias de los fariseos y les hace una pregunta: “¿a quién de vosotros si se cae un hijo o un buey en un pozo en día de sábado no lo saca al momento?” (v.5). La cuestión del sábado será una de las acusaciones para la sentencia a muerte de JESÚS. La interpretación del precepto sabático es distinta en JESÚS y por parte de las autoridades religiosas. Por encima de cualquier norma institucional está la primacía del Amor de DIOS. La Caridad no puede dejar de ejercerse ni tan siquiera en sábado; más aún, resulta el día más apropiado para poner de relieve la condición amorosa de DIOS a los hombres. Por otra parte, JESÚS no estaba quitando el trabajo que les pertenecía a los curanderos o médicos de aquel lugar, sino manifestando los signos del Amor y el Poder de DIOS. También en el día de sábado los signos propios del Reino de DIOS tienen su lugar, pero aquellos fariseos tenían otras prioridades, que les impedía desprenderse de su legalismo. Aquellos jefes de los fariseos observaban en silencio con las intenciones aviesas de los que aparentan prudencia para no ser descubiertos ellos en sus propias declaraciones. Una vez más, JESÚS no esquiva la dificultad, y se mete con todas las consecuencias en la boca del lobo, que pronto cerrará sus poderosas mandíbulas para arrancarle la vida.

Primeros puestos

“Notando como los invitados elegían los primeros puestos, les dirigió una parábola” (v.7) Durante los catorce versículos iniciales del capítulo no existe diálogo, sino que es JESÚS el que propone los argumentos del relato y solo son señalados los gestos que realizan los presentes. En este breve relato parece que estaban preocupados por el puesto más importante que ocuparía cada uno, considerado tal honor como la proximidad al anfitrión. “Notando JESÚS que los invitados elegían los primeros puestos les dijo una parábola” (v.7). En el versículo catorce se esclarece la intención de esta intervención de JESÚS, que olvida habitualmente los formalismos pero extrae de las situaciones concretas las enseñanzas debidas al Reino de DIOS. En este punto es vital tener en cuenta las propias actitudes, y el lenguaje de gestos que estaban manifestando los presentes, pues los personalismos afloraban. También entre el grupo estrecho de discípulos se encontró JESÚS con los intereses personales por los primeros puestos (Cf. Mt 20,20-27; Mc 9,34).

Invitados a una boda

Para establecer la parábola, JESÚS cambia el motivo de la reunión. Ese día de sábado celebraban el descanso sabático, pero no se indicó que se estuviera celebrando una boda. Por otra parte cabe perfectamente la celebración de la boda cuando se alude al convite mesiánico, para el que todos están convocados. En orden al Reino de DIOS, o la boda del CORDERO con la humanidad, deben mantenerse determinadas formas, y el lugar a ocupar en ese banquete celestial no está determinado por la propia voluntad, sino que es DIOS mismo el que señala el lugar con respecto a su TRONO.  Para los que lleguen a ese instante de la celebración la cosa estará totalmente clara, y donde importa marcar las actitudes debidas es en la preparación remota de esta vida. Como ejercicio práctico del Banquete de Bodas Celestial, aquellos letrados y fariseos debían entrenarse en pasar un tanto desapercibidos. El que vive de la imagen no soporta el anonimato. El fariseo presentado por san Lucas es el prototipo de persona que vive la imagen y la apariencia, importándole muy poco cualquier contenido de fondo. Alguna repercusión opera de fuera a dentro: la postura exterior favorece la actitud interna porque la persona es una unidad de alma y cuerpo. San Lucas refiere la parábola de los dos personajes que van al Templo a orar, y en ellos juega un papel descriptivo la postura corporal: el fariseo se adelanta y de pie declara su discurso laudatorio; el otro sin embargo queda detrás arrodillado, golpeándose el pecho con una sola frase: “SEÑOR, ten compasión de mí, que soy pecador” (Cf. Lc 18,13). Cuando el alma no dirige al cuerpo, se debiera procurar que el cuerpo favoreciese las actitudes internas. Por otra parte, JESÚS  con esta parábola les pone delante la película de su mundo interior con la intención que rectificasen, pues lo tendrán difícil para entrar en el banquete de las nupcias eternas. 

