La Divina Misericordia

Hechos 4,32-35 | Salmo 117 | 1Juan 5,1-6 | Juan 20,19-31

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

En el año dos mil, el treinta de abril, san Juan Pablo II canonizó a santa Faustina Kowalska y propuso el segundo domingo de Pascua como día de la Divina Misericordia. De forma repetida el SEÑOR en las revelaciones privadas a santa Faustina le indicó que hiciese saber este deseo suyo a las autoridades eclesiásticas. Santa Faustina (1905-1938) vivió los últimos años de su vida en el convento de las Hermanas de la Madre de la Misericordia (LagiewniKi) en Cracovia, ciudad de la que en su día fue obispo san Juan Pablo II. El diario espiritual de santa Faustina y el examen de su vida la acreditan como una gran mística que supo llevar pruebas, humillaciones y cruces de distinta índole. Las gracias especiales que recibió santa Faustina fueron regalos del Cielo acompañados de la vertiente del dolor y el sufrimiento, que acompañan para evitar el grave peligro del orgullo espiritual. En el silencio del claustro nace la gran devoción de la Divina Misericordia que se extiende por todo el mundo. Otros santos propusieron esta línea de acercamiento al SEÑOR como santa Margarita María de Alacoque (1647-1673). También, muy joven con veinticinco años, esta religiosa de clausura recibió las promesas de la práctica de los nueve primeros viernes de mes en reparación al Sagrado Corazón de JESÚS, y le fueron dadas bendiciones y gracias similares, que a la devoción a la Divina Misericordia de santa Faustina. Ambas revelaciones se complementan y muestran el verdadero núcleo del mensaje de JESÚS. Algunos tienen reparo en cargar las tintas sobre la Divina Misericordia, como si representase una puerta tramposa para dormir conciencias. Algunos dicen que JESÚS ha mencionado más veces el infierno en la predicación que el Cielo. Triste conclusión, que denota atender escasamente a las palabras y significado de las mismas a lo largo de los evangelios. Como toda revelación privada que se precie de ser auténtica no viene a enmendar la plana al Evangelio, y lo transmitido por el SEÑOR a santa Faustina sigue ese mismo principio. La predicación de JESÚS según lo recogido por los evangelios supera las promesas dadas a cualquier santo a lo largo de la Historia de la Iglesia, porque los términos en los que JESÚS se manifiesta son de una total radicalidad en la Divina Misericordia. DIOS no tiene problema alguno en aplicar su Divina Justicia cuando acoge con Misericordia Infinita a cada uno de sus hijos. JESÚS nos recomienda o conmina a suspender todo juicio sobre los otros, porque no tenemos todos los datos y lo haremos mal: “no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” (Cf. Lc 6,37). Dada nuestra insignificancia y condición personal pecadora, JESÚS traslada el juicio al dictamen Divino por encima del que los propios afectados podamos emitir: “perdonad y seréis perdonados. Si no perdonáis de corazón, tampoco vuestro PADRE os perdonará a vosotros” (Cf. Mt 6,14-15; Lc 6,36-37). La Divina Justicia persigue el perfeccionamiento que lleva a sus hijos a la santidad. Todo perfeccionamiento tiene como fuente y meta el AMOR de DIOS, que es su Amor Misericordioso. La Historia de la Salvación nos muestra dos cosas fundamentales: DIOS sale de SÍ MISMO buscando por todos los caminos el ser amado y querido por los hombres; y la otra verdad que resalta es que sólo nos impide ser alcanzados por el Divino Amor la falta de arrepentimiento. DIOS comienza de nuevo siempre con aquel que se arrepiente de sus pecados: DIOS perdona siempre, “setenta veces siete” (Cf. Mt 18,22). El obstáculo para la salvación no está en DIOS, sino en el hombre; no está en la Divina Justicia, sino en la falta de arrepentimiento por el propio pecado que aflora en la conciencia y demanda perdón. Es letal este bloqueo de conciencias inducido por la consigna: “tú no tiene nada de qué arrepentirte”. Según los gurúes, mandarines, sofistas, autoayudantes y supuestos terapeutas, el hombre moderno tiene que carecer de todo sentido de culpabilidad, y da lo mismo cualquier acción pasada. Resulta que al pobre pagano deudor de tanta palabrería lo hacen cargar con un peso acumulado que lo está aplastando, pero le dicen: “tú puedes, pues toda la energía del universo está dentro de ti. Eres una chispa de la divinidad -cósmica-“. Con esta versión el padre de la mentira (Cf. J 8,31) sigue haciendo creer al hombre que vive en precario, a nosotros, que es un dios al que nada se le resiste a condición de tomar conciencia de la fuerza ilimitada que reside en su interior. El padre de la mentira vende su producto con una buena estrategia de mercado; y son pocos los que conocen o hacen caso de las eternas palabras de JESÚS: “venid a MÍ los que estáis cansados y agobiados, que YO os aliviaré… Mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Cf. Mt 11,25ss). Somos imagen del hombre perfecto, JESUCRISTO, que al mismo tiempo que hombre es DIOS. Sin ÉL el hombre carece de alternativa y plena realización. El HIJO cuando vino a este mundo sabía dónde era enviado y su cometido final para salvarnos: perdonar al hombre pasara lo que pasara, pues de otro modo las puertas de la vida Eterna con DIOS permanecerían cerradas. San Lucas nos da la primera de las siete palabras, que recogen el testamento de JESÚS: “PADRE, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Cf. Lc 23,34). Si quedaba alguna duda de esta amnistía para todo arrepentido que lo reconociese a ÉL como único SALVADOR, entonces JESÚS formaliza el compromiso solemne con Dimas, el ladrón arrepentido que muere a su lado: “hoy mismo estarás CONMIGO en el Paraíso” (Cf. Lc 23,43) Un anónimo espiritual del siglo primero relata el encuentro con Dimas cuando JESÚS desciende al seno de Abraham, en el Sábado Santo, para rescatar a los que habían muerto bajo la Antigua Alianza y llevarlos a los cielos que se están inaugurando con la Resurrección al tercer día.

