La Familia Cristiana

Eclesiástico 3,2-6.12-14 | Salmo 127 | Colosenses 3,12-21 | Lucas 2,22-40

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Los cristianos tenemos derecho a tratar sobre las características de la Familia que derivan del Evangelio y del Nuevo Testamento en su conjunto, lo mismo que nos presentamos dentro de una Iglesia Católica, que sigue a JESUCRISTO. Los cristianos tenemos derecho a ver al hombre, a la familia o a la relación personal con DIOS, dentro de una antropología cristiana; es decir, desde el modo de ser y estar del hombre y la familia transformados por la Gracia de DIOS. Los cristianos tenemos derecho a plantear y presentar en el conjunto de las opiniones o posturas debatibles una visión de la sociedad y de la historia bajo unas coordenadas específicamente cristianas. Dentro de los paradigmas o modelos de pensamiento y comprensión de la realidad presente, los cristianos tenemos derecho a plantear la visión de la historia y la sociedad desde paradigmas cristianos pasados o presentes, siempre que quepan dentro del paradigma o modelo del Hombre Nuevo, JESUCRISTO; o de la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén. Los cristianos no caminamos a ciegas, o por lo menos tenemos la oportunidad de no hacerlo, pues el horizonte futuro se presente con una coherencia total en el VIVIENTE que ha vencido y se constituye como el Principio y el Fin de todo, el Alfa y la Omega (Cf. Ap 1,8). Los cristianos tenemos base suficiente con unos principios que a lo largo de veinte siglos experimentaron un desarrollo, que no se puede olvidar ni ocultar. La dictadura de lo políticamente correcto no consigue amordazar las voces de los cristianos que tenemos una visión distinta de la familia. San Juan en su insuperable Prólogo nos dice: “el VERBO se hizo carne, y puso su tienda entre nosotros” (Cf. Jn 1,14). La morada o la tienda del VERBO no es una cabaña de ramas de palmera o cualquier otro árbol, sino una familia. El VERBO de DIOS se establece en el mundo a través de un núcleo familiar constituido. Si la familia venía siendo estimada de modo especial en la tradición judía, con la llegada del Cristianismo la familia se convierte en un ámbito sagrado: DIOS quiere morar en cada una de las familias constituidas de acuerdo con su Eterno Designio. Todo en el Antiguo Testamento va a estar relacionado con la familia. Entre los cinco primeros libros de la Biblia resalta en este sentido el libro de Números, que recoge de forma minuciosa la disposición de los clanes familiares alrededor de la Tienda del Encuentro (Cf.  Nm 2 y 3). Es muy elocuente el libro de Números al realizar los censos con nombres propios de las personas aptas para defender al Pueblo, los destinados al servicio del culto y los nombres concretos de los distintos clanes o familias que han emprendido la marcha por el desierto camino de la Tierra Prometida. Si nos remontamos al libro del Génesis el fundamento es claro: el hombre y la mujer constituyen el eje de toda la descendencia, y al mismo tiempo queda resuelta la complementariedad mutua que disipa la soledad nociva y letal, al no encontrar semejanza adecuada en ninguna otra criatura (Cf. Gen 2 y 3). Los libros sapienciales, y entre ellos de modo especial los libros de Proverbios y el Eclesiástico, vuelven su mirada continuamente hacia la familia y las relaciones que de ella se derivan. El MESÍAS tendrá un linaje de procedencia según lo humano: la Casa de David ( (Cf. 2Sm 7,12-16), como vimos el domingo anterior. La nueva religión, el Cristianismo, no se apartó de la familia como espacio privilegiado para su implantación. El libro de los Hechos de los Apóstoles y las distintas cartas proponen una equivalencia: familia y comunidad cristiana. El Cristianismo se vive en la casa de Simón el curtidor o en la casa del centurión Cornelio (Cf. Hch 10,1-7). Unos cristianos recogen a Saulo que se había quedado ciego y Ananías va allí a curarlo por mandato del SEÑOR (Cf. Hch 9,8-12 ). El carcelero se convierte y con él todos los de su casa (Cf. Hch 16,25.34). De forma sumaria, el libro de los Hechos de los Apóstoles relata al comienzo que “los cristianos partían con alegría el pan por las casas” (Cf. Hch 2,47). En las casas que tenían capacidad suficiente se reunían los grupos o comunidades para compartir la “Enseñanza de los Apóstoles, la Fracción del Pan (EUCARISTÍA); la oraciones y la comunicación de bienes” (Cf. Hch 2,42). La experiencia cristiana era principalmente familiar, pues la familia de aquel lugar ofrecía aquella hospitalidad sagrada al resto de los hermanos que se iban uniendo a la nueva Fe en JESUCRISTO. No sabemos con exactitud lo cerca o lejos que estamos de volver a vivir un Cristianismo clandestino y doméstico, pero lo que podemos afirmar es que la revitalización de la Fe está condicionada al fortalecimiento de la Familia Cristiana.