 Una situación bochornosa

Produce vergüenza ajena imaginar la escena relatada por JESÚS: “cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido invitado otro más distinguido que tú, y viniendo el que te convido, te diga: deja el sitio a éste, y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto” (v.8-9). Quien llega al Cielo está dentro de la LUZ que es DIOS mismo, y por tanto reconoce de forma inmediata su lugar. Para el bienaventurado no existe equivocación en el lugar que ocupa, porque en todo momento depende de la disposición de DIOS. Pero la cosa es distinta en este mundo, en el que tenemos que ejercitarnos en las distintas virtudes como venimos comentando. Si queremos, la vida es una gran escuela con muchas aulas por las que vamos pasando para adquirir la educación necesaria. La educación en los dos sentidos en los que se dispone la etimología del término: conducir y alimentar. Debemos nutrirnos de contenidos auténticos y verdaderos que nos fortalezcan como hijos de DIOS; y estamos llamados a seguir caminos, en el ejercicio de nuestra libertad, para manternos en la dirección y sentido del Evangelio. En este primer tiempo de la parábola está la humillación del que se atribuye honores que no posee, pues la consideración con respecto al anfitrión no se la puede dar uno a sí mismo, sino que se recibe graciosamente del que nos dio la invitación. JESÚS está diciendo: tienes valor, porque DIOS te lo da, eres su hijo, y con ese reconocimiento debes vivir.

Los últimos

“Cuando seas invitado vete a sentarte en el último puesto, de manera que cuando venga el que te convidó te diga: amigo sube más arriba, y eso será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa” (v.10-11). Esta segunda parte no dice que lo pondrá en el primer puesto, sino en algún lugar superior; pero previamente el invitado fue a ocupar el último lugar o de los últimos lugares. Ya vimos en palabras de san Pablo quiénes ocupan los últimos lugares. Más aún, el último lugar está ya ocupado por el mismo JESUCRISTO. La espiritualidad del “último lugar” no es una ficción piadosa, sino una dura y cruda realidad para el que se dispone a vivirla. Ahora podemos entender un poco mejor cómo algunas personas que reciben grandes gracias por parte del SEÑOR viven, al mismo tiempo, fuertes rechazos y persecución, porque la exaltación no es posible sin la humillación que consigue la perfecta humildad del “yo”. Sólo DIOS sabe cuando una persona alcanza ese punto de anonadamiento óptimo desde el que puede ser conducido al Banquete Eterno. Esta elevación por parte de DIOS es el reconocimiento verdadero y provocará la alegría de los que estén alrededor, porque DIOS te ha exaltado. En este mundo ese comportamiento es raro. Si alguien se ve encumbrado se despiertan las envidias de su letargo si estuviesen dormidas. No resulta así en el Cielo donde la bondad sin fisuras está unida a la alegría. El lugar conferido por el Amor de DIOS no amenaza de defenestración, pues no se pierde la conciencia del don recibido que hace humilde al bienaventurado.

Máxima sapiencial

La peculiar parábola concluye con esta máxima sapiencial en boca de JESÚS: “el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v.11). La conclusión no se nos olvida, y la podemos exhibir cuando sea necesario para ofrecer una pincelada de conocimiento evangélico; sin embargo el trasfondo o contenido como estamos viendo, encierra un extenso programa ascético y espiritual. ¿A qué edad de nuestro paso por la vida esta máxima se hace densa y ofrece contenido real? La VIRGEN MARÍA la vio clara en su edad biológica adolescente, porque su madurez espiritual está fuera de cualquier cálculo. Pero este es el punto clave: la edad espiritual de alguien puede adelantarse décadas con respecto a su edad biológica; y al revés, con muchos años sobre sí, y se continúa en la adolescencia espiritual donde no se soporta el anonimato. ¿Por qué ensalzarse a uno mismo si todo lo que tenemos de alguna manera lo hemos recibido? (Cf. 1Cor 4,7).