Lo que prometió JESÚS

Santa Faustina fue recibiendo las promesas y las formas devocionales, y lo podemos resumir: devoción a la imagen de JESÚS en su Divina Misericordia, el recuerdo y oración a las tres de la tarde de su muerte trae consigo la recepción de todo lo que se le pida de acuerdo con su Divina voluntad; el rezo de la coronilla a la Divina Misericordia es una poderosa arma espiritual para todo tipo de dificultad y de modo especial en el momento de la muerte; el pecador más empedernido encontrará gracia en el último momento si se recurre a la coronilla de la Divina Misericordia; multitud de gracias se conceden individualmente y para el mundo con la novena a la Divina Misericordia. Al hablar o difundir la devoción a la Divina Misericordia se está hablando de JESÚS, el HIJO de DIOS, que vino a salvarnos, dándose totalmente por nosotros. Al difundir la devoción a la Divina Misericordia predicamos lo nuclear del Evangelio, y el Mensaje que el PADRE quiere hacer llegar a todos los hombres. Al acentuar las promesas de la Divina Misericordia se facilita el arrepentimiento de las personas, y de forma especial de las más separadas. Una de las peores situaciones se da cuando la persona considera que dada su vida de pecado ya no tiene perdón de DIOS ni remedio para sus males. DIOS no da por perdido a nadie, porque su en su HIJO JESÚS “nos ha amado hasta el extremo” (Cf. Jn 13,1). El extremo de DIOS significa Amor sin límites, pues DIOS carece de límites para amar porque es su misma naturaleza.

