La familia, que surgió sin el gobierno, resistirá a cualquier ley antinatural

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

Se impuso un ambiente de silencio, respeto y reflexión mientras la comunidad cristiana escuchaba la respuesta de Jesús, en el santo evangelio, a la pregunta que los fariseos le hacían acerca del divorcio (Mt 19, 3-15). Algunos hermanos distraídos, otros haciendo ruido, pero -como si alguien les hubiera llamado la atención- de repente reinó el silencio y la atención mientras Jesús se explayaba en su respuesta.

Se sentía la admiración ante la respuesta clara, valiente y definitiva de Jesús, aunque quizá el suspenso que se creó entre la pregunta y la respuesta abrigaba ingenuamente una contestación distinta a la que de hecho conocemos, como si el evangelio de Jesús hubiera cambiado y se aplicara de manera diferente para los tiempos que corren.

No hay forma de esconderse y esquivar una palabra exigente ante las dificultades que hay en nuestras familias y comunidades para salvaguardar, a pesar de todo, la santidad del sacramento del matrimonio. Es como si en el fondo dolieran más nuestras divisiones y estuviéramos pensando en nuestros fracasos, dificultades, crisis y rupturas mientras Jesús hablaba del matrimonio, remontándose a los orígenes, al designio que Dios estableció desde el principio del mundo.

Resulta del todo sorprendente que después de una enseñanza exigente donde Jesús rechaza el divorcio y habla abiertamente en contra del adulterio, termine su intervención hablando de los niños y poniéndolos como ejemplo para alcanzar el reino de los cielos. No es una cuestión marginal, sino que forma parte de su misma enseñanza; no son dos temas diferentes -el del divorcio y el de los niños-, sino que son temas que se corresponden y cuando no los separamos llegamos a reconocer la sabiduría de esta enseñanza.

Yo intuía las resistencias, las inconformidades y los escándalos que en nuestros tiempos provoca la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio, de acuerdo a las modas y a las ideologías que se imponen en nuestra sociedad. Me venían a la mente los diversos planteamientos y posturas que se contraponen a la enseñanza de Jesús para rechazarla o para declararla anacrónica. Recordaba, por lo menos, los siguientes.

En primer lugar, decir en estos tiempos, por ejemplo, que el matrimonio es para toda la vida suscita escándalo, desconcierto y resistencias. La actitud, más bien, es “casarnos y ver cómo nos va; si nos entendemos, adelante, y si no, cada quien para su casa”. Se deja de reconocer el vínculo indisoluble en el matrimonio. Decía el papa Juan Pablo II: “Quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día”.

En segundo lugar, recordar, promover y defender que el matrimonio es única y exclusivamente entre un hombre y una mujer genera escándalo, polémica y resistencias porque la ideología de género ejerce su dominio manejando las instituciones y alegando “discriminación” si no se reconocen como “matrimonio” las uniones entre personas del mismo sexo.

En tercer lugar, exhortar a los matrimonios para que se abran a la vida y acepten los hijos que Dios les dé resulta en algunos casos escandaloso y anacrónico, porque reina el hedonismo y la tendencia a la comodidad, privilegiando más las cosas materiales y los lujos que se dejarían de tener por la llegada de un hijo. Por otra parte, en este mundo a la carta donde se compra todo de acuerdo a nuestros caprichos, se ve al hijo como un derecho y se deja de ver como un don de Dios.

En cuarto lugar, proponer los métodos naturales para la regulación de la natalidad en el matrimonio y como parte fundamental del ideal de paternidad responsable parece escandaloso y anticuado, ante la mentalidad utilitarista y anticonceptiva que persiste y sobre todo ante las políticas públicas que imponen medidas anticonceptivas de manera indiscriminada y muchas veces aprovechándose de la indefensión psicológica de las personas.

Finalmente, decir que hay que perdonar y donarse en el matrimonio resulta escandaloso y desfasado porque se alegan una serie de privilegios y derechos que se erigen desde la soberbia y el orgullo para cerrarse por completo a la necesidad de entender y potenciar nuestra naturaleza humana, abriéndose al poder de la gracia de Dios para comprender, esperar, perdonar y promover a la persona amada.

Chesterton señalaba que: “Al defender la familia no queremos decir que siempre esté en paz; cuando defendemos el matrimonio no queremos decir que siempre sea feliz. Lo que queremos decir es que es el teatro del drama espiritual, el lugar donde las cosas ocurren de verdad, sobre todo las importantes”.

Por el momento me limito a señalar estas resistencias y posturas siendo consciente que faltan otras. Pero después de recordar estas resistencias a la enseñanza de Jesús comprendí mejor por qué al final de un tema complejo Jesús habla de los niños.

Se necesita hacerse como niños y adoptar una actitud de niños para no perder la capacidad de asombro y abrirnos con confianza, docilidad y esperanza a un tema que requiere la pureza de nuestro corazón. De hecho, Jesús reconoce en este mismo evangelio que no todos comprenden esta enseñanza, no todos están abiertos a una mirada trascendente para reconocer la bondad y belleza del designio de Dios.

Las ideologías modernas contra la vida, el matrimonio y la familia han cerrado los horizontes, han endurecido el corazón y han exaltado más el egoísmo, el libertinaje y la comodidad, que el amor que lo puede todo, que lo disculpa todo, que lo transforma todo.

Sobre la trascendencia que tiene el amor señalaba San Josemaría Escrivá: “Por mucho que ames, nunca querrás bastante. El corazón humano tiene un coeficiente de dilatación enorme. Cuando ama, se ensancha en un crescendo de cariño que supera todas las barreras. Si amas al Señor, no habrá criatura que no encuentre sitio en tu corazón”.

Por lo tanto, vemos con tristeza cómo se desprecia y se rebaja la enseñanza de Jesús o cómo incluso se llega a combatir un tema fundamental para la vida y el futuro de la sociedad. Combatiendo, de esta forma, el matrimonio y la familia se han provocado rupturas, infelicidad y sufrimiento en los matrimonios y sobre todo en la vida de los hijos.

Creerse dioses jugando a reinventar la esencia y el sentido de la vida seguirá provocando la descomposición y el desequilibrio que estamos padeciendo. Sentirnos con el derecho y el poder de desconocer las bases metafísicas de la vida y hasta las mismas evidencias científicas seguirá activando más alarmas y provocando el retroceso y la decadencia que ensombrecen nuestros tiempos.

Por eso Jesús habló de los niños cuando le preguntaron sobre un tema fundamental para la vida y la sociedad. Nos toca hacernos como niños recuperando esta exquisita capacidad que los niños tienen para contemplar y asombrarse de los maravillosos designios de Dios.

En su Historia de la familia, Chesterton plantea que la familia es la única institución que crea y ama a sus propios ciudadanos: “Los reformadores no entienden la esencia de lo que intentan reformar. No se puede desmantelar la unidad básica de la civilización que es la familia. No se puede sustituir la autoridad de los padres. No se puede sustituir el vínculo entre un marido y una mujer. No se puede reemplazar el vínculo entre una madre y su hijo… La familia, que surgió sin el gobierno, y ha seguido existiendo sin el apoyo del gobierno, resistirá a cualquier ley antinatural concebida por el gobierno. Pero mientras tanto, todos sufren. Todos. Porque todos son padres, madres o hijos”.

Estamos frente a una lucha difícil donde se siente la presión y la descalificación ideológica, pero convencidos de la belleza del matrimonio y la familia. Estamos seguros que, como decía el Cardenal Piacenza: “Un día el mundo agradecerá a la Iglesia por haber defendido sin temores ni compromisos la vida y la familia, y con ellas la civilización”.

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