¡La Constitución ha muerto!

Editorial ACN Nº30

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Fue una consigna que antecedió a revolución de 1910. El 5 de febrero de 1903, en los talleres del satírico periódico El Hijo del Ahuizote editado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón. Un festón negro fue puesto en la fachada de los talleres que estaban en la calle de República de Colombia 42 de la capital. Anunciaban el destino de la carta magna de 1857, la sepultura provocada por el autoritarismo, como después publicaron: ¿Pero por qué ocultar más la negra realidad? ¿Para qué ahogar en nuestra garganta, como cobardes cortesanos, el grito de nuestra franca opinión?…  Se encuentra entronizada la maldad y prostituido al ciudadano; cuando la justicia ha sido arrojada de su templo… La Constitución ha muerto, y al enlutar hoy el frontis de nuestras oficinas con esta fatídica frase, protestamos solemnemente contra los asesinos de ella, quienes teniendo como escenario sangriento al pueblo que han vejado, celebren este día con muestras de regocijo y satisfacción”.

Paradójicamente, mientras este es el año de Ricardo Flores Magón, el gobierno de la fallida transformación replica, con sus actos, las mismas violaciones y afrentas que un gobierno dictatorial ahora actualiza a través de la demagogia y el cinismo. 

La reciente decisión del decretazo para que la Guardia Nacional sea sectorizada a la Secretaría de la Defensa Nacional y de la intención presidencial para que las fuerzas castrenses permanezcan en tareas de seguridad pública más allá de 2024, es una clara alusión por defenestrar el texto constitucional. 

No sólo fue una promesa de campaña, el candidato AMLO advirtió de los riesgos que el país corría si las fuerzas armadas estuvieran las calles. En 2017, ante la discusión de la inconstitucional Ley de Seguridad Interior, López Obrador, en su carrera por la presidencia, puso distancia con el ejército y dijo: “No vamos a utilizar la fuerza para resolver los problemas sociales. No vamos a reprimir al pueblo con el ejército. Vamos a enfrentar la inseguridad y la violencia atendiendo las causas, no como lo han venido haciendo”.

Es claro el embrollo en el que este gobierno se ha metido. Las tareas de seguridad pública de las fuerzas castrenses ahora se extienden a tareas administrativas que deberían ser sólo de competencia civil violando la Constitución. Pero vayamos más atrás de 2018, el dicharachero y populista candidato del Movimiento Progresista PRD-PT-Movimiento Ciudadano, al competir por la presidencia en 2012, dijo que, de llegar al Palacio Nacional, sólo le tomarían seis meses para regresar a las fuerzas armadas a los cuarteles creando un “plan integral” de profesionalización de las policías para bajar los índices del delito como hizo cuando fue jefe de gobierno del Distrito Federal.

Pero AMLO siempre mintió. Peor aun fue que la Constitución que juró guardar y hacer guardar, es ahora un texto que puede violarse sin importar las consecuencias que impactarán a millones de mexicanos. Pero hay más, esta semana tres entidades vivieron horas de auténtico terror. Casualmente, estados gobernados por la oposición. 

Estamos en un momento muy delicado para la democracia mexicana, sus instituciones y la vigencia de la Constitución. En reiteradas ocasiones, obispos de México han advertido del peligro de la militarización. Vale la pena recordar por ejemplo, la reflexión de Jorge Atilano González, asistente del Sector Social del Gobierno de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús para un portal informativo: La ciudadanía organizada, en coordinación con sus policías municipales, puede prevenir y atender el delito, como lo demuestran municipios que han sostenido bajos índices delictivos en los últimos ocho años; sin embargo, afirma, la gran tentación es la militarización de los territorios que “atiende la emergencia, pero a la larga lesiona el tejido social, se altera la relación comunitaria y daña su organización”.

En esa tentación ha caído AMLO y, su peor pecado, es violar las normas que nos hemos dado para la mejor convivencia. El camino de la militarización actualiza esa misma protesta que hicieron los hermanos Flores Magón. Con AMLO, efectivamente, resurge esa afrenta que mueve a gritar con indignación y protesta: ¡La Constitución ha muerto!

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