Habla el padre de familia

La primera lectura de este domingo, en la octava de Navidad, está tomada del libro del Eclesiástico; y en estos versículos el padre de la casa requiere la atención de sus hijos en un sentido amplio: “a mí, que soy vuestro padre, escuchadme hijos, y obrad así para salvaros” (Cf. Eclo 3,1). La transmisión oral requiere la posesión de una experiencia de vida que corrobore la Sabiduría dada por DIOS. Durante muchos siglos atrás, la escritura fue una capacidad que pocos disponían de ella y como consecuencia la posibilidad de leer un documento. Había que agudizar la atención y fijar en la memoria los contenidos importantes transmitidos por los mayores. El padre de familia recibió una herencia que ahora tiene que dejar a sus hijos. El patrimonio material es importante, porque contribuye a enraizarse en una tierra prometida a los antepasados y dada en administración a las generaciones presentes, a condición que se mantengan en la fidelidad a YAHVEH, o en el monoteísmo dado por Moisés y los Profetas. El padre de familia tiene que reunir a los suyos asiduamente y hablarles de las instrucciones, normas y preceptos, que DIOS les ha dado para ser cumplidos, y salvaguardar así la herencia recibida. Entre dos luces, al atardecer, y después de terminar una jornada laboriosa era el tiempo oportuno para dar gracias al SEÑOR y reconocer su Divina Providencia. El padre de la familia extensa recibía el encargo y la Gracia necesaria para llegar al corazón de los suyos. La Ley y los Profetas vividos por los que tenían edad y experiencia adquirían múltiples vertientes, como si a un río principal fuesen a desembocar múltiples afluentes para mejorar el caudal. Así también a los preceptos básicos de las Diez Palabras vienen las máximas sapienciales que muestran su aplicación en los casos concretos de la vida. Hoy nos toca escuchar al padre sabio que exhorta a los suyos sobre cómo tratar a los propios padres, y las consecuencias consiguientes. Se derivan bendiciones de las atenciones dada a los padres, y todo lo contrario cuando no se tiene en cuenta la piedad filial. La cuarta Palabra del Decálogo encuentra en estos versículos algunas derivaciones prácticas, y se formulan de modo exhortativo, advirtiendo cómo es vista por DIOS la actuación de los hijos. Este padre que imparte Sabiduría tiene experiencia de DIOS y se convierte en su portavoz en medio de los suyos. El padre está ejerciendo un verdadero ministerio profético en su extensa familia.

DIOS bendice con los hijos

“El SEÑOR glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre” (v.2). El autor sagrado confirma los salmos que hablan de la gran bendición de DIOS que representa la abundancia de hijos: “tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa” (Cf. Slm 127,3). El Pueblo del SEÑOR es numeroso y la señal inmediata es la familia numerosa: “la herencia que da el SEÑOR son los hijos, su salario el fruto del vientre” (Cf. Slm 126,3). Una familia sin hijos era mal vista, pues parecía que DIOS se había desentendido de ella y no la bendecía. Abraham se sentía muy desgraciado todo el tiempo que vivió sin hijos, pues no tenía a quién dejar su herencia y patrimonio, pese a la promesa del SEÑOR: “soy ya anciano y no tengo heredero; y mi siervo es el que me va a heredar lo que poseo”  (Cf. Gen 15,3). El SEÑOR quiere dejar claro, que ÉL es el SEÑOR de la Vida, en definitiva, aunque una descendencia abundante sea signo de su bondad. Los distintos casos de matrimonios estériles en un principio, que por sus oraciones obtuvieron el favor de DIOS muestran cómo verdaderamente es el SEÑOR el que concede la vida. Del todo esclarecedor es el texto del Génesis que recoge el nacimiento del primer hijo de  Adán y Eva: “concibió Eva a Caín y dijo, he tenido un hijo con la ayuda de DIOS” (Cf. Gen 4,1). De modo similar se expresa la madre de los siete hijos cuya muerte presencia en un solo día, cuando la persecución de Antíoco: “yo no sé cómo aparecisteis y formasteis en mi vientre…” (Cf. 2Mc 7,22). Malos vientos soplan cuando el hombre quiere arrebatar a DIOS la Gloria de ser el SEÑOR de la vida de los hombres. El hombre crece como persona en la medida que se desenvuelve como padre de sus hijos, lo mismo que la mujer da pleno sentido a su vocación cuando ejerce la maternidad, en primer lugar con sus propios hijos. Cuando se arrebata la maternidad a la mujer, o la paternidad a los hombres, se cercena la vocación de ambos y la potencialidad más alta de la creatividad humana. Se es padre y madre en la relación establecida con los hijos para hacerlos libres y adultos.

“Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días en la Tierra que YAHVEH, tu DIOS te va a dar” (Cf. Ex 20,12). La honra o atención al padre y a la madre está recompensada con la posesión de bienes y de forma especial de una patria donde la descendencia de sus hijos pueda echar raíces y convertirse en una nación, que ostente las características propias del Pueblo de DIOS. El altísimo valor de la familia no siempre fue protegido, y sus consecuencias se dejan sentir inmediatamente en el ámbito social. El libro del Eclesiástico apela a cuestiones más espirituales, pero igualmente importantes: “quien honra a su padre expía sus pecados. Como quien atesora es quien da gloria a su madre” (v.3-4). A lo largo de estos versículos se proponen las distintas facetas de la piedad filial, que valora a los padres por su condición de transmisores del don de la vida, independientemente de los intereses materiales que se pudieran obtener de la consideración o amor hacia ellos. Son los padres los que en primer lugar transmiten el amor desinteresado a los hijos, para que estos en ese ambiente saludable crezcan correspondiendo de la misma forma. El amor de los padres hacia los hijos es el que debe marcar en primer lugar la incondicionalidad del mismo para ser correspondidos a su tiempo. Muchas excepciones se dan en la vida concreta a esas consideraciones de carácter general, pues hijos maltratados pueden volverse generosos hacia sus progenitores; lo mismo que hijos muy queridos tornan en verdaderos déspotas hacia sus padres.

Oración escuchada

“Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos; y en su oración será escuchado” (v.5). Nuestras acciones dejan huella y van más allá de los propios límites. Cada persona ejerce una ejemplaridad en un radio de influencia, aun siendo limitado, sin embargo no es posible cuantificar dicha influencia. Los hijos no son objeto de pertenencia de los padres, y en ningún caso existe el derecho a la paternidad, aunque una vez dados los hijos como don de  DIOS, los padres tienen la misión sagrada de su educación en el pleno sentido del término. Los padres se convierten de suyo en los modelos de identificación para los hijos, que encontrarán en ellos el soporte vivo de los principios y valores que van a inspirar toda su vida. Nadie es verdadero modelo si no se da la ejemplaridad: el libro donde el niño ha de leer en los primeros años de su vida es la propia trayectoria de los padres. Se entiende perfectamente que el autor sagrado avise de las consecuencias concatenadas entre padres, hijos y nietos, para establecer los resultados de la “honra debida a los padres”. La tarea no es sencilla para ninguno de los miembros de la familia, y es necesario que las oraciones sean escuchadas, porque aún existiendo principios, sin embargo las circunstancias de cada familia son únicas y el manual para resolver las distintas situaciones está por escribir. Un hijo modelado según la Voluntad de DIOS es un verdadero milagro. Muchos padres se contentan con que sus hijos no sean consumidores de drogas, y dadas las circunstancias no es poca cosa; pero se ha bajado el listón notablemente.