Palabras y parábolas

Como nos decía la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, el domingo pasado, “JESÚS ungido por el ESPÍRITU SANTO pasó haciendo el bien, curando a los enfermos y liberando a todos los oprimidos por el diablo” (Cf. Hch 10,38). Esta es una imagen práctica y clara de la Divina Misericordia, infinita, de DIOS para con los hombres. En ningún momento JESÚS descargó una retahíla recriminatoria hacia nadie antes de curarlo o liberarlo. En todo caso advirtió a algunos que no pecaran más (Cf. Jn 5,14; 8,11). El milagro de la conversión es una acción directa de la Divina Misericordia, como en el caso de la mujer samaritana (Cf. Jn 4,7ss) Esta mujer es renovada por el SEÑOR en un tiempo breve, y este diálogo aparecen frases, pasos o verdades, que podrían llevar detrás muchas horas de enseñanza o catequesis. JESÚS carga con la Justicia y la devuelve transformada en Divina Misericordia: “lo mismo que Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el cree en ÉL tenga vida Eterna” (Cf. Jn 3,13). La mirada a JESÚS como SALVADOR cura de la mordedura de la serpiente, que no es otra cosa que el pecado. Se advierte en el evangelio de san Juan el resultado o consecuencias de echar en saco roto el Amor de DIOS, pero por encima de todo JESÚS anuncia y propone la Divina Misericordia, que llega hasta el extremo una vez más en la EUCARISTÍA o en el don del ESPÍRITU SANTO. JESÚS es el BUEN PASTOR y da la vida por las ovejas (Cf. Jn 10,11). Al mismo tiempo JESÚS es el CORDERO de DIOS que quita el pecado del mundo (Cf. Jn 1,29). Todo el evangelio de san Juan está dispuesto para mostrar las incontables caras o facetas de la Divina Misericordia, aún en las situaciones de enfrentamiento y controversia con algunos grupos. San Lucas recopila distintas parábolas de JESÚS, en las que la Divina Misericordia es el argumento central. El capítulo quince se centra exclusivamente en mostrar la Divina Misericordia mediante tres parábolas: la oveja perdida, la moneda perdida, y la del hijo menor que abandona la casa paterna. Sorprende la conclusión de estas parábolas: “hay en el Cielo más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan penitencia” (Cf. Lc 15,7). Los que reciben agradecidos la Divina Misericordia reconocen los trabajos del Siervo de YAHVEH” (Cf. Is 53), Algunas parábolas de san Lucas muestran la Divina Misericordia de forma sorprendente. La parábola del señor que ajusta las cuentas con sus criados le perdona a uno de sus sirvientes una deuda impagable de diez mil talentos de oro, tan sólo porque éste le dijo que tuviera paciencia (Cf. Mt 18,24ss). Diez mil talentos de oro era una deuda impagable entonces y ahora, y JESÚS quiere enfatizar que toda esa deuda es perdonable si se pide perdón, pues aquel siervo implacable con su compañero había sido perdonado él y toda su familia. La cara trágica de la parábola es la insensibilidad ante el prójimo después de haber sido perdonado por DIOS. La parábola indica que el problema está en el hombre que no está dispuesto a perdonar a su semejante. Conviene fijarnos en la exigencia para el perdón establecida por “el señor que pide cuentas”: perdonó toda la deuda, porque aquel siervo se lo suplicó. Aquel siervo suplica forzado y con poca o nula sinceridad, y dice: “ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Podía pensarse, en un primer momento, en una manifestación de buena voluntad ante una deuda impagable por generaciones para un trabajador normal. Pero “el señor que pide cuentas” perdona toda la deuda a partir de petición de perdón y misericordia cargada de deficiencias. No hay revelación privada sobre la Divina Misericordia que supere el listón situado para el perdón en esta parábola. En todo caso, las revelaciones privadas sobre el perdón de DIOS o su Divina Misericordia vienen a desarrollar o ampliar lo que recoge la Escritura. No debiera extrañarnos que santa Faustina le dijera el SEÑOR, que una coronilla a la Divina Misericordia rezada por un pecador recalcitrante o empedernido pudiera arrancar el arrepentimiento en el último momento y su salvación. La deuda ingente de cualquiera de nosotros ante DIOS queda pagada, o resuelta, por el sacrificio de JESÚS -el HIJO- en la Cruz. Cincuenta veces le vamos a decir al PADRE, que tenga Misericordia por los méritos de JESÚS y su dolorosa Pasión, que representa el mayor acto de Amor, obediencia y entrega. Entre el PADRE y nosotros se interpone el rescate del HIJO, que ofrece al PADRE toda ”carne, sangre, alma y divinidad”; en definitiva el sacrificio de la humanidad del único que puede merecer ante DIOS, porque es el HIJO y el hombre perfecto. Una segunda parábola, la del fariseo y el publicano que suben al Templo a orar, da razón de la acción de la Divina Misericordia para el que se arrepiente (Cf. Lc 18,9-14). El publicano podía tener una vida cargada de irregularidades, además de aparecer como un colaboracionista con el Imperio Romano, y su posición era más reprobable socialmente. El fariseo era un tipo de judío que se esforzaba por buscar la perfección con ciertos tintes de vistosidad. Van al Templo, y el fariseo presenta al SEÑOR su vida en orden sintiéndose muy superior al resto y de modo especial al despreciable publicano que estaba en un rincón diciéndole a DIOS: “ten compasión de mí, que soy pecador”. JESÚS dirá que éste último queda justificado y el otro no. La Divina Misericordia delega todo juicio en DIOS. Todo esto no excluye en absoluto la necesidad de promover los principios y valores evangélicos que deben estar presentes en la vida personal y social. DIOS siempre sabe más de cada uno de sus hijos, y conoce los medios para su salvación. Todos nos hemos de alegrar por los alejados que deciden volver a la casa del PADRE. “Dichoso el hombre a quien DIOS no le apunta el delito” (Cf. Slm 31,2), y ese pecado es sepultado en el olvido de DIOS, porque DIOS no echa en cara las ofensas, del que se arrepiente sinceramente.

