La experiencia espiritual

Mons. Hipólito Reyes Larios
Mons. Hipólito Reyes Larios

En este día, 28 de febrero de 2021, celebramos el Segundo Domingo de Cuaresma, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica.

La Transfiguración. El pasaje evangélico de hoy es de San Marcos (9, 2-10): “Jesús tomó aparte a Pedro, Santiago y Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro le dijo a Jesús: -Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados. Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: ‘Este es mi Hijo amado; escúchenlo’. En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos”.

El significado. A partir de que Pedro confesó que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, el Maestro comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía subir a Jerusalén para sufrir, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro rechazó este anuncio y los demás discípulos no lo comprendieron. En la Transfiguración, Jesús muestra su gloria divina, confirma la confesión de Pedro y manifiesta que para entrar en su gloria es necesario morir en la cruz en Jerusalén. Moisés y Elías vieron la gloria de Dios en el Monte Sinaí y la Ley y los Profetas anunciaron los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre y por eso el Hijo es el Siervo sufriente de Dios, profetizado por Isaías. “En la Transfiguración de Jesús aparece completa la Trinidad divina: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre Jesús, el Espíritu Santo en la nube luminosa” (Tomás de Aquino). La liturgia bizantina dice: “Tú te has transfigurado en la montaña y tus discípulos, en la medida que eran capaces, han contemplado tu gloria, oh Cristo Dios, a fin de que cuando te vieran crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre” (CEC 554-555). La Transfiguración es una visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo: “Quien transfigurará nuestro cuerpo miserable en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3, 21). Pero: “Es necesario que suframos tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22).

La experiencia espiritual. El texto evangélico prosigue:

“Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de “resucitar de entre los muertos”. Algunas veces, en la oración personal o en algún retiro espiritual sentimos la presencia de Dios con un gozo extraordinario que nos acerca a él y nos motiva a cambiar de vida. Estas experiencias religiosas intensas son muy valiosas pues despiertan e iluminan nuestra fe, aunque esos sentimientos extraordinarios no sean permanentes en el tiempo. El amor cristiano consiste en ser fieles a Jesús, hacerlo presente entre las personas e implantar su justicia en la sociedad. La emoción espiritual debe dar lugar a una fe renovada y activa a través de la vida. Algo semejante experimentaron Pedro, Santiago y Juan como testigos de la Transfiguración: “Les hemos enseñado cosas referentes al poder y a la Venida de nuestro Señor Jesucristo y les hemos hablado después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad. Él recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: ‘Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco’. Nosotros mismos escuchamos esta voz, venida del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo” (2Pe 1, 16-18). “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida, es lo que anunciamos (1Jn 1,1).

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