La bendición del padre

“En obra y palabra honra a tu padre para que te alcance su bendición; pues la bendición del padre afianza la casa de los hijos, y la maldición de la madre destruye los cimientos” (v.8-9). El padre y la madre unidos por el Sacramento del Matrimonio están en disposición de obtener múltiples bendiciones para sus hijos, porque el SEÑOR así lo dispone. Los cónyuges son vicarios de la Gracia para los hijos, y están capacitados para actuar en el Nombre del SEÑOR. Un día DIOS le dio a Moisés una bendición para que se la entregase a su hermano Aarón y a sus dos hijos, sacerdotes (Cf. Nm 6,22-27). Aquella bendición prometía gracias muy especiales para el Pueblo, pues DIOS los bendeciría a través del ministerio de estos sacerdotes. En la Nueva Alianza todos los bautizados participamos del sacerdocio de JESUCRISTO, y los padres por el Sacramento del Matrimonio, de forma especial, tienen la misión o el deber de bendecir a sus hijos en el Nombre de DIOS: la Bendición Aarónica dice: “el SEÑOR te bendiga y te proteja. Ilumine su Rostro sobre ti, y te conceda su favor. El SEÑOR se fije en ti, y te conceda la Paz” (Cf. Nm 6,24-26). DIOS con su Paz quiere morar en el alma o la conciencia de cada uno de su hijos. Cuando la Paz del SEÑOR se experimenta o el Rostro de DIOS se hace familiar por su inmediata  Presencia, se construyen vidas y familias capaces de afrontar los desafíos e imprevistos. Muy mal tienen que ir las cosas para acarrear la maldición de una madre sobre sus hijos, salvo que aquella haya perdido la cabeza, por lo que ya no sería responsable de algo tan lamentable.

Padre y madre en desgracia

“No te gloríes en la deshonra de tu padre, que la deshonra de padre no es honra para ti; pues la gloria del hombre procede de la honra de su padre; y baldón de los hijos es la madre en decoro” (v. 10-11). Crece de forma vertiginosa el número de divorcios, porque la convivencia se hace difícil o imposible. En la sociedad judía de los tiempos del autor sagrado también se daban casos de divorcio, pero la familia y la unión conyugal eran tenida en alta estima. En cualquier época los más afectados por las disfunciones familiares son los hijos de corta edad. Se cumplen en este caso esas palabras: “castigo el pecado de los padres hasta la tercera y cuarta generación” (Cf. Dt 5,9). El SEÑOR tendrá Misericordia infinita para los que guardan su Alianza y caminan bajo sus preceptos. Los afectados por el pecado de los padres podrán reconducir su trayectoria, si el SEÑOR interviene transformando “lo escabroso en llano” (Cf. Is 42,16). Pero sabemos que es inevitable el daño sufrido por los hijos cuando los padres pierden el buen juicio y se alejan de  DIOS. Desde Caín y Abel (Cf. Gen 4,8) la convivencia entre los hermanos, las familias y los grupos humanos, no fue fácil: el cainismo ha estado presente en mayor o menor medida. Sólo la Gracia de DIOS puede rehabilitar al hombre dañado gravemente por el pecado de las envidias, rivalidades, celos, injurias, maledicencias, calumnias, improperios, increpaciones y agresiones. Ninguno de nosotros somos radicalmente bueno por naturaleza: el bien y el mal libran una batalla continua en el fuero interno y sólo la Gracia de DIOS puede moldear los corazones para alcanzar una convivencia fraterna. El hombre es bueno si DIOS lo hace bueno. El optimismo antropológico, por el que se piensa que tendemos siempre hacia el bien, es una imprudente falacia. La perfección ética y espiritual es una conquista, y tal cosa exige esfuerzo, paciencia y renuncia.

Dignidad del hombre

”Hijo, cuida de tu padre en la vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, no lo desprecies y sé indulgente.” (v.12-13). El valor del hombre, en último término, no lo confieren sus muchas capacidades, sino que el valor viene dado por su condición de “imagen y semejanza de DIOS” (Cf. Gen 1,26-27). Por otra parte, el padre y la madre han estado en el comienzo de cada una de las existencias de sus hijos colaborando de la manera más estrecha con DIOS en la propagación de la vida humana, que tiene un rango prioritario en el Plan Divino. En la decrepitud biológica de los que tenemos cerca tomamos conciencia con más lucidez de las palabras del Génesis: “del polvo de la tierra has sido tomado y al polvo volverás” (Cf. Gen 3,19): No obstante vienen al recuerdo las palabras de san Pablo, que nos marcan el horizonte de la eternidad unidos a JESUCRISTO, “el cual transformará nuestra condición presente en un cuerpo glorioso como el suyo, gracias a esa energía que posee para someterlo todo” ( Cf. Flp 3,21). El autor sagrado del libro del Eclesiástico carecía de la Revelación ofrecida por san Pablo, y por eso mismo se hace muy meritoria su admonición a la hora de cuidar en los últimos momentos a nuestros mayores, que en muchos casos dieron lo mejor de sus vidas por nosotros. Cuando llegue el momento de la propia muerte pesará en la balanza del juicio el bien realizado con los mayores, y se lo agradeceremos de modo especial, porque “el servicio hecho al padre no quedará en el olvido, y será para ti restauración en lugar de tus pecados” (v.14).

JESÚS crecía

En el tiempo de Navidad celebramos algo más que el nacimiento de JESÚS. Sería suficiente, eso nos bastaría como repite la oración judía Dayenu. El Ángel Gabriel viene a pedir el consentimiento de MARÍA para llevar a cabo la obra más grandiosa de DIOS: humillarse haciéndose criatura -hombre-. Esto cambia la Creación, aunque de modo aparente las cosas sigan igual. Con una cierta osadía también se puede decir que lo íntimo de DIOS también cambia inexplicablemente, porque el hombre JESÚS entra a formar parte de la TRINIDAD. La Segunda Persona, el HIJO, ahora no sólo es DIOS, sino que es hombre y pertenece a nuestra estirpe. Un óvulo fecundado por la acción del ESPÍRITU SANTO crecía en el seno de MARÍA, hasta que dio a luz en Belén, que significa “la casa del pan”; y el signo indicado por los Ángeles para reconocerlo fue encontrarlo envuelto en pañales dentro de un pesebre donde comían los animales. El SALVADOR no sólo viene a quitar los pecados del mundo (Cf. Jn1,29), sino que baja del Cielo para ser el nuevo alimento del mundo: “el PAN vivo que baja del Cielo y da la Vida al mundo” (Cf. Jn 6,51). JESÚS crecía, y a los ocho días lo circuncidaron (Cf. Lc 2,27). Después de cuarenta días fue presentado en el Templo, coincidiendo con el tiempo de la purificación prescrito para las que habían tenido un hijo. Finalizados estos ritos, la Sagrada Familia vuelve a Nazaret y el evangelista repite: “el NIÑO crecía y se fortalecía, llenándose de Sabiduría, y la Gracia DIOS estaba sobre ÉL” (Cf. Lc 2,40). Este breve sumario prepara el episodio siguiente vivido cuando JESÚS tenía doce años y se entrevista con los doctores de la Ley para reconocer su mayoría de edad moral, que le daba toda la responsabilidad sobre sus propios actos. Relativamente joven, JESÚS inicia su misión como MAESTRO, dándose a conocer, pero esto será a partir del domingo siguiente, en el que celebraremos el Bautismo del SEÑOR. Los años de infancia, adolescencia y juventud no fueron para JESÚS un tiempo vacío: la Gracia de DIOS lo acompañaba y lo estaba dotando de Sabiduría y afrontar su futura misión. DIOS tiene recursos propios que los utiliza cuando lo considera necesario. La ciencia adquirida por un buen número de santos no vino por los cauces habituales del estudio, la meditación y la oración, sino que el SEÑOR proveyó de otra forma la fuente de sus conocimientos. Por eso es inútil conducir a JESÚS a sitios extraños para justificar sus conocimientos y capacidades espirituales. En el entorno familiar de Nazaret, JESÚS recibió todo lo que el PADRE consideró necesario para su Misión Redentora.

Entre Belén y Jerusalén

El profeta Malaquías había dicho cinco siglos antes: “tú, Belén, no serás la más pequeña entre las ciudades de Juda, porque de ti saldrá el que va a gobernar Israel “ (Cf. Mq 5,1) Belén era el lugar de nacimiento del rey David, y por eso se le llama también ciudad de David (Cf. Lc 2,11). Jerusalén fue conquistada por David a los Jebuseos (Cf. 2Sm 5,6-9), y también a Jerusalén se le conoce como la ciudad de David. JESÚS en sus primeros días de vida en este mundo recorre el itinerario entre Belén y Jerusalén dando un nuevo valor a cada uno de ellos. Los cristianos cuando visitamos estos santos lugares lo hacemos pensando en lo que sucedió hace algo más de dos mil años en la vida de JESÚS. Por una parte, JESÚS pertenece a la estirpe de David y entra de lleno en el linaje humano; y por otra, JESÚS viene a heredar un trono como REY que se le pretenderá arrebatar, pero de hecho “no tendrá fin” (Cf. Lc 1,32-33). El grito de Bartimeo se oirá más de treinta años después cuando JESÚS suba por última vez, según el evangelio de Marcos, de Jericó a Jerusalén: “!JESÚS, Hijo de David, ten compasión de mí! (Cf. Mc 10,46-49). Belén es el silencio, la adoración y en gran medida será la expiación de unos mártires infantes inocentes, que profetizarán la muerte del REY (Cf. Mt 2,16-18). La Bestia quiere acabar con la MUJER y con el NIÑO, pero ambos se le escapan, porque el NIÑO, ya adulto, un día será levantado al Cielo (Cf. Ap 12,4-6). Pero la tragedia sigue escribiéndose todavía en las vidas de los hijos de la Iglesia perseguidos por el Dragón satánico (Cf. Ap 12,17). Algo de esto vaticinará el anciano Simeón a la VIRGEN MARÍA y san José.

Primera subida al Templo

JESÚS a las pocas semanas de su nacimiento es llevado por sus padres al Templo de Jerusalén para ser presentado ante el SEÑOR del Pueblo elegido. JESÚS es “el PRIMOGÉNITO de toda criatura, ÉL es el primero en todo” (Cf. Col 1,15-18): Estaba escrito: “ el Monte Síon será mi morada, aquí pondré mi trono, aquí viviré porque la deseo” (Cf. Slm 132,  13-14). Otro Salmo  profetizará: “portones alzad los dinteles, va a entrar el REY de la Gloria” (Cf.  Slm 23,7). El NIÑO con cuarenta días, en brazos de su MADRE no pasa desapercibido para las almas santas, que tienen ojos para ver más allá de las apariencias. Los primogénitos de todas las familias tienen que ser presentados al SEÑOR y rescatados mediante una ofrenda ajustada a sus recursos. En este caso el rescatado es nuestro RESCATADOR ante el PADRE, aunque MARÍA y san José presenten la ofrenda de los pobres: dos tórtolas, o dos pichones, pues no se especifica en este caso. Los sacerdotes que realizaron la ofrenda por el NIÑO estuvieron ajenos a la condición de aquel PRIMOGÉNITO, pero movido por el ESPÍRITU SANTO un anciano iba al Templo todos los días por aquellas fechas y miraba entre los que entraban y salían si aparecía el MESÍAS del SEÑOR. Este hombre bueno y santo era el anciano Simeón. El texto nos dice: “este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el ESPÍRITU SANTO” (v.25) Los profetas dejaron siempre la puerta abierta a una intervención de DIOS a favor de su Pueblo, independientemente de la fidelidad de este a la Ley. Por su cuenta DIOS manifestaría su Poder y Misericordia; y el anciano Simeón presentía que la consolación del Pueblo estaba cerca: el MESÍAS estaba a las puertas. La Esperanza de Simeón tenía el contenido debido: el anciano esperaba al MESÍAS de DIOS. La Esperanza cristiana no se basa en el cambio de las estructuras políticas y sociales. En todo caso los cambios sociales vendrán de la elevación de las conciencias ungidas por la acción del ESPÍRITU SANTO.

Un profeta anónimo

Simeón profetiza sobre el NIÑO con la clarividencia de los grandes profetas anteriores; pero sólo san Lucas lo refiere, perdiéndose, de no ser así, en el anonimato. Lejos de Simeón la intención de salir del grupo de los “pobres de YAHVEH”, pero su testimonio es necesario para añadir elementos de juicio al modo que DIOS tiene de proceder. Los poderosos de este mundo no recibieron la Revelación en primer término, y cuando tuvieron oportunidad de discernir procedieron a rechazar al UNGIDO del SEÑOR. En el gran Templo de Jerusalén, mejorado arquitectónicamente por Herodes el Grande hasta convertirlo en la obra más importante del Imperio Romano, tan sólo dos personas reconocieron al MESÍAS: el anciano Simeón y la profetisa Ana de Fanuel.

