Dios llama a las personas a entrar en comunión con él, a quienes lo reconocen y lo han aceptado en sus vidas, aunque, en ocasiones, el yugo de las pasiones las hace errar. Es preciso volver a Dios y esto implica rectificar la conducta, cambiar el corazón, hacer marcha atrás, volverse uno sobre nuestros pasos y buscar una experiencia de Dios que nos conduzca a la conversión.
La conversión es un proceso que abarca toda la vida, mediante el cual el Espíritu Santo atrae a la persona a volver siempre al verdadero fundamento, que es Cristo. La experiencia de Dios es una vivencia de fe que implica la percepción de un acercamiento a lo divino, es considerarse un alma pequeña que solo depende de Dios, tratando diariamente de renunciar a uno mismo. Dios no puede inspirar deseos irracionales, por eso es posible, a pesar de la fragilidad propia, llegar a ser agradable a sus ojos, ese es mi mayor anhelo, sin embargo, debemos soportarnos tal y como somos, con todas las imperfecciones y con el deseo de encontrar un ascenso para elevar el alma a Dios, al tratar de mantener una relación de amor con Jesús. Él nos hace experimentar una vivencia en la oración sin igual difícil de expresar; es como una unión en medio del dolor de lo que soy con la alegría de lo que Él es, o como un camino que conduce a la libertad cuando comienzo mi viaje en busca del ser amado. El camino tiene ascensos y descensos, pero justo en estas adversidades el alma se libera de sí misma al humillarse y considerarse nada, en un estado de despojo, de desprendimiento de sí. Camino hasta alcanzar una cima donde tal parece que el camino se ha acabado, pero en realidad apenas empieza la experiencia de Dios; la cruz es mi aliada en ese momento, me poso en ella, es una aventura apasionada, por ello, mi alma permanece cerca.
Al verme colmado en nada, regreso y sé que la experiencia de Dios ha marcado toda mi vida. Al volver en sí es cuando se asume el reto de continuar con la vida en la praxis cotidiana de ser un hombre de experiencia de Dios y de vivir en las realidades temporales. Las preocupaciones de la vida son inútiles porque Dios es misericordioso y atiende la vida de cada uno; abandónate plenamente en sus brazos, camina con alegría y con un corazón sincero y, cuando no puedas, no te olvides de caminar nuevamente hacia Dios.
No cabe duda de que la experiencia de Dios lleva a la conversión profunda, a un cambio, a una entrega hacia los demás, porque ella despierta al “Dios que llevas dentro”. Así potencias al máximo la generosa entrega, por lo tanto, no habrá conversión sin la experiencia de Dios, ya que ella entraña un cambio de corazón, un cambio de mentalidad y un cambio de comportamiento. El encuentro con Dios es una experiencia espiritual que implica reconocerlo en la vida y en los demás.