Dar sin esperar recompensa

JESÚS le dice al anfitrión de la casa: “cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus vecinos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos, y serás dichoso porque no te pueden corresponder, pues se recompensará en la Resurrección de los Justos” (v.12-14). JESÚS concluye este episodio con dos anuncios capitales: la retribución por las obras realizadas y la Resurrección. En el momento de la Resurrección quedarán satisfechas todas las demandas de la Justicia por las obras buenas realizadas. Sólo DIOS tiene la medida justa de lo que hacemos y está en condiciones de juzgar. No son las obras personales las que otorgan la Salvación, pues esa obra corresponde en exclusiva a la Misericordia Divina manifestada en CRISTO JESÚS, pero nuestras obras buenas nos acompañan. Por otra parte, las obras realizadas en esta vida dan realismo y objetividad a las buenas intenciones del corazón. La carta de Santiago pone de manifiesto de una forma directa la importancia de las obras que atienden a las necesidades básicas de los hermanos. En estos versículos, JESÚS jerarquiza también las acciones y pone en primer término la atención a los necesitados antes de banquetear con los amigos, vecinos o familiares. Cuando los excluidos de aquella sociedad tenían las necesidades cubiertas, entonces tendrá sentido la fiesta y la celebración. Las discapacidades físicas señaladas en este texto invalidan a las personas en cualquier época. El verdadero progreso social cuenta con las ayudas a la promoción personal para mejorar en la medida de lo posible la limitación de una ceguera o una parálisis. JESÚS no rechazó otras invitaciones festivas como la Boda en Caná de Galilea de sus parientes, o la invitación en casa de Simón el leproso los días anteriores a su muerte donde fue ungido para su sepultura por María la hermana de Lázaro, que con sus dos hermanos también participaban de la cena. Ante lo costoso del perfume, Judas hizo notar que el precio podía haberse dado a los pobres, a lo que JESÚS respondió: “pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a MÍ no siempre me tendréis” (Cf. Jn 12,7). El perfume empleado en ungir a JESÚS llenó de su fragancia toda la casa como signo también del ambiente celestial de la Resurrección. En medio de las múltiples calamidades de este mundo generador también de pobreza y miseria, tenemos que abrir espacios festivos y sagrados para alzar la mirada al Cielo de la Bienaventuranza, la Retribución y la Resurrección.

Carta a los Hebreos 12,18-19, 22-24ª

La carta a los Hebreos es el gran tratado sobre el Sacerdocio de JESUCRISTO. El objeto de la Fe de los antiguos tiene como fondo la Nueva Alianza (Cf. Jr 31,31-34) que será sellada por la sangre de JESUCRISTO, Sumo y Eterno Sacerdote. JESUCRISTO no ofrece por los pecados sangre ajena de animales sacrificados, sino la suya propia. La Sangre de JESUCRISTO regenera, justifica y confiere una nueva vida y dignidad a los hombres, que van siendo incorporados a la asamblea de los Bienaventurados. La Fe encuentra su contenido pleno en JESUCRISTO, pues los hombres de Fe marcan en el mundo la línea de luz por la que la Gracia discurre hasta llegar a la plenitud de su manifestación. La Fe de los antepasados esperaba al MESÍAS que lo iba a revelar todo (Cf. Jn 4,25). Efectivamente así fue, y la presencia de JESUCRISTO en el mundo reveló todo lo que el hombre puede conocer de DIOS en este mundo. Pero no solo eso, sino también el MESÍAS trae un nuevo Poder de DIOS a la tierra que se manifiesta en la Resurrección: se vive en este mundo la antesala de una Bienaventuranza, que se abre a los hombres por el poder de la Resurrección: “las mujeres recobraron resucitados a sus muertos, unos fueron torturados, rehusando la liberación por conseguir una Resurrección mejor” (Cf. Hb 11,35) La Resurrección definitiva la puede dar JESUCRISTO, y el autor sagrado aclara que “todos ellos aunque alabados por su Fe no consiguieron el objeto de las promesas. DIOS tenía dispuesto algo mejor para nosotros, de manera que no llegaran ellos sin nosotros a la perfección” (Cf. Hb 12,39-40). La Fe de los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob; la Fe de Moisés, Josué y los Jueces de Israel; la Fe de los reyes, Saúl, David y Salomón; la Fe de los profetas, Isaías, Jeremías y Ezequiel; la Fe de los Sabios, Hagiografos  y Salmistas: todos ellos fueron creyentes peregrinos intuyendo al MESÍAS, JESUCRISTO. Para ellos también se abrieron los Cielos cuando la Resurrección gloriosa del SALVADOR los visitó y llevó consigo a las moradas eternas. Pronto una multitud innumerable se hace presente ante el TRONO de DIOS, que entona cantos de adoración, alabanza y agradecimiento. Una Resurrección mejor en JESUCRISTO la vivimos conjuntamente los que estamos en la época cristiana y aquellos que nos precedieron en la Fe.

