La esperanza parece “una cosita de nada”, pero provoca que Dios mismo no salga de su asombro

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

La palabra de Dios comienza a preparar nuestro corazón e incrementar nuestro deseo de recibir a Jesús en la fiesta de Navidad. Pronto llegará este acontecimiento del nacimiento de nuestro Salvador. Necesitamos una caricia de Dios; sólo el Señor sabe cuánto la añoramos y necesitamos después de una temporada realmente complicada y desgastante, en distintos órdenes de la vida.

Cuánta falta nos hace un acompañamiento espiritual con las características del adviento que viene a levantar el ánimo y generar esperanza, ante las cargas y pronósticos desfavorables que han caído sobre nuestros hombros por la pobreza, la crisis económica, la corrupción política, la imposición ideológica, la inseguridad y la violencia.

Ante un panorama tan complejo como este, nuestras autoridades han continuado con una agenda contrapuesta a la verdad y la realidad y, al margen del sufrimiento y la pobreza de nuestro pueblo, siguen promoviendo la polarización y aferrándose al poder y a la imagen, a pesar de las urgencias y las emergencias sociales.

Frente a esta realidad desafiante que va generando cansancio y desaliento, necesitamos el anuncio y los signos del adviento que despiertan la esperanza, esa virtud que parece una cosita de nada pero que provoca que Dios mismo no salga de su asombro por lo que puede provocar en la vida del hombre, como dice Charles Péguy:

“Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, me extraña hasta a mí mismo… que estos pobres hijos vean cómo marchan las cosas y que crean que mañana irá todo mejor, eso sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia.

Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza, y no salgo de mi asombro. Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada, esta pequeña niña esperanza, inmortal… Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis creaturas, mis hijas, mis niñas, son como mis otras creaturas de la raza de los hombres: la fe es una esposa fiel, la caridad es una madre… Y la esperanza es una niñita de nada…

Y sin embargo esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, la niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras virtudes, ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos…

Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, va la pequeña esperanza, y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero y la que le arrastra”.

En su inocencia, fragilidad y pequeñez está su grandeza y su capacidad de empujarnos adelante y de hacer posible que no nos paralicen las situaciones más graves que podamos enfrentar. Hasta el mismo Dios, como señala Péguy, se asombra de su creación y de lo que es capaz de lograr en el hombre esta “niñita de nada”.

Siendo una virtud tan noble y delicada, no reparamos en su fortaleza y en el carácter revolucionario que tiene la esperanza que es capaz de sacudirnos de nuestro desánimo y ponernos en movimiento, a pesar de todas las adversidades.

Decía Václav Havel que: “Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. No se trata solamente de pensar positivo y de luchar contra el pesimismo que nos invade ante la descomposición y el estado actual de las cosas.

No es sólo un pensamiento positivo para no bloquearnos en las posibilidades de superación. No se trata simplemente de adornar la vida con frases estimulantes pero vacías de contenido. La verdadera esperanza no desconoce la realidad, incluso los peligros y el dramatismo de la vida.

Henri Nouwen lo explicaba de esta manera: “La esperanza no tiene nada que ver con el optimismo. Muchos piensan que la esperanza es el optimismo, el mirar el lado positivo de la vida. Pero Jesús nunca dice nada parecido… Jesús está diciendo que el mundo es oscuro y seguirá siéndolo… La esperanza es abrirnos para dejar que Dios realice su obra en nosotros de formas que superan cuanto podemos imaginar… Esto es la esperanza: que Dios te lleve a lugares nuevos”.

Por eso anhelamos un tiempo que nos forme y nos forje en la esperanza cristiana, ahora que el pesimismo ha cerrado todos los caminos. Necesitamos el calor del adviento que no sólo es un anuncio, sino una presencia que se va apoderando de nosotros en la medida que nos dejamos atrapar por este mensaje que va sembrando a su paso la esperanza.

Necesitamos también las voces y los personajes del adviento que son hombres y mujeres de esperanza, que fueron alcanzados por la niña esperanza para sostener la bondad, así como los sueños y las ilusiones de los demás. Necesitamos de estas voces autorizadas y sutiles, de estas voces proféticas y amables al mismo tiempo, de estas voces que no sólo anuncian tiempos nuevos, sino que emocionan y encienden el corazón al percibir su proximidad.

Cuánto necesitamos del acompañamiento que en este tiempo de adviento nos ofrecen Juan el Bautista, la Santísima Virgen María y el profeta Isaías. Las voces y los gritos de los acontecimientos dramáticos que han caído sobre nosotros han generado desesperanza; nos han saturado de una visión horizontal; nos han encapsulado en una mirada pesimista; han eclipsado nuestra mirada y nos han hecho olvidar el designio de Dios, que los personajes del adviento nos vienen a recordar.

San Agustín, por su parte, sostenía: “La esperanza tiene dos bellas hijas. Sus nombres son enojo y valor; enojo por cómo están las cosas, y valor para asegurarse de que no sigan como están”.

No nos dejemos robar la esperanza. Perder la esperanza es quedarse sin esa mirada que nos hace contemplar en el horizonte esa luz que a corta distancia no se puede percibir por la oscuridad, la frialdad y la crudeza de los acontecimientos.

El tiempo de adviento viene a meternos en una corriente de gracia para dejar que Dios realice su obra en nosotros de formas que superan cuanto podemos imaginar. José Luis Restán señala en la existencia de la Iglesia una de las pruebas contundentes para reconocer el poder de la esperanza:

“El motivo verdadero para una mirada de esperanza consiste sencillamente en que la Iglesia existe. Lo más natural desde un punto de vista analítico sería que hubiese desaparecido hace tiempo, como reconoce el sociólogo francés agnóstico Dominique Wolton. Y sin embargo, él mismo se sorprende de que esté: ha llegado hasta aquí a través de persecuciones y traiciones, atravesando crisis incontables y asomándose una y otra vez al precipicio. Que la Iglesia exista hoy significa, frente a cualquier escepticismo (incluido el de los propios cristianos), que el Señor cumple su promesa”.

Por eso, cuando pienses que no tienes fe, no pierdas el tiempo culpabilizándote y lastimándote por ello. Pídela al Señor. Cuando pienses que no tienes esperanza, no pierdas el tiempo fingiendo que eres optimista y positivo, pídela al Señor. Cuando pienses que no tienes amor, no pierdas el tiempo con imitaciones baratas o tratando de ser simpático, pídelo al Señor. Y, en esta petición, tener en cuenta a la Virgen María, como reflexiona el papa Francisco:

“María es el arca segura en medio del diluvio. No serán las ideas o la tecnología lo que nos dará consuelo y esperanza, sino el rostro de la Madre, sus manos que acarician la vida, su manto que nos protege”.

Al vivir nuestra fe durante este tiempo esperamos que el Niño Jesús y la Virgen María traigan también el renacimiento de la esperanza en todas las familias, para que siempre aguardemos con expectativa la llegada del Señor a nuestra historia. “No sabemos cuándo, no sabemos cómo, pero sí estamos seguros de con quién vendrá la salvación”. Esta es la esperanza. Esta es nuestra fuerza y convicción más profunda.

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