El tiempo de la Iglesia

El tiempo litúrgico de la Pascua nos ayuda a considerar, meditar y celebrar la Resurrección del SEÑOR, los primeros pasos de la Iglesia y la acción del ESPÍRITU SANTO. Son grandes acontecimientos, que no debieran perder para nosotros la novedad que representaron en los inicios. Tras la muerte de JESÚS nada siguió igual y la novedad de lo que había surgido se fue abriendo paso entre oposiciones y verdaderos riesgos de desaparición. Nos equivocamos al considerar estos tiempos como los más problemáticos y convulsos de nuestra historia cristiana, pero la historia nos muestra panoramas muy graves. Es verdad, que de ponerse en marcha una guerra generalizada que derive en conflicto nuclear, en pocas horas podríamos desaparecer del orden de quinientos millones de personas. Como están hablando particularmente de más guerra, que de negociaciones de paz, el riesgo de lo anterior no es una ficción. Las tensiones sociales y dentro de la Iglesia tienen hoy sus rasgos propios, pero los tiempos de las invasiones bárbaras tuvieron las suyas. El Renacimiento y la Reforma Protestante, que no reformó nada, fracturó a la Iglesia y la sociedad con guerras de religión incluidas. La Ilustración se caracterizó por un laicismo rabioso y como muestra se puede recordar la Guerra de la Vendée, en Francia, de la que casi nadie habla porque no se conoce, pero fue de una crueldad especial llevada a cabo por los ilustrados y revolucionarios franceses. Qué decir del nefasto siglo diecinueve para España y la emancipación violenta de los territorios que un día fueron la España del otro lado del océano. Después de la Reforma, España mantuvo lo que pudo del Catolicismo en Europa y evangelizó América y Filipinas, hasta que los movimientos ilustrados y revolucionarios decidieron pasar a la influencia anglosajona con gran detrimento también para el Catolicismo, pues la expulsión de órdenes religiosas, especialmente de la Orden Jesuita, pusieron en crisis a todo el subcontinente americano, incluido Méjico, que perdió más del sesenta por ciento de su territorio a manos de USA, que se convirtió en un estado continente. ¿Qué va a pasar? no lo sabemos, pero algunos tienen más información y capacidad de decisión. La víspera de la invasión de Ucrania, las gentes de Kiev estaban en las terrazas de las cafeterías haciendo vida normal. Nuestros equilibrios sociales son muy inestables, y pretender manejar los hilos de la historia sin DIOS, o haciendo trampas en el juego, es cosa muy peligrosa. No nos vendría nada mal tomarnos en serio el protagonismo de la Divina Providencia para arreglar en lo posible los platos rotos que vamos dejando por el camino. Necesitamos modelos que dignifiquen al hombre e inspiren las actuaciones sociales y nos saquen de las trampas donde nos ha llevado el presente relativismo convertido en dictadura real.

Principio de unidad

“La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” (Cf. Hch 4,32a). La unidad de Fe que se manifiesta en la fraternidad es un don del ESPÍRITU SANTO, y se apoya los cuatro soportes básicos dados con anterioridad: “la enseñanza de los Apóstoles, la Fracción del Pan; la comunión y las oraciones” (Cf. Hch 2,42). San Pablo exhorta encarecidamente a la unidad ante las divisiones que están viviendo los de Corinto (Cf. 1Cor 1,10). Lo mismo formula a los de Éfeso (Cf. Ef 4,1ss). Y otro tanto exhorta el Apóstol cuando se dirige a los Filipenses: “tened entre vosotros los mismos sentimientos de CRISTO” (Cf. Flp 2,5). La unidad de los cristianos es una meta especial propuesta por el propio JESÚS en su Oración Sacerdotal: “que todos sean uno, PADRE, como TÚ y YO somos uno” (Cf. Jn 17,21). La unidad doctrinal que empezaba a formularse derivaba en el ejercicio de una caridad fraterna de acuerdo con las circunstancias del momento: “nadie llamaba suyos a sus bienes, pues todo era en común entre ellos” (v.32b). Esta ayuda común entre particulares puede inspirar una economía más justa a gran escala, pero en ningún momento está disponiendo las bases a un comunismo estatal. La economía necesita de la regulación política, tanto como la política precisa del factor económico. La fraternidad cristiana tiene muy en cuenta las llamadas Obras de Misericordia, siete corporales y otras siete espirituales. Sobre estas últimas también puede actuar lo material, como en el caso de “enseñar al que no sabe”. Pensemos por un momento en todas las instituciones religiosas que surgieron a lo largo de los siglos con la finalidad de alfabetizar. Esta labor que es primordial y contribuye al crecimiento espiritual de las personas, también cuenta con los recursos materiales. Por otra parte, dar de comer al hambriento o de beber al sediento, sin un verdadero espíritu de generosidad y amor fraterno puede resultar anticaritativo. A eso se refería JESÚS cuando señalaba a los que daban limosna para ser vistos por los hombres (Cf. Mt 6,2-3).

Testimonio

“Los Apóstoles daban testimonio con gran Poder de la Resurrección del SEÑOR JESÚS” (v.33a). La curación del tullido narrada en el capítulo tres nos ofrece de forma práctica la fuente del Poder dado a los Apóstoles: “no tengo oro ni plata; lo que tengo eso te doy, en el Nombre de JESÚS Nazareno, levántate y anda” (Cf. Hch 3,6). No se puede tener todo: oro, plata, poder humano, aplausos desmedidos y el Poder del ESPÍRITU SANTO al servicio de todo lo anterior. Pedro y Juan cuando van al Templo lo hacen sin otro respaldo que el Nombre de JESÚS, y entonces aparece el Poder en el que los Apóstoles pueden sostenerse. Como en el caso de las curaciones realizadas por el diácono Felipe en Samaria (Cf. Hch 8,5-7). El Poder del RESUCITADO seguía manifestándose y los Apóstoles llevaban este Poder en su predicación, “gozando de gran simpatía en medio del pueblo” (v.33b). Se estaba cumpliendo la promesa de JESÚS: “YO estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20).

