La familia: Lugar de raíces y de alas

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Hace dos años,  en la fiesta de cumpleaños número cinco de mi sobrino, le dije: –la familia que permanece unida, jamás será vencida. Su abuelo paterno me miró horrorizado creyendo que lo que decía era casi una herejía. Yo lo miré perpleja, no entendiendo su mirada y llamándome a silencio.

Crecí entre mis abuelas y abuelos aunque a estos no los disfruté tanto, uno se fue cuando tenía cuatro años y el  otro cuando tenía dieciséis. Entonces, mucho lo escuche de las mujeres, de las abuelas y tías abuelas que eran muy unidas entre sí. Las mesas eran largas, llenas de sonrisas, brindis, festejos, comida y amorosas presencias familiares de todo tipo. Se sentía mucho el amor, el cobijo, la felicidad y protección. El cariño y el respeto por los mayores así como el trabajo y el esfuerzo, el estudio, el progreso y las vacaciones fueron parte del paisaje de todos esos años.

Mi abuela paterna creció junto a sus padres y 17 hermanos – 10 aquí y 7 en la Patria Celestial-. Aún integran parte del patrimonio familiar  las cartas, de los 3 meses de noviazgo,  donde mi bisabuelo y bisabuela se escribían con tanto amor, cariño y respeto. Es más, algunas tienen el beso de mi bisabuela en lápiz labial como signo de ese amor que la prendaba a ese hombre que le arrobaba el corazón.

Mi abuela materna, a los 17 años estaba comprometida y renunció a su compromiso porque conoció a mi abuelo, un don Juan que le conquistó el corazón y se casaron en pocos meses. Marcando así, un acontecimiento absolutamente revolucionario para su época, tal como lo había hecho su madre viuda cuando, al casarse en segundas nupcias y, por este motivo, no ser aceptada por la familia de su esposo, se vinieron de las lejanas tierras de Italia a Argentina.  Entre nuestros recuerdos familiares, tenemos una foto de mi abuelo con una esquela en su reverso en la que le decía a mi abuela cuando eran novios: -tuyo hasta la eternidad. Pocos días antes de partir, a los 77 años, mi abuela nos narraba que veía en la esquina de su cama a mi abuelo. Digo yo que, desde la eternidad la venía a buscar porque ese amor, tal como él se lo había escrito 60 años antes,  perduró en el tiempo con sus alegrías, sus luces y sus sombras.

Así fue conociendo de cada uno de mis antecesores sus historias de amor, de lucha, de trabajo, de esfuerzos, sus lágrimas, sus alegrías, sus sinsabores, sus desafíos, sus valentías y sus dificultades. Viajé, conocí los lugares  donde nacieron, crecieron, trabajaron, fueron a misa y también fui a la tumba de algunos de ellos. Me adentré hasta mis choznas y entendí mucho quién soy.

Las generaciones anteriores fueron forjando identidades, creencias, raíces. De ellas florecieron amores, pasiones, desvelos, elecciones, que se transmitirían a las  siguientes generaciones de manera invisible, como el hilo de un barrilete al levantar vuelo.  Se fueron legando, virtudes, santidades, pecados y enfermedades, fortalezas y debilidades. Nos dieron su olor y su fragancia, su vida, su legado, herencia y raíces.

Su techo es nuestro piso, sus alas nuestras raíces. Y en esta familia, en la que crecí: -una familia unida, jamás será vencida, fue uno de los slogans que nos acompañó siempre y nos permitió tener identidad, fortaleza y superar en Jesús, con el amor y el perdón todo tipo de dificultad y adversidad.

Ahora te propongo que armes tu mapa familiar, que le preguntes a tus padres, abuelos, tíos y familiares, de dónde son oriundos, qué día y año nacieron, estudios, amores, nacimientos, abortos espontáneos y provocados, casamientos en segundas nupcias, separaciones, fallecimientos, viajes, adicciones, infidelidades, acontecimientos felices y desgraciados, …. Y vas a entender que muchas cosas se repiten en ambos sistemas familiares, otras se complementan y te han hecho llegar a dónde estás hoy.

Es con esa fuerza y esa riqueza, tomando lo mejor y dejando de lado los aprendizajes erróneos o que sirvieron para un tiempo a algunas generaciones, es que las nuevas  tenemos el desafío de crear, de volar, de poner alas, de poner nuevos sueños, de enriquecer el legado, de superarlo. De ser aquello que Dios quiere que seamos: su sueño, su cántaro fresco, en libertad de los ancestros pero tomando lo mejor de esa identidad que nos fue regalada. Y teniendo alas, mirando para adelante para dónde Dios quiere, escuchando el corazón y los acontecimientos, siendo fiel y dócil a aquello que nos invita. Siendo valientes y arrojados.

Los invito a que nuestros hogares sean santuarios de raíces y de alas, buscando cada integrante de la familia cómo ser su mejor versión para sí mismo, su entorno y para las próximas generaciones.

Por: Miriam Cecilia Medici Horcas
INTERNATIONAL FAMILY NEWS

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