La devoción mariana es imprescindible para un cristiano. Todo aquel que se acerque a JESUCRISTO no puede hacerlo prescindiendo del papel protagonizado por MARÍA de Nazaret. Incluso nuestros hermanos en la Fe como los luteranos o los evangélicos tendrán que adoptar una posición positiva hacia la criatura más excelsa, que fue considerada digna para llevar en su seno al VERBO de DIOS. MARÍA de Nazaret concibió al HIJO de DIOS por obra del ESPÍRITU SANTO, y esto constituye un dato que recogen las Escrituras con meridana claridad, por lo que no debe ofrecer reserva alguna para aquellos que depositan en las Escrituras toda competencia y fiabilidad. Nosotros los católicos adoptamos una proximidad a la VIRGEN MARÍA con distintos atributos que completan una devoción que se acerca al misterio de Amor entre nuestro DIOS y la VIRGEN MARÍA. No se puede normalizar el papel de la VIRGEN MARÍA hasta ponerlo al mismo nivel de una persona cualquiera que pasaba por allí y le tocó desempeñar de forma accidental la maternidad del HIJO de DIOS. A nosotros, seguidores de JESUCRISTO, nos compete indagar en las Escrituras todo lo posible y acercarnos a las distancias más ajustadas entre la VIRGEN y su HIJO JESUCRISTO; y la VIRGEN MARÍA y nosotros. Algo tendrá que decirnos la bimilenaria trayectoria seguida por la devoción a la santísima VIRGEN en el Pueblo de DIOS y recogida en distintos aspectos por los Padres de la Iglesia y los santos en sus vivencias y recomendaciones.
Algunos dentro de la propia Iglesia exigen una pureza de culto a la VIRGEN que excede los límites de la realidad. Se ponen reparos a lo que para algunos son excesos en las manifestaciones devotas a la VIRGEN. Puede ser que algunos no vivan más acto religioso que la aclamación, ¡Viva la MADRE de DIOS!, en todo el año, cuando participan en la procesión de la VIRGEN patrona de su localidad. Puede ser considerado otro exceso la vehemencia por tocar el manto de la imagen de la VIRGEN, que está expuesta al culto o pasando en procesión por las calles. En general se han rebajado las expresiones superlativas en las oraciones dirigidas a la MADRE de DIOS, pero pueden quedar reminiscencias de estas formas de dirigirse devocionalmente a la VIRGEN. Pues, seguro que el SEÑOR, destinatario final de toda oración, medirá la oportunidad o la inadecuación de esa plegaria teniendo en cuenta la sinceridad y el afecto filial puesto en esa plegaria. En una familia normal con varios hijos, lo normal es que cada uno de ellos pretenda ser acepto a sus padres dando muestras de cariño; y en ese terreno las medidas cuentan poco. Durante muchos años, décadas y siglos, sin exagerar; lo que salvó la Fe del Pueblo de DIOS fue la devoción a la santísima VIRGEN, cuando se rezaba el Santo Rosario durante las misas, que eran de espaldas al Pueblo, en latín, y la mayoría de las veces sin homilía. Lo único que daba la señal de cambio de ritmo dentro de la celebración era la campanilla del monaguillo, que anunciaba la consagración, y poco más.
Con muy buen criterio, el papa Francisco ha dispuesto que cada día de este mes de mayo sea difundió el culto mariano de ese día desde treinta santuarios diferentes del mundo entero: Luján en Argentina; Aparecida en Brasil; Guadalupe en Méjico o Montserrat en España. Queda bien patente la presencia mariana no sólo en esos lugares de culto más relevantes, sino que representan una muestra del patronazgo de la VIRGEN en cada rincón de la geografía cristiana. Puede ser que la devoción mariana sea en estos momentos el contrapeso más sólido contra las corrientes disolventes de todo lo que constituye el Cristianismo. Siguen en alza la afluencia de peregrinos a los lugares de culto y apariciones más notables como pueden ser, Fátima, Lourdes, Medjugorje o Garabandal. La actual pandemia no será capaz de apagar la atracción espiritual de estos lugares en los que millones de personas han recibido gracias de conversión.
Desde el cristiano corriente hasta el gran místico avezado a las experiencias espirituales intensas, rezan el Santo Rosario. La facilidad de esta oración repetitiva no la priva de su hondura. El Santo Rosario está en la misma línea de las jaculatorias repetidas con insistencia con el fin de mantener la atención y el corazón en DIOS. El Santo Rosario pretende la misma finalidad de unión con DIOS a través de la santísima VIRGEN MARÍA. Quienes hayan resuelto los obstáculos ideológicos o teológicos para realizar esta oración con confianza, encontrarán en ella un recurso excepcional de unión con DIOS, pues de forma reiterada estamos dando actualidad al momento más crucial de la historia de la humanidad: la Encarnación del HIJO de DIOS. Es cierto que sin la muerte y la Resurrección de JESÚS tendríamos que escribir nuestra Historia de Salvación de otra forma, pero no es menos cierto que la Resurrección fue posible, porque un día el VERBO entró en las entrañas de la VIRGEN MARÍA y transitó por este mundo asumiendo un cúmulo de circunstancias que le dieron un carácter del todo humano, al mismo tiempo que permaneció siendo el HIJO del eterno PADRE. Ahora con el rezo del Santo Rosario nosotros actualizamos el mismo punto de inflexión en el que DIOS entra en la historia de los hombres, porque no es posible realizar una verdadera oración, si no está presidida por la acción y la presencia del ESPÍRITU SANTO. La segunda parte de la oración dirigida a la santísima VIRGEN MARÍA está constituida por la iglesia a lo largo de los siglos y mantiene la misma estructura de la llamada “oración de JESÚS” recitada de forma continua por los Padres del Desierto, y recogida con aprecio especial por el monacato oriental. En esta parte de la oración reconocemos nuestra condición pecadora y pedimos la intercesión de la VIRGEN MARÍA como lo hacemos en el “Acto Penitencial de la Santa Misa”. Pero en esta oración la petición tiene una peculiaridad: pedimos el perdón para ese instante y para la hora de nuestra muerte. Cincuenta veces realizamos esta oración por la que la santísima VIRGEN MARÍA intercede por nosotros ante DIOS que es TRINIDAD.