El SEÑOR volverá pronto

“No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían y traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los Apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (v.34-35). Esta economía de reparto da a entender la inminencia de la vuelta del SEÑOR, que hacía prescindibles los bienes materiales. Lo prudente era “despojarse de las ataduras materiales y aspirar a los bienes de allá arriba donde mora CRISTO” (Cf. Col 3,2). El desprendimiento es un valor permanente, pero con discernimiento y en el grado adecuado. Esta radicalidad en la desposesión de los bienes puede ser aplicada por alguna persona, que reciba una vocación muy clara a la vida consagrada en comunidad; pero tal desprendimiento no lo podrá realizar en ningún caso un padre de familia, que tiene la obligación de atender a sus hijos con cierta seguridad material. Sabemos, por otra parte, como los institutos de vida consagrada han buscado fórmulas para su mantenimiento mediante un tipo de trabajo adaptado a su estilo de vida, según sus constituciones internas. En un plazo medio y largo, la subsistencia no es posible sin una economía productiva, que cubra el mínimo vital. Puede darse, que una institución religiosa realice una labor social de ayuda a los más necesitados y dependa para la misma de la solidaridad de otros. Por ejemplo, las hermanas de la Caridad de san Vicente de Paúl, no disponen de medios propios para atender a los enfermos de SIDA o drogadictos en fase terminal; entonces reciben la ayuda externa, que los benefactores aportan para la atención de esas personas.

Al atardecer

Por la mañana del día primero las carreras y las prisas se apoderaron de los discípulos, pero toda precaución era necesaria y no dejarse arrastrar por las noticias de las mujeres, e incluso de Pedro y Juan que hablaban del sepulcro vacío. La culpabilidad y el miedo consumen muchas energías y dejan al individuo en estado depresivo. Pocas fechas antes habían comprometido su palabra de seguir a JESÚS hasta la muerte (Cf. Jn 11,16). Era el momento en el que seguir a JESÚS ponía la integridad personal en serio riesgo y no estaban para bromas o fantasías. El MAESTRO había dicho que resucitaría al tercer día (Cf. Mt 17,23). Habían presenciado la curación milagrosa de enfermos y la liberación de poseídos, pero aquello era otra cosa. JESÚS en su Pasión y muerte quedó destrozado. No había exagerado el Salmo cuando decía, que desfigurado no parecía hombre, sin figura ni rostro atrayente (Cf. Slm 21,7-8; Is 53,2-3). Podía alguien que muere en ese estado ¿volver a una vida normal? ¿Tenía algo que ver la supuesta resurrección de JESÚS con la vuelta de Lázaro a este lado de la existencia? La resurrección de los muertos en el Judaísmo estaba prevista para el final del mundo, ¿ya se había llegado al final de la historia? A estas y otras preguntas, se sumaban las incógnitas abiertas en esas horas ante una vuelta a la vida que habían dejado antes de seguir a JESÚS. Los que iban camino de Emaús lo formularon bien: “pensábamos que ÉL iba a restaurar el reino de Israel (Cf. Lc 24,21); y podrían haber añadido, y nosotros por seguirlo deberíamos tener un lugar ejecutivo en ese reino. Finalizando el primer día de la semana empezaba un nuevo tiempo para los discípulos. Se abría una etapa nueva en la que era necesario mostrarse como testigos de unos acontecimientos que el RESUCITADO habría de hacerles entender.

La Paz mesiánica

“Se presentó JESÚS en medio de los discípulos y les dijo: la Paz con vosotros”(v.19b). JESÚS el RESUCITADO ocupa el centro de la vida de los discípulos. Es necesario que aquellos seguidores  experimenten la Paz que los devuelva al sentido original de su vocación. Fueron un día llamados por JESÚS y como en una recreación el SEÑOR se encuentra con ellos al caer la tarde en el Paraíso, cuando ÉL bajaba a dialogar y encontrarse con el hombre (Cf. Gen 3,8). Estaban recibiendo la bendición del RESUCITADO y ya no tenían que tener miedo ni esconderse. Recibirían la fortaleza del ESPÍRITU SANTO para realizar su misión abiertamente. Las pruebas personales de la Resurrección de JESÚS, que ellos han de testificar se van sucediendo. Cada discípulo recibe la revelación que es capaz de captar, pero el grupo apostólico presenta unas manifestaciones comunes, que los acreditan como testigos cualificados.

Las señales de la Cruz

“Les mostró las manos y el costado, y los discípulos se alegraron de ver al SEÑOR” (v.20). El RESUCITADO es el CRUCIFICADO, y JESÚS no quiere ni por un momento que esta identidad decaiga en la conciencia de sus discípulos que predicarán estas dos verdades íntimamente unidas para el perdón de los pecados y la salvación de los hombres. La victoria de la Resurrección no se alcanzó sin el paso por la Cruz, que equilibró la balanza de la Justicia de DIOS con respecto a los hombres. Nuestra vida depende ahora de acreditar que JESÚS pagó por nosotros la impagable deuda de nuestros pecados. San Juan señala que los discípulos se alegraron cuando vieron al SEÑOR y ÉL les mostró sus llagas, que atestiguaban el hecho de su martirio y Cruz; entonces, dice san Juan, “se alegraron de ver al SEÑOR” Aquellas señales identificaban al SEÑOR, que las mantendrá por toda la eternidad. Son las señales también de la inalterable Divina Misericordia de DIOS para con todos los hombres. El PADRE no negará nada al hijo que tenga presente las llagas del HIJO que pago la deuda de cada uno.

