La educación ideológica priva al niño del descubrimiento fascinante de la verdad

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

El niño siempre se cuestiona sobre las cosas y de hecho no podríamos vivir sin la inquietante y desafiante profundidad de sus preguntas. El niño tiene una especial sensibilidad para fascinarse con el conocimiento y el descubrimiento de las cosas del mundo. No es solo su inquietud de conocer y tener una explicación de aquello de lo que pregunta, sino que su apertura y confianza lo llevan a plantear preguntas a los demás.

El niño no se propone dejar en ridículo a los demás cuando no saben responder a sus preguntas; su propósito no es desenmascarar la ignorancia de los mayores. La necesidad de conocer llega como el hambre y por eso tampoco se fija si está con la persona indicada y capacitada para responder a sus preguntas.

El niño pregunta porque tiene necesidad de saber, porque está preparado para sorprenderse, porque lo desborda su alma, porque tiene hambre de verdad.

No es lo mismo decir que no sabe, que decir que está preparado y ansioso para fascinarse con los misterios de la vida. Conocer, para el niño, no es una tarea fatigosa, sino una aventura inquietante. Por eso, su actitud nos revela esa característica esencial del ser humano que se cuestiona, que quiere conocer y que tiene hambre de verdad.

Lamentablemente las ideologías han venido atrofiando esta capacidad del ser humano que deja de preguntarse y de admirarse de las cosas de la vida. En vez de la apertura y la confianza para conocer, las cuales lleva en su alma, comienza a cerrarse y a desconfiar de todo lo que ha recibido. Y dejando de ver las cosas como un don, pierde la capacidad de admiración, de búsqueda y de gratitud.

En nuestros tiempos asistimos al colapso de la capacidad racional que ya no se atreve a preguntar por la verdad, mucho menos a defenderla y a dar la vida por ella. De esta forma marchitamos el alma de los niños que por naturaleza quieren saber y sorprenderse del mundo en el que viven, y cerramos los horizontes de los jóvenes que quieren por naturaleza conquistar la cima y por eso no solo buscan razones para vivir, sino razones para dar la vida.

Esta es una de las alarmas que se prenden con los libros de texto que afectan la búsqueda inquietante y fascinante de la verdad, al imponer una visión y una interpretación ideologizada que priva al niño de ese encuentro vibrante con la verdad, para el que su alma está preparada.

Decía el escritor Cormac McCarthy: “No soy alguien que duda. Pero soy uno que hace preguntas. ¿Y qué diferencia hay? A mi parecer quien hace preguntas quiere la verdad. Mientras el que duda quiere escuchar que la verdad no existe”.

Es de gente sensata y bien intencionada preguntar, así como tener apertura y confianza para llegar a conocer profundamente las diversas situaciones que, en un primer momento, no llegamos a comprender y permanecen veladas para nosotros.

Las preguntas reflejan la humildad y la necesidad de ser ayudados en lo que no sabemos, o en lo que nos cuesta aceptar. También hay preguntas capciosas y mal intencionadas que cuando se plantean no esperan una respuesta, sino que de suyo reflejan una posición ante la vida, muchas veces sesgada e ideológica, al haber renunciado a pensar y dejar sorprenderse por los misterios de la vida.

Puede ser que nos pasemos la vida planteando preguntas verdaderas, pero en el fondo queremos solo encontrar la manera de tener la razón y no tanto de acoger la verdad, como lo plantea con gran notoriedad el físico, poeta y ensayista español David Jou Mirabent:

Preguntas

Algunas respuestas son el opio de las preguntas:
las hacen callar, las adormecen y las matan.
Me han gustado las respuestas que no eran un punto final,
sino un impulso hacia más preguntas,
respuestas luminosas a preguntas fértiles.
Que Dios sea una pregunta más grande
que ninguna de las respuestas que he sabido
nunca me ha molestado.

Como cristianos, y especialmente en estos tiempos de relativismo moral e ideologías, debemos dignificar la razón y buscar la verdad, para abrirnos a la luz que disipe la oscuridad que está cayendo sobre nuestra nación.

Si le preguntamos a las ideologías y a las tendencias políticas, nos darán por nuestro lado, acentuarán el libertinaje y no nos ayudarán a trascender. No hay que preguntar a la persona menos indicada que llega incluso a aplaudir nuestros excesos y malas decisiones.

En un tiempo de violencia, de seria confrontación, de polarización ideológica y de graves tensiones, necesitamos ser confirmados en el bien y en la verdad, para saber qué tenemos que hacer, en orden a orientar mejor nuestra vida y potenciar lo más humano de nuestra existencia.

Uno puede tener su propia opinión y su criterio, pero es de sabios aprender a preguntar y abrirnos a la verdad, para no ir con quien te dará por tu lado y consentirá tu reacción mezquina, egoísta y visceral, sino con quien te propondrá un camino más elevado que enaltezca tu dignidad humana.

Que nadie quite a los niños esta capacidad de hacer preguntas, imponiendo respuestas contrarias a la ciencia, a la fundamentación racional y al sentido común. Necesitamos conservar, como los niños, la apertura y la confianza para aclarar las cosas e iluminar los acontecimientos, a fin de cimentar nuestra vida y la vida de nuestra sociedad sobre fundamentos sólidos.

No permitamos que se afecte esta capacidad natural que tienen los niños de hacer preguntas y se impongan respuestas irracionales, ideológicas y tendenciosas que repercuten seriamente en el alma de la niñez. Decía Chesterton: “La ciencia no debe imponer ninguna filosofía, como un teléfono no debe decirnos de qué debemos hablar”.

No tengamos miedo a la verdad, pues “la verdad nos hará libres”. Platón llegó a escribir: “Podemos perdonar fácilmente a un niño que tiene miedo a la oscuridad; la verdadera tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo a la luz”.

Que los padres de familia y los maestros no dejen de incentivar esta capacidad natural de los niños y que los cuiden en estos tiempos de imposiciones ideológicas. No olviden, como decía San José de Calasanz que: “Los que se dedican a instruir a los niños ejercen una función muy parecida a la de sus ángeles custodios”.

Tomemos conciencia de los signos preocupantes de descomposición social que hay en nuestra sociedad para que no agudicemos esta situación, comprometiendo el desarrollo y la identidad de las futuras generaciones.

Estos días de las fiestas patrias nos confirman en el amor a nuestro país. Que convencidos de la belleza de nuestro país y del amor que le profesamos, nos comprometamos para revertir todos los signos de muerte y para preservar a la niñez.

México sigue siendo un país hermoso que nos inspira. Sin embargo, no lo orillemos al precipicio, como lo ilustra magistralmente este poema del P. Federico Escobedo, quien le dedicó también versos sublimes a San Rafael Guízar Valencia.

TATEMPANCHOCANI

Todo en la natura es simbolismo.
Hay de Puebla en la sierra encantadora
una a que el indio llama “Flor que llora,
flor que llora colgada en el abismo”.
Perfecta analogía
encuentro en ella con la Patria Mía,
y el hado adverso me parece el mismo;
México es una flor encantadora,
pero… ¡ay! Es flor que llora,
flor que llora colgada en el abismo!

Comparte: