La diplomacia vaticana tiene un rival en casa, con el Papa de su lado

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Estos son años difíciles para la diplomacia del Vaticano. Es cierto que la Santa Sede mantiene relaciones con casi todos los estados del mundo, excepto con China, Arabia Saudita y muy pocos más. También se intercambiaron embajadores con Omán a principios de este año . E incluso Vietnam , cuyo presidente Vo Van Thuong está estos días de visita en Roma, acogerá próximamente a un representante permanente de la Santa Sede.

Pero son demasiadas las nunciaturas que no están cubiertas, algunas de ellas incluso importantes, para las cuales es fatigoso encontrar un titular. Son las de Bangladesh, Bolivia, Camerún y Guinea Ecuatorial, República Democrática del Congo, Corea y Mongolia, Costa Rica, Marruecos, Mozambique, Nicaragua, Polonia, Rumania y Moldavia, Sudáfrica con la vecina Botsuana, Suazilandia, Lesoto y Namibia, Tanzania y Venezuela.

En Nicaragua, cabe agregar que no hay nuncio porque fue expulsado el 12 de marzo de 2022 por orden del tiránico presidente Daniel Ortega, y que la persecución a la Iglesia en ese país ha tenido desde entonces un crescendo devastador, culminando con 26 años de dura prisión infligida al heroico obispo Rolando Álvarez, a quien el Vaticano ha intentado inútilmente canjear por enviarlo al exilio, pero rechazado por el propio obispo.

Y luego están las nunciaturas cuyos titulares han superado el límite de edad de 75 años, aunque se los mantiene en el cargo: en Siria, Estados Unidos, Italia, Israel y Albania. A los tres primeros el papa Francisco les confirió también la púrpura cardenalicia.

Pero lo que pesa negativamente es sobre todo la desvalorización de la autoridad de la Secretaría de Estado. Pablo VI le había asignado un papel muy central en el Vaticano, que Francisco redimensionó fuertemente con su reforma de la curia.

El juicio por la operación inmobiliaria de Londres, en el que la Secretaría de Estado fue un protagonista descarriado, con la sentencia prevista para finales de este año, la ha puesto en la picota de los medios de comunicación de todo el mundo. Pero más sustancial es la modestia de los resultados de su actividad internacional, que anima aún más al Papa a recurrir a otros actores para sus “misiones” diplomáticas, actores completamente externos y, de hecho, en gran medida competidores y rivales de la misma Secretaría de Estado.

Los planos internacionales en los que más se practica esta competencia hoy en día son el ruso-ucraniano y el chino.

Donde en ambos casos el papa Francisco se siente más atraído por la geopolítica implementada por la Comunidad de San Egidio que por la de la Secretaría de Estado.

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Respecto a la agresión de Rusia a Ucrania, la distancia entre las posiciones de la Secretaría de Estado y las de los exponentes de la Comunidad es más evidente que nunca desde que el Papa tomó como “enviado” propio al cardenal Matteo Zuppi, miembro histórico de San Egidio, primero a Kiev, luego a Moscú y finalmente a Washington.

Mientras que tanto el cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin como -con palabras más claras- el ministro de Asuntos Exteriores del Vaticano, Paul Gallagher, han aprobado muchas veces la defensa armada de la nación ucraniana, su rearme y la inviolabilidad de sus fronteras, en estos puntos el cardenal Zuppi y sus colaboradores -desde el fundador de la Comunidad, Andrea Riccardi (en la foto) hasta el responsable de relaciones internacionales Mario Giro- siempre han sido vagos o abiertamente opuestos, desde el comienzo de la agresión rusa.

En Kiev y en Washington eran bien conscientes de esto cuando recibieron al cardenal Zuppi, tanto que surgieron acuerdos de carácter exclusivamente humanitario, para el intercambio de prisioneros y para la repatriación de los niños ucranianos deportados a Rusia.

Y así también en Moscú, donde, sin embargo, juega un buen papel para Vladimir Putin la conocida oposición del enviado del Papa a un rearme de Ucrania al igual que la conspicua aversión del propio Francisco por el “belicismo” de Occidente y, viceversa, su simpatía por un rol alternativo creciente del “Sur Global”, en África, Asia y América Latina.

Además, en Moscú, San Egidio tiene desde hace años una línea directa con el Patriarcado ortodoxo, que – también gracias a la “misión” de Zuppi junto al especialista en Rusia y vicepresidente de la Comunidad, Adriano Roccucci – permite reparar el desgarro infligido por las impertinencias verbales del Papa, quien había acusado públicamente al patriarca Cirilo de ser el “monaguillo de Putin”.

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En cuanto a las relaciones de la Santa Sede con China, Francisco aún no ha asignado a San Egidio un rol destacado. Pero se muestra muy sensible a los argumentos sistemáticamente puestos en circulación por el especialista de la Comunidad en el tema, Agostino Giovagnoli, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Católica de Milán y miembro del Instituto Confucio de Milán, emanación directa del régimen de Pekín.

Un tema de fricción entre la Santa Sede y China es la aplicación del acuerdo secreto sobre el nombramiento de obispos estipulado entre las dos partes en septiembre de 2018, y hasta ahora prorrogado cada dos años sin ninguna modificación.

En casi cinco años ha habido sólo cuatro nuevos nombramientos, con más de un tercio de las diócesis aún sin cubrir. Y también por eso la Secretaría de Estado, que también es artífice del acuerdo, se ha expresado siempre con cautela sobre el tema, sin triunfalismos, más aún, filtrando reiteradamente la esperanza de mejora del propio acuerdo.

Para Giovagnoli, en cambio, la exaltación de la bondad del acuerdo no tiene freno. Y lo mismo para el papa Francisco, a pesar de que en los últimos meses las autoridades chinas han instalado dos obispos sin siquiera avisar previamente a Roma, en dos diócesis de las cuales la segunda es de absoluta importancia, la de Shanghái.

Ahora bien, Giovagnoli tampoco tuvo miedo de hablar bien de esta doble humillación. En un comentario en el diario “Avvenire”, cuyo propietario es la Conferencia Episcopal Italiana presidida por Zuppi, señaló que en Shanghái no se trata de una nueva consagración episcopal, para la que sólo sería válido el acuerdo secreto que requiere la aprobación previa de Roma, sino del simple traslado de un obispo de una sede a otra, realizado en forma no consensuada pero no ilegítima.

¿Pero es realmente así como son las cosas? Es decir, ¿que el acuerdo secreto se refiere sólo a nuevos nombramientos y no al traslado de un obispo de una diócesis a otra? En la Secretaría de Estado -donde conocen bien el acuerdo secreto- piensan diferente.

El 15 de julio la Santa Sede comunicó que el Papa también había aceptado instalar en Shanghái al mismo obispo trasladado allí unilateralmente por Pekín, llamado Joseph Shen Bin, presente a menudo en las reuniones internacionales de San Egidio y tan orgánico al régimen que también es vicepresidente de la Conferencia Consultiva del Pueblo Chino, el órgano con más de dos mil delegados que tiene la tarea de aprobar las decisiones del presidente Xi Jinping y de la dirección del partido.

Pero ese mismo día se publicó un detallado comunicado oficial del secretario de Estado, Pietro Parolin, en cinco puntos, en el que afirma que también los traslados de obispos de una diócesis a otra realizados “en forma no consensuada” son contrarios a “la correcta aplicación del acuerdo”. Y continúa de esta manera: “Por tanto, es importante, incluso diría indispensable, que todos los nombramientos episcopales en China, incluidos los traslados, se hagan por consenso, como se acordó”. Lo contrario de lo que pretendía la Comunidad de San Egidio.

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La competencia entre la Secretaría de Estado y la Comunidad de San Egidio no es sólo de hoy, sino que se prolonga desde hace años. Y nunca ha sido amistosa, ni tampoco carece de incidentes.

El acuerdo de 1992 en Mozambique, en el que participó el entonces joven sacerdote Zuppi, es continuamente elogiado como el que habría revelado por primera vez al mundo la capacidad de la Comunidad para actuar como operador de paz.

Pero en un detallado artículo de ocho páginas sobre “Mozambique después de 25 años de independencia”, aparecido en “La Civiltà Cattolica” el 16 de diciembre de 2000 con la firma del jesuita José Augusto Alves de Sousa y con la autorización previa de la Secretaría de Estado, no se hace la más mínima mención a un rol pacificador que habría llevado a cabo San Egidio en esa coyuntura.

Luego, entre 1994 y 1995, fue el turno de la guerra civil en Argelia. Aquí [la Comunidad de] San Egidio entró en derrota no sólo con la prudente diplomacia vaticana, sino más aún con los obispos locales, que criticaron duramente la plataforma de entendimiento hecha para firmar en Roma en la sede de la Comunidad por las partes beligerantes, sin comprometerlas a detener las matanzas y masacres, sino legitimando los mandatos. “Sí, los ‘amigos’ de San Egidio son los que nos mataron”, declaró el arzobispo de Argel, monseñor Henri Teissier. Y otro obispo, el de Orán, monseñor Pierre Claverie, fue asesinado poco después por islámicos fanáticos.

No solo eso. También el entonces ministro de Asuntos Exteriores italiano, Lamberto Dini, desautorizó públicamente la “diplomacia paralela” de la Comunidad. Y el embajador italiano en Argelia de aquellos años, Franco De Courten, al reconstruir la historia en un libro, descalificó como desastroso el rol desempeñado por los hombres de San Egidio. Por no hablar de las durísimas críticas de los militantes democráticos argelinos, encabezados por la musulmana liberal Khalida Messaoudi.

Años después, en 2013, fue en Senegal que el activismo de San Egidio produjo un incidente que perjudicó a la Secretaria de Estado.

Allí la Comunidad había intervenido para “facilitar” un acuerdo entre el Gobierno de Dakar y los grupos independentistas de la región de Casamanza. Pero cuando trasladó las negociaciones entre los emisarios de las partes en conflicto a su propia sede en Roma, esto dio a Senegal la impresión de que el Vaticano era el verdadero artífice de la operación, en contra de la voluntad del gobierno de Dakar, que no quería internacionalizar en absoluto lo que consideraba un asunto interno.

Para remediarlo, el entonces nuncio en Senegal, el arzobispo Luis Mariano Montemayor, tuvo que emitir una declaración en la que desvinculó por completo a la Santa Sede de las iniciativas de San Egidio, coordinadas por Mario Giro, en esa época asesor de Andrea Riccardi, quien era ministro para la Cooperación Internacional en el gobierno italiano.

En síntesis, la Comunidad de San Egidio nunca ha sido un vecina pacífica de la Secretaría de Estado y de su red diplomática. Y menos lo es hoy que su proximidad se ha convertido en un asedio, con el Papa abriéndole las puertas.

Por SANDRO MAGISTER.

MARTES 25 DE JULIO DE 2023.Q

CIUDAD DEL VATICANO.

SETTIMO CIELO.

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