El envío

“JESÚS les dijo otra vez: la Paz con vosotros. Como el PADRE me envió, también os envío YO” (v.21) El discípulo precisa de recibir los dones personales como creyente, de ahí que deba ser renovado personalmente en la Paz mesiánica; y de forma especial aquellos discípulos que estaban en un estado de gran tribulación. Una acción sanadora profunda tenía que llegar a sus corazones para volverlos a una cierta normalidad. Pero a renglón seguido el texto nos refiere el envío por parte de JESÚS. El don del envío es el del apostolado. En el evangelio de san Juan los doce no son designados como Apóstoles, sino como discípulos, y ahora van a ser enviados con una efusión especial del ESPÍRITU SANTO. Apóstol significa “mensajero” o “enviado”, así los discípulos enviados por JESÚS en ese atardecer del primer día son los nuevos apóstoles que testificarán de modo especial “lo que hemos visto, oído y tocado del VERBO de la Vida, eso es lo que os transmitimos” (Cf. 1Jn 1,1-3). Nos dirá san Pablo, “¿cómo van a invocar el Nombre del SEÑOR, si no creen?, ¿cómo van a creer, si nadie les predica?, ¿cómo van a predicar, si no son enviados?” (Cf. Rm 10,14-15).

El Don de la Redención

“JESÚS sopló sobre ellos y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO. A quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (v.22-23). Como rezamos en la secuencia, el ESPÍRITU SANTO es el Don de los dones. En este evangelio de san Juan, el ESPÍRITU SANTO tiene un carácter personal que enseña y amonesta; alegra por la presencia del RESUCITADO y otorga un Poder que antes no se manifestaba en los discípulos. El perdón de los pecados es una tarea específica, y al mismo tiempo compendia todos los males que afectan al hombre. Sólo DIOS puede perdonar pecados (Cf. Mc 2,7); porque el pecado es en último término una desobediencia a la Voluntad de DIOS, y por tanto sólo ÉL puede perdonarlo. Por otra parte el pecado no sólo tiene al hombre como agente del mismo, sino que el padre de la mentira está detrás del origen y los pecados de los humanos. Si hay un poder que perdona el pecado, sana al pecador y lo libera, la transformación del mundo es cuestión de tiempo y aplicación de este poder dado por JESÚS. No es poca cosa lo que los discípulos están recibiendo el primer día de la semana. A este Día san Lucas le dará una extensión de cincuenta días, que nos describe de otra forma la venida del ESPÍRITU SANTO sobre los Apóstoles (Cf. Hch 2,1ss).

El discípulo Tomás

“Tomás uno de los Doce no estaba con ellos cuando vino JESÚS. Los otros discípulos le decían: hemos visto al SEÑOR” (v.24). Los evangelios están carentes de cualquier detalle familiar o personal de los discípulos de JESÚS y no sabemos los motivos por los que Tomás estaba ausente cuando JESÚS se apareció al resto de compañeros. Pero cobra valor en este caso la comunidad de discípulos como depositaria de los dones de DIOS, que alcanzan también a Tomás el ausente. Tomás no queda excluido de los dones del RESUCITADO, aunque él se muestre distante del entusiasmo de los otros discípulos. Tomás plantea un desafío: “si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto mi dedo en el agujero de los clavos, si no meto mi mano en su costado, no creeré” (v.25). Tomás quiere cerciorarse que sus compañeros no están sufriendo alucinaciones y viendo fantasmas. No sólo quiere tocar después ver, porque al tocar con sus manos puede percibir la textura y densidad de un verdadero cuerpo. Pero la osadía de Tomás va un paso más allá: meter su dedo en el agujero de los clavos y su mano en el costado abierto. De esa forma no habrá más duda sobre la autenticidad del MAESTRO, que no está siendo suplantado por ningún impostor. Un fantasma puede ser visto, pero el tacto no llega a percibirlo. Si el MAESTRO presenta unas condiciones perceptibles por el tacto no es un fantasma y verdaderamente ha resucitado y es lógico que el sepulcro esté vacío. Si tenemos en cuenta la Transfiguración presenciada por Pedro, Santiago y Juan (Cf. Mt 17,1-8; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36); JESÚS mostró una corporeidad densa y una corporeidad gloriosa en su vida pública. Después de resucitado, JESÚS muestra con toda libertad ambas condiciones: si entra en una estancia cerrada sin abrir puerta alguna es en virtud de su corporeidad gloriosa y sutil, que no encuentra barreras físicas; pero JESÚS no pierde la capacidad de dar a su corporeidad una densidad física para mostrar con todo realismo el hecho de la Resurrección. “Al Nombre de JESÚS toda rodilla se dobla, en el Cielo, en la tierra y en los abismos” (Cf. Flp 2,10). Ninguna de las corporeidades de JESÚS es aparente, y su Divina Naturaleza posee dominio en todos los planos de existencia.

Ocho días después

Todavía los discípulos no se habían ido de Jerusalén, aunque se movían con discreción. A los ocho días estaban los discípulos reunidos en la misma casa y Tomás con ellos, “entonces se presentó JESÚS en medio de ellos, estando las puertas cerradas, y les dijo, la Paz esté con vosotros. Y le dice a Tomás, acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente” (v.26-27). Tomás estaba comprobando que todo lo dicho por sus compañeros se había realizado tal cual: las puertas estaban cerradas, pero no es obstáculo para JESÚS que entra y se sitúa en el centro de los presentes. Todos reciben de nuevo la Paz mesiánica, que ellos deberán difundir por su predicación y señales. Las reticencias de Tomás reforzarán también la Fe de todos cuando JESÚS le dice trae tu dedo, aquí tienes mis manos; y trae tu mano y métela en mi costado. En un exceso de Amor y condescendencia, JESÚS fortalece la Fe de sus discípulos, porque los había elevado a la categoría de hermanos (Cf. Jn 20,17). Para todos en general, Tomás hizo que JESÚS nos dispensase una nueva bienaventuranza: “bienaventurados los que crean sin haber visto” (v.29).

Los signos

El SEÑOR se adapta al modo de aprender y entender de sus discípulos, y de todos los hombres en general. DIOS nos habla y revela mediante señales diferentes en categoría: prodigios, milagros, curaciones, carismas y dones espirituales. A lo largo de todo el evangelio, san Juan se apoya en los signos o señales para mantener los puentes entre JESÚS y los que lo rodean. Llegamos al final del trayecto establecido para la manifestación en este mundo, y JESÚS sigue revelándose mediante los signos propios acordes con el nuevo estado de RESUCITADO. “JESÚS realizó otras muchas señales en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro. Estas están escritas para que creáis que JESÚS es el CRISTO, el HIJO de DIOS; y para que creyendo tengáis vida en su Nombre” (v.30-31). El signo se convierte en el alimento de la Fe, y de forma especial en este evangelio de san Juan. El signo o señal respeta la libertad de la persona, que debe aplicar el discernimiento a los distintos signos manifestados. El signo auténtico es cierto y conduce a la Verdad, pero no deslumbra o anula la capacidad de la libre opción. En esos dos versículos entendemos que se produjeron signos para los discípulos que habían seguido a JESÚS desde el principio; y quedaron consignados para las generaciones venideras los signos que son modelo y fundamento suficiente para la Fe. El signo inicial, por el que JESÚS convierte el agua en vino, manifiesta su GLORIA y activa la Fe de los discípulos (Cf. Jn 2,11). Al comienzo de todo, en Jerusalén, muchos creyeron en JESÚS al ver los signos y milagros que realizaba (Cf. Jn 2,23). Nicodemo, autoridad religiosa del Sanedrín, reconoce que JESÚS realiza signos que no son posibles, Si DIOS no está con ÉL (Cf. Jn 3,1). Al funcionario real, que pide la curación de su hijo enfermo, JESÚS le dice: “si no veis signos no creéis” (Cf. Jn 4,48). A los que pretendían hacerlo rey, les dice JESÚS: “no me buscáis porque hayáis visto signos, sino mas bien porque habéis comido pan hasta saciaros” (Cf. Jn 6,26). A los judíos les dice JESÚS: “¿por cual de las obras buenas me vais a apedrear? (Cf. Jn 10,32). Las obras buenas de JESÚS se convierten en signos de su condición mesiánica con objeto de ser tenidas en cuenta por todos aquellos que han de juzgar sobre su condición mesiánica y de HIJO de DIOS. Todavía al final del evangelio se mantiene la línea de signos, incluyendo las mismas apariciones: “hay otras muchas cosas que hizo JESÚS, -y dice el evangelista- y creo que si se escribieran no serían suficientes todos los libros del mundo” (Cf. 21,25). JESÚS es el VERBO sobre el cual escribe el evangelista y sus obras son inagotables.

San Juan, primera carta 5,1-6

El camino de la Fe

”Todo el que cree que JESÚS es el CRISTO ha nacido de DIOS” (v.1a) La Fe es el inicio del camino en  la LUZ, que conduce a la visión y al encuentro para siempre con DIOS. El nuevo nacimiento, nos dice san Juan, viene por la Fe en JESÚS el UNGIDO y fuente del ESPÍRITU SANTO. Las grandes verdades de la Fe son necesarias para que la inteligencia esté de acuerdo con el vínculo establecido con el SEÑOR. Nuestra semejanza original a DIOS que nos ha creado, en inteligencia y voluntad, sirve a la Fe para que nuestro espíritu acepte sin reservas el propio nacimiento de arriba o de lo alto (Cf. Jn 3,3). El Sacramento del Bautismo recoge todas estas gracias para ofrecerlas al ritmo del crecimiento personal, tanto en la infancia como en la edad adulta, si fuese recibido en esa etapa de la vida.

La familia cristiana

“Todo aquel que ama al que da el ser, ama también a todo el que ha nacido de ÉL” (v.1b). El Cristianismo no es una filantropía de carácter universal, sino el encuentro interpersonal basado en la Caridad que viene de DIOS. El creyente nacido por la Fe a la condición de hijo de DIOS lo sabe también de todos aquellos llamados a compartir ese mismo destino. Somos hijos de DIOS, porque su Amor manifestado en JESUCRISTO nos reconcilia entre los hombres, al tiempo que lo somos con DIOS mismo. San Juan en este texto marca la dirección correcta del Amor al prójimo, que tiene una línea descendiente que viene de DIOS mismo. La fraternidad cristiana sin DIOS es un imposible.

Los mandamientos

“En esto conocemos que amamos a los hijos de DIOS, si amamos a DIOS y cumplimos sus mandamientos” (v.2). La primera Alianza no ha sido abolida ni suplantada, y en ella DIOS reveló su voluntad para adquirir las bases y principios que permitieran al hombre el acceso a la Gracia con una cierta garantía de respuesta. La segunda Alianza dada por JESÚS no anula o contradice la anterior, sino que la supera y desborda por su perfección, y sigue vigente todo lo que se establece en las Diez Palabras o el Shemá. Todo lo anterior y lo nuevo revelado en los evangelios se hace fácil y llevadero, si aceptamos a JESÚS como compañero de viaje: “MI yugo es llevadero y mi carga ligera” (Cf. Mt 11,30). JESÚS es reiterativo en el evangelio de san Juan: “si me amáis guardaréis mis mandamientos” (Cf. Jn 14,15). Los mandamientos dados por DIOS son principio de Sabiduría y fundamentos para la vida presente como inicio de la vida Eterna.

Pedagogía espiritual

“En esto consiste el Amor a DIOS: en que guardemos sus mandamientos. Sus mandamientos no son pesados” (v.3). La Gracia de DIOS, o la presencia del ESPÍRITU SANTO viene en nuestra ayuda para confirmarnos en la condición de hijos de DIOS (Cf. Rm 8,16). No sucede esto sólo para la oración, sino que somos asistidos en todo aquello que favorece el crecimiento espiritual. Los mandamientos recogidos en la Biblia, actualizados en el Catecismo de la Iglesia Católica vienen a ser como el manual de instrucciones para no sufrir percances extraños. Produce daño personal y ajeno todo aquello que se distancia de lo dispuesto por DIOS. Quien va entendiendo esas cosas, adquiere certezas, sentido de las cosas y visión de lo que resulta más acorde con la naturaleza humana. Las estridencias, ocurrencias y caprichos no son de DIOS.

Armadura frente al mundo

“Todo aquel que ha nacido de DIOS vence al mundo; y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra Fe” (v.4). La Voluntad de DIOS plasmada en sus palabras, es militante. La armadura ética o moral dada por la fuente de la Revelación es para uno mismo, pero frente al mundo. Nadie está recluido en soledad: nos relacionamos con otros, y los demás lo hacen a su vez con nosotros. Somos influyentes y podemos ser afectados por las corrientes circundantes. Al final del Sermón de la Montaña (Cf. Mt 5,6 y 7), está la parábola de las dos casas, una edificada sobre arena y otra sobre roca. La segunda resiste los embates de los vientos huracanados, las lluvias y el desbordamiento del río. La que está sobre arena se cae cuando arrecian las inclemencias. Por tanto deja constancia la existencia de cimientos firmes.

JESÚS es el HIJO de DIOS

“¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que JESÚS es el HIJO de DIOS? (v.5). Nos dice Santiago en su carta: “enfrentaos al diablo que huirá de vosotros. Acercaos a DIOS y ÉL se acercará a vosotros. Humillaos ante el SEÑOR y ÉL os levantará” (Cf. St 4,7-10). La Fe en JESÚS es victoria sobre el diablo, constituye el mayor acercamiento a DIOS y pasamos por la puerta estrecha de la humildad o de la humillación, a la espera de ser levantados con la misma fuerza del ESPÍRITU SANTO que levantó a JESÚS de entre los muertos. En el Nombre de JESÚS el diablo tiene que abandonar el campo de batalla, porque JESÚS es quien lo ha vencido.

La Iglesia y los Sacramentos

“Este es el que vino por el agua y por la sangre, no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el ESPÍRITU es el que da testimonio, porque el ESPÍRITU es la Verdad” (v.6). Los signos del RESUCITADO dan continuidad a la obra emprendida por JESÚS en la Galilea y Judea. La misión no ha terminado mientras dure la historia. La Iglesia no es un artificio, sino la consecuencia de la obra salvadora del SEÑOR, que continúa realizándola de forma especial, a través del Sacramento del Bautismo y de la EUCARISTÍA. El ESPÍRITU SANTO el gran testigo de toda la obra de JESÚS, realiza en cada época y persona particular la inmersión bautismal con carácter indeleble y ofrece sin cesar el alimento espiritual que da la vida Eterna: la EUCARISTÍA, que es el mismo JESUCRISTO. Sólo DIOS puede hacer estas cosas.

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