La Salvación viene de los judíos

San Pablo advertirá a los gentiles, que “la Salvación de la que ellos son beneficiarios viene de los judíos” (Cf. Jn 4,22; Rm 11,25-27). El anciano Simeón toma al NIÑO en sus brazos y con toda la inspiración de tener tan próximo al MESÍAS declara: “ahora, SEÑOR, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto tu SALVADOR, a quien has presentado ante todos los pueblos; LUZ para alumbrar a las naciones y Gloria de tu Pueblo, Israel” (v.32). DIOS cumple sus promesas, y el anciano Simeón no sólo vio al SALVADOR, sino que pudo estrecharlo entre sus nobles brazos y sostener al que dispone de todo Poder y Fuerza en este mundo y en el otro. Simeón declara tener en sus brazos al que es LUZ de las naciones y al que es la Gloria del Nuevo Templo de DIOS, del Israel renovado. Por unos instantes el VERBO que se hizo carne (Cf. Jn 1,14) se reveló al anciano Simeón que contempló su Gloria, como de HIJO único del PADRE, lleno de Gracia y de Verdad (Cf.  Jn 1,14). El anciano Simeón desaparecerá de la escena y no volverá a ser mencionado, pero es una de las almas grandes del Nuevo Testamento y atestiguan con san Juan en su primera carta: “os transmitimos lo que hemos visto, oído y palpado del VERBO de la vida, porque la Vida se nos ha manifestado, eso es lo que os transmitimos” (Cf. 1Jn,1-3). Algún personaje bíblico aparece una sola vez y su memoria permanece con especial significación como es el caso de Melquisedec (Cf. Gen 14,18). Melquisedec será tomado como el anticipo del rito al que será asociado el sacerdocio de aquel NIÑO ahora en brazos del anciano Simeón. Todavía este anciano y profeta definirá el futuro del NIÑO y dará un anuncio específico a la MADRE, que junto a san José se admiraban de lo que se estaba diciendo del NIÑO (v.33).

Bendición de Simeón

La Sagrada Familia, allí en el Templo, encuentran a un ministro de la bendición de DIOS en el anciano Simeón. DIOS se complace en aquel anciano bueno y justo, que supo esperar la llegada de la Gracia y reconocerla. El anciano Simeón fue bendecido de modo especial por DIOS, y él mismo se convierte en instrumento de bendición, en este caso para la Sagrada Familia. Una sociedad muy diferente tendríamos, si surgiesen personas mayores, entradas en años, con la correspondiente madurez espiritual. El anciano Simeón sabe del NIÑO-MESÍAS: “este NIÑO está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción; y a ti una espada te traspasará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones” (v.34-35). De forma muy esquemática el anciano Simeón les anuncia el cumplimiento en aquel NIÑO de las profecías referidas al Siervo de YAHVEH recogidas en el profeta Isaías. Muchas obras realizará aquel NIÑO, pero la transformación y regeneración de la humanidad pasa por la conversión de los corazones al SEÑOR. La batalla será espiritual: este MESÍAS no estará al frente de imperio alguno o de grandes ejércitos. ÉL dará el ESPÍRITU SANTO, que “amonestará al mundo sobre el pecado, la Justicia y el Juicio”  como nos dice el evangelio de san Juan (Cf. Jn 16,8). De manera permanente el ESPÍRITU SANTO vendrá a iluminar las conciencias sobre una triple realidad, que es absolutamente necesaria para su transformación: el pecado es una realidad que el hombre deliberadamente comete contra lo mandado por DIOS en la Ley Natural y en su Revelación; sin arrepentimiento no se produce el perdón, que sólo viene por JESÚS, entregando su vida para otorgar ese perdón de forma incondicional; y el tercer aspecto radica en la clara conciencia de las fuerzas satánicas que están en retirada, pero todavía disponen de una gran capacidad para originar grandes males a los hombres. Este tipo de mesianismo no gustará a muchos, y cada época mostrará el grupo de descontentos. MARÍA verá cumplido el anuncio del anciano Simeón, y ciertamente una espada de dolor le traspasará el alma, porque se le pedirá aceptar la ofrenda de su NIÑO ya adulto; y no será dos tórtolas, sino ÉL mismo en perfecto holocausto para el perdón de los pecados del mundo y manifestación de la Misericordia de DIOS para todos los hombres arrepentidos.

San Pablo, carta a los Colosenses 3,12-21

Este capítulo tercero constituye por si mismo un verdadero programa espiritual aplicable a la familia y a cada persona en particular. Comienza el Apóstol diciéndonos, que “busquemos los bienes de allá arriba” (v.1). Una vez que hemos sido levantados -resucitados con CRISTO- de la postración de una vida pasada en la zozobra y la incertidumbre, debemos fijar la mirada en las cosas de arriba donde ahora mora CRISTO sentado a la derecha del PADRE (v.1c). Nuestra vida de cristianos ya no nos pertenece, pues por el Bautismo es de CRISTO que nos rescató con su sangre. Valemos la entrega de JESÚS en la Cruz cada uno individualmente. El Apóstol tiene unas palabras para que nos alejemos del pecado del pasado, de la vida anterior fornicación, codicia, malos deseos, supersticiones, idolatrías, adivinación, nigromancia o cualquier género de mal. Como si de elementos tóxicos se tratase, así debemos depurarnos de todo elemento nocivo y evitar que vuelvan de nuevo a nuestro torrente sanguíneo.

Revestíos

San Pablo utiliza con frecuencia este término para indicar el nacimiento a una nueva condición personal: revestíos. El nuevo revestimiento tiene que ser constituido por los dones de la Gracia: virtudes teologales, virtudes en sentido amplio, dones del ESPÍRITU SANTO, y distintos carismas para el servicio de la comunidad y crecimiento en santidad. El ejercicio de hábitos morales y espirituales tiene un valor sustituto en un principio, y restaurador en segundo término, que  ofrece  el resultado. El hábito de la mentira se corrige con el hábito de la verdad; el hábito de la peraza -pecado capital- se ahoga con el hábito de la diligencia o la prontitud en el ejercicio del bien a los otros. En todo hábito encaminado a la formación de la virtud ha de estar presente la Gracia para fortalecer la inteligencia y la voluntad y conseguir el objetivo.

Virtud entrañable

La nueva virtud ha de estar enraizada en el corazón del creyente: una segunda naturaleza debe surgir. “Revestíos de entrañas de Misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia; soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro, como el SEÑOR os ha perdonado” (v.12-13). La convivencia se hace difícil, y sólo la capacidad de perdón la lleva a buen puerto. Un estrecho círculo de convivencia resalta las inconveniencias y los defectos, que afloran inevitablemente. Comunidad religiosa, comunidad familiar, comunidad parroquial o cualquier otro grupo reducido es una prueba de fuego para la idoneidad de las personas. Claridad en el juicio personal y transparencia hacia los otros nacen de un buen discernimiento, que el Apóstol remite al perdón dado por JESUCRISTO. Antes de enjuiciar o condenar debemos considerar que el SEÑOR nos ha perdonado y perdona tantas veces como sea necesario. Esta ley del perdón es una máxima de la que no se puede prescindir dentro de la convivencia. Pero san Pablo señala el paso siguiente al perdón: “por encima de todo esto, revestíos del Amor, que es el vínculo de la perfección” (v.14) Las mejores páginas del Nuevo Testamento están dedicadas a tratar directamente sobre el Amor a los hermanos, que depende siempre del Amor a DIOS (Cf. Jn 13,15 y 21; 1Cor 13; 1Jn). Han quedado en nuestra memoria de forma  muy viva las parábolas de la Misericordia de san Lucas (Cf. Lc 15), y la del Buen Samaritano” (Cf. Lc 10,30ss). Los sinópticos recogen la respuesta de JESÚS a los escribas y fariseos sobre el mandamiento principal de la Ley, el Amor a DIOS y al prójimo (Cf. Mt 22,37-39; Mc 12,29-31; Lc 10,27).

Comunidad litúrgica

La comunidad reunida lo hace alrededor de la Palabra. La familia como comunidad cristiana debería poner en el centro de su convivencia también la Palabra leída y meditada. En este sentido, la comunidad familiar se convierte en una comunidad litúrgica, que ora y escucha la Palabra. Dice el Apóstol: “la Palabra de DIOS habite entre vosotros en toda su riqueza, enseñaos unos a otros con toda Sabiduría; corregíos mutuamente. Cantad agradecidos himnos y cánticos inspirados” (v.15-16). La forma solemne de presentar o exponer la Palabra es un acto de reconocimiento y adoración al SEÑOR que se revela a través de la Escritura. En el círculo familiar, sólo es necesario el respeto debido al ponernos en la Presencia del SEÑOR que nos sostiene y preside. En ese ambiente de escucha de la Palabra y oración, la Presencia del SEÑOR nos visita y saluda con su Paz como a los discípulos en el Cenáculo (Cf. Jn 20,19-21). Las cosas se facilitan cuando la Presencia del SEÑOR tiene un espacio bien definido en medio de nosotros. El canto inspirado es un signo audible de la victoria de JESUCRISTO vivo y Resucitado en medio de nosotros. Esta es una gracia que se debiera valorar cuando se produce en la comunidad reunida. Un objetivo central de nuestras reuniones debería estar en la experiencia o constatación de la Presencia viva del SEÑOR que nos ha convocado. Si tal cosa sucede, la vida comunitaria se mantendrá, de lo contrario se irá apagando, y durará el tiempo que la experiencia particular sea testigo del hecho. No hay comunidad cristiana sin JESÚS en el centro de la misma.

Comparte: