La lectura del profeta Isaías está colocada a la mitad del primer periodo del tiempo de Adviento, el tiempo de espera, una espera con una perspectiva positiva.
En primer lugar, la lectura hace referencia al origen; el texto dice que brotará un renuevo del tronco de Jesé, y este era un tronco seco… es decir, ahí donde ya no hay vida, ahí donde sólo existe muerte, ya no hay nada que esperar; no obstante, justo desde ahí puede brotar la más grande esperanza; y eso, en medio del tiempo de la gran espera, la lectura nos recuerda una realidad que no debemos olvidar: Dios es poderoso y hace milagros, es creador y puede eliminar la oscuridad creando luz, hace surgir vida desde la esterilidad, porque Dios es el origen de todo y, como cristianos, estamos llamados a recordar nuestro propio origen, somos creaturas de Dios, hijos suyos por Cristo, hijos de nuestra propia historia, de la herencia de nuestros padres; a través de ellos Dios también nos habla y nos guía, así es que también se trata de un llamado a voltear la mirada ahí donde surgimos, de dónde venimos y de donde está nuestro origen.
En segundo lugar vamos reflexionar sobre la esperanza en Cristo, el hombre-Dios sobre el que asentamos nuestra fe. Aquel que nos ha dado nuestro Redención y Salvación, sobre Él se ha posado el Espíritu de Dios y desde ahí comparte su sabiduría, su fuerza y su amor; hace justicia a los pobres, porque la sabiduría de Dios va más allá de lo que refleja nuestra imagen, traspasa nuestro color de piel y nuestras ideologías; no hay peso que incline la balanza de aquello que dicen los que nos aman, como tampoco aquello que vociferan los que nos repudian. Dios ve nuestros hechos y también nuestras intenciones y, como cristianos estamos llamados a ello, a reconocer el lugar de Cristo, el único que puede juzgar; a saber nuestro lugar, que es el de ser solidarios, para sacar a los demás de la ignorancia y la pobreza o ser sacados de esas mismas situaciones; es por ello que lo mejor que podemos esperar de Jesús es su misericordia y su perdón, si realmente estamos arrepentidos, reconocemos nuestros males y nos disponemos a cambiar.
En tercer lugar vamos a reflexionar sobre los frutos. Los malos actos siempre llevarán a la violencia y a la muerte; así es que ahí donde abunda el caos, el conflicto, la polarización y los problemas, se debe a que tiene como causa hechos y conductas negativas, intenciones malvadas y nefastas. No obstante, desde la obra de Jesucristo, será posible la paz, incluso entre aquellos que parecen enemigos dentro de una cadena alimenticia; porque la paz de Cristo da al mundo y al universo equilibrio, sacia hambres y mitiga instintos, de tal modo que no habrá daños directos ni indirectos en la creación; porque la paz verdadera es conciliadora y restaurativa. De ese modo, el cristiano está llamado a valorar su propia vida desde esta Palabra en todos los ámbitos y a reflexionar hasta qué punto somos agentes de paz y unidad o elementos de discordia y toxicidad. El peso de nuestra vida estará marcado por nuestras buenas obras o por nuestras malas acciones, nuestro desinterés por el que necesita o por nuestra solidaridad para con el pobre, el enfermo o el no letrado. Tú ¿qué necesitas cambiar de tu vida? ¿Cómo vivir las obras de misericordia en este Adviento?