La comunidad cristiana

La comunidad reunida en el Nombre del SEÑOR es un lugar apto para la revelación o manifestación de DIOS. La comunidad reunida que invoca al SEÑOR trasciende las dimensiones físicas del espacio y el tiempo de este mundo: “no os habéis acercado a una realidad sensible como fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, huracán, sonido de trompetas, ruido de palabras tal que suplicaron los que lo oyeron, que no se les hablara más” (v.18-19). Las cosas que ocurrieron en el medio material para dar realismo a la Fe, resulta que en realidad eran figura externa de realidades que no se veían. Aún así, los signos a través de los cuales se manifestaba DIOS imponían una sensación de terror. La manifestación de DIOS a través de los elementos de la Creación causa sobrecogimiento. El temporal intenso, la tormenta fuerte y prolongada el temblor de la tierra por el terremoto o el mar embravecido producen angustia profunda en el hombre, que dentro de un comportamiento primario busca la forma de aplacar el enfado de la divinidad por medio de una serie de sacrificios, que pueden llegar a la práctica de los sacrificios humanos en muchas tribus primitivas. De hecho las tribus cananeas de Palestina con las que convivió el Pueblo de Israel mantenían este tipo de prácticas cultuales. El Pueblo que sale de Egipto vive el temor y el temblor, en palabras de san Pablo, en la manifestación de DIOS en el Sinaí. Al pie de la Montaña Santa vivirá el Pueblo liberado el establecimiento de la Alianza solemne con YAHVEH. Pasarán alrededor de catorce siglos hasta que aparezca el MEDIADOR de la Nueva Alianza, JESUCRISTO.

El culto espiritual

“Vosotros os habéis acercado al Monte Síon, a la Ciudad del DIOS Vivo, la Jerusalén Celestial, a millones de Ángeles, a la reunión solemne; a la Asamblea de los Primogénitos inscritos en los Cielos, y a DIOS, Juez Universal; y a los espíritus de los justos llegados a su consumación. Y a JESÚS, Mediador de una Nueva Alianza, y a la aspersión purificadora de una sangre, que habla mejor que la Abel” (v.22-24) El Monte Sinaí está en el desierto; el Monte Síon se encuentra en la Tierra Prometida. Los creyentes en JESUCRISTO asisten a la revelación del SEÑOR en el radio de influencia del Monte Síon. Un monte nuevo y una nueva Alianza que los cristianos vivimos en la compañía de los Ángeles y todos los Bienaventurados. Los cristianos realizamos un culto espiritual por el que nos unimos a la Asamblea Celestial festiva, porque en el Cielo se celebra la victoria del SEÑOR. La alegría festiva de la celebración celestial no impide el reconocimiento de un sacrificio redentor simbolizado en la aspersión de la Sangre de JESUCRISTO. Por toda la eternidad los bienaventurados harán memoria del sacrificio realizado por el HIJO de DIOS a favor de los hombres y estableció la paz entre el Cielo y la tierra (Cf. Col 1,20). La Gracia del bienaventurado no es una Gracia barata, el precio que se pagó por ella fue la sangre o -la vida- de JESUCRISTO, la Segunda Persona de la TRINIDAD, el HIJO de DIOS.

Comparte: